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mardi 17 décembre 2024

‘Israelism’: activismo contra el viejo y herido relato sionista

FUENTE: https://www.diario.red/articulo/cultura/israelism-activismo-viejo-herido-relato-sionista/20241115125903038586.html

Este documental, en el que destacan los testimonios de la activista Simone Zimmerman y del exsoldado Avner Gvaryahu Gvaryahu, es un contundente trabajo sobre la propaganda, los grupos de poder y el apartheid israelita

Israel es una potencia militar, pero también una potencia propagandística y es el perfecto ejemplo de la eficacia de la propaganda expandida en los medios de comunicación de medio mundo durante décadas. También a nuestro país, donde Israel cuenta con sus agentes económicos y mediáticos, llegó la propaganda, la leyenda de esa joven y aguerrida nación acosada por los terroristas. La épica del triunfo de la guerra de los Seis Días, conflicto entre Israel y una coalición árabe, mezclada con el holocausto, creó un relato perfecto.

Cuando uno acaba, tocado pero esperanzado, el visionado de este documental de Erin Axelman y Sam Eilertsen, concluye que ese relato de Israel está levantado sobre cuatro grandes pilares: el lavado de cerebro, el victimismo, los grupos de poder y la ocultación.
El lavado de cerebro se lleva a cabo, claro está, en colegios, universidades y medios de comunicación del propio Israel, pero también en los medios y en las universidades de los Estados Unidos, el gran aliado del gobierno criminal con sede en Jerusalén.

Gran ejemplo de este pilar es Jacqui Schulefand, coordinadora, en la universidad de Connecticut, de UCONN Hillel para la vida estudiantil judía. A esta educadora judía, furiosa nacionalista, se le corta la voz de la emoción al hablar de Israel y de los alumnos que se han alistado su ejército. Schulefand proclama convencida que “el judaísmo es Israel e Israel es el judaísmo”.

La visión de UCONN Hillel la resumen con estas palabras en su web: “Crear una comunidad que enriquezca las vidas de los estudiantes judíos para que se sientan inspirados a hacer compromisos duraderos con la vida judía, el tikún olam (reparar el mundo), el aprendizaje e Israel”. Los compromisos duraderos tienen que ver, claro, con propagar en los campus y sus relaciones sociales el relato israelita. La propia Schulefand lo reconoce abiertamente en el documental: “Necesitamos publicistas”. 

En Israelism el victimismo está representado por el abogado y activista Abraham Foxman, víctima del holocausto y director nacional de la Liga Antidifamación (ADL) de 1987 a 2015. Foxman, que logró cierta fama cuando arremetió contra Mel Gibson por considerar su película La pasión de Cristo antisemita, es uno de esos lobistas preocupados por la actual juventud, atenta, gracias a su móvil, a los horrores que se transmiten desde Gaza y que está empezando a cuestionar o atacar el relato israelita.

A pesar de la presión y de las irrebatibles informaciones, poco cabe esperar de la reacción y el futuro de la ADL. El sucesor de Foxman en la organización, Jonathan Greenblatt, exejecutivo de Silicon Valley y exfuncionario de la administración Obama dijo en un discurso, en 2022, que “el antisionismo es antisemitismo”. De primero de victimismo, vamos.

Mike Huckabee, a quien Trump ha elegido nada menos que como su embajador en Israel, ha llegado a decir que “no existe tal cosa como un palestino”

Fue precisamente Barack Obama el que dijo que “la relación de Estados Unidos con Israel es irrompible hoy, mañana y para siempre”. Haga lo que haga. Y aquí entra en escena el tercer pilar: los grupos de poder. Y uno de los más grandes es la Casa Blanca. Lo ha sido siempre y ahora de forma más corrompida y peligrosa para los palestinos. Solo hay que leer sobre ellos al exgobernador de Arkansas Mike Huckabee, a quien Donald Trump ha elegido nada menos que como su embajador en Israel. Huckabee ha llegado a decir, literalmente, que “no existe tal cosa como un palestino”.

En la propaganda y el relato israelita es fundamental borrar de la historia a los palestinos

Y, precisamente, negar la existencia de los palestinos es la clave del cuarto y último pilar: la ocultación. En la propaganda y el relato israelita es fundamental borrar de la historia a los palestinos, a los que han robado sus tierras, han torturado (Israelism nos da testimonios de ello) y asesinado y tratan como a subhumanos, seres inferiores. 

Pero a pesar de todo, y aunque los medios de comunicación de todo el mundo (y por supuesto los españoles) están normalizando un salvaje genocidio perpetrado día a día por Israel, existe gente increíble como Simone Zimmerman, activista judía, colaboradora de Bernie Sanders y cofundadora del grupo IfNotNow, una mujer valiente que creció con la consigna de que apoyar a Israel era fundamental para su identidad judía. Hasta que visitó los Territorios Palestinos Ocupados y comprobó en persona el sistema de apartheid bajo el que viven millones de personas, una flagrante opresión y negación de su libertad.

En Israelism, Zimmerman, que ha perdido trabajos, amigos y familia por su activismo, es una buena preceptora para que conozcamos la gran ficción israelita. Ella recuerda que en su educación nunca se le habló de los palestinos. Tampoco leyó jamás las palabras ocupación, colonias, apartheid o limpieza étnica. Sí le leyeron, en cambio, el cuento de que los israelitas llegaron a una tierra yerma y la convirtieron en un gran vergel, una fábula que caló en generaciones de judíos norteamericanos como ella durante décadas.

También la engañifa de que Israel estaba rodeado de terroristas cuando era todo lo contrario: fueron los israelitas los primeros terroristas y su terror se perpetuó con una primera Nakba (la destrucción de la sociedad y la patria palestina entre 1947 y 1948, con 750.000 personas expulsadas de su tierra) y una segunda el año pasado, con la evacuación forzada de más de un millón de palestinos hacia el sur de la Franja.     

Otro de los grandes enemigos del relato israelita es Avner Gvaryahu Gvaryahu, también protagonista de Israelism. De familia sionista, educado en una yeshivá (centro de estudios de la Torá y del Talmud) y voluntario con los Scouts israelíes, Gvaryahu se unió a las Fuerzas de Defensa de Israel. En ellas descubrió las barbaridades que cometen en tierras palestinas y fue testigo directo de brutales torturas. Tras su servicio militar, se unió a Breaking the Silence, organización de soldados veteranos que han servido en el ejército israelí desde el comienzo de la Segunda Intifada y exponen la realidad de los Territorios Ocupados y cuyo objetivo es poner fin a la ocupación. 

Todos esos jóvenes judíos norteamericanos están viviendo su Vietnam como sus padres o abuelos vivieron el suyo

Las imágenes de Israelism, enriquecidas por las experiencias de Zimmerman y Gvaryahu, ponen los pelos de punta: casas robadas y marcadas con la Estrella de David como cuando los nazis marcaban las casas judías con el mismo símbolo, niños forzados, colonos en pleno robo de casas, enormes barrios de colonos que se extienden como un tumor mortal… Pero cada vez hay más judíos norteamericanos a los que les han abierto los ojos. Y como se dice en Israelism, que se puede ver en Filmin, muchos de ellos “fueron a Israel y regresaron de Palestina”.

Todos esos jóvenes judíos norteamericanos (a los que el lobista Abraham Foxman llama “malcriados”) están viviendo su Vietnam como sus padres o abuelos vivieron el suyo.
Y se están organizando para denunciar el genocidio, como lo están haciendo jóvenes de todo el mundo. Y aunque el lavado de cerebro, el victimismo, las presiones de los grupos de poder y la ocultación van a continuar, son conscientes de que todo acto de protesta, todo escrito o imagen contra el genocidio son indispensables para acabar con el viejo y herido relato sionista. 

 

dimanche 1 décembre 2024

‘El 47’: el éxito sorpresa de la temporada oculta que su protagonista era comunista

Fuente: https://www.diario.red/articulo/cultura/47-exito-sorpresa-temporada-oculta-que-protagonista-era-comunista/20240930152912036119.html

El filme, que recrea la desobediencia civil liderada por un conductor de autobús y es la única película en catalán que ha alcanzado el número uno de taquilla en más de quince años, esconde la importancia del PSUC en la lucha vecinal

Acostumbrados a las comedias de cuarta y a las agotadoras franquicias de superhéroes, no dejan de sorprender los milagros, porque lo que ha sucedido con El 47 es un pequeño milagro: una película que habla de una lucha vecinal, y obrera, para lograr una línea de autobús que pare en su barrio ha sido un éxito que ningún de sus artífices esperaba.
La película, dirigida por Marcel Barrena, se ha mantenido entre las más vistas durante semanas y es el único filme en catalán que ha alcanzado el número uno de taquilla en más de quince años  el segundo mejor estreno de una película en catalán en la última década.

Este éxito de El 47, que no se ha doblado al castellano, ha demostrado tres cosas. La primera es que el cine en catalán gusta a espectadores catalanes y de cualquier lugar. Otra película del cine catalán, Casa en llamas, también ha entrado con éxito en el top 10 de taquilla y va camino de superar el éxito de Pa negre y convertirse en la película en versión original catalana más taquillera de los últimos 25 años.

La segunda es que sigue habiendo espectadores para las historias de gente buena y causas dignas. Y que en las salas hay cabida para otros espectadores además de los que van a ver los bodrios familiares de Santiago Segura o los adictos a las sagas comiqueras o galácticas. Hay muchísimos espectadores de 40 a 80 años que buscan un cine adulto, con buenas historias y buenos personajes.

Y la tercera, y aunque esto a muchos ejecutivos de cadenas les incomode, es que se puede hacer cine político y tener éxito en taquilla, que en esta ocasión se ha comportado de manera parecida a la del éxito de El maestro que prometió el mar y que ya comentamos en Diario Red. La película de Patricia Font, que recaudó 1,7 millones de euros y atrajo a casi 300.000 espectadores, también contaba con un claro contenido político, estaba basada en un caso real y tenía un protagonista de gran personalidad y abiertamente izquierdista.  

Manolo se estableció en la zona chabolista de Torre Baró huyendo de un pasado aterrador: su padre fue apresado por falangistas, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una fosa común

Quizás este tipo de películas animen a futuros cineastas a hacer un cine que huya de la fórmula facilona y apueste por algo tan cinematográfico como la desobediencia, que es el tema principal de El 47. Hay mucho cine en la ocupación masiva de viviendas vacías, en los encarcelados injustamente (por criticar al emérito o boicotear un mitin fascista, por ejemplo) o en la lucha contra los desahucios, como demostró Juan Diego Botto con En los márgenes, una película que fue machacada por la crítica pero que dentro de unas décadas recordará lo que sucedía en este país en 2022 igual que un buen filme de José Antonio Nieves Conde o Ladislao Vajda lo que sucedía en la feroz España de los 50.

Pero centrémonos en El 47, dirigida por Marcel Barrena, responsable de películas como 100 metros o Mediterráneo y que firma también el guion junto a Alberto Marini. El origen del texto es curioso: encontró por casualidad la historia del conductor de autobús Manolo Vital en un blog sobre transporte metropolitano. Natural de Valencia de Alcántara, Cáceres, Manolo se estableció en la zona chabolista de Torre Baró huyendo de un pasado aterrador: su padre fue apresado por falangistas, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una fosa común (mismo destino que el protagonista de El maestro que prometió el mar).

“Expulsado”, como repite Manolo en la película, de su Extremadura natal, acabó en Torre Baró en busca de pan, trabajo, dignidad y futuro, igual que miles de los llamados “charnegos”. O lo que es lo mismo: catalanes de adopción a los que durante décadas se les consideró como ciudadanos de segunda clase. En Euskadi se les llamaba, de forma igual de despectiva y racista, maketos. Manolo fue solo uno de los cientos de miles (en concreto 800.000, nada menos) que abandonaron Extremadura durante dos décadas.

El 47 empieza con la creación de las ínfimas casas que no se podían considerar chabolas, con Manolo y sus gentes construyendo hogares con sus propias manos y siempre pendientes de un vacío legal: la ley estipulaba que no se podía derruir una construcción que tuviera el techo puesto. Por eso techaban rápidamente los chamizos, antes de que llegasen los cuerpos represivos fascistas para demolerlos.

Con astucia y coraje, Manolo y sus amigos y vecinos levantaron el barrio (incluida la luz y el agua), pero pasados los años llegó la gran brecha generacional: la conciencia de clase dio paso la vergüenza de clase. Los hijos se avergonzaban de sus padres, de sus casas, de su pobreza. Esta brecha queda muy marcada en el guion de El 47 con el personaje de Joana, la hija, que primero duda de la lucha de su padre, pero finalmente lo admira y cierra la película de forma preciosa. Nada menos que con Gallo Rojo, Gallo Negro, de Chicho Sánchez Ferlosio: “El gallo rojo es valiente, pero el negro es traicionero. No se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto”.  

La acción que recrea la película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC

Manolo, eso sí, es la columna vertebral y razón de toda la película. Y Eduard Fernández ha nacido para el personaje, un currante y superviviente bueno y terco que no soporta la vergüenza que provoca la pobreza y menos que las nuevas generaciones no valoren la lucha de la suya. La caracterización de Fernández (con su pipa, su mostacho y su camisa abierta) es otro peldaño en una carrera en la que brillan sus grandes trabajos en Los lobos de Washington, Smoking Room, El método o El hombre de las mil caras.      

Por desgracia, quizás esa rabia que tan bien administra siempre Fernández (“Voy a reventar todo, la voy a liar”) no haya sido del todo aprovechada en El 47. La película de Barrena, financiada por el Institut Català de les Empreses Culturals, RTVE y Movistar Plus+, cuenta con un discurso combativo solo a medias y omite verdades ideológicas. Me explico: el secuestro del 47 no fue un arrebato de un hombre harto de funcionarios. Vital contó con la connivencia de CCOO y el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, comunistas). El PSUC tenía más de mil afiliados en Nou Barris y gran presencia en cada una de las asociaciones de vecinos. Además, Manuel tenía un hijo (en el filme una hija) que, como él, militaba en el PSUC  y CCOO.

Y como guinda, un joven y cándido Pasqual Maragall al que El 47 le dan más protagonismo del que tuvo. Además, la acción que recrea la película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC y el 47 no fue el único autobús secuestrado.
Como se preguntó Ricard Aje en su reseña en Mundo Obrero, “¿Por qué hay que ocultar la organización política, sindical y popular en las que militaba Vital y que jugó un papel trascendental en las luchas sociales y contra el franquismo? (…) ¿Había que convertir una lucha social en un producto comercial? ¿Acaso se puede entender la Catalunya actual, los servicios e instalaciones públicas de los barrios obreros o las condiciones de trabajo en las empresas sin el trabajo y el papel del PSUC, CC.OO. y las asociaciones vecinales? Despreciar u ocultar el papel de la militancia y del PSUC en la historia de Catalunya y dejarlo como si fueran acciones espontáneas e individuales es injusto y le hace flaco favor a la memoria histórica”.

Hay proyecciones de El 47 que han acabado con aplausos en la sala, algo muy poco común. El tramo final, el del secuestro del 47 con sus pasajeros dentro, muy eficaz, vale por toda la película. Y cuando acaba, se apodera de ti una reflexión inevitable: si la película hubiese sido más corta (dura casi dos horas), estaríamos ante una obra mucho más escueta y contundente. También ante una obra mucho más honesta si hubiesen dado el verdadero protagonismo que tuvo en PSUC. 


Lo mejor: Eduard Fernández.  
Lo peor: la película acaba con un happy end, pero no es tan happy lo que vino después. La línea 47 se prolongó y llegaron otras líneas a la zona, pero hoy sigue siendo muy pobre y desatendida, con cortes de luz y peligrosos desprendimientos cuando diluvia.