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dimanche 26 octobre 2025

1972, "Napalm Girl" : cuando la opinión pública occidental existía

FUENTE: https://www.diario-red.com/articulo/cultura/fascinante-historia-detras-foto-mas-famosa-guerra-vietnam/

La fotografía causó una tremenda conmoción en la opinión pública, que seguía percibiendo que aquella guerra, que causó la muerte de dos millones de personas inocentes, era tan absurda como criminal. Hoy, el impacto mundial de “Napalm Girl” resulta envidiable por una sencilla razón: en la actualidad llegan a nuestros teléfonos imágenes de víctimas infantiles más espantosas que la de Kim Phuc quemada, pero la reacción no es la misma.

ARTICULO COMPLETO 

lundi 13 octobre 2025

La caída de Occidente y el amanecer de una nueva era

 FUENTE: https://www.pressenza.com/es/2025/10/la-caida-de-occidente-y-el-amanecer-de-una-nueva-era/

Otorgar el Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado es la última señal de que Occidente ha caído aún más bajo de lo que lo había hecho hasta ahora.

Otorgárselo a una agitadora venezolana fascista y violenta que está al servicio del régimen estadounidense demuestra cómo el Instituto Nobel ha perdido por completo su credibilidad. Ya se encontraba en una situación desesperada cuando otorgó los premios Nobel a los llamados periodistas y líderes de la oposición bielorrusos, que no eran más que marionetas de los Estados Unidos y la Unión Europea en sus programas de cambio de régimen.

Esta medida escandalosa confirma que la violencia y el fascismo deben ser recompensados y que el valiente y difícil trabajo de los médicos y cirujanos en Gaza durante los últimos dos años debe ser ignorado por ellos.

Personalmente, creo que el Instituto del Premio Nobel se vendió hace mucho tiempo a los llamados «intereses neoliberales» occidentales para mantener la farsa de una civilización occidental amante de la paz que necesita liberar al resto del mundo del mal. Por supuesto, con múltiples guerras y destrucción porque, como siempre dicen sus promotores políticos, solo a través de las guerras se puede lograr la paz.

Con el inicio del genocidio sionista de Israel en Gaza y sus otros horrores en Cisjordania, la máscara final de Occidente se derrumbó con un estruendo ensordecedor. Durante dos años, Israel pudo asesinar sin oposición a hombres, mujeres y niños, bombardeando sus hogares, sus hospitales, sus universidades, sus mezquitas, sus escuelas, todo lo que tenían. Y por si eso no fuera suficiente, los mató de hambre prohibiendo la entrada de ayuda humanitaria. Como siempre, hubo cierta diplomacia, pidiendo a Israel que detuviera el bombardeo de civiles, mientras que al mismo tiempo todo Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, seguía enviando armas a las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel). Todos los países occidentales son cómplices del genocidio en Gaza, por la sencilla razón de que los palestinos son y fueron asesinados con los armamentos que ellos enviaron. Solo que esta vez no pueden decir «Wir haben es nicht gewusst» (No lo sabíamos).

El genocidio en Gaza ha tenido un impacto en la conciencia de millones de personas. Y esto ha sido posible porque ahora vivimos en un mundo en el que las redes sociales son la sala de redacción del mundo. Todos pudimos ver lo que sucedió en Gaza y eso causó una conmoción en nuestra conciencia. Y nadie pudo detener el flujo de información visual directa que recorrió el mundo. Ni nuestros gobiernos, ni los principales medios de comunicación, nadie.

Las calles y plazas de las ciudades se llenaron de manifestantes que exigían el fin del genocidio y una Palestina libre. Mes tras mes, hasta el pasado fin de semana, el 4 y 5 de octubre.

Algo nuevo ha despertado en la conciencia humana. La compasión y el amor. Todos esos millones de personas en las calles y plazas de cientos de ciudades y pueblos sienten el sufrimiento y el dolor del pueblo palestino y exigen que se ponga fin a ello, desafiando a sus gobiernos y a la policía antidisturbios enviada contra ellos en algunas ciudades.

El horror de Gaza es, de hecho, el horror de todo un sistema que pudo ocultarse durante mucho tiempo tras máscaras bien confeccionadas, manipulando las mentes de las personas, pero que ahora está al descubierto ante los ojos del mundo. Un sistema violento en sus raíces que ha causado durante su existencia dolor y sufrimiento en todo el planeta y cientos de millones de muertes.

Con el despertar de la compasión y el amor por los que sufren, está surgiendo un nuevo amanecer que, cuando extienda sus alas sobre todo el mundo, eliminará todas las formas de violencia y anunciará el comienzo de la Nación Humana Universal.

vendredi 10 octobre 2025

Assata Shakur: la pantera más negra

Fallece Assata Shakur, militante de las Panteras Negras refugiada durante 40 años en Cuba
 
 
Buscada por el FBI y la CIA. Evadida de una cárcel de máxima seguridad en Nueva Jersey. Perseguida por mercenarios y cazarrecompensas. Exiliada y acogida en Cuba como una heroína. Requerida a Fidel Castro por el Papa Juan Pablo II. Esta es la historia de Assata Shakur, la Pantera más negra y la mujer más…



Se busca

Es el día miércoles 2 de mayo del año 1973. Tres jóvenes negros viajan en un Pontiac blanco desde Nueva Jersey hacia el sur de los Estados Unidos. Son los tiempos duros de “la ley y el orden” de Richard Nixon, y los protocolos del programa de contrainteligencia del FBI exigen detener por faltas menores a los militantes o a los sospechosos de serlo. Negros, latinos, indígenas, pacifistas, socialistas, feministas. Da igual: todos son rotulados -y tratados- como criminales, terroristas y enemigos del Estado. 

Las fuentes oficiales dicen que el automóvil tenía dañadas las luces traseras. Los oficiales Werner Foerster y James Harper deciden detenerlo, quizás informados ya de la presencia en el vehículo de tres militantes clandestinos del movimiento negro radical, o quizás sólo por que estos “conducían en estado de negritud”, según la ocurrente expresión de Mumia Abu-Jamal. En el vehículo viajan Zayd Malik Shakur, Sundiata Acoli y Assata Shakur, ex miembros del Partido Pantera Negra y por ese entonces integrantes del Ejército Negro de Liberación. Organizaciones sindicadas como “grupos de odio nacionalistas negros”, etiqueta que es aplicada de forma indiscriminada a agrupamientos de propósitos diversos como la Nación Musulmana, la República de la Nueva Afrika o el Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos. 

La escena, a partir de entonces, es rápida, confusa, trágica. La secuencia exacta de voces y movimientos es difícil de reconstruir, pero lo que sabemos es que ante los gritos de los policías Assata levanta instintivamente sus dos manos en el aire, cuando un disparo le destroza la clavícula. Sólo Zayd atina a defenderse y tomar una de las armas que están en el asiento trasero del Pontiac. Cae abatido y con él también uno de los oficiales de policía. Assata recuerda: “había luces y sirenas. Zayd estaba muerto. Mi mente sabía que él estaba muerto. El aire era como cristal frío. Se alzaban enormes burbujas y estallaban. Cada una parecía una explosión en mi pecho. Me sabía la boca a sangre y a tierra”. 

Luego es sacada a rastras del vehículo. Parece no haber rastros de Sundiata. -Quizás haya logrado escapar- piensa, pero Sundiata será arrestado poco tiempo después. Mientras tanto más policías se aglomeran a su alrededor para darle una paliza. Uno de ellos le apoya el cañón de un arma reglamentaria en la sien. La acusan de haber disparado pero sus dedos, libres de pólvora según el test de activación de neutrones que le hacen en el acto, no dejan lugar a dudas. Su mano cuelga inerte, casi muerta. Assata no disparó. No pudo haber disparado con esa tira de carne flácida que le cuelga del cuerpo y supo ser su mano diestra. Ha recibido, en cambio, tres disparos: tiene un pulmón herido, una bala alojada en el pecho y un brazo completamente paralizado. Las ráfagas de dolor y una nueva tanda de golpes acaban por desvanecerla. 

Una educación hostil

Antes de elegir el nombre de Assata Olugbala Shakur, su nombre de combatiente, fue bautizada como JoAnne Deborah Byron. Apellido que en nupcias cambió por el de su primer esposo Louis Chesimard, un activista del que separaría por exigir que ella se amoldara a los preceptos de lo que se suponía debía ser una mujer: la “santísima trinidad” de esposa-madre-ama de casa. Con el tiempo Assata consideraría a sus apellidos como “sus nombres de esclava”. Era frecuente en las décadas del ‘60 y ‘70 que los activistas negros se rebautizaran con nombres de inspiración africana y árabe, influidos por la revalorización del verdadero “viejo continente” producida por el poderoso movimiento musulmán negro y por el Black Power, aunque la huella del orgullo africano fuera visible desde los tiempos del movimiento Back to África y las teorías caribeñas de la negritud. Assata, como tantas y tantos otros, renegó de los apellidos legados a sus antepasados por sus dueños esclavistas, que en este caso se remontaban en la historia hasta la colonia francesa de Martinica. Otros ex esclavos, en cambio, recibieron o se adjudicaron un apelativo genérico, el casi universal apellido freeman -hombre libre-, con el que sus abuelos insistían en llamar a la playa en que se emplazaba su negocio familiar en Wilmington.

Assata nació en Jamaica, pero no en la isla caribeña, sino en la Jamaica del distrito de Queens en Nueva York. Curioso sitio, y con extraños vecinos. Apenas un año antes había nacido allí, a pocas cuadras de su casa, el nieto de un desertor y migrante ilegal llegado de Kallstadt, en la actual Alemania. Un tal Donald John Trump -o Trumpf, porque tal era el apellido familiar original-, quién sería a la postre presidente de los Estados Unidos. Es difícil imaginar trayectorias más divergentes que la de aquellos dos niños neoyorquinos.

Por lo demás Assata tuvo una infancia que llamaríamos normal si normales fueran las sociedades racistas y la educación segregada del tiempo de las leyes Jim Crow. Su niñez en el estado sureño de Carolina del Norte estuvo marcada por una educación familiar que buscaba inculcarle un fuerte sentido de la dignidad personal. Así lo recuerda en su autobiografía: “Mis abuelos me prohibieron estrictamente que contestara «Sí, señora» y «Sí, señor», o que me mirara los zapatos e hiciera gestos serviles al hablar con los blancos. «Cuando hables con ellos, mírales a los ojos», me decían. «Y habla en voz alta para demostrar que no eres tonta»”. 

Pero la educación para la vida ruda que debían enfrentar las poblaciones afronorteamericanas también estaba mezclada con fuertes dosis de meritocracia, valores propios de la pequeña y alta burguesía negras educadas “a la Booker T. Washington”, una suerte de “Sarmiento negro”. Sus abuelos querían que su nieta fuera una persona laboriosa, que se integrara al selecto grupo de lo que llamaban “el diez por ciento con talento”, que se juntara “con niños decentes” y que no utilizara los idiolectos propios del inglés popular y sureño. Afortunadamente, Assata no tardó en encontrarse con el eslabón más rebelde de su genealogía familiar: su tío “Willie el salvaje”, un zambo de negra e indio Cherokee, una suerte de leyenda que en las primeras décadas del siglo denunciaba la explotación de las “personas de color” y desafiaba a boca de jarro las normas de la sociedad segregada.

En la escuela en el sur todo era de segunda mano: la educación, los sueldos de los profesores y hasta los libros, que llegaban usados y rotos después de ser descartados en las escuelas para niños blancos. Pero aún más complejo que el racismo institucionalizado, era el racismo auto-infligido por una educación que estimulaba prácticas auto-denigratorias que indicaban que lo negro era sucio, feo, malo y estúpido. Paradójicamente, Assata recordaría sinsabores equivalentes en la educación paternalista de las “escuelas integradas” de Nueva York en donde, siendo la única niña negra de la clase, era vista y tratada como una suerte de chimpancé parlante al que se le prodigaban condescendientes “sonrisitas para negritos”. 

Una re-educación política

Años más tarde, el proceso de re-educación en el movimiento negro le llevaría a desandar todas las mitologías estatales de la historia norteamericana, desde la Guerra de Independencia hasta la Guerra de Secesión, desde la Conquista de América hasta la Guerra de Vietnam, en un país que se ha pasado guerreando 223 de sus 244 años de existencia. Una Assata urticante concluiría, por ejemplo, que el proceso por el que las Trece Colonias conquistaron su independencia respecto de los británicos fue una “mal llamada revolución” y que fue “liderada por unos cuantos niños ricos blancos que se cansaron de pagar impuestos elevados al rey”. 

También sus ídolos de la infancia fueron demolidos uno a uno, desde el patriarca Abraham Lincoln, partidario de la deportación masiva de negros a Liberia, Haití o cualquier otro destino de África o el Caribe, hasta Elvis Presley, quién se refirió a que lo único que los negros podían hacer por él era comprar sus discos y lustrarle los zapatos, y que en 1970 se ofreció como soplón voluntario para el FBI. 

Entre la venalidad de los arribistas negros y la banalidad del restringido y racializado American Way of Life, la joven Assata irá buscando a tientas un camino. Un hito importante será su encuentro con estudiantes africanos en la universidad, los cuales le revelarán un mundo más allá de los estereotipos en boga: el de los comunistas que en las tiras cómicas se vestían todos iguales y trabajaban invariablemente en las minas de sal, el de los africanos calibanescos que comían carne humana y andaban con taparrabos, o el del evangelio democratizador que se suponía que los marines norteamericanos -blancos y negros- estaban llevando a Vietnam. Se trataba de cepillar a contrapelo una educación plena de estereotipos y fantasías sobre el Tercer Mundo en un país que, como ninguno, ignora profundamente el mundo que domina. Assata concluirá en aquel período como estudiante: “Todo es mentira en amérika [sic] y lo que lo mantiene en marcha es que demasiada gente se lo cree”. 

Como muchos jóvenes, Assata llegó al movimiento negro radical después de un proceso de desencantamiento con los límites de la prédica no-violenta y del proyecto integracionista del movimiento por los derechos civiles. Integrarse, sí. ¿Pero integrarse a qué? ¿Cuántos y quiénes podrían hacerlo? ¿Qué pasaba con el “noventa por ciento sin talento”? ¿Cuál era el costo -político, ideológico, ético- de dicha integración? ¿Integrarse no implicaba negarse? ¿Era posible integrarse sin usufructuar parte de los dividendos de la política colonial? ¿No se asemejaban acaso las políticas que el Estado norteamericano implantaba en lo guetos de negros con la que exportaba a los países del Tercer Mundo? 

Assata evoca las reuniones de la NAACP (la Asociación Nacional para el Progreso de las Gentes de Color), una veterana organización de la pequeña burguesía negra que predicaba la no-violencia y el “poner la otra mejilla”. Pero la violencia estatal continuó devorando por igual a pacifistas y beligerantes, mientras la lista de mártires se engrosaba por aquellos años: Viola Liuzzo, Imari Obadele, Medgar Evers, Martin Luther King, Malcolm X, Fred Hampton, Emmet Till, George Jackson, Nat Turner, James Chaney y un largo etcétera. Assata llegará a la conclusión de que “nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de la gente que los oprimía” y que “el movimiento de los derechos civiles nunca tuvo ni la más mínima posibilidad de triunfar”. 

El nacionalismo negro estaba entonces en pleno auge, y durante su estadía en el Manhattan Community College, Assata no tardará en participar en reuniones de la República de la Nueva Afrika, un movimiento que pretendía el establecimiento de una nación negra independiente en los estados sureños de Carolina del Sur, Georgia, Alabama, Mississippi y Louisiana. Lo que antes se conocía como el Black Belt o “cinturón negro”, una vieja propuesta que ya habían defendido comunistas como Harry Haywood. Sin embargo, Assata prescindirá de una participación activa hallando la idea sugerente pero inviable. 

Entrará en contacto también con los Boinas Cafés, una organización revolucionaria de chicanos; con los maoístas chino-estadounidenses de la Guardia Roja en Chinatown; y visitará repetidas veces a los indígenas estadounidenses y canadienses que habían ocupado la Isla de Alcatraz en protesta por la desposesión de sus tierras. Y, finalmente, en ese hervidero que eran los Estados Unidos de finales de los ‘60 y principios de los ‘70, conocerá en Oakland al Partido Pantera Negra, con lo que su concepción política dará un giro internacionalista. A través del estudio de los procesos de liberación africanos llegará, indefectiblemente, a identificarse con el marxismo y el comunismo, en particular con los procesos y líderes del Tercer Mundo: Fidel Castro, Ho Chi Minh, Agostinho Neto, Carlos Marighella, Ernesto Che Guevara, etc. 

Pantera

Su fascinación con las Panteras Negras, una organización fundada en 1966, había sido inmediata, aunque su incorporación a la organización ellas se hubiera demorado. En particular, le atraía el hecho de que sus militantes “no trataban de parecer intelectuales hablando de la burguesía nacional, del complejo industrial (…) Simplemente llaman cerdos a los cerdos. (…) Hablaban de los cerdos políticas racistas y de los perros racistas”. En particular, vio en la organización una estrategia coherente de autodefensa por parte de las propias comunidades, y un aceitado ejercicio de solidaridad con los movimientos y procesos de liberación del Asia, África y América Latina y el Caribe. 

Pese a reflexionar en ese entonces en torno a la insuficiencia de las luchas estudiantiles, Assata continuó desarrollando labores en el medio universitario para el Partido. También se desempeñó en el equipo médico de la organización y en el Programa de Desayunos que la organización brindaba gratuitamente a más de 10 mil niños, rebasando las tradiciones prácticas de caridad eclesiástica y ensayando desde allí la organización política de las comunidades. Por ese entonces trabajó en la campaña para recaudar fondos por la liberación de las 21 panteras que habían sido encarceladas por el FBI. 

Eran tiempos frenéticos, apabullantes, con muchos nombres y muchos rostros que circulaban profusamente. Pronto el Partido y otras organizaciones entrarían en un espiral descendente en el que se confundirían y amplificarían los errores propios y las intrigas del COINTELPRO, el programa creado por el FBI para infiltrar y destruir los movimientos radicales. La campaña sistemática y masiva del programa incluía intrigas, rumores, cooptación, espionaje, infiltraciones, represión, tortura, asesinato y otros métodos non sanctos. Su resultado sería el desbaratamiento de organizaciones enteras, el encarcelamiento masivo de disidentes y el vuelco precario de miles de militantes a la clandestinidad. 

Assata propone, en su autobiografía, un ejemplar ejercicio de crítica y autocrítica que incluye, entre varios elementos: el señalamiento del fetichismo armado de ciertos miembros del partido; la insuficiencia de los planes de formación política, en particular en lo que a organización y movilización refiere; un internacionalismo a veces algo abstracto que prescindía del análisis y la comprensión de la propia realidad nacional; un método de trabajo que en su versión más tosca se resumía en la fórmula portación de armas más asistencia social; el automatismo y la falta de pedagogía de ciertos procesos; el sexismo y el “culto al macho” reforzado por la propia lógica militarista; las dificultades para distinguir entre la lucha política legal y la lucha militar clandestina; el dogmatismo y las purgas de dirigentes y militantes valiosos; y, finalmente, el militarismo y la sustitución del trabajo político. Como resultante Assata y otros militantes abandonarían un partido ya casi reducido a su mínima expresión, y se integrarían a una organización más flexible y descentralizada: el Ejército Negro de Liberación. 

Presa

“Hermanos y hermanas Negras, quiero que sepan que les amo y que espero que en algún lugar de su corazón tengan amor para mí. Me llamo Assata Shakur (…) y soy una revolucionaria. Una revolucionaria Negra. Con eso quiero decir que he declarado la guerra a todas las fuerzas que han violado a nuestras mujeres, han castrado a nuestros hombres y han mantenido a nuestros bebés en la miseria. (…) Soy una revolucionaria Negra y, como tal, soy una víctima de toda la ira, el odio y la maledicencia de la que ameŕika [sic] es capaz. Como a todos los otros revolucionarios Negros, amérika intenta lincharme”. Así comienza una cinta grabada el 4 de julio de 1973.

Los policías que la custodian en el hospital se saludan alternativamente con la venia militar o con el saludo nazi-fascista. Assata asegura que siempre los llamó nazis o “cerdos fascistas” en un sentido figurado, pero ahora se enfrenta a la dura constatación de la retórica. A partir de allí comenzará un largo periplo de seis años y medio por hospitales, tribunales, cárceles de alta seguridad y celdas de aislamiento. Será encontrada inocente en la inmensa mayoría de los cargos que se le imputan -portación ilegal de armas, asalto, secuestro, asesinato- incluso de aquellos por los que huía la noche de su captura.

A partir de allí será sometida a toda suerte de privaciones. A la libertad, primero, pero será muy clara sobre sus limitaciones históricas para las poblaciones negras de los Estados Unidos: “La única diferencia entre esto [la cárcel] y la calle es que una es de máxima seguridad y la otra es de mínima. La policía patrulla nuestras comunidades justo como aquí patrullan los guardias. No tengo ni la más remota de lo que se siente ser libre”. Será recluida en cárceles de hombres. Se le denegará el reposo y hasta la oscuridad, sometida a 24 hs diarias de vigilancia. Le será retaceada una atención médica adecuada, incluso durante su embarazo y su parto en el Hospital Elmhurts, en el que dará a luz atada a una cama y custodiada por policías armados. Durante nueve meses no dejará de preguntarse: “¿Cuántos lobos se ocultan en la maleza para comerse a mi hijo?”.

Luego será obligada a trabajar de forma gratuita en prisiones federales, una práctica rutinaria y “legal” a resguardo de la fatídica Decimotercera Enmienda de la Constitución. Se le confinará en aislamiento durante largos períodos hasta el punto de llegar a perder de forma temporal y parcial la capacidad del habla. Será agredida sexualmente y amenazada permanente con ser violada. Sufrirá juicios de carácter netamente político, con procesos inverosímiles, jurados casi exclusivamente blancos y jueces venales, pero no se le permitirá una defensa política de su vida y de su causa. Será linchada mediáticamente, y el juicio que finalmente la encontrará culpable de homicidio tan sólo rubricará la culpabilidad ya sentenciada por la prensa. Sufrirá todas las formas de tortura concebibles para al fin afirmar indoblegable: “yo tengo que ver con la vida”.

A esta altura de la pequeña saga conformada por nuestras bitácoras, es inevitable que la historia de los y las internacionalistas se atraigan, se acerquen, se rocen y en ocasiones hasta se abracen. En la cárcel de mujeres de máxima seguridad de Alderson, en Virginia Occidental, diseñada para “las mujeres más peligrosas del país”, Assata se topará con una mujer blanca entrada en años, con cabello entrecano, “de aspecto digno, de maestra de escuela”. Inmediatamente reconocerá en ella a Lolita Lebrón, la heroica independentista puertorriqueña. Nunca la sororidad tuvo un sentido más pleno que entre esas dos mujeres que pagaban con holgura el precio de su determinación. Lolita, valiente, inquebrantable, mística, llevaba ya un cuarto de siglo privada de su libertad, alejada de su patria y sus afectos y políticamente aislada, sostenida tan sólo por su fe y su pasión por la causa independentista boricua. Lolita marcaría también otro hito en el proceso de formación de Assata, al llevarla a reconsiderar aspectos como la religiosidad popular, los vínculos entre cristianismo y socialismo, y a conocer la corriente latinoamericana de la teología de la liberación.

Libre y sin color

“«Vas a volver pronto a casa (…) No sé cuándo, pero vas a volver a casa. Vas a salir de aquí.», le había dicho su abuela tras un sueño que sería un presagio. De esta vida llena de hiatos, clandestinidad y falsas identidades -Assata llegaría a tener más de 20 alias- nada resulta tan misterioso como su fuga, el 2 de noviembre de 1979, del penal de máxima seguridad del condado de Clinton. Lo poco que sabemos es que tres hombres negros armados irrumpieron en la prisión tomando a dos guardias de rehén, liberándola en una operación de precisión quirúrgica, sin bajas ni heridos. Se presume que se habría tratado de una acción de sus compañeros del Ejército Negro de Liberación largamente planificada. Después de cinco nuevos años de vida clandestina bajo las narices de la CIA y el FBI, Assata conseguiría pegar un salto de gacela hacia Cuba.

Allí verá, materializadas en aquel pequeño laboratorio insular, las tentativas de igualdad radical por las que siempre había luchado: “Aunque saben del racismo y del ku klux klan y del desempleo, ese tipo de cosas no entran en su concepción de la realidad. Cuba es un país de esperanza. Su realidad es tan diferente. Me impresiona cuánto han conseguido los cubanos en tan poco tiempo de Revolución”. En particular, le sorprendería la realidad y el tratamiento de la cuestión racial: “Se veía a Negros y blancos juntos por todas partes: en coches y paseando por las calles. Niños de todas las razas jugaban juntos.” “Un amigo cubano Negro me ayudó a entenderlo mejor. Me explicó que los cubanos daban por hecho su herencia africana. (…) Me dijo que Fidel, en un discurso, le había dicho a la gente: -Todos somos Afro-Cubanos, de los más paliduchos a los más morenos. (…) Aunque estaba de acuerdo conmigo, me dijo enseguida que él mismo no se veía a sí mismo como Africano: -Yo soy cubano”. 

Aún más, aquel amigo suyo se refirió a un compatriota desembozadamente racista que se había opuesto, originalmente, al matrimonio de una de sus hijas con un negro cubano. Su razonamiento, ante el hecho, será inapelable: “Mientras apoye la Revolución, no me importa lo que piense. Me importa más lo que hace. Si realmente apoya la Revolución, cambiará. E incluso si no cambia, sus hijos van a cambiar. Y sus nietos cambiarán todavía más.” ¿Es qué acaso se ha establecido mejor definición de lo que es una revolución?

En otra ocasión Assata fue llamada “mulata” y llegó a sentirse profundamente ofendida: “-Yo no soy mulata. Yo soy una mujer Negra, y estoy orgullosa de ser Negra -le decía a la gente (…) Algunas personas entendían lo que quería decir, pero otros pensaban que estaba demasiado obsesionada con el tema racial. Para ellos, mulato era simplemente un color, como rojo, verde o azul. Pero para mí representaba una relación histórica.” De pronto, en aquella latitud caribeña, Assata Shakur, “la pantera más negra”, negra en lo que negro tenía de carga racista y estigmatizante, pero también de orgullo racial y autoestima combatiente, se encontraba en Cuba sin color. Quizás alguna vez se haya topado con aquel poema de Nicolás Guillén que rezaba: Aquí hay blancos y negros y chinos y mulatos. / Desde luego, se trata de colores baratos / pues a través de tratos y contratos / se han corrido los tintes y no hay un tono estable. / (El que piense otra cosa que avance un paso y hable.)

Assata Shakur, a sus 73 años, lleva una vida discreta y sigilosa para no llamar la atención de los mercenarios y cazarrecompensas que buscan capturarla y colocarla en una lancha rumbo a la Florida, en donde el FBI, burlado una y otra vez, ha ampliado a 2 millones de dólares la cifra que ofrece por su captura. Alguna vez Assata preguntó: “¿Por qué merezco tal atención? ¿Por qué represento tal amenaza?”. La pregunta encabezaba una carta personal que envió al papa Juan Pablo II, quien había sido convencido de solicitar a Fidel Castro su extradición a los Estados Unidos durante su visita a Cuba en enero de 1998. Un inmenso cartel aparecido en la isla dió la respuesta lacónica de Fidel y el pueblo cubano: hands off Assata -las manos fuera de Assata-. Quizás Assata Olugbala Shakur represente aún hoy una amenaza por haber logrado comprender que correspondía a ella concretar los sueños que su abuela soñaba, “que los sueños y la realidad son opuestos” pero que “es la acción lo que los sintetiza”

mardi 11 février 2025

USAID y el financiamiento a ONG mediáticas

FUENTE: https://www.cubainformacion.tv/mundo/20250210/113963/113963-usaid-y-el-financiamiento-a-ong-mediaticas

La USAID ha sido denunciada por el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de utilizar miles de millones de dólares para financiar coberturas mediáticas favorables. Foto: EFE - Publicada en teleSUR.


Daniel Ruiz Bracamonte

teleSUR

Tras la fachada de promover la “libertad de prensa», la USAID invirtió miles de millones de dólares por más de dos décadas en ONG y medios afines, moldeando narrativas pro estadounidenses en regiones estratégicas.

En su artículo «Press Freedom Under Threat» (2023), revelado por el sitio Wikileaks, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) despliega un relato heroico en «aparente» lucha contra la censura y su apoyo a medios clasificados como «independientes» como garantes de la democracia. Sin embargo, detrás de este altruismo, ahora se descubre toda una estrategia sofisticada de injerencia en el ecosistema mediático mundial.

Según el informe de la USAID se destinaron $3.200 millones desde 2010 a programas de «fortalecimiento mediático» en 70 países, con énfasis en regiones estratégicas como Europa del Este, América Latina y África. Estos fondos, canalizados a través de ONG como Internews, International Center for Journalists (ICFJ) o Freedom House, se justifican como defensa contra «regímenes autoritarios».

En los criterios de selección de beneficiarios solo reciben apoyo organizaciones que alinean su agenda con prioridades de política exterior estadounidense. Un ejemplo ilustrativo, entre miles, ocurrió en Nicaragua cuando el medio «Confidencial» —financiado por USAID y la NED— fue clave en la cobertura de las protestas de 2018, promoviendo un relato alineado con la narrativa de «cambio de régimen» impulsada por Washington. Mientras, medios críticos con la oposición violenta y apegados a la realidad de los hechos, fueron excluidos posteriormente de programas de capacitación y subsidios.

 

El caso de los «periodistas fellows»

El documento filtrado refleja como la USAID presume de formar a 12.000 periodistas al año en «estándares éticos y técnicas innovadoras». No obstante, estos programas priorizan la enseñanza de herramientas digitales vinculadas a plataformas estadounidenses (Google, Meta) y enfoques editoriales que refuerzan la visión occidental de derechos humanos, seguridad y democracia.  

En Ucrania, el proyecto Media Deep Dive (2021-2023), con $15 millones de USAID, entrenó a periodistas en «desmentir propaganda rusa». Si bien esto parece legítimo en contexto de guerra, el programa excluyó a medios que cuestionan el historial de corrupción del gobierno ucraniano o el rol de empresas militares estadounidenses en el conflicto. 

Con $268 millones congelados por la administración Trump en 2020 —y restablecidos bajo Biden—, medios locales y periodistas entrenados por USAID se alinearon con la narrativa prooccidental, especialmente tras la Operación Especial de Rusia. Desde entonces el 90% de la información procedente de Ucrania está influenciada por este esquema.

El informe de USAID filtrado también señala una presunta «represión» a periodistas en China, Rusia o Venezuela, pero omite su silencio cómplice ante abusos de aliados como Arabia Saudita, Israel o Colombia. Peor aún, organizaciones financiadas por USAID suelen evitar investigar temas sensibles para Estados Unidos, como, por ejemplo, el impacto de bases militares en Okinawa (Japón) Guantánamo (Cuba) o la extracción de litio en Argentina por empresas norteamericanas.  

Es emblemático el rol de los medios que funcionan como ONG mediáticas, denominados también como alternativos que están asociados a proyectos de USAID. También las ONG que, bajo el paraguas de la lucha ambientalista, por los derechos indígenas, incluso deportivos, reciben los fondos para su funcionamiento y que en muchos de los casos son vitales para su funcionamiento.

En este sentido, la USAID afirma promover «medios diversos», pero su modelo margina proyectos comunitarios, indígenas o anticapitalistas que rechazan su financiamiento por principios. En Bolivia, el medio Red Patria Nueva perdió visibilidad al negarse a participar en talleres de USAID, mientras competidores «capacitados» por IREX acapararon espacios públicos.  Una  estrategia similar está dirigida hacia Venezuela.

 

Cuando el financiador dicta la noticia

La reciente revelación de la inyección de millones de dólares a medios como POLÍTICO, Associated Press (AP) y la BBC —bajo el paraguas de USAID— muestra el sistema de influencia mediática de alcance global de Washington. Según documentos filtrados por WikiLeaks y un análisis publicado por Reporteros Sin Fronteras (RSF), detalla que USAID financia a más de 6.200 periodistas en 707 medios y 279 ONG «mediáticas» en más de 30 países. Estas cifras, extraídas de una hoja informativa retirada por USAID en 2023, revelan un alcance masivo.   

El presupuesto asignado por el Congreso para 2025 —$268.3 millones destinados a «medios independientes»— pone el foco en la prioridad geopolítica estadounidense en moldear narrativas en zonas estratégicas. Sin embargo, como señala el Columbia Journalism Review, este modelo no fortalece el periodismo, sino que lo somete a una lógica de dependencia.  

El caso de POLÍTICO fue escalando en los medios estadounidenses. Según USASPENDING.gov, este medio recibió millones de dólares de agencias estadounidenses durante los años de Biden. Su cobertura durante las elecciones de 2020 —incluyendo el polémico artículo de los «51 oficiales de inteligencia» que desacredita el escándalo de la laptop de Hunter Biden— fue señalada como propaganda partidista.  

Pero el escándalo mayor estalló en 2021 cuando POLÍTICO fue vendida al conglomerado alemán Axel Springer por $1.000 millones, usando fondos de contribuyentes estadounidenses para apuntalar su expansión. Como denuncia ZeroHedge, el dinero público terminó financiando un «gigante mediático extranjero», cuyos intereses editoriales «priorizan agendas transatlánticas».  

La BBC del Reino Unido y el New York Times también aparecen en la lista de beneficiarios. La primera recibió $3.2 millones, y la segunda $3.1 millones de fondos federales, según datos oficiales.

RSF advierte que la dependencia de la ayuda estadounidense ha «sumido en el caos al periodismo global». Medios críticos que rechazan estos fondos —por temor a perder autonomía— enfrentan asfixia económica, y muchos han sido atacados por los propios medios financiados por USAID, acusándolos de «desinformación» o «propaganda».  

Ejemplo paradigmático es el de medios latinoamericanos como TeleSUR, señalados por POLITICO y AP como «voceros de regímenes autoritarios», mientras sus contrapartes financiadas por USAID gozan de etiquetas como «medios independientes verificados». La línea entre periodismo y activismo se difumina cuando el dinero define quién tiene voz.

El rol de la USAID en el ecosistema mediático latinoamericano

Retomando el concepto de «manufactura del consenso» acuñado por Noam Chomsky y Edward Herman, un artículo de NACLA argumenta que, durante el siglo XX, agencias estadounidenses como la CIA financiaron periódicos, radios y televisoras para promover narrativas anticomunistas y respaldar regímenes aliados. En la actualidad, señala el texto, esta estrategia se ha sofisticado: bajo el discurso de promover la «libertad de prensa» y la «sociedad civil», organismos como la USAID y la National Endowment for Democracy (NED) canalizan recursos a medios digitales y periodistas independientes que, conscientemente o no, replican marcos discursivos alineados con la política exterior estadounidense.

Al menos 30 medios digitales y organizaciones periodísticas en países como Colombia, Venezuela, Nicaragua, Cuba y México son beneficiarios directos de fondos de USAID entre 2020 y 2024. Estas asignaciones de miles de millones, se justifican bajo el paraguas de «fortalecer la democracia» y «promover la libertad de prensa». No obstante, los recursos están concentrados en entidades que priorizan coberturas alineadas con narrativas críticas hacia gobiernos considerados adversarios de Washington, como los de Venezuela y Nicaragua.

En Venezuela, al menos una decena de medios, y en el exterior —como NTN24 Venezuela, Caraota Digital y VivoPlay— operan desde Colombia, España o Estados Unidos con financiamiento de USAID. Según los datos, los millonarios aportes son destinados principalmente a reportajes sobre la «crisis humanitaria» y la supuesta «represión política», pero con escaso enfoque en las consecuencias de las sanciones económicas de EE.UU.

Durante su programa a inicio de septiembre de 2024, el presidente venezolano Nicolás Maduro desató una polémica al exhibir un cartel con los logos de medios digitales como Tal Cual, El Pitazo, Efecto Cocuyo, Armando Info, El Estímulo y Analítica, acusándolos de operar como herramientas de injerencia extranjera. «Son portales fundados y financiados por la USAID, posicionados para imponer su realidad paralela», afirmó Maduro en diálogo con el Embajador de Venezuela ante la ONU, Samuel Moncada.

El cartel mostrado incluía además a Armando Info, especializado en datos, y Analítica, una especie de think tank que publica análisis políticos. Ambos reciben subvenciones de la NED bajo la etiqueta de «innovación democrática». Según el informe, estas organizaciones canalizaron cientos de miles de dólares para «estudios sobre gobernabilidad», cuyos resultados son citados frecuentemente por congresistas estadounidenses para justificar nuevas sanciones contra Venezuela.