La invisibilización del PSUC en la película
es «preocupante», según Arantxa Tirado: «La militancia comunista de
Vital es esencial para entender su decisión de secuestrar el autobús».
Eduard
Fernández en la piel de Manuel Vital, que fue militante en la
clandestinidad del PSUC
Hace un par de semanas acudí a un pase especial de la película El 47, inspirada en la historia de Manuel Vital,
vecino del barrio de Torre Baró de Barcelona, migrante extremeño,
conductor de autobús, líder vecinal, militante en la clandestinidad del
Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y del sindicato CC OO. En
1978, Vital decidió demostrar que el autobús podía subir la montaña,
sortear las estrechas calles semiasfaltadas y llegar hasta el barrio que
él construyó, junto a sus vecinos y vecinas, con sus propias manos.
Para ello secuestró la línea 47 y condujo el vehículo hasta arriba de la
colina sobre la que se asienta Torre Baró.
Después de visionar la película, asistimos a una pequeña charla, con preguntas y respuestas, con su director, Marcel Barrena, y la actriz Zoe Bonafonte.
En el intercambio intervinieron vecinos de Torre Baró, compañeras de
partido de Vital, familiares y otras personas. Se puso de manifiesto
que, aunque Manolo fuera un líder vecinal indiscutible, representaba una
lucha colectiva, muchos de cuyos protagonistas se encontraban en la
sala, agradecidos por poder ver reconocida en la pantalla una lucha
frecuentemente silenciada en el cine.
Pese a que el director dejó
claro, desde el inicio, que la película estaba inspirada en la vida de
Vital pero “no era un documental”, algunas personas salieron de la sala
con una sensación agridulce. La película era hermosa, conmovedora, un
ejercicio de justicia y de memoria de la lucha de la clase obrera. No
obstante, había un problema. Una amiga, militante durante muchos años
del PSUC y, posteriormente, de su heredero, el PSUC-Viu, lo resumió
certeramente: “Estamos ante el borrado del partido”.
Cuando,
durante el intercambio, le planteé al director lo paradójico de contar
una historia de lucha colectiva, de integración de los migrantes en la
sociedad de acogida y de denuncia del fascismo sin mostrar ninguna referencia explícita a la ideología
que motivó la acción de Vital, se defendió alegando que la película
dejaba claro de qué lado estaba el protagonista, que no hacía falta que
verbalizara la palabra “comunista” para que se entendiera su militancia.
Creo que el director no entendió que algunas personas no esperábamos
que el soberbio Eduard Fernández, encarnando a Vital,
mirara a cámara y dijera que es comunista guiñando el ojo, cantara la
Internacional o levantara el puño. Simplemente queríamos apuntar que
difícilmente alguien que no conozca su figura o no esté familiarizado
con la lucha vecinal barcelonesa durante el final del franquismo y la
Transición puede deducir que estamos viendo en la pantalla la acción de
un comunista.
El problema no es que Barrena no muestre a un comunista, es que ni siquiera muestra a un militante
y, con eso, su enfoque colectivo de la lucha no es tal, por mucho que
añada a los vecinos de Torre Baró al final del secuestro del bus. El
enfoque de la película presenta una acción individual aislada de una
práctica política y de su organización. Pero también hace una elipsis
del mismo contexto de lucha política en que se dan los hechos narrados.
Puede que El 47 sea cine social pero, desde luego, no es cine militante.
Por
supuesto, está dentro de la libertad artística de cada autor elegir qué
quiere mostrar con su obra. Estas reflexiones tampoco invalidan la
importancia de una película protagonizada por un trabajador migrante de
un barrio periférico, algo poco habitual. Pero es evidente que, para
quienes provienen de esa tradición política y conocen cómo ha sido la
lucha en esos barrios, la historia tiene vacíos considerables.
El borrado del partido que se hace en El 47 no es preocupante porque se ignoren u oculten unas siglas determinadas, sino por lo que tiene de invisibilización de la lucha colectiva
y la organización política necesaria que está detrás de ella. Un
borrado que afecta al sindicato y a la misma organización vecinal,
inseparable en aquellos años de la organización política. Las
coordenadas ideológicas que explican la acción directa de Vital,
comunistas, que sirvieron para luchar contra la dictadura ayer y contra
el fascismo hoy, están ausentes, no sabemos si de manera consciente o
inconsciente por parte del director. La película ignora esta realidad.
Opta, además, por presentar la dictadura a través de referencias a un franquismo etéreo, que sólo asoma en la figura del policía o del monolito en el barrio,
pero con un contexto político claramente difuminado. El antifranquismo
es, también, abstracto y simbólico, emblematizado en una canción, pero
sin contenido ideológico ni praxis política distinguible. La militancia
de Vital tampoco existe, es más, se presenta como un personaje errático
en su actuación, sin claridad ideológica, que se conecta con un
antifranquismo sin etiqueta, y que actúa movido por un interés conectado
con lo inmediato, más familiar que social. Algo muy distante del
impulso que lleva a una persona a militar, desde su juventud y hasta el
fin de sus días, en un partido comunista.
El compromiso comunista
Esta elusión es tanto más grave cuanto, precisamente, la militancia comunista de Vital es esencial para entender su decisión de secuestrar el autobús, que no fue aislada, sino que se repitió en otros barrios de Barcelona, también protagonizada por otras militantes comunistas.
Por tanto, su decisión no puede entenderse sin acercarse a su
compromiso, el de un comunista en el sentido íntegro de la palabra. Uno
de tantos héroes anónimos de la clase obrera que, en tiempos de
dictadura y precariedad, decidieron arriesgar su integridad personal y
económica incorporándose a organizaciones clandestinas, como eran el
PSUC o CC OO, con el objetivo de mejorar sus condiciones materiales de
vida y las de todas. Luchar, en definitiva, por el socialismo como
realización de sus ideales y hacerlo desde lo concreto.
Los
comunistas como Vital combatían en muchos frentes, de manera incansable:
luchaban por el barrio desde las asociaciones de vecinos, daban la
batalla en el centro de trabajo integrados en el sindicato y aspiraban a
la transformación social colectiva organizados en el partido. Un
ejemplo de lucha que no se ve en ningún momento en la pantalla.
La
película, en definitiva, deja pasar la oportunidad de rendir homenaje a
todas esas generaciones de militantes que se están extinguiendo sin que
haya un relevo que las sustituya. Más allá del borrado de unas siglas
que implica ocultar una tradición de lucha que merecería estar en lugar
destacado, hay otra parte más dramática desde una perspectiva política
conectada con el presente. Ésta es no hacer pedagogía a las actuales
generaciones de que el fascismo que representaba la dictadura
franquista sólo pudo caer por la acción colectiva organizada desde unas
premisas ideológicas antitéticas a sus principios y valores.
Fueron los comunistas, socialistas y anarquistas, antes que demócratas
en abstracto, quienes combatieron ayer, y se siguen enfrentando ahora al
fascismo y la extrema derecha. Ésta hubiera sido la mejor manera de
honrar la heroica lucha del pasado y dar claves para la necesaria lucha
del presente.
El filme, que recrea la desobediencia civil liderada por un
conductor de autobús y es la única película en catalán que ha alcanzado
el número uno de taquilla en más de quince años, esconde la importancia
del PSUC en la lucha vecinal
Acostumbrados a las
comedias de cuarta y a las agotadoras franquicias de superhéroes, no
dejan de sorprender los milagros, porque lo que ha sucedido con El 47
es un pequeño milagro: una película que habla de una lucha vecinal, y
obrera, para lograr una línea de autobús que pare en su barrio ha sido
un éxito que ningún de sus artífices esperaba.
La película, dirigida por Marcel Barrena, se ha mantenido entre las más
vistas durante semanas y es el único filme en catalán que ha alcanzado
el número uno de taquilla en más de quince años el segundo mejor
estreno de una película en catalán en la última década.
Este éxito de El 47, que no se ha doblado al castellano, ha
demostrado tres cosas. La primera es que el cine en catalán gusta a
espectadores catalanes y de cualquier lugar. Otra película del cine
catalán, Casa en llamas, también ha entrado con éxito en el top 10 de taquilla y va camino de superar el éxito de Pa negre y convertirse en la película en versión original catalana más taquillera de los últimos 25 años.
La segunda es que sigue habiendo espectadores para las historias de
gente buena y causas dignas. Y que en las salas hay cabida para otros
espectadores además de los que van a ver los bodrios familiares de
Santiago Segura o los adictos a las sagas comiqueras o galácticas. Hay
muchísimos espectadores de 40 a 80 años que buscan un cine adulto, con
buenas historias y buenos personajes.
Y la tercera, y aunque esto a muchos ejecutivos de cadenas les
incomode, es que se puede hacer cine político y tener éxito en taquilla,
que en esta ocasión se ha comportado de manera parecida a la del éxito
de El maestro que prometió el mar y que ya comentamos en Diario
Red. La película de Patricia Font, que recaudó 1,7 millones de euros y
atrajo a casi 300.000 espectadores, también contaba con un claro
contenido político, estaba basada en un caso real y tenía un
protagonista de gran personalidad y abiertamente izquierdista.
Manolo se estableció en la zona chabolista de Torre Baró huyendo de
un pasado aterrador: su padre fue apresado por falangistas, lo
asesinaron y arrojaron su cadáver a una fosa común
Quizás este tipo de películas animen a futuros cineastas a hacer un
cine que huya de la fórmula facilona y apueste por algo tan
cinematográfico como la desobediencia, que es el tema principal de El 47.
Hay mucho cine en la ocupación masiva de viviendas vacías, en los
encarcelados injustamente (por criticar al emérito o boicotear un mitin
fascista, por ejemplo) o en la lucha contra los desahucios, como
demostró Juan Diego Botto con En los márgenes, una película que
fue machacada por la crítica pero que dentro de unas décadas recordará
lo que sucedía en este país en 2022 igual que un buen filme de José
Antonio Nieves Conde o Ladislao Vajda lo que sucedía en la feroz España
de los 50.
Pero centrémonos en El 47, dirigida por Marcel Barrena, responsable de películas como 100 metros o Mediterráneo
y que firma también el guion junto a Alberto Marini. El origen del
texto es curioso: encontró por casualidad la historia del conductor de
autobús Manolo Vital en un blog sobre transporte metropolitano. Natural
de Valencia de Alcántara, Cáceres, Manolo se estableció en la zona
chabolista de Torre Baró huyendo de un pasado aterrador: su padre fue
apresado por falangistas, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una
fosa común (mismo destino que el protagonista de El maestro que prometió el mar).
“Expulsado”, como repite Manolo en la película, de su Extremadura
natal, acabó en Torre Baró en busca de pan, trabajo, dignidad y futuro,
igual que miles de los llamados “charnegos”. O lo que es lo mismo:
catalanes de adopción a los que durante décadas se les consideró como
ciudadanos de segunda clase. En Euskadi se les llamaba, de forma igual
de despectiva y racista, maketos. Manolo fue solo uno de los cientos de
miles (en concreto 800.000, nada menos) que abandonaron Extremadura
durante dos décadas.
El 47 empieza con la creación de las ínfimas casas que no se
podían considerar chabolas, con Manolo y sus gentes construyendo
hogares con sus propias manos y siempre pendientes de un vacío legal: la
ley estipulaba que no se podía derruir una construcción que tuviera el
techo puesto. Por eso techaban rápidamente los chamizos, antes de que
llegasen los cuerpos represivos fascistas para demolerlos.
Con astucia y coraje, Manolo y sus amigos y vecinos levantaron el
barrio (incluida la luz y el agua), pero pasados los años llegó la gran
brecha generacional: la conciencia de clase dio paso la vergüenza de
clase. Los hijos se avergonzaban de sus padres, de sus casas, de su
pobreza. Esta brecha queda muy marcada en el guion de El 47 con
el personaje de Joana, la hija, que primero duda de la lucha de su
padre, pero finalmente lo admira y cierra la película de forma preciosa.
Nada menos que con Gallo Rojo, Gallo Negro, de Chicho Sánchez
Ferlosio: “El gallo rojo es valiente, pero el negro es traicionero. No
se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto”.
La acción que recrea la película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC
Manolo, eso sí, es la columna vertebral y razón de toda la película. Y
Eduard Fernández ha nacido para el personaje, un currante y
superviviente bueno y terco que no soporta la vergüenza que provoca la
pobreza y menos que las nuevas generaciones no valoren la lucha de la
suya. La caracterización de Fernández (con su pipa, su mostacho y su
camisa abierta) es otro peldaño en una carrera en la que brillan sus
grandes trabajos en Los lobos de Washington, Smoking Room, El método o El hombre de las mil caras.
Por desgracia, quizás esa rabia que tan bien administra siempre
Fernández (“Voy a reventar todo, la voy a liar”) no haya sido del todo
aprovechada en El 47. La película de Barrena, financiada por el
Institut Català de les Empreses Culturals, RTVE y Movistar Plus+,
cuenta con un discurso combativo solo a medias y omite verdades
ideológicas. Me explico: el secuestro del 47 no fue un arrebato de un
hombre harto de funcionarios. Vital contó con la connivencia de CCOO y
el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, comunistas). El PSUC
tenía más de mil afiliados en Nou Barris y gran presencia en cada una de
las asociaciones de vecinos. Además, Manuel tenía un hijo (en el filme
una hija) que, como él, militaba en el PSUC y CCOO.
Y como guinda, un joven y cándido Pasqual Maragall al que El 47
le dan más protagonismo del que tuvo. Además, la acción que recrea la
película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC y
el 47 no fue el único autobús secuestrado.
Como se preguntó Ricard Aje en su reseña en Mundo Obrero, “¿Por qué hay
que ocultar la organización política, sindical y popular en las que
militaba Vital y que jugó un papel trascendental en las luchas sociales y
contra el franquismo? (…) ¿Había que convertir una lucha social en un
producto comercial? ¿Acaso se puede entender la Catalunya actual, los
servicios e instalaciones públicas de los barrios obreros o las
condiciones de trabajo en las empresas sin el trabajo y el papel del
PSUC, CC.OO. y las asociaciones vecinales? Despreciar u ocultar el papel
de la militancia y del PSUC en la historia de Catalunya y dejarlo como
si fueran acciones espontáneas e individuales es injusto y le hace flaco
favor a la memoria histórica”.
Hay proyecciones de El 47 que han acabado con aplausos en la
sala, algo muy poco común. El tramo final, el del secuestro del 47 con
sus pasajeros dentro, muy eficaz, vale por toda la película. Y cuando
acaba, se apodera de ti una reflexión inevitable: si la película hubiese
sido más corta (dura casi dos horas), estaríamos ante una obra mucho
más escueta y contundente. También ante una obra mucho más honesta si
hubiesen dado el verdadero protagonismo que tuvo en PSUC.
Lo mejor: Eduard Fernández. Lo peor: la película acaba con un happy end, pero no es tan happy
lo que vino después. La línea 47 se prolongó y llegaron otras líneas a
la zona, pero hoy sigue siendo muy pobre y desatendida, con cortes de
luz y peligrosos desprendimientos cuando diluvia.
En la entrada anterior se publicó una reseña –traducción de la publicada en Counterfire–sobre el libro de Paul Preston ‘Perfidious Albion’ – Britain and the Spanish Civil War [Pérfida Albión: Gran Bretaña y la Guerra Civil Española],
que ha suscitado un pequeño intercambio de correos entre los
participantes de Debat polític i social, el grupo de discusión mediante
mensajería impulsado en su origen por Espai Marx. Reproducimos a
continuación, ligeramente editado, el correo en respuesta a esta reseña
del historiador José Luis Martín Ramos.
José Luis Martín Ramos
Universitat Autónoma de Barcelona
Parece mentira, pero es así: a estas
alturas todavía domina en determinada literatura, más política que
historiográfica, un relato de la Guerra civil acuñado en los años
cincuenta −los de la Guerra fría, el hecho no es casual− sobre todo a
partir de la obra de Bolloten, con toques posteriores de Broué. Para esa
literatura no ha existido el trabajo de una ya larga lista de
historiadores, fundamentalmente españoles, que ha mejorado muy mucho
nuestro conocimiento (últimamente los trabajos de Viñas, Alía Miranda,
Moradiellos, Bahamonde, Hernández Sánchez… o los míos sobre Cataluña y
el Frente Popular). Debe de ser una mezcla de pereza intelectual y
soberbia ideológica. El texto es algo largo, lo advierto.
Empecemos con la sublevación y su
derrota. Se inicia el 17 de julio en África y, de acuerdo con el plan de
Mola, va extendiéndose por las guarniciones de la Península. En África
se impone sin problemas −por eso es allí a donde vuela Franco−, pero no
en la Península, donde se enfrenta a una reacción convergente y a veces
combinada del movimiento obrero y de fuerzas del orden (guardia civil y
guardia de asalto). Allí donde solo intervienen los trabajadores la
oposición al golpe es masacrada (ejemplos: Granada, Cáceres, ciudades de
Galicia…), mientras que donde se unieron ambas fuerzas la sublevación
fue derrotada (Madrid, Barcelona, Bilbao…). En Valencia, la situación no
se aclaró hasta después del desenlace de los enfrentamientos en
Barcelona, cuando los mandos de la guarnición acataron al gobierno de la
República. El mito de la derrota de los militares por los obreros es
falso; eso está bien reflejado en las fotos de Centellas, con obreros,
policías y guardias civiles luchando codo a codo, o en el episodio del
desfile de la guardia civil por Vía Layetana rumbo a Plaza Urquinaona,
que es cuando se dio por derrotada la sublevación en Barcelona.
Civiles
y carabineros en el Carrer Ample de Barcelona.
Imagen de la exposición
‘Pérez de Rozas. Crónica gráfica de Barcelona’ del AFB.
La sublevación solo se impuso
parcialmente en la Península y, a excepción de Sevilla y Zaragoza, no lo
hizo en ninguna capital importante; triunfó en la España rural, así los
sublevados no pasarían hambre, pero no consiguieron el control de la
industria, con lo que a medio plazo su superioridad en equipo −el de la
Legión y los Regulares− estaba destinada a extinguirse. Durante algunos
días hubo una situación de incertidumbre, con el fracaso del intento de
asalto a Madrid por parte de Mola, hasta que el apoyo de Mussolini y
Hitler proporcionó a Franco la cobertura aérea y marítima y los medios
(aviones de transporte de tropas, barcos) para trasladar el ejército de
África al Sur de la Península, con lo que un golpe a punto de fracasar
se convirtió en guerra civil (algo previsto por Mola, lo de la guerra
civil). No se impuso, pero si desestabilizó de manera importante al
Estado republicano, que perdió el control parcial o total en algunos
territorios: total en Asturias, donde las instituciones republicanas se
desvanecieron, y en Vizcaya por el comportamiento «soberanista» del PNV;
parcial con un grado diverso de afectación en el resto del territorio
republicano. Esa pérdida de control produjo situaciones de conflicto
entre una parte del movimiento obrero (CNT y POUM) y las instituciones
republicanas.
¿Esa pérdida de control fue una
revolución o el inicio de una revolución? El relato tradicional
anarquista, trotskista o «poumista» afirma que así fue. Broué lo
identificó como una situación de doble poder, haciendo el parangón con
la Rusia de 1917. Hay que examinarlo en concreto: en Vizcaya, desde
luego, no hubo ninguna revolución; en Madrid tampoco, ni siquiera se
produjeron colectivizaciones importantes de las pocas industrias de la
capital; en el País Valenciano la situación de incertidumbre se alargó
un poco más, y donde la CNT impuso su proyecto de revolución fue
únicamente en la provincia de Castellón. ¿Qué pasó en Cataluña? En
Cataluña en la noche del 21 la CNT debatió en Barcelona, en asamblea
regional improvisada, qué había de hacerse. Durante los combates las
organizaciones obreras se adueñaron de las armas y municiones existentes
en el Cuartel del Bruc y en los cuarteles de Sant Andreu; Companys,
prudentemente, decidió no evitar esa incautación, lo que habría obligado
a un enfrentamiento a tiros entre los trabajadores armados y la guardia
de asalto y guardia civil, un enfrentamiento sobre el que no tenía
garantías de imponerse, y tampoco quería Companys enfrentarse con las
organizaciones obreras. Decidió negociar con ellas.
La CNT discutió y rechazó la propuesta
de Garcia Oliver de «ir a por todas», es decir, proclamar la revolución
social (García Oliver se quedó solo: no lo apoyó Durruti, ni Abad de
Santillán, y solo Escorza hizo un comentario críptico que fue en apoyo
de García Oliver). La CNT descartó desencadenar la revolución social y
acordó pactar con la Generalitat, con Companys, no una dualidad de poder
sino una división de funciones en el marco de una nueva correlación en
el ejercicio del poder: un Comité Central de Milicias Antifascistas
(CCMA), integrado por CNT, FAI, UGT, PSUC (se constituyó el 22-23),
POUM, ERC y AC (solo quedó fuera Unió Democrática), asumiría la
formación de las columnas de milicias −en las que se integrarían
oficiales leales− para dirigirse a tomar Zaragoza y organizar patrullas
de vigilancia en Barcelona y resto de ciudades y pueblos; es decir,
asumiría la función militar y el Gobierno de la Generalitat mantendría
la función de la administración civil, con un detalle importante, la
Banca controlada por la UGT quedaría al servicio del Gobierno de la
Generalitat y no del CCMA.
Primera reunión del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña el 21 de julio de 1936 (foto: Estel Negre)
Con el control de la calle se produjo
también la ocupación de las grandes fábricas y almacenes de venta y de
algunos talleres medianos, y la formación de comités de control obrero
en el sector industrial y comercial: fue el proceso de
«colectivización», que en realidad fue un proceso de incautación por
parte de los sindicatos. Esa dualidad de funciones estuvo afectada por
los conflictos de poder derivados de la nueva correlación política y
sindical, dada la concentración en las dos grandes centrales de toda la
representación sindical, a excepción del campo, donde la Unió de Rabassaires siguió siendo mayoritaria.
El verano de 1936 resultó muy agitado en
la retaguardia y muy negativo en el frente. Las milicias que
sustituyeron necesariamente a un ejército descompuesto por la
sublevación no fueron capaces de romper el frente de Aragón ni marchar
sobre Zaragoza; se produjo entonces una situación que resultó
absolutamente contraproducente para el desarrollo de la guerra: el
frente se fragmentó en áreas dominadas por milicias partidistas, sin
mando unificado, renunciando de hecho a atacar y centrándose en mantener
la línea alejada de Cataluña. El CCMA nunca se impuso como autoridad
central real, su autoridad no fue más allá del Barcelonés y territorios
cercanos, gestionando los salarios de las empresas colectivizadas, la
compra de armas y municiones para las milicias… La confirmación de que
sería una guerra larga llevó a poner fin a la dualidad de funciones y a
la formación en septiembre de un gobierno de unidad en Cataluña con un
programa básico pactado entre CNT-FAI y UGT-PSUC , que incluía los modos
y límites de la colectivización, la reorganización de la seguridad
interior, la formación de un ejército que sustituiría a las milicias de
partido, el reconocimiento de una sola administración y un solo
gobierno, con gobiernos locales compartidos por las fuerzas del gobierno
de unidad.
Poco antes se había constituido también
un gobierno de unidad de la República, presidido por Largo Caballero,
con un programa semejante; gobierno que se trasladó a Valencia ante el
peligro de la caída de Madrid en poder de Franco. En noviembre la CNT se
incorporó al gobierno de Largo Caballero para gran escándalo de los
anarquistas “puros”, cono Emma Golden. Las milicias no paraban de
retroceder ante la Legión y los Regulares, y desde Talavera de la Reina
hubo un retroceso en desbandada.
Con el control de la calle se produjo
también la ocupación de las grandes fábricas y almacenes de venta y de
algunos talleres medianos, y la formación de comités de control obrero
en el sector industrial y comercial: fue el proceso de
«colectivización», que en realidad fue un proceso de incautación por
parte de los sindicatos. Esa dualidad de funciones estuvo afectada por
los conflictos de poder derivados de la nueva correlación política y
sindical, dada la concentración en las dos grandes centrales de toda la
representación sindical, a excepción del campo, donde la Unió de Rabassaires siguió siendo mayoritaria.
El verano de 1936 resultó muy agitado en
la retaguardia y muy negativo en el frente. Las milicias que
sustituyeron necesariamente a un ejército descompuesto por la
sublevación no fueron capaces de romper el frente de Aragón ni marchar
sobre Zaragoza; se produjo entonces una situación que resultó
absolutamente contraproducente para el desarrollo de la guerra: el
frente se fragmentó en áreas dominadas por milicias partidistas, sin
mando unificado, renunciando de hecho a atacar y centrándose en mantener
la línea alejada de Cataluña. El CCMA nunca se impuso como autoridad
central real, su autoridad no fue más allá del Barcelonés y territorios
cercanos, gestionando los salarios de las empresas colectivizadas, la
compra de armas y municiones para las milicias… La confirmación de que
sería una guerra larga llevó a poner fin a la dualidad de funciones y a
la formación en septiembre de un gobierno de unidad en Cataluña con un
programa básico pactado entre CNT-FAI y UGT-PSUC , que incluía los modos
y límites de la colectivización, la reorganización de la seguridad
interior, la formación de un ejército que sustituiría a las milicias de
partido, el reconocimiento de una sola administración y un solo
gobierno, con gobiernos locales compartidos por las fuerzas del gobierno
de unidad.
Poco antes se había constituido también
un gobierno de unidad de la República, presidido por Largo Caballero,
con un programa semejante; gobierno que se trasladó a Valencia ante el
peligro de la caída de Madrid en poder de Franco. En noviembre la CNT se
incorporó al gobierno de Largo Caballero para gran escándalo de los
anarquistas “puros”, cono Emma Golden. Las milicias no paraban de
retroceder ante la Legión y los Regulares, y desde Talavera de la Reina
hubo un retroceso en desbandada.
Con el control de la calle se produjo
también la ocupación de las grandes fábricas y almacenes de venta y de
algunos talleres medianos, y la formación de comités de control obrero
en el sector industrial y comercial: fue el proceso de
«colectivización», que en realidad fue un proceso de incautación por
parte de los sindicatos. Esa dualidad de funciones estuvo afectada por
los conflictos de poder derivados de la nueva correlación política y
sindical, dada la concentración en las dos grandes centrales de toda la
representación sindical, a excepción del campo, donde la Unió de Rabassaires siguió siendo mayoritaria.
El verano de 1936 resultó muy agitado en
la retaguardia y muy negativo en el frente. Las milicias que
sustituyeron necesariamente a un ejército descompuesto por la
sublevación no fueron capaces de romper el frente de Aragón ni marchar
sobre Zaragoza; se produjo entonces una situación que resultó
absolutamente contraproducente para el desarrollo de la guerra: el
frente se fragmentó en áreas dominadas por milicias partidistas, sin
mando unificado, renunciando de hecho a atacar y centrándose en mantener
la línea alejada de Cataluña. El CCMA nunca se impuso como autoridad
central real, su autoridad no fue más allá del Barcelonés y territorios
cercanos, gestionando los salarios de las empresas colectivizadas, la
compra de armas y municiones para las milicias… La confirmación de que
sería una guerra larga llevó a poner fin a la dualidad de funciones y a
la formación en septiembre de un gobierno de unidad en Cataluña con un
programa básico pactado entre CNT-FAI y UGT-PSUC , que incluía los modos
y límites de la colectivización, la reorganización de la seguridad
interior, la formación de un ejército que sustituiría a las milicias de
partido, el reconocimiento de una sola administración y un solo
gobierno, con gobiernos locales compartidos por las fuerzas del gobierno
de unidad.
Poco antes se había constituido también
un gobierno de unidad de la República, presidido por Largo Caballero,
con un programa semejante; gobierno que se trasladó a Valencia ante el
peligro de la caída de Madrid en poder de Franco. En noviembre la CNT se
incorporó al gobierno de Largo Caballero para gran escándalo de los
anarquistas “puros”, cono Emma Golden. Las milicias no paraban de
retroceder ante la Legión y los Regulares, y desde Talavera de la Reina
hubo un retroceso en desbandada.
Jaume
Aiguadé (ERC), y los anarquistas Federica Montseny y Juan García
Oliver,
ministros del gobierno de Largo Caballero, en octubre de 1936
En octubre podría haber caído Madrid y
con ello se habría precipitado la derrota de la República. No se produjo
gracias a la formación de los gobiernos de unidad y el paso de las
milicias de partido o sindicato al Ejército Popular de la República. Y
gracias también a que por fin la República consiguió ayuda militar
exterior, la de la URSS. No es cierto que Stalin dudara en apoyar a la
República, lo hizo política y económicamente, con exportaciones de grano
y subsistencias; tardó más en hacerlo con tanques, aviones y armas
pesadas de combate, a la espera de que Alemania e Italia cesaran la
intervención y la Francia del Frente Popular vendiera a la República las
armas que esta le pedía. El problema de la URSS era que se cumpliera el
sueño húmedo de la derecha británica −no solo de los escasos fascistas
de Mosley, sino de la mayoría del Partido Conservador−, el
apaciguamiento de Hitler en Europa Occidental mediante el ataque de
Alemania a la URSS. Finalmente, ante el peligro inminente de caída de la
República y la confirmación de la inacción francesa, Stalin envió los
tanques y los aviones que equilibraron la batalla de Madrid y la
cronificaron hasta el fin de la guerra. Por cierto, todas las ayudas,
tanto las de Alemania e Italia como la soviética fueron remuneradas; la
República nunca lo quiso de otra manera y Hitler y Mussolini tampoco lo
quisieron. Así, las reservas de oro del Banco de España se destinaron a
pagar los suministros y procurando mantenerlas a salvo de una caída de
Madrid o de Valencia. Y no solo se transfirieron reservas de oro a
Moscú, también se envió una cantidad importante al Sur de Francia, que,
como se temía, al final de la guerra fue a parar a manos de Franco.
Resumiendo lo dicho: no hubo revolución,
sí descontrol, periodo de incertidumbre y confusión y finalmente, a
partir del otoño, implementación de un programa frentepopulista
radicalizado con toques de economía de guerra y organización de guerra
para una contienda larga.
Vuelvo a Cataluña, para llegar a los
hechos de mayo. El programa pactado en octubre solo se cumplió
parcialmente. La CNT y el POUM bloquearon la militarización de las
milicias y la CNT en particular impidió la llamada a quintas. Un hecho
complejo que ahora no puedo explicar sin caer en esquematismos; en
esencia la CNT consideraba que para desarrollar una guerra defensiva
bastaba con las milicias y, por otra parte, la gente se resistía a ser
llamada al frente, ya fuera mediante leva o mediante nuevas campañas de
captación de voluntarios, que fueron un fracaso después del verano,
cuando se desvaneció la ilusión de una rápida victoria sobre el
fascismo. El retorno de héroes del frente se convirtió en retorno de
muertos; la fiesta de la redistribución de julio y agosto en la escasez
de subsistencias.
Otoño
de 1936: vendimia en la colectividad de Mas de las Matas (Teruel)
(foto
del libro ‘Masinos en la encrucijada social. Mas de las Matas,
1900-1950’,
de Fermín Escribano Espligares y Miguel Íñiguez)
La reorganización de la seguridad
interior no se produjo por la oposición de las patrullas de control de
la CNT, el POUM y buena parte de los patrulleros de ERC y ACR. Se
deterioró la situación en el campo por el conflicto provocado por las
colectivizaciones forzosas, rechazadas por rabasaires, arrendatarios y
pequeños campesinos. Conflictos duros en las comarcas del Ebro que
culminaron en los incidentes de La Fatarella a finales de enero de 1937 y
otros menos conocidos en Centelles, cerca de Vic, en marzo.
Se enconó la pugna entre una CNT que
seguía siendo ligeramente mayoritaria, pero de ninguna manera
hegemónica, y la UGT que tendía a equilibrar efectivos con CNT, pero
siempre por debajo de ella, sobre todo en el sector de la producción y
distribución de subsistencias.
La prolongación de la guerra avivó los
debates en el seno de unos gobiernos de unidad cada vez más divididos.
En Cataluña eso desembocó en diciembre en una remodelación del gobierno
que supuso la exclusión del POUM, chivo expiatorio por los
incumplimientos de los acuerdos de octubre y por su constante, y
pública, oposición a los mismos.
A comienzos de la primavera de 1937, con
la resaca de los enfrentamientos campesinos y sindicales y la crisis
del gobierno de Valencia por las discusiones sobre la política militar y
el hundimiento del frente asturiano, la tensión política en Cataluña se
disparó, polarizada entre CNT-FAI y UGT y PSUC. En el campo anarquista
se formó una fronda de protesta, integrada por quienes rechazaban
participar en los gobiernos de la Generalitat y de la República, los
sindicatos de la administración y el transporte y las patrullas de
control que se negaban a disolverse en un nuevo Cuerpo Único de
Seguridad Interior; también intervenían los comités de barrio
anarquistas, formados a partir de julio de 1936, que competían con los
principales sindicatos de la CNT (textil, metal, construcción) por el
control de las armas y la supremacía en la organización. Agustí
Guillamón sostiene que el líder intelectual de esta red de barrios era
Escorza.
Cuando los que discuten van armados es
posible que la discusión acabe a tiros. En los últimos días se precipitó
la situación. Primero fue el asesinato de Roldán Cortada, cuadro
dirigente del PSUC, por u control anarquista de carreteras, el 25 de
abril; dos días más tarde, el asalto de fuerzas de orden público a
Puigcerdá para recuperar el puesto fronterizo de manos de un comité
anarquista encabezado por Antonio Martín, muerto en el tiroteo. Y la
espiral de acción/reacción no se detuvo; las fuerzas de orden de la
Generalitat hicieron una redada en L’Hospitalet en busca de los asesinos
de Cortada, con resistencias y tiroteos esporádicos.
Barricadas en la Plaça de la República [Sant Jaume], en Barcelona, 3-7 de mayo de 1937
(foto: Fons Brangulí / ANC1-42-N-34822)
En esa situación se produjo el incidente
de la interferencia de la conversación telefónica entre Azaña y
Companys por el comité anarquista que controlaba el edificio central de
Telefónica en Barcelona. Era grave y ponía de manifiesto el riesgo de
ese control en la situación de guerra. Tarradellas, «primer Conseller»,
es decir, jefe del gobierno de unidad, decidió lavarse las manos, para
no crear un enfrentamiento con los anarquistas y dejó en manos del
Conseller de Interior, Artemi Aiguader, de ERC, el manejo del asunto.
Aiguader envió al Director General de Seguridad, Rodríguez Salas, del
PSUC, al frente de una patrulla de guardias de asalto para tomar el
control de la Central Telefónica en nombre del Govern de la Generalitat;
los anarquistas se opusieron y entonces se desencadeno una rebelión
general de grupos anarquistas, que no exactamente de la CNT-FAI. No hubo
«provocación estalinista», sí hubo una situación de tensión ante la que
Tarradellas se puso de lado, división interna en la CNT-FAI, y en el
desencadenante final imprudencia del comité anarquista de Telefónica
–como poco– en la interceptación de la conversación Azaña-Companys. Y
finalmente hubo rebelión anarquista, es decir, de determinados grupos y
segmentos anarquistas.
Ante eso el POUM se echó al monte no
solo sumándose a la rebelión, sino pretendiendo «orientarla
políticamente» proponiendo al Comité Regional de la CNT tomar el poder
en Cataluña; lo que el CR de la CNT rechazó, aunque quiso aprovechar la
situación para presionar por un cambio en el Govern con aumento de la
presencia anarquista o un gobierno sindical exclusivo.
La rebelión desbordó a la Generalitat.
Companys pidió ayuda de fuerza de orden al Gobierno de la República.
Largo Caballero vaciló, por motivos semejantes a los de Tarradellas –no
enfrentarse a los anarquistas– y decidió probar una mediación enviando a
Barcelona a sus ministros anarquistas: García Oliver y Federica
Montseny; fue en balde, los grupos en rebelión no les hicieron caso. Se
perdieron tiempo y vidas y finalmente se tuvo que enviar a fuerzas de
orden público del Gobierno de la República, con lo que acabó la
rebelión.
El episodio tuvo muchas consecuencias
(muertos y heridos aparte). La intervención del gobierno de la República
significó que el control del orden público en Cataluña pasaba
temporalmente a dicho gobierno, de acuerdo con el estatuto. Y, con ello,
la intervención del fiscal de la República que abrió diversos
expedientes individuales y uno colectivo contra el POUM; no lo hizo
contra CNT-FAI porque estas como tales no impulsaron la rebelión… y
porque eso habría significado una grave crisis política general en la
República. Pagó los platos rotos la dirección del POUM, porque ella sí
se comprometió públicamente con la rebelión y llamó desde ella a un
cambio de poder en Cataluña por la fuerza.
La vacilación de Largo Caballero se sumó
a las disensiones que se venían arrastrando en el Gobierno de la
República y en el PSOE-UGT y Azaña, que padeció los hechos de mayo en su
residencia del Parque de la Ciudadela en Barcelona, le retiró la
confianza a Largo Caballero (léase la Constitución de la República). De
las negociaciones salió el encargo de formar nuevo gobierno a Negrín,
del ala centrista del PSOE (no de la derecha, que era la de Besteiro) y
este quiso formar nuevo gobierno con las mismas formaciones, incluso con
Largo Caballero en él. Largo lo rechazó –o jefe de gobierno o nada– y
ante ello la UGT, dividida, se abstuvo y la CNT hizo lo mismo. El nuevo
gobierno no significó ningún giro derechista y en 1938 los sindicatos
volvieron a ingresar en él. En Cataluña también se formó un nuevo
gobierno, pero la CNT-FAI, asimismo dividida, no quiso participar y
cuando en la segunda mitad de 1938 quiso reintegrarse la oposición del
PSUC y de Companys lo impidió. Tampoco hubo giro derechista en Cataluña;
es más, el PSUC rechazó la propuesta de ERC de dar marcha atrás en las
colectivizaciones e impulsó una nueva ley agraria y una ley de
municipalización de la vivienda, cuya ejecución torpedeó Tarradellas.
Vicente
Uribe, Juan Negrín, Indalecio Prieto, Jesús Hernández y el general
Vicente Rojo en el acto de despedida, en Barcelona, de las Brigadas
Internacionales (1938)(foto: Emilio Rosenstein/CDMH)
La guerra siguió y la economía y la
política de guerra se endureció. Entre mayo de 1937 y marzo de 1939 pasó
mucho tiempo y pasaron muchas cosas; pero el publicismo al que responde
la interpretación de ese artículo obvia ese tiempo, porque siente que
el protagonismo ya no corresponde al POUM, a la disidencia anarquista y a
la revolución que se han inventado.
Algunas apostillas concretas, por orden de exposición en el texto:
el envío de armas soviéticas –no rusas– «nunca llegaron a la escala
de lo que Hitler y Mussolini proporcionaron a Franco»; lo sugieren como
demérito de la URSS pasando por encima la potencia militar e industrial
de unos y otros. En ese tiempo la URSS no podía competir con Alemania y
con Italia por separado, y menos si se sumaban. Por otra parte los
envíos soviéticos tuvieron que enfrentarse al bloqueo del Mediterráneo
por franceses, británicos e italianos, que los dificultaban; se tuvo que
inventar una nueva ruta desde el Báltico hasta la costa atlántica
francesa, con aviones y armas pesadas por piezas, que entraban en España
a través de Portbou, por tren, cuando el gobierno francés hacía la
vista gorda. Finalmente en 1938 la URSS tuvo que hacer frente a una
pequeña guerra en la frontera chino-siberiana, que Stalin temió que
pudiera ser el inicio de una intervención extranjera; toda la
disposición de armamento se dejó inmovilizada; cuando se conjuró el
peligro se reanudaron los envíos, por la ruta del Báltico porque la del
Mediterráneo estaba cerrada; ya no llegaron a tiempo, la traición de
Casado, Miaja, Besteiro y Cipriano Mera, es decir, de una parte del
mando profesional del ejército republicano, el ala derecha del PSOE y la
CNT de la región Centro, impidió mantener la resistencia en espera de
la llegada de los nuevos envíos.
afirma que Helen Graham dice: «la política de Negrín era consolidar
una economía liberal de mercado y un sistema de gobierno parlamentario»;
es por cierto la única referencia historiográfica que se considera,
después de que se haya publicado una biografía de Negrín (Moradiellos),
la trilogía de Viñas, etc. etc. Pues bien, eso que dice HG es entre
inexacto o falso –según la dureza de la crítica que se le quiera hacer–;
el objetivo de Negrín era defender la República democrática,
constituida en 1931, que era el denominador común de republicanos y
antifascistas; era una República parlamentaria, que no se planteaba el
cambio de sistema económico, pero admitía formas de regulación del
mercado en función del interés social; en defensa de ese denominador
común y contra el aventurerismo de quienes pretendían romper el eje
republicano-antifascista por cualquiera de sus partes, Negrín consideró
que las transformaciones sociales que habrían de producirse solo se
podían impulsar tras la victoria, no obstante aceptó la permanencia de
las leyes de colectivización o las leyes agrarias decretadas en Cataluña
y discutirlas, en cualquier caso, también después del fin de la guerra.
en la batalla de Teruel (febrero de 1938) no se separó Cataluña del
resto de la España republicana; eso no ocurrió, por tierra, hasta la
toma de Vinarós, en abril; el autor no tiene siquiera la más mínima
noción de geografía española. La batalla del Ebro tenía una razón y un
objetivo político que era razonable: presionar a Francia y también a
Gran Bretaña –en este caso hasta donde fuera posible– para que pasaran a
dar apoyo activo a la República ante la eclosión de la crisis de los
Sudetes y la ofensiva expansionista de Hitler. No se alcanzó el objetivo
por culpa de la traición de Chamberlain-Daladier. Desde luego, el
esfuerzo que se tuvo que hacer fue grande y no se pudieron compensar las
pérdidas con el giro político perseguido; pero enfocar la cuestión
desde la queja nacionalista –del nacionalismo catalán en este caso– de
dejar a Cataluña desprovista de medios militares para impedir su
conquista es una manera muy sui generis de analizar la Guerra civil.
el rechazo de las ofertas marroquíes es otro de los tópicos. Para
empezar, el autor lo sitúa en el contexto de su crítica a Negrín, pero
nada tiene que ver con Negrín, fue una cuestión suscitada en 1936 en los
primeros meses de la guerra. Y una cuestión exagerada, porque todo
sirve al parecer para criticar a Negrín y los malvados comunistas; la
fiabilidad de los «nacionalistas» marroquíes era reducida y en efecto la
oferta se producía en un momento en que todavía se esperaba un
posicionamiento positivo por parte de Francia. Por otra parte el tópico
da por hecho que tal rebelión se habría producido con éxito y no habría
sido aplastada por el ejército francés y el ejército de Franco, que
hubieran compartido un objetivo común.
lo de la guerra de guerrillas es una tontería absoluta. Pretender
que en la Guerra civil se podía sustituir el enfrentamiento convencional
por la guerra de guerrillas es de una ignorancia supina. Decir que no
hubo ningún decreto sobre la tierra a los jornaleros de la España del
Sur supuestamente para conseguir que se levantaran contra el ejército
sublevado, un despropósito absoluto. Por otra parte, la República sí
había legislado sobre la tierra y en la guerra civil se aplicó esa
legislación con intensidad (reforma agraria); también se legisló en
Cataluña, a favor de rabassaires, arrendatarios y pequeños campesinos.
que el juicio contra el POUM fue una reedición española de los
Juicios de Moscú es mentira y una infamia absoluta, por mucho que lo
hayan dicho y escrito Gorkin y otros. El juicio de la dirección del POUM
fue un juicio con garantías y ahí están las sentencias para
refrendarlo; los documentos falsos sobre el colaboracionismo del POUM
con el fascismo no fueron tomados en cuenta por el tribunal. Mejor se
haría reconociendo que en mayo de 1937 el POUM, como partido, violó la
legalidad republicana mediante una acción armada en tiempos de guerra.
La reacción republicana no estuvo carente de sentido, ni fue arbitraria.
Y finalmente el propio gobierno republicano de Negrín puso en libertad a
los condenados –todos ellos con penas de cárcel– en el momento de la
retirada de Cataluña. Lo de Nin fue otra cosa, y ciertamente fue una
intervención extemporánea y criminal de la NKVD, o más precisamente de
Orlov. Es mentira que Negrín no hiciese nada, por el contrario intentó
averiguar lo que pasaba junto con Zugazagoitia, pero no lo consiguió; la
reacción de Negrín fue reorganizar los servicios de información
republicanos e impulsar el SIM, dirigido por socialistas, y alejar a los
agentes soviéticos del sistema de información republicano.
PD.: Obviamente no había colusión del
POUM con el fascismo y los hechos de mayo no fueron un levantamiento
fascista, como la propaganda comunista de la época sostuvo. Pero sí
había en Cataluña una «quinta columna» y alguien pudo tener intención de
pescar en río revuelto. Franco dijo que había tenido agentes en los
sucesos; no necesariamente fue una provocación o una baladronada, entre
los heridos en Barcelona La Vanguardia cita a un tal Trillo-Figueroa,
tío de Federico Trillo-Figueroa, miembro activo del régimen como toda su
familia en la postguerra. Cuando lo intenté no pude acceder a archivos
del Servicio de Información franquista, y ya no le seguí la pista, pero
lo cito siempre que puedo, a ver si alguien se anima.
Final. Eso de que el desenlace de los
hechos de mayo fue una de las razones por las que Barcelona cayó sin
lucha es otra infamia, pero también es una cierta confesión de parte,
puede ser que inconsciente. Entre mayo del 37 y enero del 39 pasaron
muchas otras cosas que explican el desenlace de la decisión de abandonar
Barcelona sin lucha, sin pretender repetir en la capital catalana el
«No pasarán». Explicarlo sería explicar todos esos meses de guerra: el
cansancio de la guerra, el hambre, la constatación de la superioridad
franquista en equipo, las maniobras de una parte de los republicanos
(empezando por Azaña) y sobre todo de los nacionalistas catalanes (ERC,
Tarradellas) para poner fin a la resistencia y pretender una paz
«negociada» con Franco –eso sí que causó desafección y desmoralización
de combate en buena parte de la población barcelonesa– y, finalmente, el
desgaste sufrido en el combate de la batalla del Ebro, que obligaba a
retirarse para reagrupar fuerzas y no a plantarse para entablar una
nueva batalla que podría ser la derrota definitiva. La confesión de
parte: sí hubo una parte de la militancia anarquista que empezó a
considerar que aquella guerra no iba con ellos; fue una consideración
miope, como la de Besteiro, como la de Cipriano Mera; para otros también
hubo algo de oportunismo, de caer en la trampa de la solidaridad
rojinegra frente al comunismo como los que pasaron a aceptar e incluso a
colaborar con el régimen franquista tras la derrota de la República.
Referencias:
Martín Ramos, J. L. (2015), El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España. Pasado & Presente, Barcelona.
— (2018), Guerra y revolución en Cataluña. Crítica, Barcelona