En février 1957, le Mouvement pour un Bauhaus imaginiste, l'Internationale lettriste et le Comité Psychogeographique de Londres (c'est-à-dire les futurs situationnistes, l'Internationale situationniste se constituant formellement quelques mois après, en juillet), devaient présenter la "Première exposition de psychogéographie" à la galerie Taptoe de Bruxelles. Guy Debord n'y participera pas finalement, contrairement à Asger Jorn, car il voulait que cette exposition soit une exposition-manifeste, un lieu laboratoire et un véritable instrument de propagande, et notamment en s'appuyant sur un catalogue où aurait été publié le texte "Projet pour un labyrinthe éducatif" (Œuvres, p. 284-285).
Entre autres "œuvres", cinq plans psychogéographiques seront présentés, dont celui de "The Naked
City (illustration de l'hypothèse des plaques tournantes en
psychogéographique)" qui sera tout de suite imprimé à Copenhague et donc amener à circuler dans le milieu artistique. De là l'hypothèse, sans aucune confirmation pour l'instant, que Joan Vilacasas s'en soit inspiré pour ses peintures ressemblant elles aussi à des vues aériennes de ville.
Vilacasas vécu et travailla à Paris à partir de 1949, faisant des peintures abstraites, informelles, à partir de 1953. Mais ce ne fut qu'en 1957 qu'il commença à dessiner des plans nommés Planimétries, faits de lignes et configurations spatiales. En 1960, il retourna a Barcelone et devint dès lors l'une des figures de l'abstraction catalane.
El filme, que recrea la desobediencia civil liderada por un
conductor de autobús y es la única película en catalán que ha alcanzado
el número uno de taquilla en más de quince años, esconde la importancia
del PSUC en la lucha vecinal
Acostumbrados a las
comedias de cuarta y a las agotadoras franquicias de superhéroes, no
dejan de sorprender los milagros, porque lo que ha sucedido con El 47
es un pequeño milagro: una película que habla de una lucha vecinal, y
obrera, para lograr una línea de autobús que pare en su barrio ha sido
un éxito que ningún de sus artífices esperaba.
La película, dirigida por Marcel Barrena, se ha mantenido entre las más
vistas durante semanas y es el único filme en catalán que ha alcanzado
el número uno de taquilla en más de quince años el segundo mejor
estreno de una película en catalán en la última década.
Este éxito de El 47, que no se ha doblado al castellano, ha
demostrado tres cosas. La primera es que el cine en catalán gusta a
espectadores catalanes y de cualquier lugar. Otra película del cine
catalán, Casa en llamas, también ha entrado con éxito en el top 10 de taquilla y va camino de superar el éxito de Pa negre y convertirse en la película en versión original catalana más taquillera de los últimos 25 años.
La segunda es que sigue habiendo espectadores para las historias de
gente buena y causas dignas. Y que en las salas hay cabida para otros
espectadores además de los que van a ver los bodrios familiares de
Santiago Segura o los adictos a las sagas comiqueras o galácticas. Hay
muchísimos espectadores de 40 a 80 años que buscan un cine adulto, con
buenas historias y buenos personajes.
Y la tercera, y aunque esto a muchos ejecutivos de cadenas les
incomode, es que se puede hacer cine político y tener éxito en taquilla,
que en esta ocasión se ha comportado de manera parecida a la del éxito
de El maestro que prometió el mar y que ya comentamos en Diario
Red. La película de Patricia Font, que recaudó 1,7 millones de euros y
atrajo a casi 300.000 espectadores, también contaba con un claro
contenido político, estaba basada en un caso real y tenía un
protagonista de gran personalidad y abiertamente izquierdista.
Manolo se estableció en la zona chabolista de Torre Baró huyendo de
un pasado aterrador: su padre fue apresado por falangistas, lo
asesinaron y arrojaron su cadáver a una fosa común
Quizás este tipo de películas animen a futuros cineastas a hacer un
cine que huya de la fórmula facilona y apueste por algo tan
cinematográfico como la desobediencia, que es el tema principal de El 47.
Hay mucho cine en la ocupación masiva de viviendas vacías, en los
encarcelados injustamente (por criticar al emérito o boicotear un mitin
fascista, por ejemplo) o en la lucha contra los desahucios, como
demostró Juan Diego Botto con En los márgenes, una película que
fue machacada por la crítica pero que dentro de unas décadas recordará
lo que sucedía en este país en 2022 igual que un buen filme de José
Antonio Nieves Conde o Ladislao Vajda lo que sucedía en la feroz España
de los 50.
Pero centrémonos en El 47, dirigida por Marcel Barrena, responsable de películas como 100 metros o Mediterráneo
y que firma también el guion junto a Alberto Marini. El origen del
texto es curioso: encontró por casualidad la historia del conductor de
autobús Manolo Vital en un blog sobre transporte metropolitano. Natural
de Valencia de Alcántara, Cáceres, Manolo se estableció en la zona
chabolista de Torre Baró huyendo de un pasado aterrador: su padre fue
apresado por falangistas, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una
fosa común (mismo destino que el protagonista de El maestro que prometió el mar).
“Expulsado”, como repite Manolo en la película, de su Extremadura
natal, acabó en Torre Baró en busca de pan, trabajo, dignidad y futuro,
igual que miles de los llamados “charnegos”. O lo que es lo mismo:
catalanes de adopción a los que durante décadas se les consideró como
ciudadanos de segunda clase. En Euskadi se les llamaba, de forma igual
de despectiva y racista, maketos. Manolo fue solo uno de los cientos de
miles (en concreto 800.000, nada menos) que abandonaron Extremadura
durante dos décadas.
El 47 empieza con la creación de las ínfimas casas que no se
podían considerar chabolas, con Manolo y sus gentes construyendo
hogares con sus propias manos y siempre pendientes de un vacío legal: la
ley estipulaba que no se podía derruir una construcción que tuviera el
techo puesto. Por eso techaban rápidamente los chamizos, antes de que
llegasen los cuerpos represivos fascistas para demolerlos.
Con astucia y coraje, Manolo y sus amigos y vecinos levantaron el
barrio (incluida la luz y el agua), pero pasados los años llegó la gran
brecha generacional: la conciencia de clase dio paso la vergüenza de
clase. Los hijos se avergonzaban de sus padres, de sus casas, de su
pobreza. Esta brecha queda muy marcada en el guion de El 47 con
el personaje de Joana, la hija, que primero duda de la lucha de su
padre, pero finalmente lo admira y cierra la película de forma preciosa.
Nada menos que con Gallo Rojo, Gallo Negro, de Chicho Sánchez
Ferlosio: “El gallo rojo es valiente, pero el negro es traicionero. No
se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto”.
La acción que recrea la película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC
Manolo, eso sí, es la columna vertebral y razón de toda la película. Y
Eduard Fernández ha nacido para el personaje, un currante y
superviviente bueno y terco que no soporta la vergüenza que provoca la
pobreza y menos que las nuevas generaciones no valoren la lucha de la
suya. La caracterización de Fernández (con su pipa, su mostacho y su
camisa abierta) es otro peldaño en una carrera en la que brillan sus
grandes trabajos en Los lobos de Washington, Smoking Room, El método o El hombre de las mil caras.
Por desgracia, quizás esa rabia que tan bien administra siempre
Fernández (“Voy a reventar todo, la voy a liar”) no haya sido del todo
aprovechada en El 47. La película de Barrena, financiada por el
Institut Català de les Empreses Culturals, RTVE y Movistar Plus+,
cuenta con un discurso combativo solo a medias y omite verdades
ideológicas. Me explico: el secuestro del 47 no fue un arrebato de un
hombre harto de funcionarios. Vital contó con la connivencia de CCOO y
el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, comunistas). El PSUC
tenía más de mil afiliados en Nou Barris y gran presencia en cada una de
las asociaciones de vecinos. Además, Manuel tenía un hijo (en el filme
una hija) que, como él, militaba en el PSUC y CCOO.
Y como guinda, un joven y cándido Pasqual Maragall al que El 47
le dan más protagonismo del que tuvo. Además, la acción que recrea la
película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC y
el 47 no fue el único autobús secuestrado.
Como se preguntó Ricard Aje en su reseña en Mundo Obrero, “¿Por qué hay
que ocultar la organización política, sindical y popular en las que
militaba Vital y que jugó un papel trascendental en las luchas sociales y
contra el franquismo? (…) ¿Había que convertir una lucha social en un
producto comercial? ¿Acaso se puede entender la Catalunya actual, los
servicios e instalaciones públicas de los barrios obreros o las
condiciones de trabajo en las empresas sin el trabajo y el papel del
PSUC, CC.OO. y las asociaciones vecinales? Despreciar u ocultar el papel
de la militancia y del PSUC en la historia de Catalunya y dejarlo como
si fueran acciones espontáneas e individuales es injusto y le hace flaco
favor a la memoria histórica”.
Hay proyecciones de El 47 que han acabado con aplausos en la
sala, algo muy poco común. El tramo final, el del secuestro del 47 con
sus pasajeros dentro, muy eficaz, vale por toda la película. Y cuando
acaba, se apodera de ti una reflexión inevitable: si la película hubiese
sido más corta (dura casi dos horas), estaríamos ante una obra mucho
más escueta y contundente. También ante una obra mucho más honesta si
hubiesen dado el verdadero protagonismo que tuvo en PSUC.
Lo mejor: Eduard Fernández. Lo peor: la película acaba con un happy end, pero no es tan happy
lo que vino después. La línea 47 se prolongó y llegaron otras líneas a
la zona, pero hoy sigue siendo muy pobre y desatendida, con cortes de
luz y peligrosos desprendimientos cuando diluvia.