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mardi 7 octobre 2025
mardi 18 mars 2025
"Amazon, Google y Microsoft proporcionan infraestructura tecnológica crítica al ejército israelí"
Quand on se ballade sur internet, c'est comme si on avait un bonnet fluo dans un magasin. Quand on est palestinien, le magasin c'est un terrain de chasse où l'on est la proie.
Hablamos con la activista del colectivo que investiga y denuncia los intereses y la vinculación de este consorcio público con Israel.

Barcelona-
La Fira en la mira es un colectivo de investigación que nació en 2024 e indaga los vínculos de este consorcio de titularidad pública -está formado por el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat de Catalunya y la Cambra de Comerç- y gestión empresarial autónoma con compañías israelíes. Uno de los puntos culminantes de esta colaboración es el MWC, celebrado hace apenas unos días, con la participación de hasta 46 empresas israelíes, muchas de ellas con vínculos con el ejército.
Tina Mason es una de las activistas que forma parte del colectivo, y en esta entrevista con Público detalla la importancia estratégica del sector tecnológico para la economía del país: "Hay una puerta giratoria en la que las empresas desarrollan tecnología, la prueban en el ejército israelí y después la llevan al mercado comercial". En este sentido, el Mobile es "un trampolín" para conseguir financiación y desarrollar estas tecnologías, algunas de las cuales se han utilizado durante la guerra en Gaza, como los drones. "La Fira es la institución catalana más implicada con las relaciones comerciales con Israel", afirma Mason.
¿Cuál es el objetivo de La Fira en la mira?
Nos juntamos activistas e individuos y salió un grupo bastante internacional que nos dedicamos a hacer investigación sobre los puntos de entrada de las empresas israelíes en Barcelona. En el Mobile World Congress del año pasado se sabía que Rusia había sido vetada, así que había curiosidad sobre la presencia de Israel. Se confirmó que participaba, y en aquel momento no había muchos grupos investigando esto.
¿Por qué deciden centrarse en la Fira?
Justo después del Mobile World Congress, nos dimos cuenta que muchos congresos y acontecimientos también eran problemáticos, a menudo acogiendo a empresas israelíes o a corporaciones multinacionales cómplices. Uno de los ejemplos más graves fue durante el Aviation Week, cuando Israel Aerospace Industries, una empresa de armamento estatal israelí, expuso. Esto es uno de los máximos niveles de complicidad en términos de genocidio.
¿Cuál ha sido la situación este año en el Mobile World Congress?
Había 46 empresas israelíes: 31 en Pabellón de Israel, mientras que 15 más estaban repartidas por todo el congreso. Hemos investigado estas empresas y hemos descubierto que al menos nuevo tienen CEO o fundadores provenientes de unidades militares israelíes. No se trata solo de personas que han cumplido el servicio militar obligatorio, sino que han hecho carrera dentro del ejército.
¿Qué otros vínculos tienen estas compañías con el ejército?
Seis de estas empresas proveen material al ejército israelí. Algunas no son muy explícitas sobre sus contratos militares, pero basándonos en sus declaraciones lo podemos deducir con seguridad. Una de estas empresas es incluso una derivada de Elbit Systems, una empresa de armamento israelí que ha reutilizado su tecnología militar para el mercado comercial.
¿Qué vínculo tiene el sector tecnológico con el militar a Israel?
El ejército israelí y el sector de la alta tecnología están estrechamente entrelazados. Muchas start-ups son fundadas por personas que cogen tecnología desarrollada por el ejército y la comercializan. Hay una puerta giratoria en que las empresas desarrollan tecnología, la prueban al ejército israelí y después la llevan al mercado comercial. El sector tecnológico también es el eje vertebrador de la economía israelí. Si hablamos de sanciones y boicots como herramienta para exigir responsabilidades a Israel, este es uno de los sectores clave para presionar. Es uno de los pocos sectores de Israel que todavía prospera, así que tiene sentido centrar los esfuerzos en él.
¿El año pasado en el MWC, la situación era similar?
Sí. Identificamos a unas 32 empresas israelíes, a pesar de que quizás había más. Este año nos hemos asegurado de mirar más allá del Pabellón de Israel, así que las cifras son más precisas. Una diferencia importante respecto al año pasado es la plataforma que se dio a Xtend, una start-up israelí de drones que se han utilizado en Gaza durante el genocidio. Después de ser presentada al Mobile World Congress, consiguió entre 30 y 40 millones de dólares en inversión. Esto es un ejemplo claro de cómo lo MWC sirve de trampolín para startups israelíes que buscan financiación internacional.
¿Y este año no se les ha dado tanto espacio?
Este año no he visto a empresas israelíes destacadas como conferenciantes principales, pero todavía hay empresas problemáticas que sí que se les ha dado altavoz, como Palantir, una empresa de software de los EE. UU. los servicios de IA de la cual son utilizados por el ejército israelí, y Skydio, una empresa norteamericana de drones que también ha enviado a Israel. Además, en el último año, se ha generado mucha más información pública sobre el papel de las empresas internacionales en el apoyo a Israel. Ahora es ampliamente conocido que Amazon, Google y Microsoft proporcionan infraestructura tecnológica crítica al ejército israelí.
¿Por qué Rusia está vetada e Israel no?
Creo que se debe a las sanciones de la Unión Europea (UE). La GSMA [Global System for Mobile Communications Association, la organizadora del MWC] la prohíbe porque sigue estas sanciones. A pesar de que se ha pedido un acuerdo a nivel europeo sobre sanciones a Israel, esto no ha pasado porque la UE es cómplice de lo que está pasando, especialmente Alemania, el Reino Unido e Italia. Aunque no se hayan establecido sanciones a nivel de la UE, hay una conversación pendiente sobre las sanciones bilaterales, que han sido completamente ignoradas.
¿Qué intereses tiene la Fira en estas empresas israelíes?
Esta es la gran pregunta. Hay que aclarar que la Fira acoge tanto acontecimientos propios como acontecimientos externos. El Mobile World Congress está organizado por la GSMA, una empresa externa con sede en el Reino Unido, pero con una fuerte identidad europea. Pero las oficinas de GSMA en España están dentro de la Fira, y trabajan de manera muy próxima. Por otro lado, la Fira es propiedad de la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y la Cambra de Comerç, pero opera con autonomía en la gestión de negocios. Así que a menudo se pasan la responsabilidad: la Fira dice que es un acontecimiento externo, y la Generalitat dice que es una decisión de la gestión de la Fira. Pero si miramos el marketing del MWC, es claramente una colaboración entre la Generalitat, el Ayuntamiento, la Fira y GSMA.
¿Y por qué esta colaboración con Israel va más allá del MWC, como decía antes?
La Fira tiene incluso un representante de ventas dedicado al negocio israelí. Esta persona es consultora de Israel Export Institute, una colaboración del gobierno israelí con el sector privado. O sea, que digan lo que digan, hay una colaboración de gobierno a gobierno, también para acontecimientos internos. Esta persona tiene un correo electrónico de la Fira Barcelona. No hay muchos otros países con un representante específico así.
¿Esta connivencia con empresas israelíes se da en toda Europa?
Esta complicidad no es exclusiva de España. De hecho, otros países son mucho más cómplices. En toda Europa se facilitan relaciones comerciales con empresas israelíes, pero para Catalunya, la Fira de Barcelona parece ser la institución más implicada.
¿Como responder a esta complicidad que nos afecta diariamente, con el uso de servicios tan globales como Google o Microsoft?
El movimiento BDS [Boicot, Desinversiones y Sanciones] ofrece recomendaciones útiles sobre como presionar a estas empresas. Dividen el boicot en diferentes niveles: uno destinado a consumidores cotidianos, que pueden dejar de usar ciertos productos o servicios, y otro destinado a objetivos más difíciles de boicotear a nivel individual, como Google o Amazon, que son omnipresentes. Estas empresas tendrían que ser objetivo de presión institucional. Hay una responsabilidad individual, pero seguir las recomendaciones del BDS ayuda a gestionar esta carga de manera más efectiva. Aun así, cuando es posible, alejarse de estas empresas es la opción preferible.
¿Corremos el riesgo de normalizar el genocidio a través del consumo, en este caso, tecnológico?
El Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) advierte sobre el apoyo a Israel y la manera en que esto implica una complicidad en el genocidio. Noruega emitió una advertencia basada en las conclusiones del TIJ y una empresa de inversiones llamada Storebrand va desinvertir sus participaciones en Palantir, una de las empresas que participa en el Mobile World Congress de este año. O sea que es posible escuchar las advertencias del TIJ respecto a los crímenes internacionales y crímenes de guerra. Quizás España, como Irlanda, se ha posicionado mucho en relación con Palestina, pero no ha hecho mucho en un sentido material.
En los últimos días, algunos partidos políticos del Parlament de Catalunya han enviado una carta a la Generalitat pidiendo medidas y explicaciones sobre la participación de empresas israelíes al MWC.
Parece que hay más movimiento político al respeto en comparación con el año pasado. A pesar de que Ada Colau ya habló sobre el tema, este año parece que hay más diputados implicados. Es positivo porque la Fira de Barcelona es un espacio público, y por tanto, tiene que ser un tema de interés político y gubernamental.
¿Qué reclaman?
Una de las demandas es que aquellos acontecimientos que puedan cambiar de lugar lo hagan y que los individuos eviten asistir a actos en la Fira. Sabemos que es poco probable que acontecimientos masivos se trasladen, pero sí que podría funcionar con reuniones más pequeñas. A menudo, cuando estamos en la Fira repartiendo folletos, muchas personas no saben que es una institución pública. Hay que aumentar esta conciencia porque se cuestione si el crecimiento económico debe tener límites y responsabilidad.
vendredi 7 mars 2025
‘El 47’ y el borrado del partido
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Hace un par de semanas acudí a un pase especial de la película El 47, inspirada en la historia de Manuel Vital, vecino del barrio de Torre Baró de Barcelona, migrante extremeño, conductor de autobús, líder vecinal, militante en la clandestinidad del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y del sindicato CC OO. En 1978, Vital decidió demostrar que el autobús podía subir la montaña, sortear las estrechas calles semiasfaltadas y llegar hasta el barrio que él construyó, junto a sus vecinos y vecinas, con sus propias manos. Para ello secuestró la línea 47 y condujo el vehículo hasta arriba de la colina sobre la que se asienta Torre Baró.
Después de visionar la película, asistimos a una pequeña charla, con preguntas y respuestas, con su director, Marcel Barrena, y la actriz Zoe Bonafonte. En el intercambio intervinieron vecinos de Torre Baró, compañeras de partido de Vital, familiares y otras personas. Se puso de manifiesto que, aunque Manolo fuera un líder vecinal indiscutible, representaba una lucha colectiva, muchos de cuyos protagonistas se encontraban en la sala, agradecidos por poder ver reconocida en la pantalla una lucha frecuentemente silenciada en el cine.
Pese a que el director dejó claro, desde el inicio, que la película estaba inspirada en la vida de Vital pero “no era un documental”, algunas personas salieron de la sala con una sensación agridulce. La película era hermosa, conmovedora, un ejercicio de justicia y de memoria de la lucha de la clase obrera. No obstante, había un problema. Una amiga, militante durante muchos años del PSUC y, posteriormente, de su heredero, el PSUC-Viu, lo resumió certeramente: “Estamos ante el borrado del partido”.
Cuando, durante el intercambio, le planteé al director lo paradójico de contar una historia de lucha colectiva, de integración de los migrantes en la sociedad de acogida y de denuncia del fascismo sin mostrar ninguna referencia explícita a la ideología que motivó la acción de Vital, se defendió alegando que la película dejaba claro de qué lado estaba el protagonista, que no hacía falta que verbalizara la palabra “comunista” para que se entendiera su militancia. Creo que el director no entendió que algunas personas no esperábamos que el soberbio Eduard Fernández, encarnando a Vital, mirara a cámara y dijera que es comunista guiñando el ojo, cantara la Internacional o levantara el puño. Simplemente queríamos apuntar que difícilmente alguien que no conozca su figura o no esté familiarizado con la lucha vecinal barcelonesa durante el final del franquismo y la Transición puede deducir que estamos viendo en la pantalla la acción de un comunista.
El problema no es que Barrena no muestre a un comunista, es que ni siquiera muestra a un militante y, con eso, su enfoque colectivo de la lucha no es tal, por mucho que añada a los vecinos de Torre Baró al final del secuestro del bus. El enfoque de la película presenta una acción individual aislada de una práctica política y de su organización. Pero también hace una elipsis del mismo contexto de lucha política en que se dan los hechos narrados. Puede que El 47 sea cine social pero, desde luego, no es cine militante.
Por supuesto, está dentro de la libertad artística de cada autor elegir qué quiere mostrar con su obra. Estas reflexiones tampoco invalidan la importancia de una película protagonizada por un trabajador migrante de un barrio periférico, algo poco habitual. Pero es evidente que, para quienes provienen de esa tradición política y conocen cómo ha sido la lucha en esos barrios, la historia tiene vacíos considerables.
El borrado del partido que se hace en El 47 no es preocupante porque se ignoren u oculten unas siglas determinadas, sino por lo que tiene de invisibilización de la lucha colectiva y la organización política necesaria que está detrás de ella. Un borrado que afecta al sindicato y a la misma organización vecinal, inseparable en aquellos años de la organización política. Las coordenadas ideológicas que explican la acción directa de Vital, comunistas, que sirvieron para luchar contra la dictadura ayer y contra el fascismo hoy, están ausentes, no sabemos si de manera consciente o inconsciente por parte del director. La película ignora esta realidad.
Opta, además, por presentar la dictadura a través de referencias a un franquismo etéreo, que sólo asoma en la figura del policía o del monolito en el barrio, pero con un contexto político claramente difuminado. El antifranquismo es, también, abstracto y simbólico, emblematizado en una canción, pero sin contenido ideológico ni praxis política distinguible. La militancia de Vital tampoco existe, es más, se presenta como un personaje errático en su actuación, sin claridad ideológica, que se conecta con un antifranquismo sin etiqueta, y que actúa movido por un interés conectado con lo inmediato, más familiar que social. Algo muy distante del impulso que lleva a una persona a militar, desde su juventud y hasta el fin de sus días, en un partido comunista.
El compromiso comunista
Esta elusión es tanto más grave cuanto, precisamente, la militancia comunista de Vital es esencial para entender su decisión de secuestrar el autobús, que no fue aislada, sino que se repitió en otros barrios de Barcelona, también protagonizada por otras militantes comunistas. Por tanto, su decisión no puede entenderse sin acercarse a su compromiso, el de un comunista en el sentido íntegro de la palabra. Uno de tantos héroes anónimos de la clase obrera que, en tiempos de dictadura y precariedad, decidieron arriesgar su integridad personal y económica incorporándose a organizaciones clandestinas, como eran el PSUC o CC OO, con el objetivo de mejorar sus condiciones materiales de vida y las de todas. Luchar, en definitiva, por el socialismo como realización de sus ideales y hacerlo desde lo concreto.
Los comunistas como Vital combatían en muchos frentes, de manera incansable: luchaban por el barrio desde las asociaciones de vecinos, daban la batalla en el centro de trabajo integrados en el sindicato y aspiraban a la transformación social colectiva organizados en el partido. Un ejemplo de lucha que no se ve en ningún momento en la pantalla.
La película, en definitiva, deja pasar la oportunidad de rendir homenaje a todas esas generaciones de militantes que se están extinguiendo sin que haya un relevo que las sustituya. Más allá del borrado de unas siglas que implica ocultar una tradición de lucha que merecería estar en lugar destacado, hay otra parte más dramática desde una perspectiva política conectada con el presente. Ésta es no hacer pedagogía a las actuales generaciones de que el fascismo que representaba la dictadura franquista sólo pudo caer por la acción colectiva organizada desde unas premisas ideológicas antitéticas a sus principios y valores. Fueron los comunistas, socialistas y anarquistas, antes que demócratas en abstracto, quienes combatieron ayer, y se siguen enfrentando ahora al fascismo y la extrema derecha. Ésta hubiera sido la mejor manera de honrar la heroica lucha del pasado y dar claves para la necesaria lucha del presente.
dimanche 1 décembre 2024
‘El 47’: el éxito sorpresa de la temporada oculta que su protagonista era comunista
El filme, que recrea la desobediencia civil liderada por un conductor de autobús y es la única película en catalán que ha alcanzado el número uno de taquilla en más de quince años, esconde la importancia del PSUC en la lucha vecinal
            Acostumbrados a las 
comedias de cuarta y a las agotadoras franquicias de superhéroes, no 
dejan de sorprender los milagros, porque lo que ha sucedido con El 47
 es un pequeño milagro: una película que habla de una lucha vecinal, y 
obrera, para lograr una línea de autobús que pare en su barrio ha sido 
un éxito que ningún de sus artífices esperaba.
La película, dirigida por Marcel Barrena, se ha mantenido entre las más 
vistas durante semanas y es el único filme en catalán que ha alcanzado 
el número uno de taquilla en más de quince años  el segundo mejor 
estreno de una película en catalán en la última década.
Este éxito de El 47, que no se ha doblado al castellano, ha 
demostrado tres cosas. La primera es que el cine en catalán gusta a 
espectadores catalanes y de cualquier lugar. Otra película del cine 
catalán, Casa en llamas, también ha entrado con éxito en el top 10 de taquilla y va camino de superar el éxito de Pa negre y convertirse en la película en versión original catalana más taquillera de los últimos 25 años.
La segunda es que sigue habiendo espectadores para las historias de 
gente buena y causas dignas. Y que en las salas hay cabida para otros 
espectadores además de los que van a ver los bodrios familiares de 
Santiago Segura o los adictos a las sagas comiqueras o galácticas. Hay 
muchísimos espectadores de 40 a 80 años que buscan un cine adulto, con 
buenas historias y buenos personajes.
Y la tercera, y aunque esto a muchos ejecutivos de cadenas les incomode, es que se puede hacer cine político y tener éxito en taquilla, que en esta ocasión se ha comportado de manera parecida a la del éxito de El maestro que prometió el mar y que ya comentamos en Diario Red. La película de Patricia Font, que recaudó 1,7 millones de euros y atrajo a casi 300.000 espectadores, también contaba con un claro contenido político, estaba basada en un caso real y tenía un protagonista de gran personalidad y abiertamente izquierdista.
Manolo se estableció en la zona chabolista de Torre Baró huyendo de un pasado aterrador: su padre fue apresado por falangistas, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una fosa común
Quizás este tipo de películas animen a futuros cineastas a hacer un cine que huya de la fórmula facilona y apueste por algo tan cinematográfico como la desobediencia, que es el tema principal de El 47. Hay mucho cine en la ocupación masiva de viviendas vacías, en los encarcelados injustamente (por criticar al emérito o boicotear un mitin fascista, por ejemplo) o en la lucha contra los desahucios, como demostró Juan Diego Botto con En los márgenes, una película que fue machacada por la crítica pero que dentro de unas décadas recordará lo que sucedía en este país en 2022 igual que un buen filme de José Antonio Nieves Conde o Ladislao Vajda lo que sucedía en la feroz España de los 50.
Pero centrémonos en El 47, dirigida por Marcel Barrena, responsable de películas como 100 metros o Mediterráneo y que firma también el guion junto a Alberto Marini. El origen del texto es curioso: encontró por casualidad la historia del conductor de autobús Manolo Vital en un blog sobre transporte metropolitano. Natural de Valencia de Alcántara, Cáceres, Manolo se estableció en la zona chabolista de Torre Baró huyendo de un pasado aterrador: su padre fue apresado por falangistas, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una fosa común (mismo destino que el protagonista de El maestro que prometió el mar).
“Expulsado”, como repite Manolo en la película, de su Extremadura natal, acabó en Torre Baró en busca de pan, trabajo, dignidad y futuro, igual que miles de los llamados “charnegos”. O lo que es lo mismo: catalanes de adopción a los que durante décadas se les consideró como ciudadanos de segunda clase. En Euskadi se les llamaba, de forma igual de despectiva y racista, maketos. Manolo fue solo uno de los cientos de miles (en concreto 800.000, nada menos) que abandonaron Extremadura durante dos décadas.
El 47 empieza con la creación de las ínfimas casas que no se podían considerar chabolas, con Manolo y sus gentes construyendo hogares con sus propias manos y siempre pendientes de un vacío legal: la ley estipulaba que no se podía derruir una construcción que tuviera el techo puesto. Por eso techaban rápidamente los chamizos, antes de que llegasen los cuerpos represivos fascistas para demolerlos.
Con astucia y coraje, Manolo y sus amigos y vecinos levantaron el barrio (incluida la luz y el agua), pero pasados los años llegó la gran brecha generacional: la conciencia de clase dio paso la vergüenza de clase. Los hijos se avergonzaban de sus padres, de sus casas, de su pobreza. Esta brecha queda muy marcada en el guion de El 47 con el personaje de Joana, la hija, que primero duda de la lucha de su padre, pero finalmente lo admira y cierra la película de forma preciosa. Nada menos que con Gallo Rojo, Gallo Negro, de Chicho Sánchez Ferlosio: “El gallo rojo es valiente, pero el negro es traicionero. No se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto”.
La acción que recrea la película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC
Manolo, eso sí, es la columna vertebral y razón de toda la película. Y Eduard Fernández ha nacido para el personaje, un currante y superviviente bueno y terco que no soporta la vergüenza que provoca la pobreza y menos que las nuevas generaciones no valoren la lucha de la suya. La caracterización de Fernández (con su pipa, su mostacho y su camisa abierta) es otro peldaño en una carrera en la que brillan sus grandes trabajos en Los lobos de Washington, Smoking Room, El método o El hombre de las mil caras.
Por desgracia, quizás esa rabia que tan bien administra siempre 
Fernández (“Voy a reventar todo, la voy a liar”) no haya sido del todo 
aprovechada en El 47. La película de Barrena, financiada por el
 Institut Català de les Empreses Culturals, RTVE y Movistar Plus+, 
cuenta con un discurso combativo solo a medias y omite verdades 
ideológicas. Me explico: el secuestro del 47 no fue un arrebato de un 
hombre harto de funcionarios. Vital contó con la connivencia de CCOO y 
el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, comunistas). El PSUC 
tenía más de mil afiliados en Nou Barris y gran presencia en cada una de
 las asociaciones de vecinos. Además, Manuel tenía un hijo (en el filme 
una hija) que, como él, militaba en el PSUC  y CCOO.
Y como guinda, un joven y cándido Pasqual Maragall al que El 47
 le dan más protagonismo del que tuvo. Además, la acción que recrea la 
película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC y
 el 47 no fue el único autobús secuestrado.
Como se preguntó Ricard Aje en su reseña en Mundo Obrero, “¿Por qué hay 
que ocultar la organización política, sindical y popular en las que 
militaba Vital y que jugó un papel trascendental en las luchas sociales y
 contra el franquismo? (…) ¿Había que convertir una lucha social en un 
producto comercial? ¿Acaso se puede entender la Catalunya actual, los 
servicios e instalaciones públicas de los barrios obreros o las 
condiciones de trabajo en las empresas sin el trabajo y el papel del 
PSUC, CC.OO. y las asociaciones vecinales? Despreciar u ocultar el papel
 de la militancia y del PSUC en la historia de Catalunya y dejarlo como 
si fueran acciones espontáneas e individuales es injusto y le hace flaco
 favor a la memoria histórica”.
Hay proyecciones de El 47 que han acabado con aplausos en la 
sala, algo muy poco común. El tramo final, el del secuestro del 47 con 
sus pasajeros dentro, muy eficaz, vale por toda la película. Y cuando 
acaba, se apodera de ti una reflexión inevitable: si la película hubiese
 sido más corta (dura casi dos horas), estaríamos ante una obra mucho 
más escueta y contundente. También ante una obra mucho más honesta si 
hubiesen dado el verdadero protagonismo que tuvo en PSUC. 
Lo mejor: Eduard Fernández.
Lo peor: la película acaba con un happy end, pero no es tan happy lo que vino después. La línea 47 se prolongó y llegaron otras líneas a la zona, pero hoy sigue siendo muy pobre y desatendida, con cortes de luz y peligrosos desprendimientos cuando diluvia.
jeudi 24 octobre 2024
"LES ANARCHISTES DANS LA VILLE. Révolution et contre-révolution à Barcelone (1898-1937)" de Chris EALHAM (Recension de Freddy GOMEZ)
Nous avions souligné en son temps [1] l’importance historiographique essentielle de l’ouvrage de Chris Ealham La lucha por Barcelona, version espagnole d’Anarchism in the City : Revolution and Counter-Revolution in Barcelona (1898-1937). Nous en disions – et qu’on nous pardonne de nous citer – que le tableau que tirait l’historien britannique hispanisant de « la conflictualité sociale dans la capitale catalane au cours des quatre premières décennies du XXe siècle » était « impressionnant de pertinence ». Nous insistions également sur le fait que son analyse, « d’une part, de l’organisation de l’espace urbain barcelonais et de la volonté de contrôle des classes dangereuses, théorisée par une bourgeoisie catalaniste ralliée à la “République d’ordre”, et, de l’autre, des stratégies d’action directe mises en place par la CNT pour marquer son territoire, dress[ait] [à partir] d’un recensement détaillé des zones d’implantation de l’anarcho-syndicalisme barcelonais – les quartiers du centre historique (El Raval), ceux de la première périphérie (Sanz), ceux de la seconde périphérie (Hospitalet, San Adrían, Santa Coloma) –, […] une topologie originale d’une CNT où l’affrontement récurrent entre syndicalistes et “faïstes” recoup[ait] très précisément le statut social, mais aussi l’appartenance des militants à tel ou tel espace urbain ». Avant de conclure que tout cela, mais aussi « sa perception du processus révolutionnaire de l’été 1936 comme appropriation du territoire urbain et rupture avec “l’idéologie démocratique de domination” » ouvrait « des perspectives d’analyse tout à fait nouvelles ».
Dans sa préface à l’excellente traduction française que vient de nous 
donner Agone, Chris Ealham revendique l’influence qu’exerça sur son 
parcours et son travail de recherche « l’histoire sociale à la Thompson [2], c’est-à-dire “par le bas” (from below) ».
 Pour le cas, concernant ce livre, il s’agissait, dit-il, « de mettre au
 premier plan les motivations et les actions des gens ordinaires » en 
recréant « le monde social et la culture quotidienne de ces personne 
anonymes et des dépossédés qui se saisirent de l’anarcho-syndicalisme 
pour défendre leurs intérêts ». Au contraire des thèses d’Eric Hobsbawm 
qui, fidèle à une certaine orthodoxie marxiste, s’employa à démontrer, 
sans jamais le prouver, que l’anarchisme espagnol n’avait jamais été 
rien d’autre qu’une « rébellion primitive », essentiellement paysanne, 
Ealham perçoit à juste titre l’anarcho-syndicalisme comme relevant d’un 
mouvement fondamentalement urbain. 
Cette histoire « par le bas » se doit, précise l’historien, d’être 
sociale, politique, culturelle, mais également « inscrite dans 
l’espace ». Admettant pour le coup l’influence d’Henri Lefebvre, à 
laquelle il aurait pu ajouter celle des situationnistes, Ealham tisse un
 maillage subtil entre les luttes proprement ouvrières – celles qui 
naissent et se propagent à partir des lieux de travail – et celles qui 
en débordent le cadre (luttes des chômeurs, grèves des loyers, actions 
de braquage et de réappropriation, « ces petits coups de feu de la 
guerre de classe » comme disait l’historien James C. Scott). Et, 
au-delà, il s’attache, brillamment, à démontrer en quoi les projets 
d’urbanisme bourgeois qui, depuis le « plan Cerdà » de 1854, n’ont cessé
 de bouleverser Barcelone n’ont eu, malgré leurs présupposés 
progressistes, d’autre but que de soumettre, contre le peuple, la ville 
aux seuls intérêts inégalitaires de la bourgeoisie, espagnoliste ou 
catalaniste, et des propriétaires fonciers. Sur ce plan, sa 
démonstration est, disons-le, remarquable. Elle atteste en quoi, pour 
utopique qu’elle soit sur le plan urbanistique, une « politique de 
rénovation urbaine conçue à des fins avouées de domestication de la 
population » débouche toujours sur un « cauchemar dystopique » aux 
conséquences toujours inattendues. 
Dans le cadre d’une ville aussi rebelle que la Barcelone du premier tiers du XXe siècle – ce temps où la Rosa de foc (la Rose de feu) fut bien la capitale de l’anarcho-syndicalisme –, le doublement, entre 1900 et 1930, de sa population ouvrière avec l’arrivée massive d’une main-d’œuvre venant, pour le plus gros, de Murcie et d’Andalousie ne pouvait qu’augmenter les « paniques morales » des élites bourgeoises. Ealham décrit par le menu cette psychose de la « vie sauvage » des classes dangereuses qu’elles développèrent et les réponses ultra-répressives qu’elles engagèrent pour la « civiliser ». Mais, face à la cherté des loyers – qui augmentèrent en une seule année (1920) de 50 à 150 % – et à l’augmentation constante des denrées de première nécessité que ne compensait aucune mesure sociale, les conditions déplorables d’existence des émigrés de l’intérieur favorisèrent naturellement leur rapprochement presque immédiat avec l’anarcho-syndicaliste CNT, qui eut l’intelligence de comprendre, sans calculer les risques, l’intérêt qu’elle avait à tirer de la conscientisation de ces révoltés de la misère. Nombreux sont, en effet, les exemples que l’auteur nous donne de cette fraternisation en actes qui opéra dans les quartiers pauvres de la ville, les barrios. Organisés en « petites républiques », « par le bas, sans privilège ni hiérarchie, ils constituaient, écrit-il, un ordre socioculturel urbain largement autonome et des espaces assez libres où la police ne pénétrait presque jamais » tant y était faible l’autorité de l’État. D’où la réelle panique que cette convergence objective suscita chez les bourgeois.
Les Anarchistes dans la ville nous offre, c’est acquis, un très 
large et fort précis panorama des mutations de la Barcelone du premier 
tiers du XXe siècle, et plus encore de ses quartiers populaires, le tout
 en s’attachant à nous instruire sur la vie quotidienne de ceux d’en-bas
 et les réponses collectives – culturelles, sociales et 
organisationnelles – qu’ils apportèrent, à partir d’eux-mêmes et pour 
eux-mêmes, aux défis de la question sociale. Mais ce n’est là qu’un seul
 de ses apports à l’historiographie générale. L’autre, c’est de nous 
éclairer sur la manière dont la CNT de ces temps, syndicat ouvrier par 
excellence, fit jonction naturelle avec des luttes non directement liées
 au monde du travail, celles des chômeurs et des locataires par exemple,
 sans se poser d’autres questions que celle de leur légitimité. Et ce 
faisant, de prendre le risque du conflit interne, notamment quand 
certains de ses activistes militants défendirent, par exemple, des 
pratiques de reprise individuelle, dont la gamme pouvait aller du simple
 vol à l’étalage pour ne pas crever de faim au braquage plus conséquent.
 L’impression qu’on en retire, c’est que la CNT savait être, dans le feu
 de l’action, autre chose qu’un syndicat ouvrier au sens strict du terme
 pour devenir une sorte d’objet non identifiable qui terrorisait 
l’adversaire précisément pour cela. C’est un peu comme s’il y avait 
diverses CNT dans la CNT et que son tout faisait unité des multiples 
pour configurer un mouvement de classe protéiforme capable de faire 
avancer, par tous moyens, la cause générale de la révolution sociale et 
de l’auto-émancipation du prolétariat. 
Cette perspective est essentielle pour comprendre en quoi les lectures 
historiques d’une CNT réduite à sa dimension syndicale et aux conflits –
 idéologiques ou stratégiques – qui la traversèrent, peinent à saisir ce
 qui, en son sein, était toujours mouvant et induisait, par là-même, une
 réadaptation permanente de ses formes de luttes à la réalité des 
conditions d’exploitation et de domination du prolétariat et du 
sous-prolétariat de son temps. Cette élasticité la plaçait objectivement
 hors du champ balisé de l’affrontement de classe codifié, et surtout 
des compromis auxquels il aboutit souvent. Son ambition, elle pouvait la
 placer ponctuellement dans des victoires partielles, mais sans jamais 
perdre de vue l’objectif final : tendre le fil de la conflictualité 
sociale jusqu’à son point de rupture révolutionnaire.  
La fresque que nous offre Ealham atteste que cette « guerre urbaine » que connut la Rosa de foc dans le premier tiers du XXe siècle eut, au moins deux effets prolongés : elle accrut, d’une part, le dispositif général de répression contre le mouvement ouvrier, notamment sous la dictature du général Primo de Rivera (1924-1927), et déplaça, de l’autre, aux premiers temps de la République, du moins en Catalogne, le centre de gravité syndicaliste révolutionnaire de la CNT vers un anarcho-syndicalisme plus offensif sous influence plus nettement anarchiste.
Corollairement, mal maîtrisée, cette « gymnastique révolutionnaire » qui connut son heure de gloire après l’instauration, en 1931, d’une République dite « de toutes les classes », accumula tant de ratés que, dans un chapitre intitulé « La militarisation de l’anarchisme » (1932-1936), Ealham en pointe les effets négatifs. Son jugement, dépourvu de tout romantisme révolutionnaire, est clair : ayant versé dans une stratégie purement putschiste, « les radicaux remplacèrent les luttes syndicales massives par leur propre violence ». Avant-gardiste jusqu’à la caricature, cette fuite en avant de type blanquiste reposait sur une telle surévaluation des seules capacités de l’anarchisme militant à faire la révolution que, logiquement, toute démarche tendant à favoriser l’unité ouvrière lui semblait inutile. C’est ainsi que, de défaite en défaite, la longue marche de l’insurrectionnalisme vers le communisme libertaire imposé ici ou là par décret et presque aussitôt déposé par la force des Gardes d’assaut releva, nous dit Ealham, d’une « politique du pire » infiniment réitérée et toujours fondée sur l’idée absurde que, plus les choses empireraient, plus la victoire finale serait éclatante. La vague de répression étatique qui s’abattit alors ne frappa pas les seuls acteurs ou partisans de la stratégie insurrectionnaliste, contestée à l’intérieur même de la CNT, mais, indistinctement, tout ce qui, de près ou de loin, pouvait être identifié comme libertaire.
Il n’en est pas moins vrai, cela dit, que cette parenthèse 
insurrectionnaliste eut aussi pour effet, à travers les « groupes de 
défense » qui en furent souvent la pointe combattante, de préparer les 
esprits et les corps au grand affrontement qui vint, à Barcelone, le 19 
juillet 1936 au matin quand, actionnées par les militants cénétistes, 
les sirènes des usines sonnèrent l’heure de l’assaut final. Il fallut un
 jour pour que la rébellion fasciste soit réduite, et un peu plus pour 
que la CNT, assurément dominante dans le combat, s’empare de sa ville.
 Elle ne le fit pas seule, certes, mais tous les participants à la 
résistance au fascisme encaserné reconnurent que sans elle, sans le 
messianisme révolutionnaire qui la caractérisait, la tâche eût été plus 
ardue. 
Ainsi, la révolution sociale tant attendue vint d’une résistance à un 
coup d’État militaire contre une République qu’il fallait défendre alors
 qu’elle n’avait cessé de dériver vers l’ordre bourgeois en réservant 
ses coups les plus durs à ceux qui en contestaient les fondements mêmes.
 Tel est le premier maillon d’une longue chaîne de contradictions qui 
allait enserrer à tel point la CNT qu’elle n’en finirait jamais de 
sortir, au nom de l’unité antifasciste, de la ligne de « collaboration 
démocratique » que lui imposait l’état national du rapport des forces. A posteriori,
 il est toujours simple de rejouer le match en pointant les erreurs de 
tel ou tel de ses protagonistes, mais nous ne mangeons pas de ce 
pain-là. Une révolution sociale eut bien lieu qui porta si loin le feu 
de l’espérance qu’elle brille encore dans les révoltes du présent. Il 
est, finalement, des défaites plus porteuses que les victoires. 
Quant à Barcelone, elle demeura la ville par excellence de cette 
révolution libertaire avant que, en mai 1937, la réaction 
stalino-républicaine n’y reprenne le pouvoir en y effaçant toutes les 
traces du bel été de l’anarchie. Les fascistes y arriveront deux ans 
plus tard pour la plonger, eux, dans une nuit de quarante ans. 
Freddy GOMEZ