Espagnolade otanesque typique alors que les USA ont fait rentrer
l'Espagne de Franco à l'ONU cette même année (1955), les bases US
s'installant dans le pays depuis les accords de Madrid de 1953.
Après le génocide de l'Espagne rouge, la nouvelle Espagne reconquise
fut le premier laboratoire d'une Riviera sous contrôle
politico-militaire yankee (prélude à la même opération, bestialement
concentrée, qu'envisage Trump pour Gaza): les classes moyennes
européennes allaient déferler sur la côte méditerranéenne et la
paysannerie espagnole –rendue ignorante par les curés après la tuerie de
masse des maîtres d'écoles– remonter bien "résiliente" vers l'Europe
industrielle.
Lorsque la séduisante Française Geneviève Dupré (Danielle Darrieux),
secrétaire d'un homme d'affaires espagnol, se rend à Madrid pour
annoncer le décès de son patron au frère de celui-ci, le célèbre torero
Mario Montes, (Pepín Martín Vázquez) c'est le coup de foudre. Ce
mélodrame plein de lumières de trahisons et de sang, tourné en Espagne,
se déroule dans le monde trouble des corridas.
Il va y en avoir des Montes dans la décennie. La même année, la Lola Montès de Max Ophuls qui plaira tant à Guy Debord: orientalisme, femme ardente, Carmen bis...Une vision dont il ne va pas se départir, et à laquelle contribue ce genre de film.
Le château situationniste est sous cet aspect tributaire des projections romantico-ringardes du Nord sur le Sud comme territoire de toutes les débauches: ça se termine avec des Rosbifs qui sautent des balcons de leur hôtel, à Palma ou ailleurs, et des fois la piscine n'y est pas.
En la entrada anterior se publicó una reseña –traducción de la publicada en Counterfire–sobre el libro de Paul Preston ‘Perfidious Albion’ – Britain and the Spanish Civil War [Pérfida Albión: Gran Bretaña y la Guerra Civil Española],
que ha suscitado un pequeño intercambio de correos entre los
participantes de Debat polític i social, el grupo de discusión mediante
mensajería impulsado en su origen por Espai Marx. Reproducimos a
continuación, ligeramente editado, el correo en respuesta a esta reseña
del historiador José Luis Martín Ramos.
José Luis Martín Ramos
Universitat Autónoma de Barcelona
Parece mentira, pero es así: a estas
alturas todavía domina en determinada literatura, más política que
historiográfica, un relato de la Guerra civil acuñado en los años
cincuenta −los de la Guerra fría, el hecho no es casual− sobre todo a
partir de la obra de Bolloten, con toques posteriores de Broué. Para esa
literatura no ha existido el trabajo de una ya larga lista de
historiadores, fundamentalmente españoles, que ha mejorado muy mucho
nuestro conocimiento (últimamente los trabajos de Viñas, Alía Miranda,
Moradiellos, Bahamonde, Hernández Sánchez… o los míos sobre Cataluña y
el Frente Popular). Debe de ser una mezcla de pereza intelectual y
soberbia ideológica. El texto es algo largo, lo advierto.
Empecemos con la sublevación y su
derrota. Se inicia el 17 de julio en África y, de acuerdo con el plan de
Mola, va extendiéndose por las guarniciones de la Península. En África
se impone sin problemas −por eso es allí a donde vuela Franco−, pero no
en la Península, donde se enfrenta a una reacción convergente y a veces
combinada del movimiento obrero y de fuerzas del orden (guardia civil y
guardia de asalto). Allí donde solo intervienen los trabajadores la
oposición al golpe es masacrada (ejemplos: Granada, Cáceres, ciudades de
Galicia…), mientras que donde se unieron ambas fuerzas la sublevación
fue derrotada (Madrid, Barcelona, Bilbao…). En Valencia, la situación no
se aclaró hasta después del desenlace de los enfrentamientos en
Barcelona, cuando los mandos de la guarnición acataron al gobierno de la
República. El mito de la derrota de los militares por los obreros es
falso; eso está bien reflejado en las fotos de Centellas, con obreros,
policías y guardias civiles luchando codo a codo, o en el episodio del
desfile de la guardia civil por Vía Layetana rumbo a Plaza Urquinaona,
que es cuando se dio por derrotada la sublevación en Barcelona.
Civiles
y carabineros en el Carrer Ample de Barcelona.
Imagen de la exposición
‘Pérez de Rozas. Crónica gráfica de Barcelona’ del AFB.
La sublevación solo se impuso
parcialmente en la Península y, a excepción de Sevilla y Zaragoza, no lo
hizo en ninguna capital importante; triunfó en la España rural, así los
sublevados no pasarían hambre, pero no consiguieron el control de la
industria, con lo que a medio plazo su superioridad en equipo −el de la
Legión y los Regulares− estaba destinada a extinguirse. Durante algunos
días hubo una situación de incertidumbre, con el fracaso del intento de
asalto a Madrid por parte de Mola, hasta que el apoyo de Mussolini y
Hitler proporcionó a Franco la cobertura aérea y marítima y los medios
(aviones de transporte de tropas, barcos) para trasladar el ejército de
África al Sur de la Península, con lo que un golpe a punto de fracasar
se convirtió en guerra civil (algo previsto por Mola, lo de la guerra
civil). No se impuso, pero si desestabilizó de manera importante al
Estado republicano, que perdió el control parcial o total en algunos
territorios: total en Asturias, donde las instituciones republicanas se
desvanecieron, y en Vizcaya por el comportamiento «soberanista» del PNV;
parcial con un grado diverso de afectación en el resto del territorio
republicano. Esa pérdida de control produjo situaciones de conflicto
entre una parte del movimiento obrero (CNT y POUM) y las instituciones
republicanas.
¿Esa pérdida de control fue una
revolución o el inicio de una revolución? El relato tradicional
anarquista, trotskista o «poumista» afirma que así fue. Broué lo
identificó como una situación de doble poder, haciendo el parangón con
la Rusia de 1917. Hay que examinarlo en concreto: en Vizcaya, desde
luego, no hubo ninguna revolución; en Madrid tampoco, ni siquiera se
produjeron colectivizaciones importantes de las pocas industrias de la
capital; en el País Valenciano la situación de incertidumbre se alargó
un poco más, y donde la CNT impuso su proyecto de revolución fue
únicamente en la provincia de Castellón. ¿Qué pasó en Cataluña? En
Cataluña en la noche del 21 la CNT debatió en Barcelona, en asamblea
regional improvisada, qué había de hacerse. Durante los combates las
organizaciones obreras se adueñaron de las armas y municiones existentes
en el Cuartel del Bruc y en los cuarteles de Sant Andreu; Companys,
prudentemente, decidió no evitar esa incautación, lo que habría obligado
a un enfrentamiento a tiros entre los trabajadores armados y la guardia
de asalto y guardia civil, un enfrentamiento sobre el que no tenía
garantías de imponerse, y tampoco quería Companys enfrentarse con las
organizaciones obreras. Decidió negociar con ellas.
La CNT discutió y rechazó la propuesta
de Garcia Oliver de «ir a por todas», es decir, proclamar la revolución
social (García Oliver se quedó solo: no lo apoyó Durruti, ni Abad de
Santillán, y solo Escorza hizo un comentario críptico que fue en apoyo
de García Oliver). La CNT descartó desencadenar la revolución social y
acordó pactar con la Generalitat, con Companys, no una dualidad de poder
sino una división de funciones en el marco de una nueva correlación en
el ejercicio del poder: un Comité Central de Milicias Antifascistas
(CCMA), integrado por CNT, FAI, UGT, PSUC (se constituyó el 22-23),
POUM, ERC y AC (solo quedó fuera Unió Democrática), asumiría la
formación de las columnas de milicias −en las que se integrarían
oficiales leales− para dirigirse a tomar Zaragoza y organizar patrullas
de vigilancia en Barcelona y resto de ciudades y pueblos; es decir,
asumiría la función militar y el Gobierno de la Generalitat mantendría
la función de la administración civil, con un detalle importante, la
Banca controlada por la UGT quedaría al servicio del Gobierno de la
Generalitat y no del CCMA.
Primera reunión del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña el 21 de julio de 1936 (foto: Estel Negre)
Con el control de la calle se produjo
también la ocupación de las grandes fábricas y almacenes de venta y de
algunos talleres medianos, y la formación de comités de control obrero
en el sector industrial y comercial: fue el proceso de
«colectivización», que en realidad fue un proceso de incautación por
parte de los sindicatos. Esa dualidad de funciones estuvo afectada por
los conflictos de poder derivados de la nueva correlación política y
sindical, dada la concentración en las dos grandes centrales de toda la
representación sindical, a excepción del campo, donde la Unió de Rabassaires siguió siendo mayoritaria.
El verano de 1936 resultó muy agitado en
la retaguardia y muy negativo en el frente. Las milicias que
sustituyeron necesariamente a un ejército descompuesto por la
sublevación no fueron capaces de romper el frente de Aragón ni marchar
sobre Zaragoza; se produjo entonces una situación que resultó
absolutamente contraproducente para el desarrollo de la guerra: el
frente se fragmentó en áreas dominadas por milicias partidistas, sin
mando unificado, renunciando de hecho a atacar y centrándose en mantener
la línea alejada de Cataluña. El CCMA nunca se impuso como autoridad
central real, su autoridad no fue más allá del Barcelonés y territorios
cercanos, gestionando los salarios de las empresas colectivizadas, la
compra de armas y municiones para las milicias… La confirmación de que
sería una guerra larga llevó a poner fin a la dualidad de funciones y a
la formación en septiembre de un gobierno de unidad en Cataluña con un
programa básico pactado entre CNT-FAI y UGT-PSUC , que incluía los modos
y límites de la colectivización, la reorganización de la seguridad
interior, la formación de un ejército que sustituiría a las milicias de
partido, el reconocimiento de una sola administración y un solo
gobierno, con gobiernos locales compartidos por las fuerzas del gobierno
de unidad.
Poco antes se había constituido también
un gobierno de unidad de la República, presidido por Largo Caballero,
con un programa semejante; gobierno que se trasladó a Valencia ante el
peligro de la caída de Madrid en poder de Franco. En noviembre la CNT se
incorporó al gobierno de Largo Caballero para gran escándalo de los
anarquistas “puros”, cono Emma Golden. Las milicias no paraban de
retroceder ante la Legión y los Regulares, y desde Talavera de la Reina
hubo un retroceso en desbandada.
Con el control de la calle se produjo
también la ocupación de las grandes fábricas y almacenes de venta y de
algunos talleres medianos, y la formación de comités de control obrero
en el sector industrial y comercial: fue el proceso de
«colectivización», que en realidad fue un proceso de incautación por
parte de los sindicatos. Esa dualidad de funciones estuvo afectada por
los conflictos de poder derivados de la nueva correlación política y
sindical, dada la concentración en las dos grandes centrales de toda la
representación sindical, a excepción del campo, donde la Unió de Rabassaires siguió siendo mayoritaria.
El verano de 1936 resultó muy agitado en
la retaguardia y muy negativo en el frente. Las milicias que
sustituyeron necesariamente a un ejército descompuesto por la
sublevación no fueron capaces de romper el frente de Aragón ni marchar
sobre Zaragoza; se produjo entonces una situación que resultó
absolutamente contraproducente para el desarrollo de la guerra: el
frente se fragmentó en áreas dominadas por milicias partidistas, sin
mando unificado, renunciando de hecho a atacar y centrándose en mantener
la línea alejada de Cataluña. El CCMA nunca se impuso como autoridad
central real, su autoridad no fue más allá del Barcelonés y territorios
cercanos, gestionando los salarios de las empresas colectivizadas, la
compra de armas y municiones para las milicias… La confirmación de que
sería una guerra larga llevó a poner fin a la dualidad de funciones y a
la formación en septiembre de un gobierno de unidad en Cataluña con un
programa básico pactado entre CNT-FAI y UGT-PSUC , que incluía los modos
y límites de la colectivización, la reorganización de la seguridad
interior, la formación de un ejército que sustituiría a las milicias de
partido, el reconocimiento de una sola administración y un solo
gobierno, con gobiernos locales compartidos por las fuerzas del gobierno
de unidad.
Poco antes se había constituido también
un gobierno de unidad de la República, presidido por Largo Caballero,
con un programa semejante; gobierno que se trasladó a Valencia ante el
peligro de la caída de Madrid en poder de Franco. En noviembre la CNT se
incorporó al gobierno de Largo Caballero para gran escándalo de los
anarquistas “puros”, cono Emma Golden. Las milicias no paraban de
retroceder ante la Legión y los Regulares, y desde Talavera de la Reina
hubo un retroceso en desbandada.
Con el control de la calle se produjo
también la ocupación de las grandes fábricas y almacenes de venta y de
algunos talleres medianos, y la formación de comités de control obrero
en el sector industrial y comercial: fue el proceso de
«colectivización», que en realidad fue un proceso de incautación por
parte de los sindicatos. Esa dualidad de funciones estuvo afectada por
los conflictos de poder derivados de la nueva correlación política y
sindical, dada la concentración en las dos grandes centrales de toda la
representación sindical, a excepción del campo, donde la Unió de Rabassaires siguió siendo mayoritaria.
El verano de 1936 resultó muy agitado en
la retaguardia y muy negativo en el frente. Las milicias que
sustituyeron necesariamente a un ejército descompuesto por la
sublevación no fueron capaces de romper el frente de Aragón ni marchar
sobre Zaragoza; se produjo entonces una situación que resultó
absolutamente contraproducente para el desarrollo de la guerra: el
frente se fragmentó en áreas dominadas por milicias partidistas, sin
mando unificado, renunciando de hecho a atacar y centrándose en mantener
la línea alejada de Cataluña. El CCMA nunca se impuso como autoridad
central real, su autoridad no fue más allá del Barcelonés y territorios
cercanos, gestionando los salarios de las empresas colectivizadas, la
compra de armas y municiones para las milicias… La confirmación de que
sería una guerra larga llevó a poner fin a la dualidad de funciones y a
la formación en septiembre de un gobierno de unidad en Cataluña con un
programa básico pactado entre CNT-FAI y UGT-PSUC , que incluía los modos
y límites de la colectivización, la reorganización de la seguridad
interior, la formación de un ejército que sustituiría a las milicias de
partido, el reconocimiento de una sola administración y un solo
gobierno, con gobiernos locales compartidos por las fuerzas del gobierno
de unidad.
Poco antes se había constituido también
un gobierno de unidad de la República, presidido por Largo Caballero,
con un programa semejante; gobierno que se trasladó a Valencia ante el
peligro de la caída de Madrid en poder de Franco. En noviembre la CNT se
incorporó al gobierno de Largo Caballero para gran escándalo de los
anarquistas “puros”, cono Emma Golden. Las milicias no paraban de
retroceder ante la Legión y los Regulares, y desde Talavera de la Reina
hubo un retroceso en desbandada.
Jaume
Aiguadé (ERC), y los anarquistas Federica Montseny y Juan García
Oliver,
ministros del gobierno de Largo Caballero, en octubre de 1936
En octubre podría haber caído Madrid y
con ello se habría precipitado la derrota de la República. No se produjo
gracias a la formación de los gobiernos de unidad y el paso de las
milicias de partido o sindicato al Ejército Popular de la República. Y
gracias también a que por fin la República consiguió ayuda militar
exterior, la de la URSS. No es cierto que Stalin dudara en apoyar a la
República, lo hizo política y económicamente, con exportaciones de grano
y subsistencias; tardó más en hacerlo con tanques, aviones y armas
pesadas de combate, a la espera de que Alemania e Italia cesaran la
intervención y la Francia del Frente Popular vendiera a la República las
armas que esta le pedía. El problema de la URSS era que se cumpliera el
sueño húmedo de la derecha británica −no solo de los escasos fascistas
de Mosley, sino de la mayoría del Partido Conservador−, el
apaciguamiento de Hitler en Europa Occidental mediante el ataque de
Alemania a la URSS. Finalmente, ante el peligro inminente de caída de la
República y la confirmación de la inacción francesa, Stalin envió los
tanques y los aviones que equilibraron la batalla de Madrid y la
cronificaron hasta el fin de la guerra. Por cierto, todas las ayudas,
tanto las de Alemania e Italia como la soviética fueron remuneradas; la
República nunca lo quiso de otra manera y Hitler y Mussolini tampoco lo
quisieron. Así, las reservas de oro del Banco de España se destinaron a
pagar los suministros y procurando mantenerlas a salvo de una caída de
Madrid o de Valencia. Y no solo se transfirieron reservas de oro a
Moscú, también se envió una cantidad importante al Sur de Francia, que,
como se temía, al final de la guerra fue a parar a manos de Franco.
Resumiendo lo dicho: no hubo revolución,
sí descontrol, periodo de incertidumbre y confusión y finalmente, a
partir del otoño, implementación de un programa frentepopulista
radicalizado con toques de economía de guerra y organización de guerra
para una contienda larga.
Vuelvo a Cataluña, para llegar a los
hechos de mayo. El programa pactado en octubre solo se cumplió
parcialmente. La CNT y el POUM bloquearon la militarización de las
milicias y la CNT en particular impidió la llamada a quintas. Un hecho
complejo que ahora no puedo explicar sin caer en esquematismos; en
esencia la CNT consideraba que para desarrollar una guerra defensiva
bastaba con las milicias y, por otra parte, la gente se resistía a ser
llamada al frente, ya fuera mediante leva o mediante nuevas campañas de
captación de voluntarios, que fueron un fracaso después del verano,
cuando se desvaneció la ilusión de una rápida victoria sobre el
fascismo. El retorno de héroes del frente se convirtió en retorno de
muertos; la fiesta de la redistribución de julio y agosto en la escasez
de subsistencias.
Otoño
de 1936: vendimia en la colectividad de Mas de las Matas (Teruel)
(foto
del libro ‘Masinos en la encrucijada social. Mas de las Matas,
1900-1950’,
de Fermín Escribano Espligares y Miguel Íñiguez)
La reorganización de la seguridad
interior no se produjo por la oposición de las patrullas de control de
la CNT, el POUM y buena parte de los patrulleros de ERC y ACR. Se
deterioró la situación en el campo por el conflicto provocado por las
colectivizaciones forzosas, rechazadas por rabasaires, arrendatarios y
pequeños campesinos. Conflictos duros en las comarcas del Ebro que
culminaron en los incidentes de La Fatarella a finales de enero de 1937 y
otros menos conocidos en Centelles, cerca de Vic, en marzo.
Se enconó la pugna entre una CNT que
seguía siendo ligeramente mayoritaria, pero de ninguna manera
hegemónica, y la UGT que tendía a equilibrar efectivos con CNT, pero
siempre por debajo de ella, sobre todo en el sector de la producción y
distribución de subsistencias.
La prolongación de la guerra avivó los
debates en el seno de unos gobiernos de unidad cada vez más divididos.
En Cataluña eso desembocó en diciembre en una remodelación del gobierno
que supuso la exclusión del POUM, chivo expiatorio por los
incumplimientos de los acuerdos de octubre y por su constante, y
pública, oposición a los mismos.
A comienzos de la primavera de 1937, con
la resaca de los enfrentamientos campesinos y sindicales y la crisis
del gobierno de Valencia por las discusiones sobre la política militar y
el hundimiento del frente asturiano, la tensión política en Cataluña se
disparó, polarizada entre CNT-FAI y UGT y PSUC. En el campo anarquista
se formó una fronda de protesta, integrada por quienes rechazaban
participar en los gobiernos de la Generalitat y de la República, los
sindicatos de la administración y el transporte y las patrullas de
control que se negaban a disolverse en un nuevo Cuerpo Único de
Seguridad Interior; también intervenían los comités de barrio
anarquistas, formados a partir de julio de 1936, que competían con los
principales sindicatos de la CNT (textil, metal, construcción) por el
control de las armas y la supremacía en la organización. Agustí
Guillamón sostiene que el líder intelectual de esta red de barrios era
Escorza.
Cuando los que discuten van armados es
posible que la discusión acabe a tiros. En los últimos días se precipitó
la situación. Primero fue el asesinato de Roldán Cortada, cuadro
dirigente del PSUC, por u control anarquista de carreteras, el 25 de
abril; dos días más tarde, el asalto de fuerzas de orden público a
Puigcerdá para recuperar el puesto fronterizo de manos de un comité
anarquista encabezado por Antonio Martín, muerto en el tiroteo. Y la
espiral de acción/reacción no se detuvo; las fuerzas de orden de la
Generalitat hicieron una redada en L’Hospitalet en busca de los asesinos
de Cortada, con resistencias y tiroteos esporádicos.
Barricadas en la Plaça de la República [Sant Jaume], en Barcelona, 3-7 de mayo de 1937
(foto: Fons Brangulí / ANC1-42-N-34822)
En esa situación se produjo el incidente
de la interferencia de la conversación telefónica entre Azaña y
Companys por el comité anarquista que controlaba el edificio central de
Telefónica en Barcelona. Era grave y ponía de manifiesto el riesgo de
ese control en la situación de guerra. Tarradellas, «primer Conseller»,
es decir, jefe del gobierno de unidad, decidió lavarse las manos, para
no crear un enfrentamiento con los anarquistas y dejó en manos del
Conseller de Interior, Artemi Aiguader, de ERC, el manejo del asunto.
Aiguader envió al Director General de Seguridad, Rodríguez Salas, del
PSUC, al frente de una patrulla de guardias de asalto para tomar el
control de la Central Telefónica en nombre del Govern de la Generalitat;
los anarquistas se opusieron y entonces se desencadeno una rebelión
general de grupos anarquistas, que no exactamente de la CNT-FAI. No hubo
«provocación estalinista», sí hubo una situación de tensión ante la que
Tarradellas se puso de lado, división interna en la CNT-FAI, y en el
desencadenante final imprudencia del comité anarquista de Telefónica
–como poco– en la interceptación de la conversación Azaña-Companys. Y
finalmente hubo rebelión anarquista, es decir, de determinados grupos y
segmentos anarquistas.
Ante eso el POUM se echó al monte no
solo sumándose a la rebelión, sino pretendiendo «orientarla
políticamente» proponiendo al Comité Regional de la CNT tomar el poder
en Cataluña; lo que el CR de la CNT rechazó, aunque quiso aprovechar la
situación para presionar por un cambio en el Govern con aumento de la
presencia anarquista o un gobierno sindical exclusivo.
La rebelión desbordó a la Generalitat.
Companys pidió ayuda de fuerza de orden al Gobierno de la República.
Largo Caballero vaciló, por motivos semejantes a los de Tarradellas –no
enfrentarse a los anarquistas– y decidió probar una mediación enviando a
Barcelona a sus ministros anarquistas: García Oliver y Federica
Montseny; fue en balde, los grupos en rebelión no les hicieron caso. Se
perdieron tiempo y vidas y finalmente se tuvo que enviar a fuerzas de
orden público del Gobierno de la República, con lo que acabó la
rebelión.
El episodio tuvo muchas consecuencias
(muertos y heridos aparte). La intervención del gobierno de la República
significó que el control del orden público en Cataluña pasaba
temporalmente a dicho gobierno, de acuerdo con el estatuto. Y, con ello,
la intervención del fiscal de la República que abrió diversos
expedientes individuales y uno colectivo contra el POUM; no lo hizo
contra CNT-FAI porque estas como tales no impulsaron la rebelión… y
porque eso habría significado una grave crisis política general en la
República. Pagó los platos rotos la dirección del POUM, porque ella sí
se comprometió públicamente con la rebelión y llamó desde ella a un
cambio de poder en Cataluña por la fuerza.
La vacilación de Largo Caballero se sumó
a las disensiones que se venían arrastrando en el Gobierno de la
República y en el PSOE-UGT y Azaña, que padeció los hechos de mayo en su
residencia del Parque de la Ciudadela en Barcelona, le retiró la
confianza a Largo Caballero (léase la Constitución de la República). De
las negociaciones salió el encargo de formar nuevo gobierno a Negrín,
del ala centrista del PSOE (no de la derecha, que era la de Besteiro) y
este quiso formar nuevo gobierno con las mismas formaciones, incluso con
Largo Caballero en él. Largo lo rechazó –o jefe de gobierno o nada– y
ante ello la UGT, dividida, se abstuvo y la CNT hizo lo mismo. El nuevo
gobierno no significó ningún giro derechista y en 1938 los sindicatos
volvieron a ingresar en él. En Cataluña también se formó un nuevo
gobierno, pero la CNT-FAI, asimismo dividida, no quiso participar y
cuando en la segunda mitad de 1938 quiso reintegrarse la oposición del
PSUC y de Companys lo impidió. Tampoco hubo giro derechista en Cataluña;
es más, el PSUC rechazó la propuesta de ERC de dar marcha atrás en las
colectivizaciones e impulsó una nueva ley agraria y una ley de
municipalización de la vivienda, cuya ejecución torpedeó Tarradellas.
Vicente
Uribe, Juan Negrín, Indalecio Prieto, Jesús Hernández y el general
Vicente Rojo en el acto de despedida, en Barcelona, de las Brigadas
Internacionales (1938)(foto: Emilio Rosenstein/CDMH)
La guerra siguió y la economía y la
política de guerra se endureció. Entre mayo de 1937 y marzo de 1939 pasó
mucho tiempo y pasaron muchas cosas; pero el publicismo al que responde
la interpretación de ese artículo obvia ese tiempo, porque siente que
el protagonismo ya no corresponde al POUM, a la disidencia anarquista y a
la revolución que se han inventado.
Algunas apostillas concretas, por orden de exposición en el texto:
el envío de armas soviéticas –no rusas– «nunca llegaron a la escala
de lo que Hitler y Mussolini proporcionaron a Franco»; lo sugieren como
demérito de la URSS pasando por encima la potencia militar e industrial
de unos y otros. En ese tiempo la URSS no podía competir con Alemania y
con Italia por separado, y menos si se sumaban. Por otra parte los
envíos soviéticos tuvieron que enfrentarse al bloqueo del Mediterráneo
por franceses, británicos e italianos, que los dificultaban; se tuvo que
inventar una nueva ruta desde el Báltico hasta la costa atlántica
francesa, con aviones y armas pesadas por piezas, que entraban en España
a través de Portbou, por tren, cuando el gobierno francés hacía la
vista gorda. Finalmente en 1938 la URSS tuvo que hacer frente a una
pequeña guerra en la frontera chino-siberiana, que Stalin temió que
pudiera ser el inicio de una intervención extranjera; toda la
disposición de armamento se dejó inmovilizada; cuando se conjuró el
peligro se reanudaron los envíos, por la ruta del Báltico porque la del
Mediterráneo estaba cerrada; ya no llegaron a tiempo, la traición de
Casado, Miaja, Besteiro y Cipriano Mera, es decir, de una parte del
mando profesional del ejército republicano, el ala derecha del PSOE y la
CNT de la región Centro, impidió mantener la resistencia en espera de
la llegada de los nuevos envíos.
afirma que Helen Graham dice: «la política de Negrín era consolidar
una economía liberal de mercado y un sistema de gobierno parlamentario»;
es por cierto la única referencia historiográfica que se considera,
después de que se haya publicado una biografía de Negrín (Moradiellos),
la trilogía de Viñas, etc. etc. Pues bien, eso que dice HG es entre
inexacto o falso –según la dureza de la crítica que se le quiera hacer–;
el objetivo de Negrín era defender la República democrática,
constituida en 1931, que era el denominador común de republicanos y
antifascistas; era una República parlamentaria, que no se planteaba el
cambio de sistema económico, pero admitía formas de regulación del
mercado en función del interés social; en defensa de ese denominador
común y contra el aventurerismo de quienes pretendían romper el eje
republicano-antifascista por cualquiera de sus partes, Negrín consideró
que las transformaciones sociales que habrían de producirse solo se
podían impulsar tras la victoria, no obstante aceptó la permanencia de
las leyes de colectivización o las leyes agrarias decretadas en Cataluña
y discutirlas, en cualquier caso, también después del fin de la guerra.
en la batalla de Teruel (febrero de 1938) no se separó Cataluña del
resto de la España republicana; eso no ocurrió, por tierra, hasta la
toma de Vinarós, en abril; el autor no tiene siquiera la más mínima
noción de geografía española. La batalla del Ebro tenía una razón y un
objetivo político que era razonable: presionar a Francia y también a
Gran Bretaña –en este caso hasta donde fuera posible– para que pasaran a
dar apoyo activo a la República ante la eclosión de la crisis de los
Sudetes y la ofensiva expansionista de Hitler. No se alcanzó el objetivo
por culpa de la traición de Chamberlain-Daladier. Desde luego, el
esfuerzo que se tuvo que hacer fue grande y no se pudieron compensar las
pérdidas con el giro político perseguido; pero enfocar la cuestión
desde la queja nacionalista –del nacionalismo catalán en este caso– de
dejar a Cataluña desprovista de medios militares para impedir su
conquista es una manera muy sui generis de analizar la Guerra civil.
el rechazo de las ofertas marroquíes es otro de los tópicos. Para
empezar, el autor lo sitúa en el contexto de su crítica a Negrín, pero
nada tiene que ver con Negrín, fue una cuestión suscitada en 1936 en los
primeros meses de la guerra. Y una cuestión exagerada, porque todo
sirve al parecer para criticar a Negrín y los malvados comunistas; la
fiabilidad de los «nacionalistas» marroquíes era reducida y en efecto la
oferta se producía en un momento en que todavía se esperaba un
posicionamiento positivo por parte de Francia. Por otra parte el tópico
da por hecho que tal rebelión se habría producido con éxito y no habría
sido aplastada por el ejército francés y el ejército de Franco, que
hubieran compartido un objetivo común.
lo de la guerra de guerrillas es una tontería absoluta. Pretender
que en la Guerra civil se podía sustituir el enfrentamiento convencional
por la guerra de guerrillas es de una ignorancia supina. Decir que no
hubo ningún decreto sobre la tierra a los jornaleros de la España del
Sur supuestamente para conseguir que se levantaran contra el ejército
sublevado, un despropósito absoluto. Por otra parte, la República sí
había legislado sobre la tierra y en la guerra civil se aplicó esa
legislación con intensidad (reforma agraria); también se legisló en
Cataluña, a favor de rabassaires, arrendatarios y pequeños campesinos.
que el juicio contra el POUM fue una reedición española de los
Juicios de Moscú es mentira y una infamia absoluta, por mucho que lo
hayan dicho y escrito Gorkin y otros. El juicio de la dirección del POUM
fue un juicio con garantías y ahí están las sentencias para
refrendarlo; los documentos falsos sobre el colaboracionismo del POUM
con el fascismo no fueron tomados en cuenta por el tribunal. Mejor se
haría reconociendo que en mayo de 1937 el POUM, como partido, violó la
legalidad republicana mediante una acción armada en tiempos de guerra.
La reacción republicana no estuvo carente de sentido, ni fue arbitraria.
Y finalmente el propio gobierno republicano de Negrín puso en libertad a
los condenados –todos ellos con penas de cárcel– en el momento de la
retirada de Cataluña. Lo de Nin fue otra cosa, y ciertamente fue una
intervención extemporánea y criminal de la NKVD, o más precisamente de
Orlov. Es mentira que Negrín no hiciese nada, por el contrario intentó
averiguar lo que pasaba junto con Zugazagoitia, pero no lo consiguió; la
reacción de Negrín fue reorganizar los servicios de información
republicanos e impulsar el SIM, dirigido por socialistas, y alejar a los
agentes soviéticos del sistema de información republicano.
PD.: Obviamente no había colusión del
POUM con el fascismo y los hechos de mayo no fueron un levantamiento
fascista, como la propaganda comunista de la época sostuvo. Pero sí
había en Cataluña una «quinta columna» y alguien pudo tener intención de
pescar en río revuelto. Franco dijo que había tenido agentes en los
sucesos; no necesariamente fue una provocación o una baladronada, entre
los heridos en Barcelona La Vanguardia cita a un tal Trillo-Figueroa,
tío de Federico Trillo-Figueroa, miembro activo del régimen como toda su
familia en la postguerra. Cuando lo intenté no pude acceder a archivos
del Servicio de Información franquista, y ya no le seguí la pista, pero
lo cito siempre que puedo, a ver si alguien se anima.
Final. Eso de que el desenlace de los
hechos de mayo fue una de las razones por las que Barcelona cayó sin
lucha es otra infamia, pero también es una cierta confesión de parte,
puede ser que inconsciente. Entre mayo del 37 y enero del 39 pasaron
muchas otras cosas que explican el desenlace de la decisión de abandonar
Barcelona sin lucha, sin pretender repetir en la capital catalana el
«No pasarán». Explicarlo sería explicar todos esos meses de guerra: el
cansancio de la guerra, el hambre, la constatación de la superioridad
franquista en equipo, las maniobras de una parte de los republicanos
(empezando por Azaña) y sobre todo de los nacionalistas catalanes (ERC,
Tarradellas) para poner fin a la resistencia y pretender una paz
«negociada» con Franco –eso sí que causó desafección y desmoralización
de combate en buena parte de la población barcelonesa– y, finalmente, el
desgaste sufrido en el combate de la batalla del Ebro, que obligaba a
retirarse para reagrupar fuerzas y no a plantarse para entablar una
nueva batalla que podría ser la derrota definitiva. La confesión de
parte: sí hubo una parte de la militancia anarquista que empezó a
considerar que aquella guerra no iba con ellos; fue una consideración
miope, como la de Besteiro, como la de Cipriano Mera; para otros también
hubo algo de oportunismo, de caer en la trampa de la solidaridad
rojinegra frente al comunismo como los que pasaron a aceptar e incluso a
colaborar con el régimen franquista tras la derrota de la República.
Referencias:
Martín Ramos, J. L. (2015), El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España. Pasado & Presente, Barcelona.
— (2018), Guerra y revolución en Cataluña. Crítica, Barcelona