Aguantó los peores ataques de Santiago Carrillo y una fea campaña difamatoria de Felipe González y Alfonso Guerra.
También los achaques del trabajo, cuando no le quedó más remedio que
volver a la mina tras abandonar la política y sufrió un terrible
accidente laboral. Tiene la salud muy delicada, pero Gerardo Iglesias
(La Cerezal, 1945) aún conserva energías para investigar la represión
franquista en su región y redactar sus memorias. También se ha sumado a
la causa abierta en Argentina contra la represión de la dictadura
aportando el caso de sus familiares. Mientras fue secretario general del
PCE, sus ideas causaron el mismo rechazo de los poderes del mundo
capitalista que de los Gobiernos de la URSS anteriores a Gorbachov.
Esta forma de entender el mundo de su tiempo le llevó a formar
Izquierda Unida, pero no pudo darle la continuidad que le hubiera
gustado al espíritu original del proyecto. No quiere dar ya entrevistas,
pero hace una excepción.
Es usted descendiente de una familia de comunistas.
Soy
descendiente de una familia de personas; personas que en un momento
dado pues, efectivamente, ingresaron en el Partido Comunista. Somos de
un pequeño pueblecito, casi una aldea, que se llama La Cerezal y
pertenece al Ayuntamiento de Mieres. Toda mi familia, sobre todo por
parte materna, han sido militantes del partido. También mi padre. Y por
ello han sufrido todos los embates de la represión franquista.
Participaron en la guerra, mi padre estuvo en diversos frentes en
Asturias. Y cuando acabó la guerra de trincheras, que aquí fue en el 37,
fue hecho prisionero. Lo llevaron primero a un campo de trabajo en
Teruel, luego estuvo en otros campos de concentración, en Guernica,
también en la cárcel de Zaragoza. Toda una peripecia durante varios
años. No tengo muchos recuerdos de cosas que me contara, salvo detalles
del sufrimiento de los campos de concentración, de los batallones de
trabajadores. Era horrible vivir bajo esas circunstancias cuando,
además, la política del franquismo ya se sabe cuál era con los vencidos:
el «exterminio por hambre o por fuego».
Dans une Espagne exsangue, Informe general…
recueille la parole de représentants politiques de tous horizons et
envisage les étapes de la reconstruction après la mort de Franco. Les
uns après les autres, ceux qui auront bientôt la responsabilité des
affaires du pays répondent à la seule question qui les obsède alors :
"Comment passe-t-on de la dictature à la démocratie ?" Ce film constitue
la synthèse des films clandestins et ouvertement politiques de Pere
Portabella en abordant tantôt sur le mode de la fiction, tantôt sur
celui du documentaire les grandes questions de l’Espagne de 1976.
Título: Furia libertaria – Mitin CNT San Sebastian de los Reyes. Marzo de 1977
Duración: 18 minutos
Dirección: Antonio Artero
Dirección de montaje y posproducción: Pablo Nacarino
Diseño postproducción: Roberto Butragueño
◾Montaje: Natalia Castellanos
Mezclas de sonido: Roberto Fernández
Música: Juan Manuel Artero
Operador de cámara, plaza vacía: Daniel Sosa
Créditos y corte de negativo: Manuel Primoi
Hinchado a 35 mm: Juan Mariné y Concha Figueras
◾Texto introductorio: Manuel Revuelta
◾También han colaborado: Familia Artero, Ismael González, KINOVA, Filmoteca Nacional, Filmoteca de Extremadura, ELAMEDIA S.L. y numerosos compañeros de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
◾Diseño Crátula: Javier Cortés
Este documental supone la recuperación de las imágenes del histórico mitin de la CNT en San Sebastián de los Reyes, primer mitin multitudinario1 de un sindicato tras la muerte del dictador y cuando todavía no estaban legalizadas las organizaciones sindicales. Juan Gómez Casas, Secretario General en esa época, explica que … a las 12 de la mañana ruedo y graderío ya estaban abarrotados, ofreciendo un espectáculo impresionante que los documentos fotográficos han legado a la posteridad. Se congregaron unas 30.000 personas para oir la voz de la CNT. El espectáculo era indescriptible: cientos de banderas, los himnos de la Organización, un gran clamor, los primeros gritos que luego ya oiríamos en millones de reuniones y manifestaciones.
El periódico La Vanguardia de ese mismo día (29 de marzo de 1977), que publica la noticia del multitudinario acontecimiento, informa del “primer mitin tras cuarenta años” y que más de 20.000 personas. Como anécdota describe el ambiente reinante incluso en el exterior de la plaza de toros, donde se “habían colocado numerosos tenderetes en los que se vendía prensa, libros, posters y emblemas. Uno de ellos, «El tiro al líder» despertó la curiosidad de todos: por quince pesetas cualquiera podía tirar una pelotita a la cabeza de unos muñecos que representaban a Santiago Carrillo, Fraga y Federica Montseny.”
Para la realización del documental, los compañeros y compañeras del Taller de Imagen y Contrainformación de CNT trabajaron con el material rodado en su día por el equipo del director Antonio Artero, que no pudo terminar esta película. Con la dirección de montaje de Pablo Nacarino y apoyado por Juan Mariné (que grabó el entierro de Durruti y continúa con el mismo entusiasmo a sus noventa y tantos años) ha construido con las imágenes de Artero y el sonido de los intervinientes esta obra que muestra la fuerza con la que renace la CNT en la segunda mitad de los años 70, elaborando así un documento de relevancia histórica no sólo para la militancia confederal sino también para el conjunto del movimiento obrero.
La invisibilización del PSUC en la película
es «preocupante», según Arantxa Tirado: «La militancia comunista de
Vital es esencial para entender su decisión de secuestrar el autobús».
Eduard
Fernández en la piel de Manuel Vital, que fue militante en la
clandestinidad del PSUC
Hace un par de semanas acudí a un pase especial de la película El 47, inspirada en la historia de Manuel Vital,
vecino del barrio de Torre Baró de Barcelona, migrante extremeño,
conductor de autobús, líder vecinal, militante en la clandestinidad del
Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y del sindicato CC OO. En
1978, Vital decidió demostrar que el autobús podía subir la montaña,
sortear las estrechas calles semiasfaltadas y llegar hasta el barrio que
él construyó, junto a sus vecinos y vecinas, con sus propias manos.
Para ello secuestró la línea 47 y condujo el vehículo hasta arriba de la
colina sobre la que se asienta Torre Baró.
Después de visionar la película, asistimos a una pequeña charla, con preguntas y respuestas, con su director, Marcel Barrena, y la actriz Zoe Bonafonte.
En el intercambio intervinieron vecinos de Torre Baró, compañeras de
partido de Vital, familiares y otras personas. Se puso de manifiesto
que, aunque Manolo fuera un líder vecinal indiscutible, representaba una
lucha colectiva, muchos de cuyos protagonistas se encontraban en la
sala, agradecidos por poder ver reconocida en la pantalla una lucha
frecuentemente silenciada en el cine.
Pese a que el director dejó
claro, desde el inicio, que la película estaba inspirada en la vida de
Vital pero “no era un documental”, algunas personas salieron de la sala
con una sensación agridulce. La película era hermosa, conmovedora, un
ejercicio de justicia y de memoria de la lucha de la clase obrera. No
obstante, había un problema. Una amiga, militante durante muchos años
del PSUC y, posteriormente, de su heredero, el PSUC-Viu, lo resumió
certeramente: “Estamos ante el borrado del partido”.
Cuando,
durante el intercambio, le planteé al director lo paradójico de contar
una historia de lucha colectiva, de integración de los migrantes en la
sociedad de acogida y de denuncia del fascismo sin mostrar ninguna referencia explícita a la ideología
que motivó la acción de Vital, se defendió alegando que la película
dejaba claro de qué lado estaba el protagonista, que no hacía falta que
verbalizara la palabra “comunista” para que se entendiera su militancia.
Creo que el director no entendió que algunas personas no esperábamos
que el soberbio Eduard Fernández, encarnando a Vital,
mirara a cámara y dijera que es comunista guiñando el ojo, cantara la
Internacional o levantara el puño. Simplemente queríamos apuntar que
difícilmente alguien que no conozca su figura o no esté familiarizado
con la lucha vecinal barcelonesa durante el final del franquismo y la
Transición puede deducir que estamos viendo en la pantalla la acción de
un comunista.
El problema no es que Barrena no muestre a un comunista, es que ni siquiera muestra a un militante
y, con eso, su enfoque colectivo de la lucha no es tal, por mucho que
añada a los vecinos de Torre Baró al final del secuestro del bus. El
enfoque de la película presenta una acción individual aislada de una
práctica política y de su organización. Pero también hace una elipsis
del mismo contexto de lucha política en que se dan los hechos narrados.
Puede que El 47 sea cine social pero, desde luego, no es cine militante.
Por
supuesto, está dentro de la libertad artística de cada autor elegir qué
quiere mostrar con su obra. Estas reflexiones tampoco invalidan la
importancia de una película protagonizada por un trabajador migrante de
un barrio periférico, algo poco habitual. Pero es evidente que, para
quienes provienen de esa tradición política y conocen cómo ha sido la
lucha en esos barrios, la historia tiene vacíos considerables.
El borrado del partido que se hace en El 47 no es preocupante porque se ignoren u oculten unas siglas determinadas, sino por lo que tiene de invisibilización de la lucha colectiva
y la organización política necesaria que está detrás de ella. Un
borrado que afecta al sindicato y a la misma organización vecinal,
inseparable en aquellos años de la organización política. Las
coordenadas ideológicas que explican la acción directa de Vital,
comunistas, que sirvieron para luchar contra la dictadura ayer y contra
el fascismo hoy, están ausentes, no sabemos si de manera consciente o
inconsciente por parte del director. La película ignora esta realidad.
Opta, además, por presentar la dictadura a través de referencias a un franquismo etéreo, que sólo asoma en la figura del policía o del monolito en el barrio,
pero con un contexto político claramente difuminado. El antifranquismo
es, también, abstracto y simbólico, emblematizado en una canción, pero
sin contenido ideológico ni praxis política distinguible. La militancia
de Vital tampoco existe, es más, se presenta como un personaje errático
en su actuación, sin claridad ideológica, que se conecta con un
antifranquismo sin etiqueta, y que actúa movido por un interés conectado
con lo inmediato, más familiar que social. Algo muy distante del
impulso que lleva a una persona a militar, desde su juventud y hasta el
fin de sus días, en un partido comunista.
El compromiso comunista
Esta elusión es tanto más grave cuanto, precisamente, la militancia comunista de Vital es esencial para entender su decisión de secuestrar el autobús, que no fue aislada, sino que se repitió en otros barrios de Barcelona, también protagonizada por otras militantes comunistas.
Por tanto, su decisión no puede entenderse sin acercarse a su
compromiso, el de un comunista en el sentido íntegro de la palabra. Uno
de tantos héroes anónimos de la clase obrera que, en tiempos de
dictadura y precariedad, decidieron arriesgar su integridad personal y
económica incorporándose a organizaciones clandestinas, como eran el
PSUC o CC OO, con el objetivo de mejorar sus condiciones materiales de
vida y las de todas. Luchar, en definitiva, por el socialismo como
realización de sus ideales y hacerlo desde lo concreto.
Los
comunistas como Vital combatían en muchos frentes, de manera incansable:
luchaban por el barrio desde las asociaciones de vecinos, daban la
batalla en el centro de trabajo integrados en el sindicato y aspiraban a
la transformación social colectiva organizados en el partido. Un
ejemplo de lucha que no se ve en ningún momento en la pantalla.
La
película, en definitiva, deja pasar la oportunidad de rendir homenaje a
todas esas generaciones de militantes que se están extinguiendo sin que
haya un relevo que las sustituya. Más allá del borrado de unas siglas
que implica ocultar una tradición de lucha que merecería estar en lugar
destacado, hay otra parte más dramática desde una perspectiva política
conectada con el presente. Ésta es no hacer pedagogía a las actuales
generaciones de que el fascismo que representaba la dictadura
franquista sólo pudo caer por la acción colectiva organizada desde unas
premisas ideológicas antitéticas a sus principios y valores.
Fueron los comunistas, socialistas y anarquistas, antes que demócratas
en abstracto, quienes combatieron ayer, y se siguen enfrentando ahora al
fascismo y la extrema derecha. Ésta hubiera sido la mejor manera de
honrar la heroica lucha del pasado y dar claves para la necesaria lucha
del presente.
El filme, que recrea la desobediencia civil liderada por un
conductor de autobús y es la única película en catalán que ha alcanzado
el número uno de taquilla en más de quince años, esconde la importancia
del PSUC en la lucha vecinal
Acostumbrados a las
comedias de cuarta y a las agotadoras franquicias de superhéroes, no
dejan de sorprender los milagros, porque lo que ha sucedido con El 47
es un pequeño milagro: una película que habla de una lucha vecinal, y
obrera, para lograr una línea de autobús que pare en su barrio ha sido
un éxito que ningún de sus artífices esperaba.
La película, dirigida por Marcel Barrena, se ha mantenido entre las más
vistas durante semanas y es el único filme en catalán que ha alcanzado
el número uno de taquilla en más de quince años el segundo mejor
estreno de una película en catalán en la última década.
Este éxito de El 47, que no se ha doblado al castellano, ha
demostrado tres cosas. La primera es que el cine en catalán gusta a
espectadores catalanes y de cualquier lugar. Otra película del cine
catalán, Casa en llamas, también ha entrado con éxito en el top 10 de taquilla y va camino de superar el éxito de Pa negre y convertirse en la película en versión original catalana más taquillera de los últimos 25 años.
La segunda es que sigue habiendo espectadores para las historias de
gente buena y causas dignas. Y que en las salas hay cabida para otros
espectadores además de los que van a ver los bodrios familiares de
Santiago Segura o los adictos a las sagas comiqueras o galácticas. Hay
muchísimos espectadores de 40 a 80 años que buscan un cine adulto, con
buenas historias y buenos personajes.
Y la tercera, y aunque esto a muchos ejecutivos de cadenas les
incomode, es que se puede hacer cine político y tener éxito en taquilla,
que en esta ocasión se ha comportado de manera parecida a la del éxito
de El maestro que prometió el mar y que ya comentamos en Diario
Red. La película de Patricia Font, que recaudó 1,7 millones de euros y
atrajo a casi 300.000 espectadores, también contaba con un claro
contenido político, estaba basada en un caso real y tenía un
protagonista de gran personalidad y abiertamente izquierdista.
Manolo se estableció en la zona chabolista de Torre Baró huyendo de
un pasado aterrador: su padre fue apresado por falangistas, lo
asesinaron y arrojaron su cadáver a una fosa común
Quizás este tipo de películas animen a futuros cineastas a hacer un
cine que huya de la fórmula facilona y apueste por algo tan
cinematográfico como la desobediencia, que es el tema principal de El 47.
Hay mucho cine en la ocupación masiva de viviendas vacías, en los
encarcelados injustamente (por criticar al emérito o boicotear un mitin
fascista, por ejemplo) o en la lucha contra los desahucios, como
demostró Juan Diego Botto con En los márgenes, una película que
fue machacada por la crítica pero que dentro de unas décadas recordará
lo que sucedía en este país en 2022 igual que un buen filme de José
Antonio Nieves Conde o Ladislao Vajda lo que sucedía en la feroz España
de los 50.
Pero centrémonos en El 47, dirigida por Marcel Barrena, responsable de películas como 100 metros o Mediterráneo
y que firma también el guion junto a Alberto Marini. El origen del
texto es curioso: encontró por casualidad la historia del conductor de
autobús Manolo Vital en un blog sobre transporte metropolitano. Natural
de Valencia de Alcántara, Cáceres, Manolo se estableció en la zona
chabolista de Torre Baró huyendo de un pasado aterrador: su padre fue
apresado por falangistas, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una
fosa común (mismo destino que el protagonista de El maestro que prometió el mar).
“Expulsado”, como repite Manolo en la película, de su Extremadura
natal, acabó en Torre Baró en busca de pan, trabajo, dignidad y futuro,
igual que miles de los llamados “charnegos”. O lo que es lo mismo:
catalanes de adopción a los que durante décadas se les consideró como
ciudadanos de segunda clase. En Euskadi se les llamaba, de forma igual
de despectiva y racista, maketos. Manolo fue solo uno de los cientos de
miles (en concreto 800.000, nada menos) que abandonaron Extremadura
durante dos décadas.
El 47 empieza con la creación de las ínfimas casas que no se
podían considerar chabolas, con Manolo y sus gentes construyendo
hogares con sus propias manos y siempre pendientes de un vacío legal: la
ley estipulaba que no se podía derruir una construcción que tuviera el
techo puesto. Por eso techaban rápidamente los chamizos, antes de que
llegasen los cuerpos represivos fascistas para demolerlos.
Con astucia y coraje, Manolo y sus amigos y vecinos levantaron el
barrio (incluida la luz y el agua), pero pasados los años llegó la gran
brecha generacional: la conciencia de clase dio paso la vergüenza de
clase. Los hijos se avergonzaban de sus padres, de sus casas, de su
pobreza. Esta brecha queda muy marcada en el guion de El 47 con
el personaje de Joana, la hija, que primero duda de la lucha de su
padre, pero finalmente lo admira y cierra la película de forma preciosa.
Nada menos que con Gallo Rojo, Gallo Negro, de Chicho Sánchez
Ferlosio: “El gallo rojo es valiente, pero el negro es traicionero. No
se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto”.
La acción que recrea la película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC
Manolo, eso sí, es la columna vertebral y razón de toda la película. Y
Eduard Fernández ha nacido para el personaje, un currante y
superviviente bueno y terco que no soporta la vergüenza que provoca la
pobreza y menos que las nuevas generaciones no valoren la lucha de la
suya. La caracterización de Fernández (con su pipa, su mostacho y su
camisa abierta) es otro peldaño en una carrera en la que brillan sus
grandes trabajos en Los lobos de Washington, Smoking Room, El método o El hombre de las mil caras.
Por desgracia, quizás esa rabia que tan bien administra siempre
Fernández (“Voy a reventar todo, la voy a liar”) no haya sido del todo
aprovechada en El 47. La película de Barrena, financiada por el
Institut Català de les Empreses Culturals, RTVE y Movistar Plus+,
cuenta con un discurso combativo solo a medias y omite verdades
ideológicas. Me explico: el secuestro del 47 no fue un arrebato de un
hombre harto de funcionarios. Vital contó con la connivencia de CCOO y
el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña, comunistas). El PSUC
tenía más de mil afiliados en Nou Barris y gran presencia en cada una de
las asociaciones de vecinos. Además, Manuel tenía un hijo (en el filme
una hija) que, como él, militaba en el PSUC y CCOO.
Y como guinda, un joven y cándido Pasqual Maragall al que El 47
le dan más protagonismo del que tuvo. Además, la acción que recrea la
película fue organizada con los vecinos del barrio, acordada en el PSUC y
el 47 no fue el único autobús secuestrado.
Como se preguntó Ricard Aje en su reseña en Mundo Obrero, “¿Por qué hay
que ocultar la organización política, sindical y popular en las que
militaba Vital y que jugó un papel trascendental en las luchas sociales y
contra el franquismo? (…) ¿Había que convertir una lucha social en un
producto comercial? ¿Acaso se puede entender la Catalunya actual, los
servicios e instalaciones públicas de los barrios obreros o las
condiciones de trabajo en las empresas sin el trabajo y el papel del
PSUC, CC.OO. y las asociaciones vecinales? Despreciar u ocultar el papel
de la militancia y del PSUC en la historia de Catalunya y dejarlo como
si fueran acciones espontáneas e individuales es injusto y le hace flaco
favor a la memoria histórica”.
Hay proyecciones de El 47 que han acabado con aplausos en la
sala, algo muy poco común. El tramo final, el del secuestro del 47 con
sus pasajeros dentro, muy eficaz, vale por toda la película. Y cuando
acaba, se apodera de ti una reflexión inevitable: si la película hubiese
sido más corta (dura casi dos horas), estaríamos ante una obra mucho
más escueta y contundente. También ante una obra mucho más honesta si
hubiesen dado el verdadero protagonismo que tuvo en PSUC.
Lo mejor: Eduard Fernández. Lo peor: la película acaba con un happy end, pero no es tan happy
lo que vino después. La línea 47 se prolongó y llegaron otras líneas a
la zona, pero hoy sigue siendo muy pobre y desatendida, con cortes de
luz y peligrosos desprendimientos cuando diluvia.
Florentino Pérez ha donado al menos 900.000 euros en cinco años a las fundaciones FAES y Pablo Iglesias, vinculadas al PP y al PSOE
La
fundación de la constructora ACS ha realizado pagos a varias
organizaciones relacionadas con partidos políticos, antiguos cargos
público y la Casa Real
Cada año, la Fundación ACS, vinculada la constructora del mismo nombre, presidida por Florentino Pérez, dona 100.000 euros a la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, más conocida como FAES, y a la Fundación Pablo Iglesias.
Es decir, a las organizaciones sin ánimo de lucro históricamente
ligadas al Partido Popular y al PSOE. La Fundación ACS otorga este
montante económico desde, al menos, 2015.
Lejos de tratarse de una donación puntual, la multinacional ha
realizado estos pagos también en los últimos años, según ha podido
comprobar lamarea.com.
Entre 2018 y 2021, la fundación de la constructora ha inyectado un total de 400.000 euros a cada uno de los think-tanks políticos
del bipartidismo, tal y como figura en las cuentas de la Fundación ACS
depositadas en el Protectorado de Fundaciones. En 2022, FAES también
recibió dicha donación, pero no ha sido posible corroborar si ha
sucedido lo mismo en el caso de la Fundación Pablo Iglesias ya que las
cuentas de esta última para ese mismo ejercicio todavía no están
disponibles. Asimismo, tampoco ha respondido las cuestiones enviadas por
lamarea.com.
En 2018, gracias a este convenio de colaboración, FAES —desvinculada orgánicamente del PP desde 2016, aunque sigue liderada por el expresidente del Gobierno José María Aznar—
puso en marcha el denominado “Observatorio FAES de Política Energética”
con el objetivo de “consolidar un foro de debate y discusión
permanentes sobre los desafíos a los que se enfrenta el sector y las
medidas y reformas necesarias a implantar en el corto, medio y largo
plazo”. Asimismo, el think-tank neoliberal también publicó el informe Claves de éxito en la transición energética.
En el caso de la Fundación Pablo Iglesias, el capital fue utilizado para la informatización de los fondos bibliográficos y hemerográficos, la publicación de revistas, libros, cuadernos y las exposiciones organizadas durante ese año.
A
partir de 2019, la Fundación ACS incluyó la donación a ambas entidades
políticas en su programa “Interés general” para “patrocinar
económicamente a Fundaciones e Instituciones de reconocido prestigio
que, aunque con finalidades muy diferentes, todas ellas pueden ser
calificadas de interés general para la sociedad española actual, sin
necesidad de ser encuadradas en apartados más concretos”. En todos estos
años, las donaciones a FAES y a la Fundación Pablo Iglesias estuvieron entre las más altas realizadas por la constructora,
solo superadas por las otorgadas la Fundación Teatro Real De Madrid o a
la Fundación del Gran Teatro del Liceu de Barcelona, entre otras.
Este
medio ha preguntado a la organización por qué no ha financiado
fundaciones ligadas a otros partidos políticos pero no ha obtenido
respuesta.
Más enlaces políticos
La Fundación ACS está dirigida, desde 2017, por José María Mayor Oreja, empresario y hermano del exministro del Partido Popular Jaime Mayor Oreja. Este último se ha convertido en uno de los rostros más destacados del ultraconservadurismo a través de NEOS, una organización antiabortista.
Lejos
de optar por una deriva más reaccionaria, bajo el mandato de José María
Mayor Oreja, la Fundación ACS ha financiado a otras organizaciones
ligadas a exdirigentes del PSOE. Así, entre 2018 y 2021, la Fundación Mujeres por África, presidida por la exvicepresidenta del Gobierno María Teresa Fernández de la Vega, ha logrado 600.000 euros en donaciones.
La Fundación Pasqual Maragall, encabezada por el expresident de
la Generalitat, del PSC, ha logrado 360.000 euros en el mismo periodo, a
razón de 90.000 euros al año. Por su parte, durante esos cuatro años,
la Fundación Transición Política Española, presidida por el exministro del PP Rafael Arias-Salgado, ha recibido 80.000 euros por parte de ACS.
Finalmente, la Fundación Felipe González
ha obtenido 60.000 euros en total gracias a dos donaciones realizadas
en 2020 y 2021. Desde la entidad liderada por el expresidente del
Gobierno aseguran que el convenio de colaboración firmado con la
constructora está relacionado con una de sus actividades: el Espacio
Rubalcaba, “que tiene por objeto mantener y difundir la memoria y el
legado de Alfredo Pérez Rubalcaba”, pero no han aclarado si la ayuda se
ha producido también en 2022 y 2023.
Además de realizar donaciones
a organizaciones vinculadas a partidos políticos y antiguos cargos
públicos, la Fundación ACS ha realizado pagos a dos entidades
relacionadas con la Casa Real, de las cuales forma parte de su
patronato. Así, entre 2018 y 2021 ha donado 160.000 euros a la Fundación Princesa de Asturias y 132.000 euros a la Fundación Princesa de Girona.
Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo.
Y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana
y canciones de los Rolling y niñas en minifalda.
Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores.
Y cómo cantaste «Al Vent» y ocupasteis la Sorbona
en aquel mayo francés en los días de vino y rosas.
Aunque parezca el comienzo de una
película de James Bond, lo relatado a continuación es un hecho real y
forma parte de la historia de España.
El día 14 de mayo de 1962, los
príncipes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia contrajeron matrimonio
en Atenas (Grecia). Se celebraron dos ceremonias religiosas. La primera
por el rito católico en la catedral de Dionisio Areopagita a las diez
de la mañana. Dos horas después, en la catedral de la Anunciación de
Santa María, se llevó a cabo la ceremonia ortodoxa. Acudieron ciento
cuarenta y siete invitados entre los que había miembros de veintisiete
casas reales de todo el mundo. El dictador Francisco Franco mandó a su
ministro de Marina como representante del gobierno y miles de españoles
monárquicos se desplazaron hasta la capital griega para festejar el
enlace. Hasta aquí la historia es de sobra conocida y se puede consultar
en la hemeroteca de los periódicos y en varios libros. Lo que no era de
dominio público hasta hace pocos años es que, entre los invitados
oficiales por parte del novio, acudió al evento un peligroso
revolucionario español perteneciente a un grupo subversivo de la
izquierda política española más radical. A buen seguro, el príncipe Juan
Carlos desconocía la doble vida de su invitado y amigo.
Nuestro hombre, unos días antes de la ceremonia, se encontraba en la antigua Yugoslavia,
entonces un país comunista. A sus padres les había contado que residía
en Ginebra (Suiza) ampliando sus estudios sobre Economía, carrera
universitaria que había terminado con buenas notas. Al país eslavo lo
había enviado el grupo político al que de forma secreta se había unido
cuatro años antes. Junto a un nutrido grupo de militantes de ideología
comunista de otros países (algunos del tercer mundo y la mayoría
prosoviéticos), el activista español aprendía técnicas para la
revolución de sus anfitriones yugoslavos; entre ellas, métodos de
falsificación de documentos, teorías para la reforma agraria y
planificación económica al estilo marxista.
Gracias a las buenas novelas de espías,
se sabe que la existencia de quienes viven en la clandestinidad o llevan
una doble vida es complicada. Desde una vida anodina, como la que nos
ha tocado al común de los mortales, es difícil hacerse una idea de los
pensamientos que cruzan por la mente de estos activistas encubiertos;
más aún viviendo una situación tan estresante como aquella de la boda
real. Cuando, por ejemplo, en pleno cocktail de la celebración nupcial y
con un canapé de salmón en una mano, el revolucionario llevara con la
otra una copa de champan francés a sus labios ¿se sentiría culpable
recordando a los pobres y explotados jornaleros del campo andaluz? En el
caso de que sintiera una punzada de ansiedad a causa de las injusticias
sociales, ¿calmaría su inquietud pensando que, gracias a sus compañeros
de lucha y a él, la opresión de la famélica legión llegaría en
breve a su fin? En el supuesto de que hubiera sacado a bailar a una
joven y bella princesa centroeuropea, ¿pondría toda su atención en no
pisar los delicados pies de aquella descendiente del último emperador
austrohúngaro o, al admirar su estilizado cuello, no podría evitar
acordarse de la guillotina, aquel mecanismo que de forma tajante e
inapelable impartió justicia en los tiempos de la revolución francesa?
Tras el triunfo en 1959 de la revolución
cubana, el grupo insurgente al que pertenecía nuestro revolucionario
había decidido incorporar la lucha armada a su catálogo de métodos para
cambiar la sociedad y hacer caer el franquismo.
Cambiar en pocas horas el entorno marxista y austero de la revolución
por el lujo de los palacios y las bodas reales hizo darse cuenta a
nuestro joven aventurero que sus días transcurrían con emoción e
intensidad. Tenía veintidós años y la vida era excitante. El futuro
estaba en sus manos.
Nuestro héroe se llama José Luis Leal,
tiene ochenta y cuatro años y acaba de publicar sus memorias. Después de
abandonar la lucha subversiva llegó a ser ministro de Economía en uno
de los primeros gobiernos de la democracia y presidente de la Asociación
Española de Banca.
José Luis Leal con Juan Carlos de Borbón (foto: 20 Minutos)
Introducción
La historia de los movimientos
revolucionarios españoles de los años 60 y 70 del siglo pasado es el
relato de un fracaso: el dictador murió en la cama y España —que en 1978
adoptó la democracia como sistema político— continuó siendo un país
capitalista en el que los poderes fácticos y los clanes familiares y
económicos tenían (y siguen teniendo) demasiado poder e influencia.
En numerosos trabajos históricos sobre
aquellos años se argumenta que estas organizaciones subversivas, a pesar
de no conseguir sus objetivos, contribuyeron con su rebeldía a la
llegada de la democracia a nuestro país. Entre los jóvenes que
pertenecieron a estos movimientos hubo algunos que se jugaron la vida (y
unos cuantos la perdieron), la integridad física, la libertad y el
futuro laboral o social. También los hubo que arriesgaron poco, hablaron
mucho y, pasado el tiempo, se colocaron medallas antifranquistas que no
les correspondían. Incluso los hubo que, como dice la letra de la
canción de Ismael Serrano, se divirtieron, ligaron con chicas e hicieron
contactos que con la llegada de la democracia utilizaron para obtener
un buen empleo o un cargo político y un salario de por vida.
A continuación, se relatan las andanzas
de un grupo de jóvenes idealistas que se integraron en el Frente de
Liberación Popular, el «Felipe». Su historia está llena de aventuras,
anécdotas divertidas y desgracias. Fueron solo once años los que el
Frente se mantuvo en activo (1958-1969), pero dicho periodo dio mucho de
sí.
El curso del 56
El Sindicato Español Universitario (SEU)
fue fundado en 1933, durante la Segunda República, bajo el amparo de
Falange Española. Tomando como ejemplo el fascismo italiano, su
principal objetivo era controlar ideológicamente la universidad. Durante
las primeras décadas de la dictadura, nadie movía un dedo en la
universidad española sin que el SEU lo supiera y lo autorizara. En los
años cincuenta, primero tímidamente y luego de forma más decidida,
algunos estudiantes comenzaron a moverse fuera del control del sindicato
fascista. Estos jóvenes cuestionaban las verdades impuestas por el
franquismo; eran mayoritariamente hijos de vencedores de la guerra civil
y pertenecían a las primeras generaciones de españoles que no habían
vivido la contienda.
Tampoco los estudiantes falangistas
estaban conformes con la situación política. A pesar de que el SEU era
el único sindicato de estudiantes autorizado por el gobierno franquista,
en 1954 la policía tuvo que disolver violentamente una manifestación
convocada por esta organización. Protestaban porque Franco no había
puesto en marcha la reforma agraria y la nacionalización de la banca,
proyectos que formaban parte del programa fundacional de Falange.
En 1955, el profesor de Psicología
Experimental de la Universidad Complutense de Madrid José Luis
Pinillos dirigió una encuesta entre los estudiantes madrileños. Los
resultados sorprendieron a las autoridades de la universidad y alertaron
al régimen franquista: el 82 % de los universitarios no tenían
confianza alguna en las élites dirigentes; el 85 % consideraba
«inmorales» a los gobernantes y el 74 % los tildaba de «incompetentes».
En el capítulo dedicado a las Fuerzas Armadas, el 90 % de los
consultados los consideraba «ignorantes, burócratas e inútiles» y para
el 48 % eran «brutales, libertinos y bebedores». El 70 % de los
encuestados consideraba que el compromiso social de la Iglesia era
insuficiente y, por último, a la hora de mostrar las preferencias por
una forma de Estado, el 30 % optaba por la monarquía, el 30 % por la
república y solo el 10 % por una dictadura militar. El 20 % se mostraba
indiferente. Solo un 10 % de los entrevistados se manifestaba como
falangista1.
Manifestación estudiantil, foto del blog (http://pueblodeespana.blogspot.com/)
1956 fue el año en que la tensa paz en
la universidad saltó por los aires. Los estudiantes de izquierdas y los
monárquicos (que era entonces una manera de oponerse al régimen), que no
respetaban la autoridad de SEU, comenzaron a hacer oír su voz. Con
motivo del fallecimiento en octubre del 55 del filósofo Ortega y Gasset (a
quien el régimen nunca tuvo mucho aprecio) se le organizó un homenaje
en el entorno del Congreso de Escritores Jóvenes. Finalmente, este
congreso se canceló por orden de la autoridad. En febrero varios
estudiantes comunistas redactaron un manifiesto contra el SEU; se
imprimieron numerosas copias y se distribuyeron en todas las facultades
de Madrid. En el escrito no se citaba el nombre del SEU, pero quedaba
claro a quién se echaba la culpa de todos los males de la universidad:
(…) la
organización que hoy se atribuye cada día de un modo más ilusorio al
monopolio del pensamiento, de la expresión y de la vida corporativa de
la vida universitaria en el aspecto profesional, social, cultural e
internacional, posee una estructura artificiosa que o no permite o
tergiversa la auténtica manifestación y representación de los
universitarios.
El documento denunciaba el «divorcio» entre la universidad real y la oficial:
Este divorcio
explica muy bien la esterilidad y los fracasos cosechados en el terreno
intelectual, deportivo y sindical, fracasos que nos humillan en todo
contacto internacional ante los estudiantes de otros países.
En la parte final del texto se convocaba
un Congreso Nacional de Estudiantes para abril de ese mismo año, y se
solicitaba la celebración en marzo de elecciones libres de
representantes.
Aquel manifiesto era un torpedo lanzado
directamente a la línea de flotación del SEU. Los estudiantes
falangistas, que se consideraban más varoniles y eran más echados para
adelante que todos aquellos «traidores» comunistas y «afeminados»
monárquicos, no iban a consentir una falta de respeto como aquella.
Durante los primeros días de febrero se produjeron violentos
enfrentamientos entre los miembros del SEU y los estudiantes partidarios
de la apertura. La policía intervino con violencia para frenar las
agresiones. En los altercados se produjeron graves destrozos en las
dependencias de la universidad, numerosos contusionados y un falangista
herido por arma de fuego.
El régimen acabó cortando cabezas y
destituyó al rector, al ministro de Educación y al secretario general
del Movimiento. A partir de ese momento el SEU perdió su hegemonía y los
estudiantes entendieron que tenían poder, que podían influir en la
marcha de la política en España. El SEU se desmontó en 1965. Los
cabecillas de las movilizaciones del 56 fueron Enrique Múgica, Javier
Pradera, y Ramón Tamames2.
Jesús
Ibáñez, Julián Marcos y Vicente Girbau visitan en la cárcel a Pablo
Sánchez Bonmatí, José María González Muñoz, Francisco Bustelo García del
Real, Joaquín Marcos y Manuel Fernández-Montesinos García, condenados
por los sucesos de 1956 (foto: blog Pueblo de España)
Creación del Frente de Liberación Popular
Yo a Julio le
caí muy bien y conmigo lo pasaba divinamente. Siempre andábamos en su
coche, un Jaguar que él conducía sin manos muy pintorescamente a 140 o
150 Km/hora, y Antonio, el cura, le decía: «Julio sábete que estoy en
pecado mortal, y es responsabilidad tuya si voy al infierno. Haz el
favor de parar, no corras tanto». Julio se reía y seguía corriendo.
Siempre estábamos de comilonas por ahí, pasándonoslo muy bien.
(José María
González Muñoz, que participó de las primeras reuniones del FLP, sobre
Julio Cerón, en entrevista con Julio Antonio García Alcalá)3
Animados por los altercados en la
universidad del año 56 y liderados por Julio Cerón, diplomático católico
y hombre extravagante, un grupo de intelectuales y sacerdotes de
asociaciones cristianas como la Juventud Obrera Católica (JOC) y la
Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) formaron un nuevo grupo
político. El Evangelio, la dotrina social de la Iglesia y la lectura de
libros entonces prohibidos cimentaron el edificio ideológico de la
organización. Decepcionados por los partidos que como el PCE lideraban
la lucha antifranquista, llegaron a la conclusión de que tenían la
fórmula mágica para redimir a la sociedad española: marxismo +
cristianismo = justicia social y libertad.
Julio Cerón, como diplomático, había
visitado la URSS y la China Comunista y se había entrevistado con
personajes destacados de la izquierda internacional. Inquieto
intelectualmente y cercano a los nuevos grupos cristianos, Cerón se puso
en contacto con los hermanos Juan y Lorenzo Gomis (este último director
de la revista cultural El Ciervo, impulsada por la Asociación
Católica Nacional de Propagandistas). Además de con los Gomis, habló
«asediándolo a telefonazos» con Jesús Ibáñez (que había pasado por la
cárcel debido a los altercados de 1956); con José Ramón Recalde, abogado
donostiarra, con el arquitecto Joaquín Aracil, con el sociólogo
Francisco Díaz del Corral y con el matemático Ernesto García Camarero.
También estaban entre los primeros contactos el abogado y sociólogo
Ignacio Fernández de Castro, el estudiante Fernando Martínez Pereda y el
sacerdote Antonio Jiménez Marañón. Con todos ellos —y tras dos
reuniones en un convento y en una iglesia— fundó Cerón en 1958 el Frente
de Liberación Popular (FLP) o también conocido como el «FELIPE». El
nombre fue idea de Jesús Ibáñez y estaba inspirado en los frentes de
liberación de países como Argelia y Vietnam que entonces estaban de moda
entre la progresía politizada nacional. Entre los miembros fundadores
usaban «la fiesta» como nombre en clave para referirse al Frente. Como
sede para las operaciones clandestinas alquilaron un piso en la calle
Alonso Cano del centro de Madrid, y en él instalaron una multicopista
construida chapuceramente con rodillos de lavadora. En la jerga
particular de la organización a la copiadora la llamaban «lavadora» y al
hecho de editar propaganda política, «lavar». En otras organizaciones
clandestinas a estas multicopistas se las llamaba «vietnamitas» debido a
que las octavillas impresas con estas rudimentarias máquinas eran
utilizadas por el Vietcong durante la guerra contra los norteamericanos
en el país asiático. El FLP era original hasta para esto4.
Julio Cerón en 1984 (foto: El País)
Las primeras captaciones de activistas se hicieron en la universidad. Juan Tomás de Salas (más tarde editor del periódico Diario 16) contaba así su entrada en la organización:
Íbamos desde el
CEU, cerca de la Ciudad Universitaria, hacia el centro de Madrid, camino
de la Facultad de Derecho. Conmigo, Nicolás Sartorius, José Luis Leal y
no sé si alguno más. En las proximidades de San Bernardo (sede entonces
la Facultad de Derecho) empezamos a notar agitación callejera. Multitud
de estudiantes lanzaban consignas en la calle. La policía y sus
colaboradores del interior ejercían con dureza la represión. Alguien se
dirigió a nosotros: «Son los fascistas de dentro -gritó- tened cuidado».
Era la primera vez que veíamos a fascistas uniformados, por supuesto de
azul, ejercitando directamente la violencia. Vino entonces un
estudiante hacia nosotros. Era un amigo, creo recordar que Paco
Montalvo: «Venid conmigo». Y nos llevó hasta un café cercano que era al
parecer un refugio cercano. Allí nos presentó a otro amigo, mayor que
nosotros. «Julio Cerón», nos dijo. Poco después ingresábamos los tres,
Sartorius, Leal y yo, en el Frente de Liberación Popular.5
José Luis Leal, estudiante de Económicas, describe así en sus memorias la prueba de acceso para nuevos miembros en el FELIPE:
El acto formal
de adhesión (al Frente de Liberación Popular) tuvo lugar una tarde de
primavera, poco después de la puesta de sol. Mi contacto me citó en una
calle de Madrid advirtiéndome de que era preciso que fuese en el coche
de mi familia. (…) Después de recogerle estuvimos dando algunas vueltas
por Madrid hasta que, tras mirar su reloj, el contacto me dijo: «Vamos a
la esquina de Menéndez Pelayo con O´Donnell». Seguí sus instrucciones.
Luego me ordenó «Para aquí». Paré y en ese momento un individuo penetró
en la parte trasera del vehículo y dijo: «En marcha, sigue por esta
calle». Seguimos unos metros en silencio, tras lo cual mi misterioso
interlocutor dictaminó: «Da una vuelta a la manzana y aparca en primer
sitio que encuentres en O´Donnell». Así lo hice y, tras detener el
automóvil, comenzó el interrogatorio después de haberme conminado a que
no volviere la cabeza. «¿Qué piensas de la revolución de Fidel Castro?»,
«¿Qué estás dispuesto a dar por la causa?». Respondí lo mejor que pude
y, antes de llegar al final de la conversación, mi interlocutor me
explicó de manera condescendiente que en otras organizaciones se
propinaba una paliza al futuro miembro para comprobar si tenía
condiciones para resistir un interrogatorio de la policía. En el tono de
voz se notaba cierta admiración hacia esas organizaciones, dando a
entender que aquella era la manera adecuada de proceder y que si no se
practicaba en el FLP era por temor a la falta de entereza de los
estudiantes.6
Juan Antonio Ortega Diaz-Ambrona, en Memorial de Transiciones (1939-1978) define a los felipes:
«Románticos, ingenuos, innovadores y heterodoxos y tal vez fueran un
poco de todo eso. Algo caóticos, a veces, y faltos de un programa
definido. No quisieron estar en una formación monolítica y homogénea. Se
sentían más a gusto conviviendo con seguidores de distintas corrientes
socialistas, creyentes y ateos, sindicalistas y líderes universitarios,
dentro del ámbito nuevo, cambiante y en ocasiones muy poco seguro que se
exploraba en Europa, «la nueva izquierda»».
Jesús Ibáñez (arriba, segundo por la izquierda) en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología en 1950 (foto: nodo50.org)
En 1956, en el congreso celebrado en
Praga, el Partido Comunista había decidido utilizar una nueva vía para
conseguir sus fines. El PCE venía de una larga travesía por el desierto.
En 1947 el comisario Roberto Conesa, temido por sus brutales
interrogatorios en los que utilizaba todo tipo de torturas, había
conseguido infiltrar agentes en la organización. Con aquella operación
se hicieron más de dos mil detenciones que después de los juicios
resultaron en un total de 1744 años de penas de cárcel y 46 condenados a
muerte. Esta nueva estrategia antes citada se bautizó como
«Reconciliación nacional». Después de haber intentado derrocar a Franco
mediante la lucha armada en los años cuarenta, el PCE optó por la lucha
política abandonado los métodos violentos. Huelgas, manifestaciones y
propaganda fueron sus instrumentos de movilización popular. La fundación
del FLP puso en cuestión a los partidos que según Cerón habían
fracasado en la lucha contra la dictadura. Al PCE se le consideraba
pactista y reformista. El FLP, nada más nacer y sin consultar a nadie,
se colocó ideológicamente a la izquierda del Partido Comunista. Según
los jóvenes integrantes del Frente, el Partido Comunista estaba
burocratizado y era demasiado dependiente del exterior (donde vivían sus
dirigentes) y estas circunstancias le restaban eficacia en la lucha.
Como respuesta a los partidos clásicos, el Frente se lanzó como una
organización abierta y ecléctica. En su seno se permitía la heterodoxia
ideológica y era habitual oír en sus debates internos frases como: «yo
soy luxemburguista» o «yo soy guevarista». Enemigo de comités centrales,
estructuras encorsetadas y un tanto excéntrico de carácter, Julio
Cerón, máxima autoridad reconocida por todos los jóvenes integrantes del
Frente, se nombró a sí mismo «pontífice organizativo».7
«Nos proponíamos nada menos que cambiar
totalmente la sociedad y hacerla radicalmente justa», escribió José
Pedro Pérez-Llorca, estudiante de Derecho y miembro del FLP. Este
idealismo funcionó como motor de los jóvenes estudiantes y la actividad
política en el piso de calle Alonso Cano durante los primeros meses fue
frenética. José Luis Leal cuenta en sus memorias a qué se dedicaban en
aquellos primeros días de revolución:
Una de nuestras
actividades principales, en el orden intelectual, consistía en la
búsqueda incansable de las cuarenta familias a las que considerábamos
dueñas de España y del entramado del poder. (…) Compramos un anuario en
el que venían los miembros de todos los consejos de administración de
todas las empresas españolas y comenzamos a hacer fichas por orden
alfabético para aquellas personas que nos parecían implicadas en un
mayor número de consejos. Nos pareció que habíamos dado con el núcleo
del poder de la España de entonces. Sería muy fácil, en cuanto se
realizase la revolución, expropiarlos y devolver al pueblo sus bienes.
Comenta Leal que entonces le preocupaba
que los técnicos (capataces de fábricas, y la llamada «aristocracia
obrera») no colaborasen con las fuerzas revolucionarias. Los más
radicales del grupo —añade Leal— daban una solución para ese caso: «Con
un buen pistolón basta y sobra: ya verás si colaboran».
A pesar un expreso compromiso con el
proletariado oprimido, entre los fundadores del FLP solo había un
obrero. Se llamaba Manuel Morillo Carretero y pertenecía a la HOAC. Era
reparador de contadores eléctricos y al comienzo de la guerra civil los
falangistas intentaron lincharlo. Terminada la guerra, ingresó en el
PCE. Lo detuvo la policía y fue condenado a muerte por un consejo de
guerra. La pena no se ejecutó y estuvo en la cárcel hasta 1950. Al
salir, ingresó en la HOAC y continuó luchando por los derechos de los
trabajadores. A causa de las presiones del cardenal Enrique Pla y
Deniel, que no quería radicales de izquierdas en la organización de
Acción Católica, abandonó el grupo y se incorporó al FLP.
Por ser en su mayoría estudiantes
pertenecientes a familias de clase media-alta, su conocimiento de los
problemas de los obreros era escaso. El acercamiento al proletariado se
convirtió en una obsesión para los miembros del Frente, llegando a abrir
un despacho laboralista en barrios obreros como Vallecas o a apuntarse una excursión para hacer alpinismo (como
fue el caso de José Luis Leal, que pasó tanto miedo que se juró a sí
mismo no volver a hacerlo). Juan Tomás de Salas reconoció con
posterioridad que nunca consiguieron ser realmente aceptados por los
obreros.
Portada
y página interior del número 5-6 de Presencia Obrera, órgano del FLP (abril-mayo de 1964)(Fons Viladot del Centre Documental de la
Comunicació de la UAB)
Situación socioeconómica en España
Durante aquellos años sesenta, los
jóvenes izquierdistas escuchaban Radio España Independiente,
coloquialmente llamada «La Pirenaica». En esta emisora montada por el
Partido Comunista de España y que retrasmitía desde Moscú, se anunciaba
día sí y día también la inminente «sublevación popular que acabará con
el franquismo». Había que mantener alta la moral. Ese levantamiento de
las masas nunca llegó. Uno de los principales motivos por los que la
oposición democrática fracasó en el objetivo de derrocar al dictador fue
la ausencia de un análisis ajustado a la realidad de la situación
socioeconómica.
Tras comprobar el régimen franquista, a
mediados de los años cincuenta, que el modelo económico basado en la
autarquía estaba agotado, se puso en marcha en 1959 el llamado Plan de
Estabilización. Liberalizar la economía española y abrirse al exterior
fue un acierto. En los sesenta, España experimentó un periodo de fuerte
crecimiento. En aquellos años, solo Japón obtuvo tasas de crecimiento
superiores a las españolas. Los ingresos por turismo, por ejemplo,
ayudaron a este crecimiento. El volumen de turistas pasó de una media
anual de 13.1 millones entre 1962 y 1966 a una media de 25.3 millones
entre 1967 y 1972 y a 34.6 millones en 1973. El nivel de vida subió y se
consolidó una burguesía que era equiparable a la de otros países
desarrollados. Algunos indicadores que demuestran este nuevo nivel de
vida son: el porcentaje de gasto en alimentación dentro del presupuesto
familiar. Se pasó del 50,4 % en 1958 a un 39,9 % en 1972. Este
decremento es un claro indicador de que el consumo de las familias
españolas se comenzaba a parecer al del resto de los países de la Europa
occidental. El parque automovilístico que no superaba los 100 000
coches en 1950, creció hasta los 5 millones de vehículos en 1975. El
número de televisores por cada 1000 habitantes pasó de 5 en 1960 a 70 en
1970. Y entre los mismos años, la cantidad de frigoríficos creció de 1 a
25 y en el caso de las lavadoras de 3 a 15. Entre 1959 y 1975 la renta
per cápita tuvo un incremento anual medio del 5,5 %. Los salarios de los
obreros industriales se incrementaron en un 287 % entre 1964 y 1972.
Aunque también es verdad que la inflación creció de forma considerable.
La desigualdad seguía siendo un problema (lo sigue siendo hoy en día):
entonces el 1 % más rico disponía del mismo volumen de renta que la
mitad de la población con menos ingresos. Aun así, en aquellos años lo
situación socioeconómica de la mayoría de los españoles mejoró
considerablemente en relación con los años después de la guerra.
En el minuto 25 del segundo episodio de la serie La Transición de RTVE,
que realizó y presentó Victoria Prego, Felipe González, secretario
general del PSOE, después de hablar de la «debilidad» del régimen
franquista en sus últimos años («algo que entonces no conocíamos»),
reconoce la poca fortaleza de la oposición democrática (que él
identifica con «la izquierda»). Dice: «Entonces solo dos de cada cien
personas en España estaban dispuestas a arriesgarse a ir a la cárcel por
defender sus ideas». Si consideramos que en 1975 había 17 millones y
medio de españoles entre 18 y 60 años, un 2 % de esa cantidad arroja la
cifra de 350 000 españoles «dispuestos a arriesgarse a ir a la cárcel
por defender sus ideas». Pero, para que una revolución tenga éxito, no
solo hace falta un grupo de activistas, es necesario el apoyo posterior
de la población.
El caso de Portugal —donde sí triunfó una revolución en
1974— nos puede servir de referencia. En el país vecino la pobreza
afectaba al 40 % de la población (en España no llegó al 19 % en los
peores años). Portugal, en aquella época, estaba implicado en cuatro
guerras coloniales (Angola, Guinea-Bisáu, Mozambique y Goa) lo que
suponía un gran esfuerzo económico para el país. Además, debido a estas
guerras contra movimientos guerrilleros independentistas, el gobierno
obligaba a los jóvenes a hacer un servicio militar de cuatro años; dos
de ellos en las colonias, lo que implicaba con seguridad participar en
una de las guerras. Las familias portuguesas estaban cansadas de recibir
en féretros a sus hijos. Por esos motivos, cuando el 25 de abril se
produjo el golpe de Estado militar contra la dictadura portuguesa, el
pueblo en masa lo apoyó. La situación en España era muy diferente.
En 1971, el presidente de Estados Unidos Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, estaban
preocupados por la situación política en España. Había que hablar
directamente con Franco para conocer sus planes para el futuro. El
dictador era viejo y había que conocer qué podía pasar después de su
muerte. Pensaron que para hablar con un militar lo mejor era utilizar a
otro militar. El general norteamericano Vernon Walters, entonces agregado militar en la embajada de París, fue recibido por el dictador gracias a la intermediación de Carrero Blanco. Ante la inquietud de Walters, el dictador respondió:
«España irá lejos en
el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia,
pornografía, droga, ¿qué sé yo? Habrá grandes locuras, pero ninguna de
ellas será fatal para España».
«¿Cómo puede estar usted tan seguro, general?», preguntó Vernon Walters.
«Porque yo voy a dejar algo que no encontré cuando asumí el gobierno hace cuarenta años», respondió Franco, «la clase media».
Mundo Obrero 1 de diciembre de 1959
La gran redada. Juicio a Julio Cerón
En 1958 y en 1959, el PCE convocó dos
huelgas generales de veinticuatro horas que fueron un fracaso por la
baja participación de los obreros. Con ellas se pretendía atacar al
régimen. A pesar del fiasco, Dolores Ibarruri (Pasionaria), en la
revista Nuestra Bandera, escribió que la primera huelga, la de 5
de marzo de 1958, había «constituido un gran éxito porque respondía al
sentimiento antifranquista que late en la conciencia popular». La
segunda, la de 18 de junio de 1959, se llamó «Huelga Nacional Pacífica» y
además de los comunistas del PCE solo fue apoyada por el FLP.
Una semana después de la Huelga Nacional
Pacífica, detuvieron a Julio Cerón y tras dos juicios lo condenaron a
ocho años y lo echaron de la carrera diplomática. Otros diecisiete
dirigentes de la organización fueron detenidos. El FLP fue casi
desarticulado por completo. En este segundo fracaso de 1959 el PCE fue
más moderado en su triunfalismo: «Este aparente fracaso ha sido un paso
de siete leguas hacia la liquidación de la dictadura del general
Franco».
El abogado defensor de Julio Cerón
fue José María Gil Robles (ministro de la derechista CEDA durante la
República) y sus argumentos se basaron en la religiosidad de su
defendido y en su «anticomunismo». A pesar del buen hacer de Gil Robles,
Cerón fue condenado. No cumplió toda la condena porque gracias a sus
buenos contactos (su hermano, también diplomático, llegó a ser ministro
de Franco en uno de sus últimos gobiernos) fue indultado.
Después del verano de 1960 se
reconstruye el FLP. Julio Cerón seguía en la cárcel, pero se le
informaba de todo. El nuevo líder sería el abogado santanderino Ignacio
Fernández de Castro. Se constituye un núcleo central denominado Central
de Permanentes (CP) del que, escarmentados por las malas experiencias,
se pretende que sean más «profesionales». Todos ellos son estudiantes,
no hay obreros. Entre los miembros del CP están Juan Tomás de Salas y
José Luis Leal Maldonado. Para acercarse a los obreros, se abren
despachos laboralistas en diferentes puntos de España. La sede del
movimiento se sitúa en un piso situado en el nº 222 en la carretera de
Aragón, propiedad de la familia de José Luis Leal.
El asunto de la «profesionalidad» y el
compromiso con la lucha de los jóvenes revolucionarios acabó siendo un
verdadero problema. Para muchos de ellos las prioridades no estaban
claras: ¿Los estudios o la lucha? ¿la familia o la revolución? José Luis
Leal, elogiando en sus memorias a «Carlos», un compañero de militancia
en el FLP que era diferente a la mayoría, termina denunciando el
verdadero problema:
Carlos era mucho más profesional en
su militancia, menos romántico y dedicaba más tiempo y energía a la
causa de la revolución que cualquiera de nosotros. Había en su actitud
una convicción en la que no existía la menor sombra de duda. En eso se
parecía a los militantes obreros, para quienes la clandestinidad no era
una especie de juego intelectual en el que, si bien se arriesgaba mucho,
también se sabía que, en el peor de los casos, una vez fuera de la
cárcel y con un poco de suerte, se retornaría de un modo o de otro al
mundo de la profesión. Muy pocos se habían planteado en serio la
posibilidad de convertirse en revolucionarios profesionales, lo que
hubiera significado renunciar a los estudios o a la carrera y dedicarse
íntegramente a la causa. En Ginebra, durante unos meses, me planteé la
cuestión, pero abandoné la idea al cabo de poco tiempo.
La lucha armada
Cristian Cerón y Francisco Lara, en su libro sobre el Frente de Liberación Popular (Catarata, 2022), comienzan de este modo el capítulo titulado La lucha armada:
«En la vivienda clandestina madrileña de la carretera de Aragón un
joven gaditano trata de convencer a sus compañeros sobre un mapa de la
situación insostenible de los campesinos andaluces, lo que permitiría
montar un foco guerrillero en la sierra de Cazorla (Jaén)». En las
memorias de José Luis Leal no se cuenta nada sobre cómo
se debatió el asunto de la lucha armada. ¿Quién fue ese «joven
gaditano» que propuso poner en marcha una guerrilla? García Alcalá,
en su tesis doctoral, donde incluye entrevistas con antiguos militantes
del FLP, aporta mucha información sobre cómo se trató este peliagudo
asunto en el Frente. En Queríamos la revolución (Flor del Viento, 1998), García Rico sí dice abiertamente que el gaditano José Pedro Pérez-Llorca puso
la posibilidad de la violencia como vía para la revolución sobre la
mesa. Aunque es verdad que los felipes no llevaron a cabo ninguna acción
violenta, es comprensible que algunos de los autores consultados se
autocensuraran a la hora de afirmar que alguien tan relevante como José
Pedro Pérez-Llorca, padre de la constitución, ministro y fundador de uno
de los despachos de abogados más influyentes de España, había tenido de
joven la idea de usar la lucha armada para acabar con la dictadura.
Estamos en 1960, Fidel Castro y unos guerrilleros barbudos han conseguido acabar con la dictadura de Batista en
Cuba desde su base de sierra Maestra. La repercusión de la revolución
cubana llegó a los oídos de los felipes, que acababa de fundar un grupo
insurgente. Algunos militantes de exterior tuvieron una entrevista con
el comandante Gutiérrez Menoyo, uno de los
lugartenientes de Castro en Cuba. Este los animó a iniciar un proceso
parecido al que ellos habían emprendido con éxito en la isla caribeña.
Durante un tiempo hubo contactos y Menoyo prometió ayuda material a los
jóvenes españoles. Parece ser que el mismo Che Guevara terminó abortando el apoyo de la revolución cubana al FLP.
Más tarde, con la intermediación del
gobierno de la República Española en el exilio, entraron en contacto con
autoridades yugoslavas. Se mandó a varios efectivos a Belgrado para
recibir «formación teórica y práctica». Esta última, la «formación
práctica», según pensaban los activistas españoles, sería mayormente
entrenamiento guerrillero.
José Manuel Arija, en
entrevista con García Alcalá, afirma: «Pero luego no hubo nada. La
formación teórica nos la dimos nosotros solos (…) Y de la formación
guerrillera que pensábamos recibir, no hubo nada, nada en absoluto». De
aquella experiencia balcánica venía José Luis Leal cuando acudió a la boda de Juan Carlos de Borbón en Atenas.
Comunicado del FLP sobre las huelgas en Asturias (foto: diario Público)
Finalmente, el único apoyo recibido por
los yugoslavos fue el pago de un viaje a Túnez para contactar con el
Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino que realizó Nicolás
Sartorius. Así lo cuenta el luego líder del PCE: «Yo hice un viaje a
Túnez ayudado por los yugoslavos, para tomar contacto con el FLN
argelino. Les presentamos un informe en la idea de una posible guerra de
guerrillas en España, pero luego eso no tuvo continuidad. No se llegó a
nada». Parece que los argelinos no dieron respuesta; se entiende que no
tomaron muy en serio la propuesta de Sartorius.
No todos los felipes estaban de acuerdo
con la idea de la lucha armada, algunos lo veían como una idea
«infantil». Fernando Martínez Pereda lo contó así: «Nos pareció un
disparate absurdo. ¿A dónde íbamos a ir? ¿A la sierra de Cazorla para
que nos coja la guardia civil?, O hacemos como luego le ocurrió al FRAP,
ocultándonos como las ratas para luego matar a un pobre guardia. ¿Qué
vamos a hacer? ¡Ir con la merienda a Cercedilla en
el tren! Aquí no hay una estructura con un 80 % del campesinado como en
Argelia». Joaquín Aracil lo tenía claro: «Yo, ¿cómo voy a ponerme a
disparar? Tengo que sentir odio hacia la guardia civil. Yo en este
momento siento odio, pero no lo suficiente como para ponerme a disparar y
matar».
Pero los más lanzados siguieron
adelante.Valeriano Ortiz, alias «Nikita», pidió permiso para comprar un
lote de armas en el mercado negro. Antonio López Campillo recuerda que:
«Se compraron unas pistolas que eran lamentables, muy viejas. Se compró
también una metralleta Stein que seguramente nos hubiera matado. Los
tiros al saltar nos matan, las balas no llegan a ningún lado». Luego se
adquirieron armas de mejor calidad, «un Winchester que era carísimo» y,
gracias a los conocimientos químicos de uno de ellos, se fabricaron
explosivos.
En el fondo no había una determinación
seria para pasar de la teoría a la práctica. Así recuerda a sus
compañeros Rodolfo Guerra: «Todos los que yo me topé eran unos
aficionados, no estaban preparados para realizar los objetivos del FLP. Y
si lo hacían iban a ir todos a la cárcel o frente pelotón de ejecución.
Y otros hablaban mucho pero cuando recibían el camión con armas o se
les decía: «atraca un banco», como en realidad eran unos hijos de papá,
se acojonaban como el que más». Entre algunos miembros de la
organización corrió el rumor de que Fidel Castro, a través de los
yugoslavos, les había regalado un camión lleno de armas. Dicho vehículo y
su cargamento nunca aparecieron. Finalmente se decidió «abandonar» la
lucha armada. Se abandonó una vía que nunca se había iniciado.
Curso
de Especialización en Humanidades Clásicas (CEHUC) en el Seminario de
Comillas, 1949-1950. José Bailo en el centro de la primera fila (foto:
atrio.org)
Más redadas
En 1962 hubo otra gran redada que diezmó
de nuevo el FLP. Esta vez, la organización había actuado como
propagador de la información sobre las huelgas en Asturias. Para
entonces ya se habían creado las dos franquicias del frente: en Euskadi
con el nombre de Euskadiko Sozialisten Batasuna (ESBA); y en Cataluña
llamada Frente Obrero de Cataluña (FOC). Entre los detenidos estaba el
sacerdote José Bailo Ramonde (A Coruña, 1929). Este cura con fama de
«abierto y lanzado», después de terminar sus estudios en el seminario de
Comillas, hizo oposiciones al Cuerpo Castrense (sacerdote del Ejército)
y sacó el número dos. Valencia fue su primer destino y allí entró en
contacto con estudiantes de la ASU (Asociación Socialista Universitaria)
que estaban en la cárcel. Cuando esta organización se integró en el
FLP, el sacerdote también lo hizo. Influyó en su decisión que los
dirigentes del Frente fueran amigos del padre Jesús Aguirre, luego duque
consorte de Alba.
El cura Bailo sabía que podía ser
torturado. Cuando entraron en su celda para interrogarlo, decidió
ponerse solemne. Se puso en pie y delante de los policías levantó la
mano derecha como si fuera a iniciar una bendición. Ante la sorpresa de
los agentes —que sabían que era sacerdote— dijo con el mismo tono que
usaba para predicar desde el púlpito: «El que pusiere la mano sobre un
ministro del Señor será excomulgado». Los policías se quedaron
paralizados. Se miraron los unos a los otros y, por si acaso, ninguno de
ellos tocó un pelo de aquel representante de Dios en la tierra. Bailo
cuenta que al poco de entrar en el FLP recibió una invitación para
reunirse en París con Santiago Carrillo y Jorge Semprún. Querían ficharlo para el PCE. Acudió a la cita, pero se mantuvo fiel a los felipes, sus nuevos compañeros.
En 1969, después de haber pasado cuatro
años en la cárcel, Bailo, que ya no era sacerdote, fue arrestado de
nuevo junto con Enrique Ruano y su novia Dolores González. Se les
acusaba de arrojar a la vía urbana propaganda de Comisiones Obreras. Se
les detuvo en un bar hasta el que los siguió el policía que los había
visto lanzando las octavillas. En el bar se pudo comprobar que estaban
en posesión de «documentos relacionados con actividades clandestinas de carácter comunista».
A Ruano le encontraron las llaves de un piso que no era su domicilio.
Argumentó que era el lugar que utilizaba para ocultarse. La policía lo
llevó al inmueble y procedió a registrarlo. Según la versión oficial,
Ruano, tras una breve carrera, se arrojó al vacío por un patio interior
desde la séptima planta que ocupaba el piso. Para apoyar la versión del
suicidio, la policía aportó como prueba parte del diario íntimo del
fallecido. El documento en realidad era una carta dirigida al
psiquiatra Castilla del Pino en la que le contaba sus problemas
sentimentales y sus esporádicos pensamientos de quitarse la vida. El
diario ABC, alineado con las fuerzas represivas del régimen, publicó aquellos textos manuscritos por Ruano.
Lola González Ruiz, Enrique Ruano y Javier Sauquillo junto a la Casa de las Flores de Madrid. (Archivo de Ed. Tusquets)
Entre las detenciones de 1962 y la
muerte de Enrique Ruano, los felipes continuaron con su actividad
política. Se celebró un congreso en la localidad de Pau (Francia):
primer congreso y último; sufrieron escisiones como la creación de
Acción Comunista (AC) por los más radicales; publicaron revistas y
periódicos como Voz Obrera, Crítica y Vanguardia Roja y
se reunieron con Marcelino Camacho, histórico líder del sindicato
Comisiones Obreras (CCOO), organización que en noviembre de 1967 había
sido declarada «ilegal y subversiva» por el Tribunal Supremo. Tras el
contacto con Camacho, los felipes ayudaron a la implantación de CCOO en
varias fábricas. Entre las peripecias más rocambolescas de los
militantes del FLP están las escapadas del país a través de la embajada
de Colombia (protagonizada por Juan Tomás de Salas) y con la ayuda de la
embajada de Uruguay en el caso de Ignacio Fernández de Castro. En ambos
casos la ayuda del sacerdote Jesús Aguirre y de sus buenos contactos
fue crucial. El relato del refugio y fuga de Tomás de Salas es más
divertido que el de Fernández de Castro.
Durante aquella segunda mitad de la vida
del FLP, Julio Cerón, aunque desterrado al pueblo de Alhama de Murcia,
seguía siendo muy importante para la organización. Según cuenta Carlos
Semprún Maura en sus memorias (y recogeEduardo G. Rico en Queríamos la revolución (Flor
del Viento, 1998), Cerón no paraba de escribir cartas a los militantes.
Con ellas intentaba matar el aburrimiento y aprovechaba para impartir
doctrina política. Una de las misivas dirigidas a la Federación Exterior
del FLP cayó en manos de Carlos Semprún, que se encontraba en París. En
la carta Cerón pedía que lo liberasen y lo ayudaran a escapar
ilegalmente al extranjero. Semprún mandó a dos estudiantes belgas a
Murcia para confirmar la intención de su líder. De vuelta en la capital
francesa, los chicos confirmaron el deseo de fuga del diplomático.
Semprún encargo la peligrosa acción a Henri Curiel y a su grupo de
mercenarios. Curiel, nacido en Egipto y líder del partido comunista
egipcio hasta su expulsión, había colaborado con el FLN argelino y con
otros movimientos de liberación de países tercermundistas. El plan
consistía en que el día X a la hora Y, Cerón saldría a dar un paseo. Se
toparía con una furgoneta dirigida por un «camarada» chófer y con un
sacerdote de copiloto. Llevarían un pasaporte falso y los utensilios
para afeitar la siempre abundante barba de Cerón. En el interior del
vehículo también encontraría una sotana o un clergyman para
disfrazarse de cura. De Murcia a Valencia y de allí a Roma, donde Julio
Cerón daría una conferencia de prensa que sería un golpe de efecto
publicitario que haría que todo el mundo conociera la lucha por la
libertad del FLP. Cerón había participado en el diseño del plan; de ahí
el disfraz de sacerdote. Según Semprún, era necesaria una foto sin barba
de Cerón y para ello se utilizó al escritor Mario Vargas Llosa,
compañero en la radio oficial francesa, que pensaba pasar las vacaciones
de verano en la costa mediterránea, para que visitara a Cerón. De
vuelta en París el escritor peruano dijo a Semprún que todo se cancelaba
porque Cerón había recibido la visita de la policía y que estos
conocían los planes de fuga, el itinerario e incluso el disfraz. La
conclusión de Semprún en sus memorias es que Cerón se había inventado
esa visita de la policía española debido a que veía que, gracias a sus
muchos y buenos contactos, en breve se solucionaría su situación y le
daba pereza lo rocambolesco del plan. En 1996, en un artículo de El País, Mario Vargas Llosa contó una versión ligeramente diferente de la peripecia:
Recorrí la
península en una Dauphine con placa francesa, que echaba humo como una
chimenea y cuya sed abrasadora había que aplacar con baldazos de agua
cada diez kilómetros. Cuando llegué a Alhama a don Julio Cerón el plan
de fuga le pareció sin pies ni cabeza y me despachó de vuelta a
Barcelona, después de convidarme a un pollo frito y una conversación
sobre las novelas de Juan y Luis Goytisolo. En Calafell, me esperaba
otro ‘felipe’ con instrucciones de la dirección —algo tardías— de
cancelar el viaje a Alhama.
A comienzos de los años 70, Julio Cerón
fue rehabilitado como diplomático y destinado a la embajada de España en
París donde trabajó para la UNESCO. El obituario que Miguel Ángel Aguilar le dedicó en El País en
2014 dice, con mucha ironía, que le ofrecieron ir a la Santa Sede y que
se negó argumentando que si, como tarea diplomática, debía influir para
conseguir el nombramiento de un papa español, debían nombrarlo a él y
solo a él. Falleció en 2014 en el castillo de Caussade (Perigueux,
Francia).
La nueva izquierda. Mayo del 68
En el prólogo a Queríamos la revolución (Flor
del Viento, 1998), libro de Eduardo G. Rico sobre el «FELIPE», Joaquín
Leguina (que fue miembro del FLP) escribe sobre las intenciones y
objetivos del FLP: «¿Sabíamos lo que queríamos? Quizá no, al menos, no
lo sabíamos con precisión, pero sí sabíamos lo que no queríamos». Las
protestas de mayo del 68 en
París se podrían explicar de la misma manera. Los estudiantes que se
manifestaron en mayo del 68 pertenecían a familias burguesas o de clase
media-alta. Los fundadores del FLP tenían la misma extracción social.
Los objetivos e intereses de los estudiantes franceses, en el fondo,
eran diferentes de aquellos por los que apostaban los proletarios del
Partido Comunista de Francia y de la Confederación General del Trabajo,
el sindicato mayoritario francés. Lo mismo ocurrió en España con el FLP y
otros grupos similares. No les gustaba lo que había —y por eso
protestaban—, pero no tenían claro lo que querían.
«Sed realistas, exigid lo imposible»;
«Prohibido prohibir»; «Bajo los adoquines está la playa»; «Somos
demasiado jóvenes para esperar». Estos eslóganes es lo que queda de las
revueltas de París. Mayo de 68 se caracterizó por el culto a la estética
de la revolución; lo mismo se puede decir del FLP. José Pedro
Pérez-Llorca recuerda a Julio Cerón de este modo:
Por encima de aquel juvenil anhelo
pervive en mí el recuerdo de un Julio que me escandalizaba diciendo que
«La política es ante todo un imperativo del buen gusto, el país no nos
gusta ni nos puede gustar, por eso queremos cambiarlo. Estamos
atrapados, además de por la Dictadura, por la mediocridad del ambiente».
Julio Cerón describía así a a los primeros felipes:
Grupúsculo extremista y sabiamente rabioso, al que acudían seres llenos de entrega y ardor.8
Las revueltas del mayo del 68 terminaron con la famosa frase de De Gaulle: «La reforme oui; la chienlit, non!»
(la reforma sí, el desorden no). Si analizamos aquellos hechos con la
distancia que ofrecen los cincuenta y cinco años transcurridos, los
resultados fueron bastante pobres; poco o nada cambió. Sobre lo ocurrido
en Francia en 1968 los críticos más benevolentes, admitiendo que no se
consiguieron los objetivos, argumentan que al menos se pusieron encima
de la mesa los temas que serían clave en el final del siglo XX: el
pacifismo, la ecología y el feminismo. Los críticos más severos opinan
diferente: Gilles Lipovetsky calificó el movimiento de «laxo y
relejado». El historiador Eric Hobsbawm calificó el marxismo de los
estudiantes franceses de «peculiar, con una orientación universitaria,
combinado con otras modas académicas del momento y, a veces, con otras
ideologías, nacionalistas o religiosas, puesto que nacía de las aulas y
no de la experiencia vital de los trabajadores».
El intelectual Michel Clouscard fue más allá. Describió las revueltas como «un enorme happening»,
como «toma de la Bastilla fantoche», como algo más parecido a un
«psicodrama» que a una experiencia revolucionaria. En sus libros El capitalismo de la seducción y Neofascismo e ideología del deseo sitúa
en mayo del 68 el comienzo del proceso según el cual la izquierda
abandonó la idea de trasformar la sociedad y de la lucha de clases para
tomar la bandera de las luchas individuales e identitarias. Clouscard
llega incluso a acusar a estos movimientos de «nueva izquierda» de hacer
el juego al capital y a los poderes fácticos:
Mayo de 1968 anunció además el
reparto del pastel entre los tres poderes constitutivos del consenso
actual: liberal, socialdemócrata, libertario. Al primero se le devolvió
la gestión económica, al segundo la gestión administrativa, al tercero
la de las costumbres transformadas en necesidad del mercado del deseo.
Tenemos así la nueva Francia.
En 1968, José Luis Leal aún no había
cumplido los veintiocho años y era profesor de la universidad parisina
de la Sorbona. Entre sus alumnos estuvo Daniel Conh Bendit, líder
estudiantil de las revueltas. En sus memorias recuerda con emoción y
nostalgia aquel movimiento estudiantil.
Informe
de la Federación Exterior del FLP sobre las movilizaciones de mayo de
1968 en Francia (Fons Viladot del Centre Documental de la Comunicació de
la UAB/ Viento Sur)
Disolución del FLP
A comienzos de 1969, un grupo de
disidentes del FLP redactó un documento proponiendo la creación de un
nuevo partido que acabaría llamándose Partido Comunista Revolucionario
(PCR). La nueva formación tenía como principal objetivo representar la
«vanguardia del proletariado». Aquel nuevo grupo, del que el cura Bailo
era uno de los principales artífices, significó el final del FLP. Muchos
militantes, como Nicolás Sartorius, se marcharon al PCE y otros, como
explica Pablo Lizcano en su libro La generación del 56, se
pusieron a hacer oposiciones a la administración obligados por sus
padres. Se terminaba la vida universitaria y empezaba la realidad.
José Pedro Pérez-Llorca lo explica con claridad:
Terminado el
curso, mi muy inteligente madre, que se percató de mis andanzas, me
empaquetó sin apelación para Friburgo de Brisgovia, en cuya acogedora
universidad, y haciendo diversos trabajos, pasé una buena temporada.
Siguiendo el consejo de Julio Cerón, el
estudiante gaditano aprovechó para aprender alemán leyendo
a Hegel y Marx. Perez Llorca terminó sus estudios de Economía con
sobresaliente y el Premio Extraordinario de Licenciatura. Al terminar la
carrera, también cerró su época de radicalismo político. Pero recuerda
esa época con cariño: «Fue positivo, porque aprendí mucho análisis y
práctica política. También me quedó una cierta erudición del pensamiento
socialista, y el impulso de generosidad y de ilusión para entrar en la
política activa».9
Leal cuenta que después de acabado el
FLP se encontró con Nicolás Sartorius en París y le reprochó que hubiera
mantenido una doble militancia, en el PCE y en el FLP. Sartorius se
justificó diciendo que «éramos unos inconscientes y había que conseguir
que nuestras locuras no dañaran la causa del proletariado».10
Cabecera de Vanguardia Roja, órgano del FLP, de febrero de 1969 (imagen: diario Público)
El 17 de septiembre 1984 se celebró un acto en la Fundación Miró de Barcelona para conmemorar el veinticinco aniversario del final del FLP. Se
reunieron algo más de un centenar de antiguos militantes. Los entonces
ministros del PSOE (Narcís Serra, José María Maravall, Carlos
Romero y Julián Campo) excusaron su asistencia. Terminado el acto, los
más valientes o nostálgicos siguieron la juerga en la sala de fiestas La
Paloma. Durante la reunión se pronunciaron discursos emotivos como el
del escritor Vázquez Montalbán: «Difícil hacer un diagnóstico, pero si
nos hubieran dejado, habríamos hecho una revolución encantadora». Manuel
Gari, dirigente del FLP, se preguntó: «¿Cabe hablar de olvido de unas
siglas o simplemente de un grato recuerdo juvenil? En realidad, el FLP
planteó verdaderos problemas políticos que no supo resolver. Algunos
exfelipes, la mayoría, no creen ya en esos problemas. Otros seguimos
buscando nuevas soluciones». Solo Pascual Maragall, que nunca se ha
mordido la lengua aportó el epitafio que hacía justicia al cadáver:
La historia del
FELIPE es más una parte de nuestra historia privada que de la historia
social y política del país. El PSUC y el PCE hicieron gran parte del
trabajo sucio que se requiere para estar realmente en los libros de
historia y salir del puro álbum de fotos amarillento. Que es donde
estamos nosotros.
Epílogo
Del FLP salieron ocho ministros de la
democracia; treinta altos cargos de la Administración, entre ellos dos
presidentes de Comunidad Autónoma; treinta y cinco catedráticos y
profesores; quince escritores y periodistas y doce curas. Muchos
artículos que glosan este movimiento político destacan como su principal
logro haber servido de incubadora para luego nutrir de cargos políticos
y de intelectuales a la naciente democracia española. Pero quedan
algunas cuestiones pendientes: si no hubieran pertenecido a este grupo
tan ilustres miembros ¿nos acordaríamos hoy del FLP? Si no hubieran
matado a Enrique Ruano ¿tendría el relato de las acciones de este grupo
el toque épico que se le suele dar? ¿Hasta qué punto han exagerado los
medios de comunicación y algunos libros de memorias los logros del FLP?
Estas preguntas quedarán sin respuesta
en este artículo por respeto a esos ancianos que continúan contando a
sus nietos que hace sesenta años fueron valerosos guerreros
antifranquistas y que gracias a ellos España es hoy un país democrático.
Notas
(1) Una modernidad autoritaria, Anna Catharina Hofmann (Universitat de Valéncia, 2023).
(2) La generación del 56, Pablo Lizcano (Leer, 2006)
(3) Historia del Felipe (FLP, FOC, ESBA), Julio Antonio García Alcalá (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001)
(4) Tesis doctoral de Julio Antonio García Alcalá. «UN MODELO EN
LA OPOSICION AL FRANQUISMO: LAS ORGANIZACIONES FRENTE (F.L.P- FOC.-
ESBA).
(5) Queríamos la revolución, Eduardo G. Rico (Flor del Viento, 1998)
(6) Hacia la libertad, José Luis Leal (Turner, 2022)
(7) El Frente de Liberación Popular. FELIPE. Cristian Cerón y Francisco Lara; (Cararata, 2022)
(8) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)
(9) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)
(10) José Pedro Pérez-Llorca, Una biografía Política. Gema Pérez Herrera; (BOE, 2020)
Más bibliografía
La transición en España. España en transición. Alfonso Pinilla García (Alianza editorial, 2021).
La oposición democrática al franquismo. Xavier Tusell (Planeta, 1977).
El cura y los mandarines. Gregorio Morán. (AKAL, 2014).
Crónica del antifranquismo, Fernando Jáuregui y Pedro Vega. (Planeta, 2007).
La transición, historia y relatos. Carme Molinero y Pere Ysás. (Siglo XXI, 2018).
Portada: 17 de mayo de 1968, Manifestación de
estudiantes en la Facultad de Ciencias de la Ciudad Universitaria de
Madrid, vigilados por agentes de la Policía Armada a caballo (foto:
agencia Cifra)