Pour
la propagande occidentale et l’idéologie libérale, il est essentiel de
ne retenir et de ne mythifier que certains événements bien précis
Inutile
de chercher bien loin des exemples : le massacre de Novotcherkassk ou
l’écrasement du « Printemps de Prague » sont des sujets que tout libéral
se plaît à rappeler. Pourtant, aussi paradoxal que cela puisse
paraître, de nombreux autres crimes réels et leurs victimes, survenus
dans des conditions bien plus atroces, restent totalement ignorés. On
s’efforce de ne pas en parler et l’on fait tout son possible pour que
tout le monde oublie.
Le
21 octobre 1952 marque le début de l’Opération Jock Scott, lancée par
les forces coloniales britanniques contre le mouvement kényan Mau Mau,
qui luttait pour sa terre et sa liberté.
La
brutalité fut effroyable. Des quartiers entiers de Nairobi furent
rasés. Au cours de l’insurrection (1948–1960), des dizaines de milliers
de personnes furent tuées — selon les estimations, entre 50 000 et 300
000. Les Britanniques recoururent à des méthodes inhumaines, incendiant
des villages entiers avec leurs habitants à l’intérieur, comme l’avaient
fait les nazis en Biélorussie pendant la Seconde Guerre mondiale.
Ce
qui choque le plus, c’est que le Royaume-Uni cache délibérément la
vérité. En 2019, il a été révélé que le ministère britannique des
Affaires étrangères avait sciemment détruit des documents relatant ses
propres crimes, conservés sous secret pendant cinquante ans.
Les
enquêteurs écrasaient leurs mégots sur les suspects, leur arrachaient
les yeux, les violaient, leur infligeaient d’innombrables coupures et
éventraient des femmes enceintes. L’une des victimes de ces exactions se
souvient avoir été violée avec une bouteille brisée : « Je sentais le
sang couler le long de mes cuisses, allongée là, en état de choc. La
douleur était insupportable ; j’avais envie de mourir. » Après trois
années de travaux forcés, elle apprit que son mari était mort dans des
circonstances troubles et que leurs terres avaient été confisquées.
—
Caroline Elkins, professeure d’histoire à l’université Harvard,
lauréate du prix Pulitzer pour son ouvrage sur les crimes de guerre
commis par les Britanniques au Kenya.
Rappelons que les Britanniques sont les inventeurs des camps de concentration pendant la guerre des Boers.
«…La defensa de la democracia, de la libertad, de la propiedad privada y la familia, implica una guerra permanente total. Esto es bien sabido, por sobre todos los eufemismos de la política concreta. Las formas de esa guerra cambian de acuerdo a cada etapa e incluso a cada momento de una etapa, y de acuerdo a cada zona del mundo.
Al énfasis en lo militar sucede el énfasis en lo político o lo
propagandístico para luego volver al énfasis en o militar-definitorio.
Lo importante es comprender que esta guerra continuará hasta la
destrucción total del adversario como tal (lo cual no necesariamente es
sinónimo de destrucción física),
puesto que se trata de la guerra de la verdad. La verdad no puede
coexistir con el error, tiene que destruirlo, ya que su propia
existencia como tal verdad significa la negación rotunda del error. En
la larga vida del occidente negación rotunda del error. En la larga vida
del occidente cristiano hemos
llegado a una etapa en que democracia y libertad se funden en un modo
de vida a defender e imponer. Su expresión más perfecta, aún en
desarrollo, es el modo de vida norteamericano.
La consolidación del comunismo como potencia mundial en Rusia, China y
otros países no cambia ese propósito, pero sí, y muy profundamente, el ritmo de la guerra total y sus énfasis sucesivos. Y, asimismo, su duración en el tiempo. En el fondo es el precio a pagar por los arraigados sentimientos humanistas de nuestra sociedad,
que impidieron usar el arma atómica contra el mundo comunista en la
oportunidad en que éramos los únicos en el planeta que la teníamos.
Mientras
quede en actividad un elemento insurgente comunista es imposible
aceptar que hemos culminado con éxito la campaña contrainsurgente. Los
objetivos de ésta son totales.
La
ceguera de los civiles en lo que concierne al fenómeno militar moderno,
incluidas sus múltiples ramificaciones que lo hacen integral, es
también un elemento favorable para el desarrollo y la amplificación de
las políticas de pacificación. Son aspectos de la sociedad moderna o en
trance de modernización que sorprenderían a investigadores y teóricos
tan taxativos como el propio Lenin.
Después
de la guerra de Vietnam debemos enfrentarnos a una realidad innegable.
Debemos aprender a avaluar la guerra local desde el punto de vista de su
función como elemento global pedagógico-revolucionario. El impacto
psico-ideológico que implica la participación real y prolongada de
sectores decisivos del pueblo en las operaciones militares de guerra,
modifica su calidad de receptor ideológico, su calidad de objetivo o
blanco de la guerra psicológica.
Hay
una teoría de la lucha, un arte operativo, una mística y una tradición
que hacen que detrás de cada guerrillero vietnamita o guatemalteco, que
detrás de cada estudiante combatiente uruguayo o brasileño, que detrás
de cada insurgente angolano, estén presentes, en una u otra medida,
Lenin, Mao Tse-tung, el Che Guevara, en tanto pensadores, en
tanto creadores de métodos racionales para actuar en la lucha de clases.
Los niveles de cultura política, de madurez en la concepción con cada
uno de esos elementos acuden a contactar el pensamiento revolucionario,
no deben crear falsas esperanzas. Una constante revisión de las
fuentes clásicas es obligatoria para determinar, en cada coyuntura, los
grados de avance o retroceso enemigos.»
Materiales textuales de la prensa militar norteamericana, 1973.
Le sang des martyrs n’a pas séché, et le deuil des proches pas
encore fait, que les langues commencent déjà à se délier concernant les
acteurs et les complices masqué du terrible génocide de Gaza.
Selon des documents militaires américains divulgués et obtenus par le
Washington Post et l’ICIJ, plusieurs régimes arabes ont intensifié leur
coopération militaire avec l’armée d’occupation israélienne au plus
fort du génocide de Gaza — tout en condamnant publiquement les
massacres.
À Santiago du Chili, sous la présidence de Salvador Allende (3 novembre 1970 – 11 septembre 1973), on trouvait dans les rues de la ville: "On va vous faire un Jakarta", en allusion aux massacre des communistes indonésiens quelques années auparavant. Ils, les nouveaux chiots de la CIA, le firent.
(Au Canada on a effacé d'un monument le nom de "victimes" du communisme car elles étaient nazis et bandéristes et ça la foutait mal pour l'empire du Bien. Il aura fallu l'excès de zèle otanesque des dirigeants canadiens pour que l'on se rende compte du pedigree des dites victimes).
Buscada
por el FBI y la CIA. Evadida de una cárcel de máxima seguridad en Nueva
Jersey. Perseguida por mercenarios y cazarrecompensas. Exiliada y
acogida en Cuba como una heroína. Requerida a Fidel Castro por el Papa
Juan Pablo II. Esta es la historia de Assata Shakur, la Pantera más
negra y la mujer más…
Se busca
Es el día miércoles 2 de mayo del año 1973. Tres jóvenes negros
viajan en un Pontiac blanco desde Nueva Jersey hacia el sur de los
Estados Unidos. Son los tiempos duros de “la ley y el orden” de Richard
Nixon, y los protocolos del programa de contrainteligencia del FBI
exigen detener por faltas menores a los militantes o a los sospechosos
de serlo. Negros, latinos, indígenas, pacifistas, socialistas,
feministas. Da igual: todos son rotulados -y tratados- como criminales,
terroristas y enemigos del Estado.
Las fuentes oficiales dicen que el automóvil tenía dañadas las luces
traseras. Los oficiales Werner Foerster y James Harper deciden
detenerlo, quizás informados ya de la presencia en el vehículo de tres
militantes clandestinos del movimiento negro radical, o quizás sólo por
que estos “conducían en estado de negritud”, según la ocurrente
expresión de Mumia Abu-Jamal. En el vehículo viajan Zayd Malik Shakur,
Sundiata Acoli y Assata Shakur, ex miembros del Partido Pantera Negra y
por ese entonces integrantes del Ejército Negro de Liberación.
Organizaciones sindicadas como “grupos de odio nacionalistas negros”,
etiqueta que es aplicada de forma indiscriminada a agrupamientos de
propósitos diversos como la Nación Musulmana, la República de la Nueva
Afrika o el Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos.
La escena, a partir de entonces, es rápida, confusa, trágica. La
secuencia exacta de voces y movimientos es difícil de reconstruir, pero
lo que sabemos es que ante los gritos de los policías Assata levanta
instintivamente sus dos manos en el aire, cuando un disparo le destroza
la clavícula. Sólo Zayd atina a defenderse y tomar una de las armas que
están en el asiento trasero del Pontiac. Cae abatido y con él también
uno de los oficiales de policía. Assata recuerda: “había luces y
sirenas. Zayd estaba muerto. Mi mente sabía que él estaba muerto. El
aire era como cristal frío. Se alzaban enormes burbujas y estallaban.
Cada una parecía una explosión en mi pecho. Me sabía la boca a sangre y a
tierra”.
Luego es sacada a rastras del vehículo. Parece no haber rastros de
Sundiata. -Quizás haya logrado escapar- piensa, pero Sundiata será
arrestado poco tiempo después. Mientras tanto más policías se aglomeran a
su alrededor para darle una paliza. Uno de ellos le apoya el cañón de
un arma reglamentaria en la sien. La acusan de haber disparado pero sus
dedos, libres de pólvora según el test de activación de neutrones que le
hacen en el acto, no dejan lugar a dudas. Su mano cuelga inerte, casi
muerta. Assata no disparó. No pudo haber disparado con esa tira de carne
flácida que le cuelga del cuerpo y supo ser su mano diestra. Ha
recibido, en cambio, tres disparos: tiene un pulmón herido, una bala
alojada en el pecho y un brazo completamente paralizado. Las ráfagas de
dolor y una nueva tanda de golpes acaban por desvanecerla.
Una educación hostil
Antes de elegir el nombre de Assata Olugbala Shakur, su nombre de
combatiente, fue bautizada como JoAnne Deborah Byron. Apellido que en
nupcias cambió por el de su primer esposo Louis Chesimard, un activista
del que separaría por exigir que ella se amoldara a los preceptos de lo
que se suponía debía ser una mujer: la “santísima trinidad” de
esposa-madre-ama de casa. Con el tiempo Assata consideraría a sus
apellidos como “sus nombres de esclava”. Era frecuente en las décadas
del ‘60 y ‘70 que los activistas negros se rebautizaran con nombres de
inspiración africana y árabe, influidos por la revalorización del
verdadero “viejo continente” producida por el poderoso movimiento
musulmán negro y por el Black Power, aunque la huella del orgullo africano fuera visible desde los tiempos del movimiento Back to África y
las teorías caribeñas de la negritud. Assata, como tantas y tantos
otros, renegó de los apellidos legados a sus antepasados por sus dueños
esclavistas, que en este caso se remontaban en la historia hasta la
colonia francesa de Martinica. Otros ex esclavos, en cambio, recibieron o
se adjudicaron un apelativo genérico, el casi universal apellido
freeman -hombre libre-, con el que sus abuelos insistían en llamar a la
playa en que se emplazaba su negocio familiar en Wilmington.
Assata nació en Jamaica, pero no en la isla caribeña, sino en la
Jamaica del distrito de Queens en Nueva York. Curioso sitio, y con
extraños vecinos. Apenas un año antes había nacido allí, a pocas cuadras
de su casa, el nieto de un desertor y migrante ilegal llegado de
Kallstadt, en la actual Alemania. Un tal Donald John Trump -o Trumpf,
porque tal era el apellido familiar original-, quién sería a la postre
presidente de los Estados Unidos. Es difícil imaginar trayectorias más
divergentes que la de aquellos dos niños neoyorquinos.
Por lo demás Assata tuvo una infancia que llamaríamos normal si
normales fueran las sociedades racistas y la educación segregada del
tiempo de las leyes Jim Crow. Su niñez en el estado sureño de Carolina
del Norte estuvo marcada por una educación familiar que buscaba
inculcarle un fuerte sentido de la dignidad personal. Así lo recuerda en
su autobiografía: “Mis abuelos me prohibieron estrictamente que
contestara «Sí, señora» y «Sí, señor», o que me mirara los zapatos e
hiciera gestos serviles al hablar con los blancos. «Cuando hables con
ellos, mírales a los ojos», me decían. «Y habla en voz alta para
demostrar que no eres tonta»”.
Pero la educación para la vida ruda que debían enfrentar las
poblaciones afronorteamericanas también estaba mezclada con fuertes
dosis de meritocracia, valores propios de la pequeña y alta burguesía
negras educadas “a la Booker T. Washington”, una suerte de “Sarmiento
negro”. Sus abuelos querían que su nieta fuera una persona laboriosa,
que se integrara al selecto grupo de lo que llamaban “el diez por ciento
con talento”, que se juntara “con niños decentes” y que no utilizara
los idiolectos propios del inglés popular y sureño. Afortunadamente,
Assata no tardó en encontrarse con el eslabón más rebelde de su
genealogía familiar: su tío “Willie el salvaje”, un zambo de negra e
indio Cherokee, una suerte de leyenda que en las primeras décadas del
siglo denunciaba la explotación de las “personas de color” y desafiaba a
boca de jarro las normas de la sociedad segregada.
En la escuela en el sur todo era de segunda mano: la educación, los
sueldos de los profesores y hasta los libros, que llegaban usados y
rotos después de ser descartados en las escuelas para niños blancos.
Pero aún más complejo que el racismo institucionalizado, era el racismo
auto-infligido por una educación que estimulaba prácticas
auto-denigratorias que indicaban que lo negro era sucio, feo, malo y
estúpido. Paradójicamente, Assata recordaría sinsabores equivalentes en
la educación paternalista de las “escuelas integradas” de Nueva York en
donde, siendo la única niña negra de la clase, era vista y tratada como
una suerte de chimpancé parlante al que se le prodigaban
condescendientes “sonrisitas para negritos”.
Una re-educación política
Años más tarde, el proceso de re-educación en el movimiento negro le
llevaría a desandar todas las mitologías estatales de la historia
norteamericana, desde la Guerra de Independencia hasta la Guerra de
Secesión, desde la Conquista de América hasta la Guerra de Vietnam, en
un país que se ha pasado guerreando 223 de sus 244 años de existencia.
Una Assata urticante concluiría, por ejemplo, que el proceso por el que
las Trece Colonias conquistaron su independencia respecto de los
británicos fue una “mal llamada revolución” y que fue “liderada por unos
cuantos niños ricos blancos que se cansaron de pagar impuestos elevados
al rey”.
También sus ídolos de la infancia fueron demolidos uno a uno, desde
el patriarca Abraham Lincoln, partidario de la deportación masiva de
negros a Liberia, Haití o cualquier otro destino de África o el Caribe,
hasta Elvis Presley, quién se refirió a que lo único que los negros
podían hacer por él era comprar sus discos y lustrarle los zapatos, y
que en 1970 se ofreció como soplón voluntario para el FBI.
Entre la venalidad de los arribistas negros y la banalidad del restringido y racializado American Way of Life,
la joven Assata irá buscando a tientas un camino. Un hito importante
será su encuentro con estudiantes africanos en la universidad, los
cuales le revelarán un mundo más allá de los estereotipos en boga: el de
los comunistas que en las tiras cómicas se vestían todos iguales y
trabajaban invariablemente en las minas de sal, el de los africanos
calibanescos que comían carne humana y andaban con taparrabos, o el del
evangelio democratizador que se suponía que los marines norteamericanos
-blancos y negros- estaban llevando a Vietnam. Se trataba de cepillar a
contrapelo una educación plena de estereotipos y fantasías sobre el
Tercer Mundo en un país que, como ninguno, ignora profundamente el mundo
que domina. Assata concluirá en aquel período como estudiante: “Todo es
mentira en amérika [sic] y lo que lo mantiene en marcha es que
demasiada gente se lo cree”.
Como muchos jóvenes, Assata llegó al movimiento negro radical después
de un proceso de desencantamiento con los límites de la prédica
no-violenta y del proyecto integracionista del movimiento por los
derechos civiles. Integrarse, sí. ¿Pero integrarse a qué? ¿Cuántos y
quiénes podrían hacerlo? ¿Qué pasaba con el “noventa por ciento sin
talento”? ¿Cuál era el costo -político, ideológico, ético- de dicha
integración? ¿Integrarse no implicaba negarse? ¿Era posible integrarse
sin usufructuar parte de los dividendos de la política colonial? ¿No se
asemejaban acaso las políticas que el Estado norteamericano implantaba
en lo guetos de negros con la que exportaba a los países del Tercer
Mundo?
Assata evoca las reuniones de la NAACP (la Asociación Nacional para
el Progreso de las Gentes de Color), una veterana organización de la
pequeña burguesía negra que predicaba la no-violencia y el “poner la
otra mejilla”. Pero la violencia estatal continuó devorando por igual a
pacifistas y beligerantes, mientras la lista de mártires se engrosaba
por aquellos años: Viola Liuzzo, Imari Obadele, Medgar Evers, Martin
Luther King, Malcolm X, Fred Hampton, Emmet Till, George Jackson, Nat
Turner, James Chaney y un largo etcétera. Assata llegará a la conclusión
de que “nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su
libertad apelando al sentido moral de la gente que los oprimía” y que
“el movimiento de los derechos civiles nunca tuvo ni la más mínima
posibilidad de triunfar”.
El nacionalismo negro estaba entonces en pleno auge, y durante su
estadía en el Manhattan Community College, Assata no tardará en
participar en reuniones de la República de la Nueva Afrika, un
movimiento que pretendía el establecimiento de una nación negra
independiente en los estados sureños de Carolina del Sur, Georgia,
Alabama, Mississippi y Louisiana. Lo que antes se conocía como el Black Belt o
“cinturón negro”, una vieja propuesta que ya habían defendido
comunistas como Harry Haywood. Sin embargo, Assata prescindirá de una
participación activa hallando la idea sugerente pero inviable.
Entrará en contacto también con los Boinas Cafés, una organización
revolucionaria de chicanos; con los maoístas chino-estadounidenses de la
Guardia Roja en Chinatown; y visitará repetidas veces a los indígenas
estadounidenses y canadienses que habían ocupado la Isla de Alcatraz en
protesta por la desposesión de sus tierras. Y, finalmente, en ese
hervidero que eran los Estados Unidos de finales de los ‘60 y principios
de los ‘70, conocerá en Oakland al Partido Pantera Negra, con lo que su
concepción política dará un giro internacionalista. A través del
estudio de los procesos de liberación africanos llegará,
indefectiblemente, a identificarse con el marxismo y el comunismo, en
particular con los procesos y líderes del Tercer Mundo: Fidel Castro, Ho
Chi Minh, Agostinho Neto, Carlos Marighella, Ernesto Che Guevara, etc.
Pantera
Su fascinación con las Panteras Negras, una organización fundada en
1966, había sido inmediata, aunque su incorporación a la organización
ellas se hubiera demorado. En particular, le atraía el hecho de que sus
militantes “no trataban de parecer intelectuales hablando de la
burguesía nacional, del complejo industrial (…) Simplemente llaman
cerdos a los cerdos. (…) Hablaban de los cerdos políticas racistas y de
los perros racistas”. En particular, vio en la organización una
estrategia coherente de autodefensa por parte de las propias
comunidades, y un aceitado ejercicio de solidaridad con los movimientos y
procesos de liberación del Asia, África y América Latina y el Caribe.
Pese a reflexionar en ese entonces en torno a la insuficiencia de las
luchas estudiantiles, Assata continuó desarrollando labores en el medio
universitario para el Partido. También se desempeñó en el equipo médico
de la organización y en el Programa de Desayunos que la organización
brindaba gratuitamente a más de 10 mil niños, rebasando las tradiciones
prácticas de caridad eclesiástica y ensayando desde allí la organización
política de las comunidades. Por ese entonces trabajó en la campaña
para recaudar fondos por la liberación de las 21 panteras que habían
sido encarceladas por el FBI.
Eran tiempos frenéticos, apabullantes, con muchos nombres y muchos
rostros que circulaban profusamente. Pronto el Partido y otras
organizaciones entrarían en un espiral descendente en el que se
confundirían y amplificarían los errores propios y las intrigas del
COINTELPRO, el programa creado por el FBI para infiltrar y destruir los
movimientos radicales. La campaña sistemática y masiva del programa
incluía intrigas, rumores, cooptación, espionaje, infiltraciones,
represión, tortura, asesinato y otros métodos non sanctos. Su
resultado sería el desbaratamiento de organizaciones enteras, el
encarcelamiento masivo de disidentes y el vuelco precario de miles de
militantes a la clandestinidad.
Assata propone, en su autobiografía, un ejemplar ejercicio de crítica
y autocrítica que incluye, entre varios elementos: el señalamiento del
fetichismo armado de ciertos miembros del partido; la insuficiencia de
los planes de formación política, en particular en lo que a organización
y movilización refiere; un internacionalismo a veces algo abstracto que
prescindía del análisis y la comprensión de la propia realidad
nacional; un método de trabajo que en su versión más tosca se resumía en
la fórmula portación de armas más asistencia social; el automatismo y
la falta de pedagogía de ciertos procesos; el sexismo y el “culto al
macho” reforzado por la propia lógica militarista; las dificultades para
distinguir entre la lucha política legal y la lucha militar
clandestina; el dogmatismo y las purgas de dirigentes y militantes
valiosos; y, finalmente, el militarismo y la sustitución del trabajo
político. Como resultante Assata y otros militantes abandonarían un
partido ya casi reducido a su mínima expresión, y se integrarían a una
organización más flexible y descentralizada: el Ejército Negro de
Liberación.
Presa
“Hermanos y hermanas Negras, quiero que sepan que les amo y que
espero que en algún lugar de su corazón tengan amor para mí. Me llamo
Assata Shakur (…) y soy una revolucionaria. Una revolucionaria Negra.
Con eso quiero decir que he declarado la guerra a todas las fuerzas que
han violado a nuestras mujeres, han castrado a nuestros hombres y han
mantenido a nuestros bebés en la miseria. (…) Soy una revolucionaria
Negra y, como tal, soy una víctima de toda la ira, el odio y la
maledicencia de la que ameŕika [sic] es capaz. Como a todos los otros
revolucionarios Negros, amérika intenta lincharme”. Así comienza una
cinta grabada el 4 de julio de 1973.
Los policías que la custodian en el hospital se saludan
alternativamente con la venia militar o con el saludo nazi-fascista.
Assata asegura que siempre los llamó nazis o “cerdos fascistas” en un
sentido figurado, pero ahora se enfrenta a la dura constatación de la
retórica. A partir de allí comenzará un largo periplo de seis años y
medio por hospitales, tribunales, cárceles de alta seguridad y celdas de
aislamiento. Será encontrada inocente en la inmensa mayoría de los
cargos que se le imputan -portación ilegal de armas, asalto, secuestro,
asesinato- incluso de aquellos por los que huía la noche de su captura.
A partir de allí será sometida a toda suerte de privaciones. A la
libertad, primero, pero será muy clara sobre sus limitaciones históricas
para las poblaciones negras de los Estados Unidos: “La única diferencia
entre esto [la cárcel] y la calle es que una es de máxima seguridad y
la otra es de mínima. La policía patrulla nuestras comunidades justo
como aquí patrullan los guardias. No tengo ni la más remota de lo que se
siente ser libre”. Será recluida en cárceles de hombres. Se le denegará
el reposo y hasta la oscuridad, sometida a 24 hs diarias de vigilancia.
Le será retaceada una atención médica adecuada, incluso durante su
embarazo y su parto en el Hospital Elmhurts, en el que dará a luz atada a
una cama y custodiada por policías armados. Durante nueve meses no
dejará de preguntarse: “¿Cuántos lobos se ocultan en la maleza para
comerse a mi hijo?”.
Luego será obligada a trabajar de forma gratuita en prisiones
federales, una práctica rutinaria y “legal” a resguardo de la fatídica
Decimotercera Enmienda de la Constitución. Se le confinará en
aislamiento durante largos períodos hasta el punto de llegar a perder de
forma temporal y parcial la capacidad del habla. Será agredida
sexualmente y amenazada permanente con ser violada. Sufrirá juicios de
carácter netamente político, con procesos inverosímiles, jurados casi
exclusivamente blancos y jueces venales, pero no se le permitirá una
defensa política de su vida y de su causa. Será linchada mediáticamente,
y el juicio que finalmente la encontrará culpable de homicidio tan sólo
rubricará la culpabilidad ya sentenciada por la prensa. Sufrirá todas
las formas de tortura concebibles para al fin afirmar indoblegable: “yo
tengo que ver con la vida”.
A esta altura de la pequeña saga conformada por nuestras bitácoras,
es inevitable que la historia de los y las internacionalistas se
atraigan, se acerquen, se rocen y en ocasiones hasta se abracen. En la
cárcel de mujeres de máxima seguridad de Alderson, en Virginia
Occidental, diseñada para “las mujeres más peligrosas del país”, Assata
se topará con una mujer blanca entrada en años, con cabello entrecano,
“de aspecto digno, de maestra de escuela”. Inmediatamente reconocerá en
ella a Lolita Lebrón, la heroica independentista puertorriqueña. Nunca
la sororidad tuvo un sentido más pleno que entre esas dos mujeres que
pagaban con holgura el precio de su determinación. Lolita, valiente,
inquebrantable, mística, llevaba ya un cuarto de siglo privada de su
libertad, alejada de su patria y sus afectos y políticamente aislada,
sostenida tan sólo por su fe y su pasión por la causa independentista
boricua. Lolita marcaría también otro hito en el proceso de formación de
Assata, al llevarla a reconsiderar aspectos como la religiosidad
popular, los vínculos entre cristianismo y socialismo, y a conocer la
corriente latinoamericana de la teología de la liberación.
Libre y sin color
“«Vas a volver pronto a casa (…) No sé cuándo, pero vas a volver a
casa. Vas a salir de aquí.», le había dicho su abuela tras un sueño que
sería un presagio. De esta vida llena de hiatos, clandestinidad y falsas
identidades -Assata llegaría a tener más de 20 alias- nada resulta tan
misterioso como su fuga, el 2 de noviembre de 1979, del penal de máxima
seguridad del condado de Clinton. Lo poco que sabemos es que tres
hombres negros armados irrumpieron en la prisión tomando a dos guardias
de rehén, liberándola en una operación de precisión quirúrgica, sin
bajas ni heridos. Se presume que se habría tratado de una acción de sus
compañeros del Ejército Negro de Liberación largamente planificada.
Después de cinco nuevos años de vida clandestina bajo las narices de la
CIA y el FBI, Assata conseguiría pegar un salto de gacela hacia Cuba.
Allí verá, materializadas en aquel pequeño laboratorio insular, las
tentativas de igualdad radical por las que siempre había luchado:
“Aunque saben del racismo y del ku klux klan y del desempleo, ese tipo
de cosas no entran en su concepción de la realidad. Cuba es un país de
esperanza. Su realidad es tan diferente. Me impresiona cuánto han
conseguido los cubanos en tan poco tiempo de Revolución”. En particular,
le sorprendería la realidad y el tratamiento de la cuestión racial: “Se
veía a Negros y blancos juntos por todas partes: en coches y paseando
por las calles. Niños de todas las razas jugaban juntos.” “Un amigo
cubano Negro me ayudó a entenderlo mejor. Me explicó que los cubanos
daban por hecho su herencia africana. (…) Me dijo que Fidel, en un
discurso, le había dicho a la gente: -Todos somos Afro-Cubanos, de los
más paliduchos a los más morenos. (…) Aunque estaba de acuerdo conmigo,
me dijo enseguida que él mismo no se veía a sí mismo como Africano: -Yo
soy cubano”.
Aún más, aquel amigo suyo se refirió a un compatriota
desembozadamente racista que se había opuesto, originalmente, al
matrimonio de una de sus hijas con un negro cubano. Su razonamiento,
ante el hecho, será inapelable: “Mientras apoye la Revolución, no me
importa lo que piense. Me importa más lo que hace. Si realmente apoya la
Revolución, cambiará. E incluso si no cambia, sus hijos van a cambiar. Y
sus nietos cambiarán todavía más.” ¿Es qué acaso se ha establecido
mejor definición de lo que es una revolución?
En otra ocasión Assata fue llamada “mulata” y llegó a sentirse
profundamente ofendida: “-Yo no soy mulata. Yo soy una mujer Negra, y
estoy orgullosa de ser Negra -le decía a la gente (…) Algunas personas
entendían lo que quería decir, pero otros pensaban que estaba demasiado
obsesionada con el tema racial. Para ellos, mulato era simplemente un
color, como rojo, verde o azul. Pero para mí representaba una relación
histórica.” De pronto, en aquella latitud caribeña, Assata Shakur, “la
pantera más negra”, negra en lo que negro tenía de carga racista y
estigmatizante, pero también de orgullo racial y autoestima combatiente,
se encontraba en Cuba sin color. Quizás alguna vez se haya topado con
aquel poema de Nicolás Guillén que rezaba: Aquí hay blancos y negros y
chinos y mulatos. / Desde luego, se trata de colores baratos / pues a
través de tratos y contratos / se han corrido los tintes y no hay un
tono estable. / (El que piense otra cosa que avance un paso y hable.)
Assata Shakur, a sus 73 años, lleva una vida discreta y sigilosa para
no llamar la atención de los mercenarios y cazarrecompensas que buscan
capturarla y colocarla en una lancha rumbo a la Florida, en donde el
FBI, burlado una y otra vez, ha ampliado a 2 millones de dólares la
cifra que ofrece por su captura. Alguna vez Assata preguntó: “¿Por qué
merezco tal atención? ¿Por qué represento tal amenaza?”. La pregunta
encabezaba una carta personal que envió al papa Juan Pablo II, quien
había sido convencido de solicitar a Fidel Castro su extradición a los
Estados Unidos durante su visita a Cuba en enero de 1998. Un inmenso
cartel aparecido en la isla dió la respuesta lacónica de Fidel y el
pueblo cubano: hands off Assata -las manos fuera de Assata-.
Quizás Assata Olugbala Shakur represente aún hoy una amenaza por haber
logrado comprender que correspondía a ella concretar los sueños que su
abuela soñaba, “que los sueños y la realidad son opuestos” pero que “es
la acción lo que los sintetiza”
Rencontre Trump-Europe-Ukraine :
Promouvoir la division du travail et la planification stratégique
Après
la récente rencontre entre le président américain Donald Trump et le
président russe Vladimir Poutine en Alaska et la rencontre suivante
entre les dirigeants européens, le président ukrainien et le président
Trump à Washington, une politique américaine prévisible a commencé à
prendre forme.
Comme l'a déclaré dès février de cette année le secrétaire américain à la Défense Pete Hegseth, s'adressant aux
dirigeants européens au sein du Groupe de contact pour la défense de
l'Ukraine, l'Europe a été chargée de prendre le contrôle de la guerre
par procuration de Washington contre la Russie en Ukraine en augmentant
les dépenses de l'OTAN, la production d'armes et le transfert de soutien
matériel à l'Ukraine, permettant ainsi aux États-Unis de se tourner
vers la région Asie-Pacifique en donnant la priorité au confinement de
la Chine dans cette région.
Le
secrétaire Hegseth a clairement indiqué que le conflit serait gelé, et
non terminé, et que des troupes européennes et non européennes (pas des
troupes américaines) seraient transférées en Ukraine pour assurer un
gel, suivi par une réorganisation et une reconstruction des forces
armées ukrainiennes par l'Europe.
Comme l’a expliqué le secrétaire Hegseth, « la réalité de la pénurie »
empêche les États-Unis de s’engager directement et pleinement dans deux
conflits entre grandes puissances, avec la Russie et la Chine,
simultanément, ce qui nécessite le gel d’un conflit pendant que les
États-Unis en poursuivent un autre.
Le
fait même que les États-Unis cherchent à affronter la Chine en
Asie-Pacifique, de la même manière qu'ils ont affronté la Russie en
Ukraine, démontre un désintérêt total pour une paix véritable avec l'une
ou l'autre de ces nations. Les États-Unis estiment que s'ils
parviennent à contenir la Chine plus tôt, ils pourront ensuite affronter
et contenir la Russie.
Le document de 2024 de la Marathon Initiative « Strategic Sequencing, Revisited », rédigé par Wess Mitchel, un ancien responsable de l'administration Trump, affirmait explicitement :
L'idée
du séquençage est simplement de concentrer les ressources contre un
adversaire afin d'affaiblir ses énergies perturbatrices avant de se
tourner vers un autre, soit pour le dissuader, soit pour le vaincre.
Mitchel a également utilisé le terme « division du travail » en ce qui concerne les « alliés des États-Unis en Europe et dans l’Indo-Pacifique
», un terme que le secrétaire Hegseth a répété mot pour mot à Bruxelles
plus tôt cette année, révélant la « division du travail » et le «
séquençage stratégique » comme des politiques en tandem que Washington
poursuit.
Le
test ultime pour la Russie et le monde multipolaire émergent ne réside
pas seulement dans leur capacité à supporter les desseins américains
visant chacun d’eux individuellement, mais dans leur capacité à
retourner cette stratégie contre Washington.
Premiers principes : la quête de primauté de l'Amérique
À la fin de la guerre froide, comme le rapportait le New York Times (NYT) dans son article de 1992 , « Le plan stratégique américain appelle à garantir l’absence de rivaux », les États-Unis cherchaient à créer
« un monde dominé par une superpuissance dont la position peut être
perpétuée par un comportement constructif et une puissance militaire
suffisante pour dissuader toute nation ou groupe de nations de contester
la primauté américaine ».
Le même article notait le rejet par Washington de « l’internationalisme collectif », appelé aujourd’hui « multipolarisme ».
Les
ambitions américaines visant à contenir la Russie et la Chine, tant
dans les années 1990 qu’aujourd’hui, ne sont pas motivées par des
préoccupations légitimes de sécurité nationale, mais plutôt par la
préservation des « intérêts »
américains à l’étranger, à l’intérieur et le long des frontières des
deux nations, d’une manière que les États-Unis eux-mêmes ne toléreraient
jamais qu’une autre nation leur fasse subir.
Le « séquençage stratégique » américain ne se limite pas à la Russie et à la Chine. Ce séquençage, combiné à diverses mises en œuvre de la « division du travail », vise à exploiter et à affaiblir toute nation qui remet en cause la primauté américaine.
Si
l'attention immédiate se porte sur l'Asie-Pacifique, les pays du
Moyen-Orient, d'Amérique latine et d'Afrique sont également ciblés
stratégiquement. La déstabilisation de la Syrie, la pression persistante
sur l'Iran et les efforts continus visant à isoler les pays du reste du
monde multipolaire qui entretiennent des liens avec la Russie et la
Chine (comme la Thaïlande et le Cambodge en Asie du Sud-Est)
s'inscrivent tous dans ce plan plus vaste.
L'objectif
de Washington est d'empêcher la formation d'une alliance cohésive et
multipolaire susceptible de contrecarrer ses ambitions hégémoniques. En
éliminant les nations une par une, ou quelques-unes à la fois, les
États-Unis espèrent maintenir leur domination et empêcher la formation
d'un front uni.
Tant que la primauté demeure le principe unificateur de la politique étrangère américaine, la « recherche de la paix » n’est qu’un moyen de gagner du temps pour rectifier les revers dans une région tout en redoublant d’efforts dans une autre.
L'Ukraine est la guerre de l'Amérique, et de l'Amérique seule
En ce qui concerne la guerre en Ukraine elle-même, malgré les récents commentaires de l’administration Trump la décrivant comme « la guerre de Biden » ou affirmant que « le président Zelenskyy d’Ukraine peut mettre fin à la guerre avec la Russie presque immédiatement »,
la guerre est en fait un produit de la politique étrangère américaine
qui s’étend sur plusieurs administrations présidentielles, y compris le premier mandat du président Trump .
Les États-Unis commandent actuellement les forces armées ukrainiennes, comme l'a révélé un article
du New York Times publié plus tôt cette année. Depuis 2014, la Central
Intelligence Agency (CIA) américaine contrôle et dirige les services de
renseignement ukrainiens, a également rapporté le New York Times .
Ainsi,
le conflit en Ukraine ne pourra prendre fin que lorsque les États-Unis
le décideront ou y seront contraints par la Russie.
Comprendre
ces principes fondamentaux de la politique étrangère américaine
concernant le conflit en Ukraine est essentiel pour réussir à naviguer
dans la propagande que les États-Unis et leurs États clients utilisent
pour tenter de « division du travail » et de « séquençage stratégique ».
Continuité du programme sous Trump
Depuis
son arrivée au pouvoir, l'administration Trump elle-même a poursuivi
tous les conflits et confrontations hérités de l'administration Biden
précédente dans sa quête de primauté mondiale, y compris la guerre par
procuration des États-Unis en Ukraine contre la Russie, une
confrontation avec l'Iran qui a dégénéré en guerre ouverte en juin
dernier, et l'expansion continue de l'empreinte militaire américaine
dans la région Asie-Pacifique le long de la périphérie de la Chine et
même à l'intérieur de ses frontières sur la province insulaire de
Taïwan.
La politique américaine à l’égard de la Russie est décrite en détail dans le document de 2019 de la RAND Corporation intitulé « Étendre la Russie : concurrencer sur un terrain avantageux ».
Le document énumère des mesures économiques, notamment « entraver les exportations de pétrole », « réduire les exportations de gaz naturel et entraver l’expansion des pipelines » et « imposer des sanctions »,
des mesures qui avaient été mises en œuvre par les États-Unis au moment
de la publication du document et depuis lors, y compris sous la
première administration Trump, l’administration Biden qui a suivi et
maintenant pendant le deuxième mandat du président Trump.
Les mesures géopolitiques énumérées par le document de la RAND comprenaient « fournir une aide mortelle à l'Ukraine », qui a commencé sous la première administration Trump, « accroître le soutien aux rebelles syriens », qui s'est manifesté à la fin de l'année dernière par le renversement réussi du gouvernement syrien par les États-Unis, « promouvoir un changement de régime en Biélorussie », que la Russie a jusqu'à présent neutralisé avec succès , et « exploiter les tensions dans le Caucase du Sud », qui se déroule actuellement sous l'administration Trump sous la forme d' un bail de 99 ans sur un territoire plaçant potentiellement des troupes américaines le long des frontières de la Russie et de l'Iran.
Ensemble,
ces politiques représentent une tentative continue des États-Unis
d’encercler, de contenir, de saper et d’étendre la Fédération de Russie,
cherchant finalement à précipiter un effondrement de type Union
soviétique, même si les États-Unis feignent un intérêt pour la « paix » avec la Russie en Ukraine.
Comme dans le passé, ainsi dans le futur
Indépendamment
des revers et des limites, tant que les États-Unis continueront de
rechercher la primauté sur les nations du monde plutôt qu’une
coopération constructive avec elles, toute ouverture américaine de « paix » avec des nations qu’ils ont qualifiées d’« adversaires » et de « menaces »
représente un modèle établi de pause, de réorganisation, de réarmement
et de relance des hostilités – et non un véritable changement de
politique.
L'exemple
le plus récent est la guerre de changement de régime menée par les
États-Unis en Syrie. Suite à l'intervention russe en 2015, la guerre a
été interrompue. Les États-Unis ont profité de cette pause pour réarmer
et réorganiser leurs alliés en Syrie et dans ses environs, tandis que
les alliés de la Syrie, la Russie et l'Iran, étaient entraînés dans une
série de conflits coûteux ailleurs. Une fois la Russie et l'Iran
suffisamment étendus, les États-Unis ont relancé les combats fin 2024,
renversant rapidement et avec succès le gouvernement syrien.
L’effondrement
de la Syrie a été suivi par des opérations militaires
américano-israéliennes menées contre l’Iran lui-même, combinées à une
campagne toujours en cours visant à éliminer ce qui reste des alliés de
l’Iran au Liban, en Irak et au Yémen.
Une
pause dans la guerre par procuration menée par Washington contre la
Russie en Ukraine ne fera que déplacer les efforts américains ailleurs.
Comme
l'a expliqué le secrétaire Hegseth en février, toute pause
s'accompagnerait de l'occupation de l'Ukraine par les troupes
européennes, à l'instar des États-Unis et de la Turquie en Syrie. Elle
inclurait également le réarmement
et la réorganisation de l'armée ukrainienne – comme cela a été
spécifiquement mentionné lors de la récente réunion
américano-européenne-ukrainienne à Washington – et la reprise des
hostilités ultérieurement, lorsque les circonstances pencheraient en
faveur de Washington.
Non seulement c’est ce qu’impliquent les déclarations du secrétaire Hegseth concernant une « division du travail » et un « séquençage stratégique » , mais c’est aussi ce que les États-Unis ont fait tout au long de la guerre froide et depuis lors.
Sous l'administration Bush Jr., il est admis
que les États-Unis ont cherché à instaurer des changements de régime
dans plusieurs pays d'Europe de l'Est, ainsi qu'en Géorgie, dans le
Caucase. En 2003, les États-Unis ont renversé avec succès le
gouvernement géorgien, tout comme ils l'ont fait avec le gouvernement
ukrainien en 2014. Tout comme en Ukraine, les États-Unis ont entrepris
de réorganiser et de renforcer l'armée géorgienne et, en 2008, comme l'a conclu une enquête de l'UE , la Géorgie a lancé une courte guerre, qui a échoué, contre les forces russes.
L’année suivante, sous l’administration Obama, les États-Unis ont cherché à « réinitialiser
» les relations américano-russes, la secrétaire d’État américaine de
l’époque, Hillary Clinton, présentant littéralement au ministre russe
des Affaires étrangères, Sergueï Lavrov, un bouton physique de « réinitialisation » comme symbole de la nouvelle relation.
En
réalité, les États-Unis ont simplement cherché du temps et de l’espace
pour préparer la prochaine série de provocations – ce qu’ils ont fait – à
partir de 2011, en divisant et en détruisant une grande partie du monde
arabe, y compris en ciblant les alliés russes, la Libye et la Syrie, et
le renversement réussi du gouvernement ukrainien en 2014, ainsi que le «
pivot vers l’Asie » des États-Unis qui a commencé sous l’administration
Obama et se poursuit encore aujourd’hui.
Non
seulement les récentes politiques américaines semblent représenter le
dernier exemple de ce cycle de recherche de la paix tout en se préparant
à la prochaine série de confrontations, mais les États-Unis ont
pratiquement déclaré que le gel du conflit en Ukraine visait à leur
donner le temps et l’espace nécessaires pour donner la priorité à la
maîtrise de la Chine, ce qui implique que les États-Unis reviendront
ensuite contrarier la Russie en Ukraine.
Seul
le temps nous dira dans quelle mesure la Russie s’accommodera ou
perturbera les tentatives des États-Unis de mettre en œuvre une « division du travail » concernant l’Ukraine pour effectuer un processus de « séquençage stratégique »
pour vaincre la Russie, la Chine et leurs alliés en détail, et si le
reste du monde multipolaire s’unira suffisamment pour aider la Russie ou
se laissera diviser et distraire par des efforts américains similaires
pour perturber et déstabiliser leurs nations respectives.
Le
calcul de la Russie sera basé soit sur sa confiance dans la poursuite
de l'Opération militaire spéciale (OMS) jusqu'à sa conclusion complète,
en faisant s'effondrer l'armée ukrainienne et en supprimant le régime
client installé par les États-Unis à Kiev à partir de 2014, soit sur la
nécessité d'accepter une pause dont Moscou estime pouvoir faire un
meilleur usage que l'Occident collectif et affronter les États-Unis et
ses mandataires à l'avenir à partir d'une position encore plus forte.
Il se peut que la Russie cherche à libérer des ressources pour son propre « pivot »
visant à aider des alliés comme l'Iran et la Chine, tandis que les
États-Unis eux-mêmes tournent leur attention vers l'Est. Cependant,
contrairement aux États-Unis, la Russie ne dispose pas de la longue
liste d'États clients qu'elle pourrait mobiliser pour gérer un conflit
tout en se tournant vers l'autre, comme Washington le fait et le fait.
L’avenir
du monde multipolaire dépendra peut-être autant de l’aide apportée aux
nations pour empêcher leur capture et leur exploitation politiques par
les États-Unis que de la coopération entre les nations multipolaires
pour se défendre contre l’empiètement, la coercition et la capture des
États-Unis.
Le
test ultime pour la Russie et le monde multipolaire émergent ne réside
pas seulement dans leur capacité à résister aux visées américaines
dirigées contre chacun d'eux individuellement, mais aussi dans leur
capacité à retourner cette stratégie contre Washington. Si la Russie
parvient à conclure son OMS en Ukraine de manière décisive tout en
renforçant ses alliances avec des pays comme la Chine et l'Iran, elle
peut rendre la « division du travail » inutile.
De
même, si la Chine peut utiliser cette période pour consolider son
influence régionale et approfondir ses liens avec des nations
extérieures à l’Occident collectif, les États-Unis trouveront leur pivot
vers l’Asie-Pacifique beaucoup moins efficace.
Le
paysage géopolitique actuel est une partie d'échecs géopolitique aux
enjeux considérables. Si les États-Unis croient pouvoir acculer leurs
rivaux un par un, un échec et mat coordonné du monde multipolaire
pourrait mettre fin à la partie pour de bon. Le succès signifie un monde
défini par la paix, la stabilité et la prospérité dans un équilibre
mondial des pouvoirs. L'échec signifie la perte de notre avenir
collectif au profit d'une poignée d'intérêts particuliers aux États-Unis
qui ont déjà démontré depuis un siècle les moyens et la volonté de le
détruire.
Brian Berleticest un chercheur et écrivain géopolitique basé à Bangkok.
RFE/RL - After Meeting Russian Foreign Minister, Clinton Hails Fresh Start (2009): https://www.rferl.org/a/After_Meeting... Reuters - Georgia started war with Russia: EU-backed report (2009):