Fernando Bellón Pérez
Se resumen las ideas que el artista y militante comunista José Renau
 (1907-1982) publicó en forma de ensayo, para conocimiento de quienes 
pueda interesar

Ciento un años hace ya que nació José Renau Berenguer. Comunista, 
pintor, fotomontador y muralista. Por este orden. También dejó escritos 
una serie de ensayos sobre el arte del siglo XX de un notable valor, que
 han sido ignorados, porque Renau no se preocupó de darles relevancia y 
porque su lectura resulta incómoda para muchos intelectuales, sobre todo
 los marxistas postmodernos.
La vida privada del fotomontador y muralista José Renau no fue de las
 que suelen considerarse edificantes, aunque también distó mucho de ser 
una vida disoluta. Las lecciones que pueden extraerse de ellas nos 
ilustran más en aquello que un ser humano debe hacer de otra manera, que
 en lo que debe imitar de Renau.
Su vida pública fue una sucesión de conflictos y frustraciones personales, de esas que no se desean ni a los peores enemigos.
Pero Renau conservó la lucidez intelectual y la integridad moral 
hasta sus últimos días, cuando perdió la conciencia en el hospital de la
 Charité de Berlín Este, en octubre de 1982.
Su lucidez intelectual y su integridad moral tampoco fueron siempre 
ejemplares, pero en esto no se distinguió de la mayoría de los hombres y
 mujeres honrados que pueblan el planeta. La diferencia entre Renau y 
sus contemporáneos con responsabilidades públicas, políticas o de otro 
tipo, es que los actos del valenciano universal (y esto no es un tópico)
 fueron coherentes con sus convicciones en una proporción superior a lo 
que cabe esperarse de un artista, de un intelectual o de un político, 
porque estos tres papeles interpretó Renau en el gran teatro del mundo.
En síntesis, sus convicciones fueron estas:
1.- El comunismo es el sistema político que redimirá al ser humano de todas sus aflicciones.
2.- La creación artística debe estar al servicio de la construcción 
de la nueva sociedad comunista. Pero es una imprudencia ignorar que las 
viejas formas y los viejos contenidos estéticos burgueses tienen y 
tendrán vigencia durante mucho tiempo.
3.- Imponer por la fuerza una nueva fórmula de creación artística 
única y monolítica es contraproducente. El camino es largo y hay que 
recorrerlo causando el menor daño.
4.- La etapa histórica de la creación individual, de la pintura de 
caballete acabó a principios del siglo XX con las vanguardias, que 
pronto demostraron su esterilidad estética y social al dejarse arrastrar
 por la tromba del mercado del arte.
5.- El trabajo de creación artística en el mundo presente (el suyo) y
 el futuro se hará mayoritariamente en grupos, en colectivo. Ejemplo de 
ello es el muralismo. Pero también el cine considerado como un 
instrumento pedagógico y artístico, el video (que en la ancianidad de 
Renau empezaba a ser utilizado por los artistas), y la cibernética, lo 
que hoy conocemos por arte digital y arte online, que Renau tuvo la 
agudeza de vislumbrar cuando los ordenadores eran monstruos que llenaban
 decenas de metros cuadrados de superficie y tenían memoria de mosquito.
6.- La formación de los artistas nuevos tiene que ser semejante a la 
de los artistas del Renacimiento: completa, variada, sometida a la 
disciplina de talleres dirigidos por hombres y mujeres de experiencia y 
méritos probados y, si ello es posible, de moralidad intachable, 
abnegados, infatigables.
7.- Los artistas que se entreguen al mercado del arte están 
condenados, en el mejor de los casos (si triunfan, si obtienen 
reconocimiento, algo aleatorio) a la enajenación, a la alienación de su 
persona y de su obra. Y en el peor de los casos (si no colocan su 
producción en el mercado) a sufrir como excluidos del paraíso y a 
ganarse la vida de un modo ingrato, precario y todavía más enajenante.
Los cuatro primeros puntos corresponden al ámbito de la doctrina, de 
la ideología. Los otros tres son producto de la experiencia de Renau, 
tanto artística como profesional del cartelismo y la publicidad. Una 
experiencia de las más ricas que un creador puede acumular a lo largo de
 su vida.
José Renau nació en Valencia un día de mayo de 1907, hijo de un 
pintor de la escuela sorollista (por clasificar lo inclasificable), 
restaurador de obra antigua (maestros barrocos, pintores neoclásicos, 
&c.) y profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. A él 
debe Renau su formación temprana, el descubrimiento y el fomento de su 
capacidad creadora, y su estruendoso primer éxito en Madrid en diciembre
 de 1928. Gracias a una recomendación de don José Renau padre, el joven 
Pepe Renau fue recibido por el entonces influyente crítico y académico 
de San Fernando José Francés, que quedó fascinado por las acuarelas y 
dibujos de estilo art decó que el muchacho le presentó.
Francés le organizó en cosa de días una exposición en el Círculo de 
Bellas Artes. Gracias al eficaz concurso de un grupo de colegas y amigos
 del académico madrileño, la exposición fue un bombazo mediático y 
público, y un éxito inesperado para Renau. De todo ello se dio perfecta 
cuenta el joven, y entró en una grave crisis de conciencia. El triunfo 
artístico, descubrió, no se debía al mérito sino a la casualidad y a la 
influencia de los padrinos del creador. Durante todo un año se tambaleó 
estética e ideológicamente, y de las lecturas anarquistas, que llenaban 
las bibliotecas proletarias de la época pasó al descubrimiento del 
marxismo a través de Plejanov.

En 1930 se afilió al minúsculo Partido Comunista de España, y se 
convenció a sí mismo de que su misión vital anteponía su militancia a su
 vocación. Esto no fue óbice para que, debido a su capacidad de trabajo y
 a su extraordinaria calidad e imaginación para la creación plástica, se
 ganase la vida muy por encima de los artistas convencionales y 
vanguardistas de la época. Fue premiado en concursos de carteles, 
trabajó para la antigua Cifesa, realizó encargos privados de ricos 
industriales y terratenientes valencianos, no paró de diseñar anuncios 
publicitarios. A la vez dedicaba todo el tiempo que le era posible a la 
militancia, la estrictamente política (fue secretario local de Valencia 
del PCE durante un tiempo) y a la cultural de propaganda del bolchevismo
 o marxismo leninismo. Fundó y mantuvo con dinero propio la revista Nueva Cultura, que se editó entre 1934 y 1938, con una interrupción de unos meses al inicio de la guerra civil.

Al estallar ésta, la dirección del PCE le designó para el puesto de 
Director General de Bellas Artes en el ministerio de Cultura encabezado 
por el comunista Jesús Hernández, donde permaneció hasta 1938. Este 
nombramiento sorprendió a Rafael Alberti, que se creía destinado a él 
con más méritos que Renau, con quien tenía diferencias más personales 
que políticas, relacionadas con la vanidad y el divismo. Dos de las más 
conocidas actuaciones del valenciano fueron el traslado de parte del 
tesoro artístico del Prado a Valencia (que finalmente acabaría en 
Ginebra, tras una arriesgadísima peregrinación por varios los frentes) y
 el encargo a Picasso de una obra para el pabellón de España en la Feria
 Internacional de París de 1937, que se concretó luego en el cuadro 
conocido por todos (menos por Picasso) por «el Guernica».

Renau no paró de realizar carteles de guerra de una fuerza tremenda, 
que, junto con los de otros cartelistas valencianos y no valencianos, 
han quedado como modelos de propaganda bélica. El papel político de 
Renau en esos años está poco documentado, pero podría aventurarse que 
rehuyó la vida pública y que se dedicó al trabajo efectivo y oscuro de 
un técnico absolutamente politizado, eso sí.

En enero de 1939 huyó a Francia, donde se dejó internar en un campo 
de refugiados, pese a tener documentación de alto cargo que le eximía de
 esa penalidad. Tras ser extraído por la dirección comunista de él, se 
embarcó con su familia para Méjico. Allí trabajó con David Alfaro 
Siqueiros en el mural «Retrato de la Burguesía», por encargo del 
Sindicato de Trabajadores de la Electricidad. La vida profesional y 
política de Renau en Méjico fue similar a la que mantuvo en España: 
distante de los cargos de alta responsabilidad política, ganándose muy 
bien la vida con la publicidad comercial, y dedicándole mucho tiempo a 
la creación artística política propagandística para el gobierno y los 
sindicatos mejicanos, mientras éstos tuvieron una influencia comunista. 
Entre los españoles exiliados cumplió un papel polémico por su rígida 
ortodoxia comunista, pero dentro del PCE procuró no destacar ni como 
opositor ni como defensor de ninguna línea que no fuera el férreo 
sovietismo, que entonces era antiimperialismo y estalinismo puro y duro.

Sin embargo, empezó a realizar fotomontajes según la línea de trabajo
 abierta por John Heartfield y sus compañeros dadaístas alemanes y los 
primeros cartelistas soviéticos, a quienes había estudiado a fondo en su
 juventud.

Pronto llamó a su serie «American Way of Life», porque utilizaba 
recortes de revistas norteamericanas para poner en evidencia las 
paradojas y miserias del imperialismo norteamericano de posguerra. Este 
trabajo llamó la atención de ciertos funcionarios de la República 
Democrática Alemana (en Méjico vivía una significativa colonia de 
comunistas alemanes exiliados), que le invitaron a enviar fotomontajes 
para publicarlos en una revista satírica editada en Berlín oriental, Eulenspiegel.
 Al final fue invitado a trasladarse a la RDA para continuar sus 
creaciones de fotomontaje político y con una vaga promesa de aventurarse
 en otros campos estéticos, como experto en arte de vanguardia, pero 
fiel a los dictados ideológicos de la dirección del comunismo 
internacional.

Entre 1958 y 1976 vivió en Berlín Este con parte de su familia (los 
hijos mayores permanecieron en Méjico). Fue empleado por la televisión 
pública, continuó realizando fotomontajes, participó en innumerables 
actividades culturales y pedagógicas, llevó a cabo varios murales 
gigantescos, consiguió que le editaran su «AWL» con el título de «Fata 
Morgana USA», y creó una escuela de dibujo para jóvenes que alimentó su 
prestigio entre la nueva generación de la RDA y la inquietud de la 
Stasi, queno se atrevió a molestarle, debido a sus conexiones con el 
alto aparato político. Su vida en Berlín fue difícil. No llegó jamás a 
dominar el alemán. Sufrió las consecuencias de una fe absoluta en su 
razón estética y su razón ideológica, cosa que le llevó a enfrentarse 
con casi todo el mundo, empezando por su familia y terminando con sus 
camaradas del PCE, tanto los estalinistas como los eurocomunistas, 
aunque jamás participó en ninguna actividad secesionista. Su 
irreprochable pasado de comunista y antifascista y su discreción en la 
vida política de la RDA le mantuvieron a salvo de las purgas y de los 
forzados eclipses de la vida pública tan abundantes entre los creadores 
en el socialismo real.


En 1976 fue uno de los tres artistas españoles vivos que participaron
 en la Bienal de Venecia. Esto lo debió al crítico valenciano Tomás 
Llorens, que había descubierto los fotomontajes de Renau y se había dado
 cuenta de que fue un artista pop anterior al pop norteamericano.
Entre 1976 y 1982 vivió en un constante ir y venir de Berlín a 
Valencia. Su regreso le llevó a inventar el concepto de «matria», 
encarnado por Valencia, por oposición a patria, que él afirmaba no 
tener, por haber sido y seguir siendo un comunista internacional. Pero 
poco a poco se dejó seducir por el nacionalismo catalanista, gracias 
entre otras cosas, a la personalidad cautivadora de Joan Fuster, el 
intelectual de mayor prestigio en Valencia, que se había alineado desde 
la juventud con el catalanismo de raíz burguesa; aunque Fuster, un 
consumado funambulista intelectual, fue capaz de distanciarse 
ideológicamente de la burguesía catalana (y desde luego, de la 
valenciana, que aborrecía como miembro marginal de ella que fue) tiñendo
 sus ensayos de un color ácrata que impacto a un Renau anciano y 
sugestionado por sus aventuras juveniles con el anarquismo militante.
No obstante, José Renau no quebró su fidelidad al marxismo leninismo 
ni modificó su teoría estética, construida con gran esfuerzo y a base de
 penosos debates, a lo largo de su vida. Los trabajos teóricos de Renau 
no han tenido ningún eco en el panorama filosófico español, víctima de 
tantos complejos. Quizá porque fueron aleccionadores, precisos, directos
 como un puñetazo, sobre todo cuando toca temas concretos.
La crítica española de izquierdas de la segunda mitad de los años 
setenta le calificó de ingenuo (acaso por su obsesión frustrada por 
crear una escuela, no la suya, sino un método de transmisión de los 
conocimientos del arte basado en la relación intensa y diaria del 
aprendiz con el maestro), de estalinista, mediocre imitador del pop 
(aunque fue anterior a él). Ya en Méjico se le consideraba un «artista 
fallero», no sin falta de razón, aunque desde el punto de vista más 
creativo y digno del término, pues su formación valenciana se nota en 
muchas de sus obras.
Todo esto contribuyó a su oscurecimiento y a su olvido.
Sin embargo, algunos de los historiadores valencianos del arte más 
influyentes le reconocen como uno de los tres artistas valencianos de 
dimensión internacional del siglo XX, junto con Sorolla y el Equipo 
Realidad (Manolo Valdés).
Con motivo del centenario de su nacimiento se han realizado 
magníficas exposiciones itinerantes por algunas ciudades españolas y 
europeas. Sin embargo, el oportunismo de la memoria histórica en las que
 han sido encuadradas por sus organizadores ha forjado una visión 
presente de Renau entre el heroísmo, el victimismo, la más demagógica 
nostalgia republicana, y el artista comprometido, en lo único que han 
acertado de lleno. Pero la contribución teórica de Renau sigue siendo 
silenciada, bien porque no cabe en una antología de su obra plástica, 
bien porque ningún especialista (yo no lo soy) se ha dignado a 
estudiarla, bien porque los que lo han hecho no la han encontrado digna 
de análisis.
Lo que va a continuación es un resumen de los escritos de José Renau 
sobre arte y estética, basados en los apuntes que tomé mientras me 
documentaba para la biografía que publicará la Fundació Alfons el 
Magnànim de la Diputación de Valencia en otoño de este año, titulada La abrumadora responsabilidad del arte.

Disputa con Alberto en Nueva Cultura
El número dos de NC sirvió de escenario a una polémica famosa. «Situación y horizontes de la plástica española. Carta de Nueva Cultura al escultor Alberto».
Hechos objetivos que motivan la carta: 1, los intelectuales se 
pronuncian contra la anticultura fascista y comprenden que el fascismo 
es la consecuencia de la descomposición del capitalismo; 2, comprenden 
que hay que cambiar de sistema para alcanzar la necesaria tranquilidad 
para producir la obra de arte; 3, comprenden que sólo el pueblo de 
obreros y campesinos es el llamado a crear el nuevo sistema; y 4, los 
intelectuales no se han dado cuenta del papel capital de la cultura en 
el mantenimiento del sistema y en la ascensión del fascismo. Esperan el 
rompimiento de las reminiscencias pequeño burguesas del individualismo 
que impiden al artista la cualidad de establecer un contacto espiritual 
entre las gentes.
Continúa arguyendo que la clase feudal subsiste en España y somete a 
los artistas a su podredumbre, desde los tiempos de Goya. Goya cierra un
 ciclo de desarrollo artístico. Por otra parte, no hay burguesía capaz 
de contrarrestar el dominio del feudalismo. España es «una charca, en 
movimiento determinado por las leyes de la putrefacción.» Los sucesores 
de Goya han ignorado su lado más comprometido y progresista, y se han 
quedado con el contemplativo y decorativo, cuyo casticismo ha dado lugar
 a la zarzuela y al cuplé. El verdadero progreso del arte se sitúa desde
 entonces en Francia. A España llega un eco lejano que estimula a los 
imitadores de Delacroix, de David o de Ingres, pero todo se queda en la 
forma, porque los pintores españoles son mediocres e ignorantes. En 
Francia se ha hecho una revolución burguesa, hay una nueva sociedad, y 
esto ha creado las condiciones de una nueva forma de entender el arte. 
La revolución burguesa ha fomentado el individualismo, la independencia 
del artista. Mientras, en España dominan los artistas de la decadencia, 
monopolizan las instituciones, dirigen las Exposiciones Nacionales que 
fomentan el cuadro gigantesco e historicista, y anudan una cadena de 
intereses entre los aspirantes y los situados en el sistema.
Por ello, dice, los artistas rebeldes e inquietos se tienen que ir a 
París. Rusiñol, Casas y Sorolla no serían iguales si no hubieran salido 
al extranjero. Gracias a ellos el impresionismo llega a España. Pero es 
un impresionismo de última hora, endulzado, que las instituciones 
académicas acogen gustosas.
A España llegan los nuevos aires artísticos a través de los 
pensionados, continúa, pero son aires adulterados. Sin embargo aparecen 
las revistas gráficas, y esto propicia la reacción contra el 
academicismo. Lo más sano e inteligente de la cultura se aparta de los 
certámenes oficiales. Pero los rebeldes se reúnen de diversas maneras 
para poder llegar al público, mediante las exposiciones. Es Barcelona 
quien capitaliza este movimiento. Se abren salas independientes, aparece
 Nonell, el gran renovador, muerto muy joven, cosa que detiene el 
impulso. Además pesa el centralismo reaccionario de Madrid, que paraliza
 a la creativa Barcelona.
La respuesta de los artistas, sin embargo, se inicia en Madrid con el
 homenaje al pintor Echevarría. Por fin en 1925 se organiza la 
«Agrupación de los Ibéricos». Se publica un manifiesto y se celebra una 
exposición. Les unía la preocupación moderna de la forma, les separaba 
la naturaleza ideológica del mito. No duró mucho la fuerza del 
movimiento, que se fraccionó en la primera exposición a causa del 
individualismo feroz. Dalí y Bores se fueron a Francia, los que se 
quedaron se refugiaron en la palabrería de los cafés o entraron en el 
redil de las recompensas oficiales.
En Francia, el materialismo racional lleva a la observación de la 
naturaleza y nace el impresionismo. La reacción cubista refleja el 
cambio de interés de la burguesía, que abandona el análisis científico 
de la naturaleza y se adentra en la metafísica, huyendo de sus 
contradicciones interiores. El libre mercado da paso a la concentración 
monopolista. En la pintura esto se manifiesta en el triunfo de la forma 
sobre el color, en una sistematización estética que trata de definir la 
esencia absoluta del arte.
Picasso es el cubismo –organización fría, absorción y síntesis 
capitalista– más todo el remolino de sus derivados y contrarios. Por 
esta causa aparece desde 1917 aproximadamente como un polifacético que 
rompe con su doctrina, en tanto que mito unitario, y se transforma en un
 gran estilista vacilante y rico en contradicciones, señalando ya el 
declive precipitado del pensamiento individualista burgués.
De pronto viene la República sorprendiendo a todos y desconcertando a
 los artistas solitarios y apolíticos. Una oleada de arte y creaciones 
soviéticas revolucionarias inunda la sociedad. (Uno de los principales 
responsables de ello fue el propio Renau, que tenía buenos contactos con
 el Komintern y recibía material propagandístico que él distribuía 
inteligentemente en diversas revistas.) El mito del arte por el arte 
queda pulverizado. Los intelectuales se definen, en algunas 
instituciones se colocan intelectuales antioficiales. Pero la mente de 
los artistas sigue desorientada. Afortunadamente «una fuerza mugía 
impetuosa en el subsuelo inestable de la República», el proletariado. 
«Ya se pueden enviar a la Nacional obras de fisonomía nueva, porque ha 
venido la República y ‘tenemos gente nuestra dentro’, pero las 
recompensas son para los de antes.»
Manuel Abril intenta reorganizar a los Ibéricos. Se pide a voces 
apoyo al arte revolucionario. Se denuncia que una mitad de la 
civilización artística, la más importante por estar en consonancia con 
el espíritu renovador de la República sigue siendo marginada en 
beneficio de la otra mitad, que obstruye el desarrollo del arte 
representativo de nuestra época moderna. En una carta al Ministro de 
Instrucción Pública «se pide parte en el botín oficial y se acepta la 
convivencia con las fuerzas enemigas. Es la Democracia». No fue el deseo
 de renovación cultural y social lo que impulsó el advenimiento de la 
República, sino la necesidad de contener y dar cauce a las fuerzas 
desencadenadas y descontentas de la masa proletaria. De otro modo no 
puede interpretarse la pobreza social y cultural del nuevo régimen. La 
evidencia de la farsa republicana determinó el desengaño y escepticismo 
de los artistas inteligentes con respecto a las soluciones estatales, y 
la necesidad de un cambio fundamental en la raíz misma de las cosas 
empieza a germinar en sus conciencias.
Se mira ávidamente a Rusia. Los artistas se dividen en dos bandos, 
los que quieren hacer arte comprometido y los que quieren hacer arte por
 el arte. Los primeros ponen su arte al servicio de los proletarios. Los
 segundos quieren elevar a las masas a la abstracción de arte, sin ver 
la bancarrota del arte, la decadencia, el desprecio de la burguesía por 
las abstracciones y su afecto a formas de arte ligadas a los mitos de la
 patria, la guerra y la religión.
Torres García importó de París un estilo que denominó 
constructivismo. «Dentro de la tendencia formalista de estos últimos 
tiempos, este intento significaba un nuevo retorno a la ortodoxia 
cubista, cuando ya ni los cubistas mismos la aceptaban. Los postulados, 
los de siempre: predominio absoluto de la forma pura y una hábil idea 
hacia la decoración mural, como apariencia única de novedad.» Lograron 
exponer en el Salón de Otoño.
Un artista autodefinido como constructivista, Castellanos, que se 
confesaba simpatizante de Rusia en lo social y en lo político, se 
manifestó contra el realismo fotográfico, contra la transformación de la
 pintura y la escultura en un relato de hechos, propugnaba un arte de 
masas, pero bueno. La teoría vanguardista del arte por el arte, de la 
independencia del artista con respecto al contenido y al objeto, hasta 
entonces adulteradores de la creación, fue de una notable inteligencia 
plástica e hizo aportaciones técnicas. Pero luego han dado lugar a «un 
eclecticismo desesperado que busca la vitalidad perdida en los más bajos
 fondos de la condición humana.»
La descomposición del mito del arte puro y la falta de un mito 
auténtico ha empujado a algunos artistas al catolicismo. Para ganarse la
 vida, algunos músicos se dedican con entusiasmo a la ilustración 
musical de cintas cinematográficas.
Contrapuesto a todo esto está el arte soviético, sobre todo el cine y
 el teatro. En el primero, el género del reportaje ha demostrado una 
vitalidad de la que carecen los filmes abstractos de Cocteau, Man Ray y 
Hans Richter. Los artistas rusos surgen de la entraña del proletariado. 
En Rusia se ha desarrollado un arte pedagógico de masas.
El temprano fracaso de los Ibéricos fermentó en grupitos de afinidad 
estética. El más sano era el formado por el malogrado pintor Barradas y 
por el escultor Alberto Sánchez, un antiguo panadero, autodidacta en 
temas de arte. Un artista de unidad ideológica. Sus obras más formales 
no tienen la menor vocación abstracta, sino que son la representación 
«brutal y animista de un primitivo, la síntesis de la inquietud plástica
 del momento actual, con el contenido formidable de la mentalidad 
campesina.»
Alberto es la esencia del ruralismo español, del panteísmo primitivo,
 de su sometimiento al terrateniente, de su acercamiento fanático a la 
Iglesia, de sus atavismos milenarios. Pero, ese artista, que podía 
haberse convertido en un Goya, un Daumier o un Grosz, se ha dejado 
influir por la concepción idealista del arte, por el abstracto. En él se
 funden los aires modernos y extranjeros de una plástica minoritaria y 
el sentido colectivo y popular de la fantasmagoría milenaria y profunda 
del campesinado español.
Alberto ha estado a punto de dejarse seducir por la sirena que habita en París.
«Pero afortunadamente para él y para nosotros su falta de 
posibilidades materiales y principalmente su instintivo apego a su 
elemento natural, le libran de la catástrofe. Sus antiguos compañeros de
 lucha, Bores, Dalí, &c., ligaron su suerte a la de una decadencia 
espiritual e histórica que comenzaba, y ahora, como castigo, comparten 
con toda la pléyade de ‘inteligentes plásticos’ del mundo los mismos 
hálitos de muerte que los accionistas de cualquier ‘trust’ o ‘cártel’ 
internacional.
El campesino español ha huido de su silueta ‘parada’ 
bajo la luna o bajo la nube, y su nueva silueta dinámica ya no 
corresponde a tu arte, a los conjuros de tus formas hieráticas. Por eso 
tu arte se ha quedado desolado como una casa deshabitada.»
Además, ha descubierto que en la ciudad tiene unos aliados, los obreros.
«El momento histórico nos indica que si queremos poner a 
salvo nuestra integridad profesional y nuestra dignidad de hombres, 
debemos seguir a los proletarios de la ciudad y del campo allá donde 
vayan, allá donde fatalmente han de ir, y que, hecha la composición de 
lugar de nuestras conciencias, debemos ayudarles con nuestros 
instrumentos intelectuales a llegar antes a su destino histórico, que es
 el de la cultura misma y el de la continuidad de la historia humana.»
Hasta aquí el resumen de la carta.
En el número 5 de Nueva Cultura apareció la respuesta de Alberto, que fue mucho más escueta, y que resumimos a continuación.
Le parece bien que se pida a los artistas plásticos que ayuden a la lucha. Pero
«meternos a descifrar ahora, en plena batalla económica, 
si un arte abstracto es burgués o no interesa a los proletarios es, a mi
 entender, perder el tiempo. Estamos de acuerdo en que hay un arte 
revolucionario y contrarrevolucionario y que éste dura el tiempo que se 
tarda en implantar el ideal por el que se lucha. Pues bien: estoy 
dispuesto a sumarme a este arte de lucha.»
NC dice que esta respuesta ha decepcionado a la redacción 
porque elude responsabilidades y justifica «posiciones imposibles de 
coexistir con una buena conducta.» Renau dulcifica un poco el palo y 
dice que ningún artista (incluidos los de NC) han luchado durante
 la Dictadura contra el capitalismo, porque consideraban la política 
como algo repugnante e indigno de su menor consideración. Sólo buscaban 
la gloria y el dinero que había en los mercados de París y Berlín. 
Critica a Alberto por haber pasado de obrero a artista pensionado. Le 
acusa de individualismo y exceso de amor propio, y le pide una 
explicación más extensa y razonada de su trayectoria.
La redacción de NC le consuela de sus tribulaciones por haber 
dado tan arriesgado paso, aconsejándole que no tema caer en lo político 
al hacer arte social, Daumier educó su sensibilidad haciendo dibujos 
para los periódicos. «El artista revolucionario, en su lucha contra el 
capitalismo y sus formas de explotación, debe utilizar y aprovechar 
todos los medios y posibilidades» para atacarle en todas sus 
manifestaciones.
Ahora bien, eso no significa que los artistas revolucionarios acepten
 las vulgaridades que se han ido publicando con el nombre de arte 
proletario. «La culpa de que en España sea pobre el movimiento plástico 
revolucionario es debida a que los artistas han estado de hecho al 
margen de la revolución», y el deber de aquellos que se incorporan a 
ésta es esforzarse en elevar el nivel técnico.

La función social del cartel
En noviembre de 1936, Renau dictó una conferencia en el Paraninfo de 
la Universidad de Valencia titulada «La función social del cartel». Lo 
hacía desde su cargo de director general de Bellas Artes, y venía a 
exponer las líneas oficiales de trabajo para el cartelismo de guerra. 
Renau se atrevió a subir a la palestra no tanto para dar instrucciones 
ideológicas o una lección de burócrata trabajador y al servicio del 
pueblo, sino porque había comprobado que muchos de los carteles que se 
editaban eran de poca calidad y poco eficaces para el propósito que les 
originaba.
Renau utiliza su larga experiencia como publicista comercial, utiliza
 argumentos de teoría estética materialista con los que se había formado
 precariamente (esto lo reconoció cuarenta años después), y recurre a la
 historia de la pintura española de los siglos XVI y XVII, que conocía 
bien, en un ejercicio de utilización de los recursos de la tradición 
estética española que debió sorprender a mucha gente entonces, como 
desconcertaría a los progres de hoy si llegaran a leer la conferencia.
Por ejemplo, Renau no puede resistirse a hacer una alabanza de Velázquez.
«Velázquez es el pintor más profundamente español, y a 
través de la ambición cósmica que emana de su arte, el más universal de 
su época. A través de su verbo espontáneo, la entraña popular española 
que vibra como condición suprema en toda nuestra plástica realista, se 
recrea al sentirse reflejada. El profundo proceso de creación se realiza
 sobre la base del aniquilamiento de todo convencionalismo en los 
recursos de expresión, en la superación de los pálidos reflejos de la 
preceptiva renacentista importada de Italia, a través de un acercamiento
 franco, audaz y emocionado hacia las formas concretas de la realidad 
humana.
He aquí la trascendental lección del realismo español, en su 
heroísmo de pintar y vivir sin soñar, con los ojos despiertos a la más 
leve palpitación, al más profundo sentido de la realidad.»
Acaba desmontando con desconcertante audacia un rasgo notorio de la 
leyenda negra. Califico de desconcertante su audacia porque su 
generación y él mismo se habían basado en ella para reclamar una «nueva 
cultura» para España.
«A pesar de que se ha intentado valorar nuestra cultura 
realista como expresión del movimiento de la Contrarreforma frente a las
 corrientes humanistas que desarrolla la revolución burguesa contra el 
periodo feudal de la Iglesia, el movimiento plástico español desmiente 
brillantemente la pretendida contradicción. La pintura realista 
española, en la entraña misma de su valor humano, es el pie desnudo con 
que el humanismo renacentista pisa el terreno áspero y concreto de la 
realidad.»
El color del desaliento
Sobre su experiencia en la etapa mejicana, Renau hizo unas 
reveladoras declaraciones a su amigo Manfred Schmidt, grabadas en su 
casa de Kastanien Allee de Berlín Este, en 1977.
«He tenido importantes etapas de crisis, mientras 
realizaba los fotomontajes, cuyo desarrollo ha estado lleno de 
altibajos, llegando a veces a pensar que estaba totalmente equivocado. 
Todos los colegas, pintores, críticos, estaban contra mí o no me hacían 
caso, me despreciaban como artista. Más tarde entendí que en parte se 
debía a una revancha de la cosa de Madrid, a mi etapa de director 
general de Bellas Artes durante la guerra. Es difícil contentar a todo 
el mundo, cometí errores, hubo problemas, y había gente que me tenía 
mucha envidia, hasta poetas muy conocidos, y no quiero citar nombres. 
[Es casi inevitable pensar que se refiere a Alberti.] Me clasificaron de
 una manera despectiva como artista agitprop. Me discriminaban. 
Hacían exposiciones y nunca me invitaban, como si yo no existiera. Y yo 
reaccionaba reforzando mi determinación de mantenerme donde estaba. Eso 
es muy duro, porque yo estaba al margen de todo el desarrollo del arte. 
Los demás son el espejo de uno, y cuando uno se ve marginado, es muy 
duro. Aparte de que a partir del año cincuenta y tantos, el partido 
reaccionó también contra el arte agitprop, paralelamente al 
italiano y al francés, proclamando la libertad de creación. También 
ellos prescindieron de mi colaboración, los partidos comunistas francés e
 italiano. Como pasa aquí, del realismo socialista se fueron al otro 
extremo. El partido se desentendía del arte en absoluto, puro 
oportunismo. Los pintores tenían valor si firmaban un manifiesto sobre 
Vietnam o contra Franco. Era una cosa política, puro pragmatismo. Eso me
 amargó mucho.
La evidente falta de unidad estilística y las 
contradicciones de concepto que se observan en mis obras, y que van 
desde un realismo casi fotográfico hasta la expresión abstracta y 
subjetiva de los colores y las formas, obedecen a una contradicción real
 que vive en mi espíritu: el impulso por conciliar los valores del arte 
clásico realista con las conquistas más audaces de las experiencias 
plásticas modernas.»
En septiembre de 1947, escribió un artículo en la revista Las Españas sobre este asunto, «El color del desaliento».
Cita y reproduce un cuadro de Dalí de 1937 titulado El sueño, 
que muestra una cabeza sin cuerpo sujeta por horquillas, como símbolo de
 la inmovilidad que a veces produce el raciocinio, al oprimir la 
conciencia los impulsos vitales, una forma surrealista de señalar el 
psicoanálisis. Para Renau, el exceso de conciencia histórica está 
perjudicando la creación artística.
Los valores clásicos de la cultura se desintegran, dice. Ninguna 
ideología salvo los recursos precarios del nacionalismo, ha conseguido 
reintegrar nada. La excepción es el surrealismo que ha utilizado un 
«cinismo terapéutico» para sacudirse esa plaga. La muestra es la 
ilustración de Dalí.
Acusa Renau en el mundo del arte una falta de audacia creadora, 
después de unos decenios en los que el afán por lo nuevo e inédito hacía
 hervir el impulso creador. En esos momentos, asegura, domina el 
conservadurismo.
Renau se atreve a confesar que habla por experiencia propia. Por 
ejemplo, se ha dado cuenta de que, tras un largo periodo sin pintar, se 
resiste a usar los colores, el contraste cromático. Al principio creyó 
que se debía a una reacción natural a los excesos del hieratismo 
cromático de la plástica publicitaria. Luego tuvo que reconocer que lo 
que le pasaba a él también le ocurría a muchos de sus colegas. «Este 
hecho me ha llevado a la conclusión de que, de los distintos elementos 
de que se compone la pintura, es seguramente en la condición cromática 
–por ser la menos racional– donde se condensan con mayor plenitud los 
impulsos subconscientes de los individuos y de las épocas.»
El pintor de esa época actúa igual que el tiempo sobre los colores, 
los va amortiguando, los aproxima a ese color pardo, profundo y sombrío 
de la pátina del tiempo, el color de la historia.
«Es el color del tiempo muerto y, en el obsesionado 
impulso con que los pintores de hoy lo utilizan, ¿no podríamos acaso ver
 una inclinación instintiva a participar en el culto ancestral de los 
muertos?
El prestigio de los muertos y el prestigio de la pátina son 
dos valores universales y unánimes. En la vida espiritual de los 
pueblos, todo lo sagrado tiene pátina, y en la pintura todo lo que tiene
 pátina es bueno por necesidad.»
Renau no está pensando en los muertos de Hiroshima y Nagasaki, ni en 
los millones de seres humanos que ensangrentaron Europa y el Extremo 
Oriente en la peor de las guerras de la historia de la Humanidad. Se 
refiere en los nuevos pintores clásicos. En los años 40 del siglo
 XX, las aportaciones revolucionarias de las vanguardias de las dos 
primeras décadas habían perdido originalidad y fuerza, se habían vuelto 
amorfas. Y el terrible enemigo de Renau, el mercado, empezaba a 
determinar de un modo inexorable, los estilos, las escuelas, sacando 
partido a la creatividad del ser humano.
«Para una gran parte de los pintores de hoy, toda materia 
prima susceptible de valor está encerrada entre las paredes de los 
museos. Lo que han sacado siempre de la realidad contemporánea, 
pretenden sacarlo ahora de las obras pictóricas de los viejos maestros. Y
 esto es como querer sacar leche del queso. Montar toda una teoría 
–aunque sólo se manifieste como un ‘estado de espíritu’ – sobre una 
serie de factores inactuales, y por tanto carentes de vitalidad, además 
de ser absolutamente inoperante en los terrenos de la verdadera 
creación, es un despropósito que no tiene precedentes en la experiencia 
intelectual.
El pasado no puede significar para ellos [los pueblos 
sanos y jóvenes] un pozo de escepticismo y de inhibición con respecto a 
los valores vitales actuantes, sino la profunda razón que estimula y 
justifica sus propios impulsos creadores.»
(Renau está criticado, prácticamente calificando de estéril, una de 
las tendencias más recurrentes del arte contemporáneo: la que utiliza 
como referente a maestros u obras pasadas, su reelaboración, su plagio 
disfrazado de ironía; alguien que estudia Bellas Artes me ha dicho que 
hoy recibe el título de «pintura de citas».)
Abstracción y Realismo
Artículo publicado en la revista Nuestro Tiempo. Revista Española de Cultura, del PCE, en Méjico.
El lector que tenga la paciencia de leer con atención Abstracción y Realismo,
 podrá distinguir dos líneas de pensamiento que discurren entrelazadas y
 que inducen a la confusión si no se estudian con cuidado. Una, las 
ideas estéticas de Renau basadas en su experiencia y en sus convicciones
 ideológicas. Y otra, su fidelidad política y moral a esa concepción del
 arte al servicio del socialismo, que en la URSS se tradujo en el 
realismo socialista. En esta segunda línea se han apoyado los críticos y
 opositores de Renau para desmontar los argumentos que emplea en la 
primera línea.
Renau defiende a capa y espada la producción artística de los 
pintores soviéticos. Y lo hace sin conocerla bien, cosa que luego podrá 
realizar en 1953, cuando viaje por primera vez a la URSS. Por cierto que
 lo que vio no le gustó, y lo dijo públicamente a su regreso, pero 
también dijo que había que tener en consideración que los nuevos 
artistas socialistas estaban utilizando técnicas e iconografía burguesas
 porque habían demostrado su eficacia en el pasado, y porque el arte de 
vanguardia había evolucionado en una dirección impopular o antipopular.
En verdad, el aficionado al arte que repase la producción de los 
artistas soviéticos de los años 40 y 50 encontrará mucho pastiche, pero 
no sólo pastiche, y en cualquier caso, un pastiche excepcionalmente 
realizado. Es decir, aquellos pintores o artesanos, o como se les quiera
 considerar, dominaban su oficio a la perfección. Si les faltaba la 
fuerza del arte «auténtico», sea eso lo que sea, podía deberse a dos 
razones, a que el constreñimiento de la burocracia les cortaba las alas,
 o a que eran sencillamente buenos pintores, pero no magníficos 
artistas. En el Manierismo y en el Barroco se produjo algo semejante. 
Dos épocas llenas de pintores y escultores estupendos, sobre todo vistos
 en perspectiva, de entre los que unos pocos destacaron en su tiempo, y 
otros han sido valorados después.
El argumento que sugería Renau era que sus colegas del mundo 
capitalista, en especial los que se habían convertido al abstracto, no 
eran tampoco unos genios, y que incluso, en algunos casos, eran unos 
impostores.
El ensayo lo escribió a raíz de una serie de resoluciones del Buró 
Político del PCUS que habían producido «apasionadas reacciones en los 
círculos profesionales e intelectuales de todo el mundo.»
«Para nosotros, artistas revolucionarios, [las 
resoluciones y las reacciones] significa[n] el santo y seña para la 
reanudación de la lucha, sobre nuevas bases críticas e ideológicas –más 
concretas y vivas que nunca–, contra el contenido reaccionario del arte capitalista y contra sus tendencias falsamente revolucionarias;
 por la realización de una profunda revisión de nuestros puntos de vista
 particulares, de una autocrítica de nuestros errores teóricos y 
prácticos que nos permita encontrar una salida revolucionaria a la 
crisis ideológica por la que atraviesa hoy el arte, de acuerdo con las 
condiciones políticas concretas en que se desarrolla nuestra lucha, 
tanto en el plano nacional, como españoles antifranquistas, como en el 
plano internacional, como decididos partidarios de la paz y de la verdadera democracia de los pueblos libres.
El
 carácter manifiestamente transitorio de la realidad social e histórica 
de nuestro presente capitalista nos proporciona la base justa en que se 
desenvuelve el fenómeno: no se trata de un problema de especulación formal, ni de disquisición de modos o estilos artísticos,
 sino de un grave problema ideológico de nuestra época, propio de la 
actual etapa imperialista de la sociedad capitalista, cuyo contenido 
específico, involucrando elementos extra artísticos de profunda 
significación humana, no podrá jamás resolverse dentro de sus propios 
términos, es decir, en un plano exclusivamente teórico.»
El debate sobre el arte burgués se realiza por medio de una promiscuidad ideológica. El valenciano necesita situar su argumento en un punto sólido, en una roca que resistiera los embates de la promiscuidad ideológica.
 Viene a decir que las dimensiones de la crisis que atraviesa la cultura
 son gigantescas, y se lamenta de la degradación que los más altos 
valores espirituales del hombre han sufrido bajo el rigor extremo del determinismo social del régimen capitalista.
«Después de miles de años de experiencia artística, la cultura burguesa, en pleno siglo XX ostenta con fruición una inquietante tendencia a desnaturalizar
 todos aquellos objetos que desempeñan el papel de intermediarios en las
 relaciones entre los hombres, vaciándolos de toda significación humana,
 convirtiéndolos en objetos materiales, en verdaderos fetiches. La
 tendencia principal de la cultura burguesa se apoya en la especulación 
formal, en el aspecto abstracto e intrascendente de la creación 
intelectual.»
La especulación, dice el valenciano, es una actitud del espíritu que 
le impulsa a desarrollar una cosa en sí misma, hasta alcanzar ese clímax
 en que la cosa pierde todas sus cualidades de relación, desgajándose 
brutalmente de la realidad. Así, «el fetichismo es una consecuencia 
fatal que invade casi todas las esferas de la vida y es inherente a 
todas las manifestaciones ideológicas.»
Pasa a considerar el valor de cambio, la mercancía, de la producción 
de los artistas, que no se enteran de nada o no quieren enterarse 
«empecinados en su histérico individualismo». Pone ejemplos de 
intelectuales no marxistas que también se dan cuenta de la enajenación 
del artista (rebelde sólo formalmente, sólo para la galería y para la 
satisfacción de su propio ego). En este sentido cita a Giraudoux, que, 
además, fue un hombre de convicciones conservadoras.
Luego se refiere a la incoherencia entre las sublimes intenciones del
 artista y el destino mercantil de sus obras. Y hace una referencia 
explícita a Picasso.
«Pero la cosa se complica para nosotros [los comunistas] 
cuando el protagonista de nuestro caso es, en primer lugar, un gran 
genio de la pintura y un hombre cabal en su conducta política y cuando, 
por otra parte, su obra expresa, por sus mismas contradicciones, el 
drama capital de nuestros tiempos: la inmensa incongruencia en que están
 sumidas las vidas de muchos millones de proletarios, de 
pequeño-burgueses y de intelectuales bajo las implacables condiciones 
sociales de la realidad artística.»
Cita una frase de Picasso: «No, la pintura no se hace para decorar 
los apartamentos. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo 
contra el enemigo».
Renau dice que la realidad desmiente a Picasso, porque sus cuadros y 
los de tantos pintores vanguardistas y revolucionarios confesos, están 
precisamente en los apartamentos de los ricos.
Luego se pregunta quién puede ser el enemigo con el que pretende 
luchar Picasso: ¿el papanatismo de la clase burguesa, el adocenamiento 
de los proletarios o las corrientes realistas...? No, dice Renau. El enemigo es la razón.
«Combatir a la razón, al conocimiento racional de la realidad; afirmar el descrédito sobre la noción del mundo exterior;
 mantener al arte en su aislamiento individualista, lejos de las fuentes
 vitales de la realidad social... Y con todo ello, preparar el 
advenimiento del caos instintivo e irracional, que sirva a las clases 
burguesas de río revuelto para perpetuar su dominio.»
Dice a continuación Renau que donde se observa mejor este fenómeno de enajenación es en el panorama artístico norteamericano.
Luego, inserta una interesantísima reflexión sobre el mercado y la vanguardia.
«Allá por 1935 se resentía ya en los círculos artísticos 
de París un hondo desasosiego producido no solamente por la 
descomposición ideológica de los ‘ismos’, sino también a causa de una 
progresiva depresión en el mercado artístico. La situación era de 
aplanamiento, de calma chicha. La crisis política había consumado ya la 
destrucción de la unidad ideológica del grupo surrealista, último 
animador de los cenáculos intelectuales y artísticos. Picasso mismo 
expresaba metafóricamente esta situación de cansancio y de desaliento 
representando en sus pinturas mujeres dormidas, figuras en actitudes de 
descanso, en la etapa más banal de su expresión formal y cromática.»
De pronto estalla la guerra civil en España. Picasso pinta el Guernica y pone en el «orden del día, una vez más, la cuestión de la ideología del arte».
Pero no se produjo ningún cambio de rumbo. La crisis ideológica 
siguió su camino y la situación del mercado artístico no dio señales de 
mejorar. Según Renau, porque los clientes de este mercado (grandes 
comerciantes, industriales, financieros y viejas fortunas nobiliarias) 
estaban más pendientes de la inminente guerra en Europa. El estallido de
 la guerra, sus consecuencias sobre los seres humanos, podían haber dado
 «el golpe de gracia a unas tendencias artísticas ya en avanzado estado 
de descomposición». Y esa supuesta independencia del mundo exterior, 
brutalmente puesta en evidencia por la lucha contra el fascismo, podría 
haber acabado «con todos los solipsismos intelectuales, dando a la 
crisis artística una salida realmente revolucionaria.»
¿Por qué no sucedió así? ¿Por qué ocurrió lo contrario, el auge del 
abstraccionismo y la explosión del mercado artístico? ¿Qué nuevos 
elementos ideológicos aparecieron tras la guerra, qué nuevas energías 
vitales?
El auge del antirrealismo, dice Renau, se debe a la fuerza del 
dinero, al hecho de que los norteamericanos hayan empezado a comprar 
arte europeo de vanguardia. Se ha producido una entrega de los 
intelectuales a la codicia y a la seducción norteamericana (a los intereses creados de una ideología decadente y reaccionaria), mientras que las clases populares se han radicalizado.
«El burgués norteamericano, como todos los demás 
burgueses, cuelga en sus salones y en sus museos las obras de Miró y de 
Picasso, de Dalí y de Max Ernst por un esnobista deseo de vanidad, por 
hacer gala de sus gustos estéticos y de la capacidad de su fortuna. Pero
 la cosa no podría haber ido más allá de los límites del dilentantismo 
de ‘nouveau riches’ si, como decimos, el instinto político de la 
burguesía norteamericana no hubiera olfateado las posibilidades que la 
naturaleza antirrealista de estas tendencias artísticas brindaba a sus 
propios designios ideológicos.»
En realidad no es «instinto político», sino la acción casi organizada
 de la legión de expertos europeos en materia artística (marchantes, 
profesores, promotores de exposiciones) que desembarcaron en 
Norteamérica para «convencer a los magnates de los trusts y de 
las grandes industrias, de las excelencias de los paraísos artificiales 
del arte occidental, a deslumbrarles con la ‘geometría pura del 
espíritu’ de las creaciones cubistas o con la ‘belleza alucinante de los
 procesos de putrefacción, de locura y de muerte’ del surrealismo.» Lo 
han conseguido con creces, porque se ha producido una verdadera 
inundación de libros, magazines y notas en los diarios sobre la 
maravilla del arte abstracto.
Termina este capítulo Renau con una cita de Ferdinand Leger.
«Mientras el cuerpo humano sea considerado por la pintura 
como un valor sentimental y expresivo, no será posible evolución 
alguna... Pero si el personaje, la figura, el cuerpo humano se 
transforman, a su vez, en objetos, una libertad considerable se abre 
ante el artista moderno.»
Replica Renau:
«¿Se nos podrá tachar de demagogos si subrayamos el 
impresionante paralelismo objetivo entre las concepciones abstractas del
 pintor y las concepciones concretas del capitalismo moderno? También 
para éste, mientras el proletario sea un hombre, un ser sentimental y expresivo, no será posible evolución alguna... pero si el hombre a su vez pierde la conciencia de sí mismo,
 se transforma en objeto, en una pieza más de sus máquinas... entonces 
¡una era de verdadera libertad se abrirá paso para el mundo de la 
explotación del hombre por el hombre! ¿Estamos equivocados si afirmamos,
 como conclusión, que a la degradación de la categoría humana de 
la obra de arte operada por el pensamiento burgués y por la práctica 
capitalista, responde el pintor a su vez, degradando su contenido mismo...?»
La idea de Renau era insistir en la polémica. Había previsto cuatro capítulos para su Abstracción y Realismo,
 y había hecho un esquema para cada uno. Pero sólo llegó a escribir y a 
publicar el segundo. Por qué no perseveró no se sabe a ciencia cierta. 
Quizá fue porque le alarmaron las reacciones adversas, que le costaron 
incluso la amistad de personas muy queridas para él, como Max Aub. Entre
 ambos se intercambiaron cartas en las que Aub reprochaba a Renau que le
 hubiera retirado el saludo.
A continuación resumimos la segunda y última parte del ensayo de Renau.
Empieza asegurando que el crítico de arte se ha transformado en un 
ideólogo. Como ya no convence a nadie la idea de que el artista está por
 encima de la realidad y de la historia, se han inventado la nueva idea 
del artista como mago, como místico. Pero el materialismo dialéctico, 
superación ideológica y metodológica del racionalismo mecanicista 
burgués, permite al hombre discernir racionalmente la naturaleza de las 
fuerzas históricas y la posibilidad de actuar sobre ellas racionalmente.
Claro que el hombre tampoco es el producto pasivo de un proceso 
determinado mecánicamente, ni el artista es un burócrata encargado de 
registrar las oscilaciones del drama humano. Esto es fatalismo 
determinista. El artista va más allá.
«Ese más allá significa que el artista puede, junto con 
los demás hombres –con el proletariado revolucionario en las condiciones
 concretas de hoy– intervenir activamente en el curso de los 
acontecimientos, imprimiendo la huella de su participación personal en 
el gigantesco proceso de elaboración de la obra de arte más cabal de 
nuestros tiempos: la creación de una verdadera libertad espiritual, 
sobre la base de nuevas condiciones de convivencia humana.»
Los viejos valores resisten, asegura Renau, y lo hacen gracias a la fetichización que se ha hecho de ellos, un juego de enajenación intelectual. Contra ello, nuestro santo y seña es claridad contra fetichismo, subraya.
La abstracción es un recurso intelectual, un artificio necesario, que
 ya se empleaba en el arte prehistórico, como fórmula primigenia del 
método científico.
Deja claro que no se está metiendo con los artistas.
«La buena o mala fe de las gentes tiene poco que hacer 
dentro del desarrollo dialéctico de estos procesos de enajenación. En 
los términos generales de nuestra crítica, nos referimos concretamente a
 las fuerzas impersonales de la necesidad histórica que empujan ciegamente hacia tales consecuencias.»
Los hombres actúan como agentes responsables de esa necesidad 
histórica, no participan en los procesos de perversión de los valores en
 función de su propia perversidad, sino en virtud de las exigencias 
históricas que aquella necesidad plantea.
Dice que el sistema capitalista produce instinto de clase, y hoy en 
día la defensa de los intereses económicos de la gran burguesía se 
identifica, en el ánimo de ciertos intelectuales, con la defensa de los 
valores espirituales de la cultura occidental y de todas sus 
consecuencias abstraccionistas e irracionales.
«En estos tiempos malos, luego de más de un siglo de 
autosuficiencia y de desdén por las cosas del espíritu, la burguesía 
capitalista vuelve a intereses en los problemas ideológicos, culturales y
 propiamente intelectuales. Así, aquellos poetas, pintores, críticos y 
filósofos ‘malditos’, creadores de obras abstrusas y mitos esotéricos 
que tanto asustaron al burgués, y cuya patética libertad subjetiva y 
orgulloso aislamiento social ensalzaron los apologistas del arte 
‘independiente’, están encontrando su puesto en el concierto de la 
sociedad que los engendrara.»
Sigue una serie de descalificaciones a los intelectuales puros, a los
 antirrealistas sonámbulos en la inhumana estratosfera de la 
abstracción. Como se ve, el valenciano no se mordía la lengua.
Una prueba de su lucidez intelectual es este texto en el que está anticipando el videoarte y al arte que utiliza el ordenador.
«No sería extraño que dentro de poco, ciertos autómatas 
llamados electrónicos, especialmente adaptados al dominio cromático, 
puedan descubrirnos armonías de tal finura y amplitud que estén fuera 
del alcance de la acción empírica del hombre, y que los matemáticos 
puedan imponer en el enrarecido ambiente especulativo en que vivimos la 
perturbadora belleza de sus ‘paisajes matemáticos’. Pero, ¿es que el 
artista va a ser suplantado por autómatas ‘sensibles’, y la sensibilidad
 plástica substituida por la especulación matemática. ¿Dónde vamos a 
parar por este camino? ¿No supone esto la más letal consecuencia del 
abstraccionismo?»
Uno de los objetivos de la crítica de Renau es el existencialismo, al
 que considera una filosofía disolvente, nihilista. Entiende que las 
experiencias de la guerra hayan desarrollado este pesimismo en algunas gentes, pero opone el optimismo revolucionario como alternativa.
«En la vertiginosa progresión de este impulso 
abstraccionista, el espíritu burgués manifiesta histéricamente el 
malestar de su desesperado rumbo hacia el vacío, sus esotéricos intentos
 por aferrarse a una filosofía a la escala del acéfalo terror que la 
ausencia de perspectivas históricas le produce, y su volunta de fijar el
 caos en que se ve sumida toda una clase social en una nueva escala de 
valores universales, erigiendo así su propio vértigo y su propio 
malestar en la fundamentación del ‘hombre absurdo’ como categoría 
suprema de toda la humanidad.»
La dinamita más potente la lanzaba Renau contra la crítica burguesa 
de arte, a la que responsabilizaba de haber dado pábulo durante medio 
siglo al arte abstracto.
«Con el fin de mantener la mercancía al alza y de 
justificar la heteróclita confusión que reina en el mundo artístico, una
 legión de profesores de estética, de críticos y de técnicos se afana 
por crear todo un camuflaje de climas poéticos alrededor de las causas 
que puedan explicar racionalmente el ritmo de descomposición [del arte 
burgués].»
La lectura de los suplementos culturales de los diarios de hoy en día revalida esta crítica de Renau, hecha hace medio siglo.
Hace una curiosa cita de Michel Georges-Michel, espléndido paisajista
 del siglo XIX y mentor de la escuela de aire libre de Barbizon, que 
compara ingeniosamente el ritmo de sucesión de las escuelas o estilos 
pictóricos a lo largo de los dos últimos siglos con la aparición de 
nuevos medios de transporte, cada vez más rápidos.
Renau prosigue con su desmontaje del mito revolucionario del arte abstracto.
«No puede concederse sentido verdaderamente revolucionario
 a las tendencias antirrealistas del arte que estamos criticando, porque
 ninguna de ellas ha implicado en sus principios y en su acción práctica
 –en momento alguno, ni antes ni ahora– el propósito de expresar la 
realidad revolucionaria que caracteriza nuestra época, y mucho menos la 
decisión de intervenir en la lucha por cambiar el podrido orden 
capitalista.»
Y en una nota a pie de página señala:
«El caso de la famosa crisis política del surrealismo no 
desmiente nuestra tesis. La escisión se operó en el seno del movimiento a
 costas de su integridad ideológica: los mejores hombres –Aragon, 
Eluard, Gadolul (sic), Tzara, &c.– tomaron decididamente el camino 
de la revolución, renunciando a su ideología surrealista. El resto, bajo
 el signo de la liquidación del agresivo nihilismo pequeño burgués de la
 primera etapa se hundió en el más vulgar esnobismo pour épater les bourgeois, o bien fue a engrosar la turbia hez contrarrevolucionaria del trotskismo.»
Esto último, escrito a poco del asesinato de Trotski debió levantar 
ampollas entre los que no eran estalinistas. Y en la línea de juicios 
despiadados pero no desatinados, Renau no se contiene y dice, «salvo los
 lacayos de profesión, los ciegos de espíritu y los irresponsables, 
ninguna de estas voces intenta hablarnos en un sentido optimista de las 
perspectivas de la sociedad burguesa, y mucho menos sobre el porvenir de
 su cultura.»
Ya lanzado por la pendiente de la corrección política de su dogma, 
tilda a Malraux de «publicista del neofascismo francés», porque osa 
comparar a los Estados Unidos con la URSS en la idea del optimismo y la 
fe en el progreso, valores que no son europeos.
Pero a continuación, regresa al sentido común.
«El impulso abstraccionista ha alcanzado en la pintura un 
grado de expresión no igualado por ninguna de las otras formas 
particulares de la cultura. La escala de los valores plásticos –forma, 
volumen, línea, color, relación, sujeto, &c.– ha degenerado en una 
inaudita cadena de fetiches, desgajados de la unidad original que los 
contiene por una decantación abstraccionista casi exhaustiva.»
Cita a Picasso como (mal) ejemplo. Es muy significativo tener en 
cuenta la nota a pie de página tachada por Renau en este manuscrito que 
nos sirve de referencia. De lo que se deduce, que el texto que cito a 
continuación no se imprimió. Al propio Renau le debió parecer que 
meterse con Picasso era demasiado arriesgado en aquel momento. Sin 
embargo, sus argumentos son perfectamente lógicos.
«Lo dijimos antes y lo repetimos: la actitud política del 
gran pintor español, como miembro del Partido Comunista y como destacado
 colaborador del ‘Congreso Mundial de Partidarios de la Paz’, no nos 
desautoriza a citar y a criticar sus puntos de vista negativos en el 
plano de la ideología del arte. La enorme influencia que el pensamiento y
 el estilo picassianos ejercen en el mundo de la pintura moderna –quizá 
superior a la que en su época ejerciera Miguel Ángel– nos obliga a ello.
 La posición política de Picasso no ha derogado la validez de sus 
teorías y aforismos estéticos. Muy al contrario, su actividad pictórica,
 hasta la fecha, sigue corroborando literalmente el sentido 
antirrealista de su ideología artística. Pensamos enfocar más adelante, 
en un estudio aparte, el inquietante problema de esa dramática escisión 
que la psicología irracionalista de esta época ha operado en la unidad 
vital de tantos intelectuales contemporáneos y de cuyo fenómeno, la 
conducta dual de Pablo Picasso es el más claro exponente.»
Reproducimos, para finalizar, una serie de citas contundentes (por 
llamarlas de algún modo) que reflejan esa segunda línea de pensamiento 
dogmático renaudiano.
«Ya no es posible mantener por más tiempo una actitud 
condescendiente hacia el impulso irrealista de artistas y críticos, 
considerándolo como un fenómeno de neurótica intrascendencia. (…) Ante 
esta situación, nuestra lucha tiene que ser despiadada.
Muchos de 
nosotros, hasta hace poco, hacíamos compatible nuestra ideología 
marxista con la aceptación de los interesantes valores del arte puro. 
Tan elevados los veíamos, que llegábamos a imaginarlos muy por encima de
 toda consideración crítica. Habíamos llegado incluso hasta olvidar que 
uno de los objetivos naturales de la revolución socialista es la 
creación de un nuevo arte, un arte humano, socialista, frente al 
deshumanizado formalismo del arte capitalista.
Hay cosas que deben 
estar claras para nosotros. Todo ese arte antirrealista que hemos 
admirado y hasta practicado es un elemento disolvente de nuestra 
conciencia revolucionaria, un arma poderosa en manos de los enemigos del
 progreso.
El incontenible avance de las fuerzas de la paz, de la 
libertad y del socialismo y la creciente agudización de la política 
reaccionaria del capitalismo imperialista ponen a la orden del día la 
extensión de la lucha a todos los frentes. Y uno de los frentes es el 
frente de la cultura, del arte.
Por eso, frente al profundo nihilismo
 y a la moral derrotista de la ideología burguesa contemporánea, la 
responsabilidad de los intelectuales revolucionarios adquiere una alta 
importancia.
Mas, esta responsabilidad no podrá ser jamás cumplida 
sin la firmeza crítica y constructiva que presta la teoría del marxismo 
leninismo, las experiencias de la práctica revolucionaria del 
proletariado y, sobre todo, las enseñanzas que se desprenden de la 
construcción del socialismo en la URSS.»
Rango universal de la pintura mexicana
En la RDA existía una institución al servicio de los intelectuales 
adictos o semiadictos, que servía también para controlarlos. Se trata 
del Kulturbund o Asociación Cultural, y tenía una red que llegaba
 a casi todos los núcleos más importantes de población de la república 
de los trabajadores. Los invitados más preciados eran los intelectuales y
 artistas extranjeros. Renau supo explotar la oportunidad de recorrer el
 país, acompañado de su amigo e intérprete Karlheinz Barck, dando 
charlas. Recuerda Barck que tenían un par de conferencias modelo. A los 
arquitectos les hablaba de sus experiencias mejicanas con Siqueiros. Al 
público en general, del arte contemporáneo y de su contribución a él por
 medio del fotomontaje. A base de preparar y corregir estas 
conferencias, fue forjando sus conceptos estéticos e históricos, que se 
atrevía a oponer a los de reconocidos académicos.
Bruno Flierl, profesor universitario, apreciaba mucho las 
conferencias de Renau sobre el muralismo mejicano, al igual que su 
hermano el arquitecto Peter Flierl. El muralismo mejicano se había 
convertido en un tema de discusión entre los arquitectos encargados de 
reconstruir el devastado país. Este interés procedía en parte de los 
exiliados alemanes que volvían de América. Pero pronto se impuso el 
criterio de Moscú, importado por otros exiliados que no habían cometido 
la frivolidad de refugiarse en el capitalismo, y el riguroso realismo 
socialista versión soviética arrinconó la energía muralista mexicana. 
Flierl dice que Renau llegó a la RDA en el momento más inoportuno, 
cuando incluso el realismo socialista empezaba a declinar, y a ser 
sustituido entre los artistas jóvenes por el expresionismo alemán, mucho
 más familiar, y además un producto con denominación de origen propio.
En diciembre de 1963 a Renau le dan la oportunidad de presentar sus 
obras en la universidad de Rostock, una ciudad portuaria del mar 
Báltico. Era quizá la tercera vez en toda su vida que exponía, después 
de la tumultuosa y decepcionante exhibición en el Círculo de Bellas 
Artes de Madrid en 1928. Esta precisión la hace él mismo al hablar del 
acontecimiento, ignorando alguna exposición personal que hizo en Méjico y
 la del Kulturbund de la Jaeggerstrasse de Berlín nada más llegar
 en 1958. Está claro que aquellas muestras tuvieron más de privado que 
de público. Pero la de 1963 se hacía a bombo y platillo en el marco del 
segundo seminario estudiantil latinoamericano organizado por el 
Instituto de Lenguas Románicas de la Universidad de Rostock, del cual 
formaba parte el intérprete de Renau, Karlheinz Barck.
Renau llevó a Rostock básicamente sus fotomontajes y algunos de sus 
carteles de la Guerra Civil, pero también unos lienzos pintados en 
Méjico. Sin embargo, el acontecimiento que marcaría la presencia de 
Renau en el Báltico fue una conferencia titulada Rango Universal de la Pintura Mexicana,
 pronunciada el 4 de diciembre. Merece la pena detenerse en ella, porque
 es el fruto de una larga elaboración teórica del artista en su 
melancólico hogar de Berlín, y ofrece lo que los críticos llamarían «una
 serie de claves» sobre el pensamiento histórico artístico del 
fotomontador. Claves inaceptables para muchos, discutibles para otros, 
pero con un significado profundo de enorme validez, que se ha ignorado 
injustamente.
En resumen, Renau viene a decir que la tremenda influencia de la 
llamada «Escuela de París» en el arte de vanguardia es una exageración 
manipulada por los intereses del mercado artístico capitalista; 
mientras, al otro lado del Atlántico, los muralistas mejicanos están 
dando en los mismos años una lección magistral de creación al servicio 
de la causa popular, cuyos frutos y consecuencias son inestimables. Una 
de las ventajas de Renau era su posición como observador y como 
vanguardista en ambos movimientos.
Establece la Comuna de París (1871) como punto de partida de sus observaciones:
«En las últimas décadas del diecinueve se inició en el 
Occidente europeo una rebelión pictórica antidogmática –antiacadémica– 
que ha afectado toda la evolución ulterior de la pintura en escala 
mundial...Todos disfrutamos, en una u otra forma, de sus beneficios, que
 se manifiestan en los más insospechados objetos cotidianos y modos del 
vivir de nuestros tiempos...»
Esta rebelión antiacadémica se escinde, por decirlo esquemáticamente,
 entre el dandismo purista de Baudelaire y las tendencias sociales de 
Courbet. Las bayonetas versallescas aniquilaron el realismo social.
«Encarcelado Courbet y después desterrado, y destruido el 
núcleo de sus camaradas y discípulos, los más eminentes pioneros de la 
pintura moderna cuentan entre los ausentes, inhibidos y tránsfugas del 
París Communard: Manet, Degas y Renoir viven el acontecimiento 
movilizados en el ejército, Monet y Pissarro emigran a Inglaterra; 
Cézanne se refugia en L’Estaque... Este «complejo de deserción» del 
París popular marcará muy sensiblemente el devenir pictórico moderno. En
 adelante, todo lo que suene a «social» o a «político» producirá una 
indecible alergia en los artistas, críticos y usuarios del plasticismo 
moderno. Para el burgués bon vivant todo realismo pictórico huele a poudre communarde.»
Una serie de circunstancias y azares históricos reúnen en Francia, en
 el quicio de los siglos XIX y XX, a una elite de literatos y artistas 
que crean el caldo de cultivo de lo que luego ser llamará la «Escuela de
 París», epicentro de una revolución artística cuyo denominador común 
será un formalismo fuertemente antirrealista y, en el plano social, 
minoritario.
Paralelamente, al otro lado del Atlántico, se produce un terremoto 
político. Renau cita a Siqueiros, que cifra en una serie de etapas la 
toma de conciencia de los jóvenes artistas mejicanos. Primero, las 
huelgas de los estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en 
1911, contra el academicismo; aparentemente sus reivindicaciones eran 
sólo pedagógicas, pero en el fondo eran profundamente políticas. Luego, 
la transformación de los estudiantes en conspiradores contra la 
dictadura militar del usurpador Victoriano Huerta, en 1913. Y por fin, 
su incorporación al ejército, en 1914, lo que les permite recorrer 
Méjico y conocer su geografía, su historia y sus gentes. Subraya Renau 
que la juventud pictórica mejicana se curtió en el fragor de la lucha 
revolucionaria. Se apoya en la autobiografía de José Clemente Orozco, 
que indica que «la pintura mural se encontró en 1922 con la mesa 
puesta». La Secretaría de Educación Pública convocó a todos los artistas
 e intelectuales a colaborar. Se constituyó el Sindicato de Pintores y 
Escultores, que asumió las ideas socialistas contemporáneas, con la 
consigna: socializar el arte, destruir el individualismo burgués, 
repudiar la pintura de caballete y cualquier otro arte salido de los 
círculos «ultraintelectuales» y aristocráticos. Y sigue Renau:
«El carácter de movimiento de la pintura mexicana 
no está determinado por una concepción formal única, como sucede en los 
‘istmos’ europeos, sino por la denominación común de un contenido 
revolucionario identificado con una revolución social y por la índole 
mayoritaria, popular, de la función social que cumple la pintura 
mexicana en su conjunto.
La concordancia y coherencia objetivas de 
estos factores (mercado artístico –industria editorial– crítica de arte)
 se manifiesta en la tendencia a aislar los hechos artísticos 
antitéticos, muy particularmente el hecho pictórico mexicano, mediante 
un verdadero ‘cordón sanitario’ de reticencias metodológicas 
excluyentes, como después veremos... Es esto lo que en último análisis 
explica que el movimiento pictórico mexicano, en tanto que tal movimiento, sea perfectamente ‘desconocido’ por la crítica y la bibliografía ‘científicas’ de la estética occidental.»
El debate de la crítica burguesa de arte, asegura el fotomontador, 
omite el movimiento mejicano, y reduce el arte actual al enfrentamiento 
entre arte occidental y arte soviético. Señalemos que Renau habla de los
 años 60, cuando el expresionismo abstracto y el informalismo estaban 
dejando paso al pop y al torrente de istmos que vinieron después. Y 
Renau continúa:
«La crítica marxista debe de penetrar críticamente en la 
esencia de las contradicciones profundas, internas y externas, de los 
fenómenos sociales, como es la pintura para transformar los hechos.»
La pintura occidental, debido a las condiciones de alienación del 
capitalismo, está llena de contradicciones. Pero el muralismo mejicano 
supo adaptarse a la revolución, a las exigencias políticas, a los gustos
 del pueblo.
«La gran hazaña de los pintores mexicanos consiste en 
haber sabido integrar creadoramente las conquistas plásticas 
occidentales, incluso las más abstrusas y herméticas, a las exigencias 
de un arte revolucionario asequible a las grandes masas.»
En Occidente, renovación pictórica y renovación social son categorías
 antagónicas. En Méjico, no. A Renau le subleva que significados 
críticos de arte marxistas desconozcan el muralismo mejicano. 
Manifiestan una estrechez estética, dice, al considerar el arte como 
instrumento obligado a reflejar exclusiva, directa y revolucionariamente
 la lucha de clases, pasando a continuación «xino xano a la inefable estética de las formas». La expresión Xino Xano significa en valenciano «despacito», «sin llamar la atención»: los críticos marxistas se contradicen sin que se note.
La pintura mejicana ha influido en todo el arte plástico 
latinoamericano, con la excepción de Cuba, cuya expresión plástica ha 
acusado en el pasado inmediato fuertes influjos de las corrientes 
occidentales. Incluso en los EEUU influyeron los muralistas mejicanos, 
durante la etapa progresista del New Deal, truncada y 
desmantelada por la etapa macartista, que se dedicó a apoyar el 
informalismo y el abstracccionismo. El mercado artístico, asegura Renau,
 sufre una concentración monopolista financiera paralela a la económica,
 gracias a la intervención de los USA.
La renovación pictórica actual (de los 60) es anterior a la formación
 del actual mercado artístico. Arranca del romanticismo antiburgués y se
 manifiesta en la rebelión frente a la alienación académica. Hoy 
(también los 60) la alienación es mayúscula, las castas usuarias del 
arte reivindican la otrora maldita vanguardia como propia. Se ha 
producido un extrañamiento en la obra plástica de toda implicación 
moral, social y política, transmutando la creación plástica de acto de comunicación social en objeto
 de delectación intelectual y sensual, en algo equiparable a una joya u 
objeto precioso, objeto de una especulación financiera desaforada.
Dice Renau que el socialismo no está todavía, ni en países tan 
avanzados como la URSS, a la altura del capitalismo en aspectos 
culturales como las artes plásticas. Claro que las superestructuras 
culturales tienen vida propia. Ahora bien, las superestructuras del 
capitalismo son cualitativamente distintas a las superestructuras de los
 países socialistas.
Se muestra en desacuerdo con aquellos críticos marxistas que 
sostienen que la creación plástica sin más, sin propósitos de rebeldía, 
es lo contrario de alienación. Por ejemplo, hay cantidad de creaciones 
plásticas de temática religiosa, y la religión es la alienación máxima. 
Entonces, ¿por qué nos gustan? Porque despiertan en sus contemporáneos y
 en nosotros la conciencia de diversas formas de alienación. Es decir, 
porque nos descubren «la trampa» que las originó.
Las obras de Dalí, Max Ernst, Tapies, Picasso, Moore, &c. 
quedarán en la historia del arte, según su análisis, como testimonios de
 la alienación capitalista.
«Aun hoy (es mi propia experiencia) la contemplación de 
algunas de estas obras provoca un indefinible estado de desasosiego, de 
rechazo de su inefabilidad metafísica, una necesidad imperiosa de romper
 los inquietantes términos de la alienación que expresan y contienen en tanto que creaciones plásticas...»
Lo que tendría que hacer la crítica marxista, en lugar de dejarse 
arrastrar por los cantos de sirena del arte occidental, sugiere Renau, 
es criticar el lenguaje plástico de hoy en día, los hallazgos plásticos 
consagrados por el mercado. Sin embargo, pretende con estulticia 
eliminar el abismo entre el arte minoritario y las masas «elevando el 
nivel artístico de las masas», cosa estúpida e inoperante, porque las 
masas no son imbéciles y tienen criterio.
Renau sostiene que se puede emitir un juicio de valor estético 
objetivo, susceptible del análisis científico materialista: este juicio 
debe contener «la suma de los rasgos históricamente transitorios de un 
determinado conjunto de hechos artísticos concretos, más los rasgos 
permanentes de estos hechos», que dependen de la existencia material de 
la sociedad.
Renau hacía una penetrante observación sobre el mercado del arte, que
 su evolución internacional no ha hecho sino confirmar. Un mercado 
dominado por las corporaciones industriales y financieras, por las 
grandes casas de subastas y por un puñado de galerías, todos estos 
elementos interrelacionados estrechamente.
El marxismo dogmático de Renau irritaba a sus colegas occidentales. 
Y, a su vez, a los orientales les hacía poca gracia que un artista de 
fama internacional les leyera una cartilla que sonaba como la de un 
vulgar académico de Moscú. He aquí una de las razones de que el aprecio a
 Renau en los medios intelectuales de la RDA fuera minoritario. Sólo los
 que le conocían bien se daban cuenta de que su dogmatismo era una 
coraza protectora. En la RDA no había artista que se atreviera a llevar 
la contraria al discurso oficial, pero sí lo ignoraban de manera más o 
menos sutil en su trabajo, en sus obras. Exactamente igual que Renau.

Contra el «revisionismo estético» de Claudín
El ensayo de Renau Auditur et Altera Pars (Que se escuche también a la parte adversa), publicado en dos entregas en la revista Realidad, fue redactado en el verano de 1964, en respuesta a otro de Claudín sobre la problemática actual de la pintura.
Al abordarlo, nos encontramos con un texto filosófico de interés 
limitado a los interesados en la materia. Se ha tildado a este ensayo de
 poco notable, escasamente sistemático y sin brillantez intelectual, lo 
cual es falso e injusto. No es más arduo o pesado que los de filósofos 
venerados en sus cátedras y evitados como la peste fuera de ellas.
No es baladí el hecho de que sitúe al inicio de su ensayo unos versos del poeta catalán Pere Quart:
I anà a l’infern,
l’infern del qual fou comediògraf.
... Resultà tot tan modernista
i tan inhabitable com ell ho imaginà;
i és feliç per això;
vanitat dels poetes.
(Y fue al infierno,
infierno del cual fue comediógrafo.
… Resultó todo tan modernista
y tan inhabitable como lo imaginó;
y es feliz por eso;
vanidad de los poetas.)
El sarcasmo de Pere Quart hacia los intelectuales, muy parecido al 
del polemista valenciano Joan Fuster, amigo de Renau, lo utiliza el 
pintor metido a crítico como espuela para aguijonear a Claudín que, al 
igual que él, Pere Quart o Fuster, también era un intelectual. Quizá la 
diferencia entre el pintor y los citados fuera que la vanidad de Renau 
no se sentía henchida de gozo al comprobar que el infierno era 
inhabitable, porque lo sabía desde que decidió comprometerse con la 
revolución social, deriva que poetas y polemistas bien educados no 
suelen tomar.
El artista manifiesta su acuerdo con Claudín contra el nihilismo 
cultural, como no podía ser menos en un marxista. Admite que el 
abstraccionismo está incorporado a la pintura moderna, incluida la 
figurativa; que tras la pintura abstracta hay un largo y serio esfuerzo y
 tenaces búsquedas; que el enriquecimiento del arte directamente social y
 revolucionario no es posible sin las conquistas plásticas de otras 
esferas del arte; y que se deben condenar las obras con contenido 
reaccionario, pero no el esfuerzo del artista por encontrar nuevas 
formas de expresión.
Enseguida arremete contra Claudín, a quien acusa de no razonar en 
términos marxistas, de confundir lo adjetivo con lo sustantivo, de 
contradecirse. Para argumentar, Renau utilizará no sólo su conocimiento 
intelectual adquirido, sino su experiencia vital, porque el problema que
 tiene con Claudín no es sólo ideológico.
Cita unas ideas de Lautréamond: ciertos artistas del siglo XIX creían
 de buen tono imaginar que vivían en un mundo paralelo al real, porque 
comprendían a veces su tiempo mejor que los demás hombres, de quienes se
 distanciaban como si ellos fueran seres especiales.
Renau y sus amigos de juventud pensaban exactamente lo contrario, y 
construyeron organizaciones en las que los intelectuales se mezclaban 
con el pueblo y se entregaban a él. Declara con orgullo que la revista Nueva Cultura
 se hizo sin la menor ayuda económica del Partido. Treinta años después,
 viene Claudín y «redescubre» las vanguardias. Claudín alude al 
hermetismo de la ciencia marxista leninista, pero Renau dice que el 
marxismo leninismo cada día adquiere rasgos más claros y se impone en 
todas partes como el sentido común del tiempo moderno. Las masas no 
acceden al marxismo, sino que lo construyen. Renau podía ser 
doctrinario, pero no oscurantista.
Cuenta que en 1928, la lectura del manifiesto futurista de Marinetti 
les impulsó a decapitar todas las estatuas griegas (los vaciados) de la 
escuela de San Carlos, a sugerencia de Renau, entonces anarquista y jefe
 intelectual del grupo. Pero luego, cuando se enfrentaron con los 
guardias de verdad, aprendieron lo que era la vida real.
Dice que él también sufrió el fetiche de la ciencia, de la técnica, 
de la velocidad, de la «autotrepidación». Pero que le bastó una visita a
 Moscú en 1953 para caerse del burro. Le impresionó de Moscú:
«…la apacible cadencia de la vida. Quedé pasmado de que 
allí, en la capital de la febril construcción del socialismo, corazón 
del ritmo acelerado de los planes quinquenales, del cambio histórico más
 vertiginoso y profundo que haya conocido el hombre, no se viera por 
ningún lado esa enervante barahúnda de los transportes metropolitanos, 
ese trepidante ‘vértigo’ moderno, ese vivir, comer y beber de pie o 
andando que había observado en París, en Nueva York, en Pittsburg, en 
México City.»
Véase que Renau está admitiendo que durante la mayor parte de su vida estuvo sometido al engaño
 del frenesí social. Las sociedades socialistas siempre fueron tachadas 
de aburridas, pero también es aburrida la vida agrícola vista desde 
fuera; el problema es que no se puede aislar en un pueblo pacífico y 
remoto a un montón de gente y a la fuerza. Hoy, Renau quizá fuera un 
viejecito alternativo.
«Fue entonces cuando me di cuenta cabal de que eso del dinamismo moderno, del vértigo de la velocidad, del ritmo de nuestra época,
 al nivel de la vida cotidiana, no eran sino siniestras alienaciones… Me
 di cuenta, en fin, de que en el mañana comunista, el hombre no será ya 
más incordiado, enervado, ninguneado, aniquilado por el imperativo 
categórico de todos esos demonios específicos; de que la ciencia y la 
técnica serán los mejores amigos del hombre y de que, como buenos 
huéspedes, mantendrán en la apacible casa del hombre una actitud cordial
 y discreta, sin tratar de agobiarlo ni empequeñecerlo con su abrumadora
 e imponente presencia.»
Pone como ejemplo la vida sencilla y austera de los cosmonautas 
rusos, en casas vulgares y hasta cursis, que tanto impresionaba a los 
reporteros occidentales.
«En ese país, el hombre a ras de tierra, el hombre común y
 corriente, ya no es (pese a todo lo que queda por hacer aún) asediado, 
martirizado, aniquilado cotidianamente, como una pobre bestia aturdida, 
por los demonios de la velocidad, del vértigo, de la náusea existencial 
del Moloch moderno.»
Confiesa sin ambages que no le gusta la pintura soviética. Pero le 
parece bien que los artistas soviéticos busquen su propio camino sin 
compartir los letales estupefacientes del arte occidental.
Acusa a Claudín de emplear determinados términos (alma, espíritu) de 
un modo no materialista, rompiendo el monismo del materialismo 
dialéctico. Para apoyarse cita a Stalin, hecho azaroso de interpretar, 
acaso una mezcla de desafío y de autoafirmación, porque, como 
reconocería en sus últimos años, «todos hemos sido estalinistas», 
queriendo decir que Stalin fue un accidente de la historia del 
socialismo, pero al fin y a la postre parte de él, y que no se podía 
renegar del hombre sin atentar contra la doctrina.
Otro término muy empleado por Claudín que irrita a Renau es 
«moderno», una de las palabras más fuertemente alienadas, que hoy (por 
los años 60) se asocia a «revolución». Resulta que el cubismo y la 
pintura abstracta o informal son modernos, pero el muralismo mexicano, 
el post-impresionismo alemán y la pintura soviética no son modernas, y 
encima no cuentan para nada en «la revolución pictórica de nuestro 
tiempo» que predica Claudín, son fenómenos anticuados, inactuales, no 
modernos.
Según el marxismo, lo nuevo lucha siempre con lo viejo. Pero la 
confusión de Claudín, niega esta ley dialéctica. Emplear el término 
moderno es equívoco y engañoso, porque tan moderno es el capitalismo, 
como el fascismo, como el comunismo, la guerra atómica o la lucha 
anticolonial. La noción de lo moderno no sirve para aclarar qué es lo 
viejo y qué es lo nuevo de nuestra época. Hoy, el neocapitalismo se 
predica como lo más moderno, y algunos se lo creen.
Pasa luego Renau a plantear un problema gnoseológico.
«Saber a qué atenernos con las esencias, los esencialismos y esencialidades que, en opinión del camarada Fernando Claudín refleja
 la pintura abstracta; de saber si esos sutiles elementos –las esencias–
 son cosas de verdad, la verdad misma de las cosas o sólo parte de ella,
 es decir, espectros gnoseológicos de la realidad entera y verdadera; de
 saber, en fin, a qué atenernos con esa índole de ciencia a la que 
Fernando Claudín liga tan estrechamente la pintura de hoy, la 
abstracción especialmente.»
Acusa a su camarada de confundir fenómeno y esencia, de separarlos, 
cuando no pueden existir más que unidos. Dice Claudín: «el cubismo es 
infiel al aspecto corriente de las cosas para ser más fiel a su ser 
íntimo, esencial.» Y replica Renau:
«¿Tienen acaso las cosas un aspecto distinto al aspecto 
corriente de las cosas (el fenómeno)? ¿Se puede ser acaso infiel a la 
naturaleza sensible de las cosas, para ser más fiel a su ser íntimo, 
esencial inasequible al conocimiento sensible? ¿Es la esencia, el ser 
íntimo de las cosas, la negación del aspecto corriente de éstas, o no 
serán más bien ambos, fenómeno y esencia, los términos inseparables (y 
contradictorios) del ser objetivo de las cosas? Las abstracciones 
científicas –producto del conocimiento abstracto– son reflejos en la 
conciencia de esencias y leyes de la realidad objetiva. Pero la 
conciencia no es asimilable a un lienzo pictórico. La ciencia no puede 
representar esas abstracciones, es decir, hacerla sensiblemente patente,
 si no cuenta con imágenes concretas –gráficas, literarias, &c.– 
aptas para ello.»
Critica Renau el intento de Claudín de establecer paralelos entre la 
ciencia y el arte modernos. No los describe ni justifica de ninguna 
manera, como no sea de un modo indirecto y vago, al estilo de que el 
cubismo es «la tendencia pictórica que va más a la par con el espíritu 
científico de nuestro tiempo, y por eso ha dejado huellas profundas en 
la pintura actual», o «la pintura moderna ha roto el muro de la 
figuración, como la aviación ha roto el muro del sonido», o comparando 
el arte abstracto con las matemáticas superiores, sólo para expertos e 
iniciados, o «ese poder de anticipación en que la conciencia científica 
de nuestro tiempo aparece transmutada en intuición artística, con 
frecuencia sin que el artista tenga conciencia de ello, es un rasgo de 
la pintura contemporánea».
A Renau esto le parece pretencioso, altanero, absurdo, porque no se 
puede hacer ciencia por pura intuición ni se pueden anticipar verdades 
científicas por meras visiones abstraccionistas.
Claudín desideologiza la «revolución pictórica moderna» (para Renau, 
el uso del término revolución en este contexto era algo casi sacrílego),
 muy particularmente en su fase abstraccionista, que es la más 
ideologizada de todas. Y lo hace mezclando el arte y la ciencia. Podría 
aceptarse la mención general de «revolución científico-técnica de 
nuestra época», «del nivel de las fuerzas productivas de nuestro 
tiempo», dejando de lado que todo eso forma parte de la mayor 
contradicción de nuestra época, que es la antítesis entre capitalismo y 
socialismo. Pero en lo tocante a la ideología, eso no se puede hacer, 
porque la mayor confrontación entre el capitalismo y el socialismo se 
manifiesta en el ámbito ideológico. Claudín dice que «las escuelas y 
movimientos pictóricos aparecen con frecuencia erróneamente como 
expresión de posiciones políticas e ideológicas.» Para Renau esta 
generalización (que no tiene nada que ver con que haya una crítica 
marxista dogmática que identifique escuelas y pintores con corrientes 
ideológicas) lleva a Claudín a abandonar «el plano dialéctico de la 
necesaria relación supraestructural de los valores estéticos con los 
factores ideológicos, para diluir este importantísimo problema en un 
verdadero mar subjetivista.» Según Claudín, los críticos burgueses más 
inteligentes han aprovechado el rechazo del marxismo académico a la 
abstracción, apadrinándola y explotándola contra el socialismo, cosa que
 según Renau no es cierta, porque ningún fenómeno u objeto se crea 
independientemente de sus condiciones sociales, o sea, que el abstracto 
es el más burgués de los estilos como lo demuestra el apoyo unánime y 
absoluto que recibe por parte de críticos, marchantes e instituciones y 
museos, algo que jamás había ocurrido en ningún periodo de la historia 
del arte.
Para Renau esos panegíricos burgueses hacia la abstracción nacieron 
mucho antes de que el marxismo se hubiera materializado en el Estado 
Soviético, o sea que de explotación burguesa del dogmatismo marxista, 
nada.
El proceso de alienación irracional y hermetista de la pintura ‘moderna’ discurre en sentido inverso al de la culturación
 racional de los pueblos y las masas», sostiene Renau, así como que «la 
pintura abstracta propiamente dicha no tiene nada que ver con eso que 
llamamos entendimiento, aunque sí con otras nobles cosas: bellos 
colores, bellas formas, bellas estructuras, en fin BELLEZA PLÁSTICA (que
 es mucho decir). El resto es pura metafísica».
«El artista debe ser ciego con respecto a las formas ‘reconocidas’ o 
no, como debe ser sordo a las enseñanzas y a los deseos de su tiempo», 
asegura Claudín, repitiendo un argumento empleado por los simbolistas 
del siglo XIX. Apoyándose en nuevas citas de Van Doesburg, Mondrian, 
Delaunay, Kandiski, afirma Renau que esto le parece el colmo del 
idealismo reaccionario. Renau dice que la última obra de Mondrian y la 
de Van Doesburg alcanzan el nivel de lo impersonal, vía lo plástico 
anodino, a fuerza de eliminar lo externo e individual para llegar a un 
desierto vacío pero lleno de sensibilidad, «una fiesta para el espíritu»
 (la frase es de Claudín). «Para el camarada Claudín existen dos clases 
de mundos, el de la ‘naturaleza’ y el del ‘espíritu’. Con lo cual se 
sitúa la cuestión en los inefables arcanos de la subjetividad estética.»
Renau insiste una y otra vez en que nada en la vida social escapa a 
la contradicción fundamental de los tiempos entre el socialismo y el 
capitalismo, ni la pintura ni la ciencia ni nada de nada. Por ejemplo, 
hay conquistas científicas y técnicas que no tienen consecuencias 
benéficas generalizadas.
El socialismo real y el arte, una áspera relación
En 1970 el periódico oficial del Kulturbund, Sonntag, 
publicaba una entrevista entre el directivo de una empresa socialista de
 la ciudad de Bölhen, Richard Mahrward y Renau, recogida por la 
periodista y romanista Waltraud Schwarze. El texto publicado es 
protocolario y oficialista. Pero el archivo de Renau, depositado en el 
IVAM, conserva la copia mecanografiada de una parte de esa entrevista 
que no se publicó en Sonntag por las razones que el lector descubrirá en cuanto lo lea.
Renau se queja de que el arte en la RDA [República Democrática 
Alemana] es triste, no es optimista. Naturalmente lo hace de un modo 
indirecto, diciendo que existe una división entre arte y ciencia, entre 
artistas y científicos, cuando deberían trabajar juntos para liberar al 
hombre.
Pone como ejemplo su panel de Wuhlheide, que también representa el 
triunfo de la juventud. El joven está desnudo, primero porque el cuerpo,
 bello y sin ropas, se integra mejor en la materia cósmica; además, 
porque las vestimentas pasan de moda. De esta manera el panel alcanza 
una categoría atemporal. Simboliza la integración del arte y la ciencia.
Renau asegura que se ha acercado a los trabajadores del Gaswerk
 (la fábrica del gas donde tenía un taller para la realización de los 
murales de la ciudad de Halle) para entenderlos, para saber qué métodos 
emplear con objeto de sacarlos de la monotonía de su trabajo. Dice que 
le ha costado ganarse su confianza, que al principio le miraban con 
sorpresa y mucho respeto, hasta que empezaron a hacerle preguntas. Ven 
trabajar al artista y comprenden sus problemas. Una brigada le visitó y 
se sorprendió de que tuviera tan poco espacio para hacer murales. Los 
obreros dijeron que su sindicato presionaría para que tuviera un taller 
mayor.
Le dijeron: «No esperes nada del gobierno, ni del partido ni de todo 
eso que es oficial. Dirígete a nosotros, camarada, cuenta con nosotros, 
con la clase obrera, con el sindicato.»
Los peores enemigos de los pintores son los pintores, dice Renau, 
destacando el individualismo acérrimo de los artistas. Recuerda que la 
imagen de la Melancolía de Durero le llamó siempre la atención, porque 
representaba el pesimismo o el escepticismo del Humanismo ante el avance
 tecnológico y económico que desencadenó la burguesía, el capitalismo y 
que desembocaría en el caos, la guerra, &c. La Melancolía es una 
alegoría del demonio de la técnica.
Insiste una y otra vez en que ese pesimismo, ese temor a ser 
absorbido por las máquinas es infundado en la RDA, porque los hombres se
 han librado ya de sus esclavitudes políticas, económicas y técnicas.
Dice Renau que el hombre socialista es diferente. Admite, sin 
embargo, que cuando llegó a la fábrica la advirtieron de que la 
preocupación principal de los obreros era ganar más y comprarse 
electrodomésticos. Pero que se encontró con una sensibilidad inesperada 
hacia su trabajo.
Mahrward habla de las contradicciones (no antagónicas) y de las 
debilidades o errores de la sociedad alemana oriental, obsesionada por 
el consumo. Dice que el éxito de la política de la RDA consistiría en 
aprovechar el empuje hacia adelante de la capa más consciente de la 
población, en busca de las necesidades socialmente necesarias, frente a 
la capa que se conforma con el consumo. El problema es que se confunden 
las necesidades socialmente necesarias con el consumo, con el mercado.
Renau apunta que el mercado en las sociedades capitalistas es un bien
 en sí mismo, una fuente de provecho, mientras que en las sociedades 
socialistas es un instrumento para corregir ciertas deformaciones 
subjetivas de las leyes económicas y racionalizar de la economía. Para 
luchar contra las tendencias consumistas, lo mejor es construir la 
conciencia socialista, apoyar el factor subjetivo, asegura el artista. 
Esto suena a algo más que afirmación doctrinal; Renau estaba 
probablemente convencido de que era posible construir una nueva y 
saludable conciencia colectiva a base de dictados políticos.
Mahrwald cuenta que en los complejos industriales hay brigadas de 
trabajadores en contacto con artistas e instituciones culturales, que 
elaboran actividades conjuntas. Señala que el 1% del presupuesto se ha 
de dedicar a cultura, pero que, si lo hicieran de verdad, en su empresa,
 por ejemplo, tendrían que dedicar 12 millones de marcos (mucho más de 
lo que cuesta un mural), lo cual desconcertaría a muchas personas. Así 
que crearon un Consejo Cultural para tratar todos estos temas y resolver
 estrategias culturales en la empresa, desde un ambiente estético de 
trabajo a actividades. Lo hicieron de acuerdo con el Sindicato de 
Artistas de Leipzig.
Renau se pasma, ¡12 millones! «Si usted hiciera esta propuesta aquí en el Gaswerk,
 quizá nadie protestaría, quizá la comprendieran.» Mahrwald aclara que 
los que protestarían no serían los obreros, sino los burócratras. Renau 
asiente.
Mahrwald dice que, de todas maneras, los contactos entre artistas y 
obreros son raros en su fábrica, que tendrían que ser más frecuentes. 
Pero también es verdad que los artistas a veces se limitan a presentar 
sus proyectos, ejecutarlos y cobrar, sin escuchar las propuestas de los 
obreros.
Mahrwald dice que el tiempo libre de un directivo o de un 
investigador es muy breve, porque trabaja doce horas al día. Fuera de la
 oficina se limita a leer el periódico, a ver la televisión, o a tomarse
 un aperitivo con los amigos; poco arte y poca cultura. Renau exclama: 
«¡Qué cosa tan pequeño burguesa!... Retirarse a un rincón automatizado.»
 Mahrward responde que es la tendencia de los hombres más capacitados en
 Alemania. Lo atribuye a que entre los países latinos la comunicación 
entre los hombres es más intensa.
Renau intenta argumentar con razones antropológicas sobre las 
costumbres griegas en las que se basa la vida cotidiana de los países 
latinos de vivir más en la calle que en casa. Luego se queja de las 
críticas que ha recibido su pintura en la RDA, considerada demasiado 
latina, más propia de Méjico y de España, donde hay tantos analfabetos 
(la pintura reemplaza la lectura), que de un país nórdico. Pero eso es 
un sofisma.
«Desde el punto de vista histórico y psicológico encuentro
 en esta argumentación una especie de reflejo condicionado de la 
Reforma, que fue una revolución iconoclasta. Es paradójico que entre 
nosotros, los españoles, la Contrarreforma, un movimiento reaccionario 
en relación al progresismo burgués, ha tomado la imagen como arma, para 
expandir las ideas entre las masas. Los protestantes no han reparado en 
ese detalle.»
Renau dice que a pesar del fondo reaccionario, los pintores hicieron 
del Barroco un arte cada vez menos religioso y cada vez más humano. La 
pintura de Velázquez, Goya, Murillo, pintores de un país profundamente 
reaccionario, produce un arte muy realista, el más realista de su 
tiempo.
Luego se habla de los murales que se preparan en el taller de la 
fábrica de gas. Reuter (un pintor que colaboraba con Renau en ellos) se 
queja de que muchos directores de empresa sólo piensan en la 
productividad, no en el arte. Dice que muchos artistas son 
individualistas, que él mismo, cuando Renau le propuso trabajar en el 
mural de Wuhlheide, se lo pensó dos veces antes de abandonar su trabajo 
como litógrafo. Al llegar al Gaswerk conoció a los obreros sucios
 y sin formación, a jóvenes delincuentes que trabajaban en la fábrica, y
 esto le cautivó. Incluso en el sindicato de artistas le han dicho que 
qué demonios hacía trabajando en la fábrica con Renau. Dice que lo que 
le gusta del español es la posibilidad de desarrollar el trabajo en 
colectivo, que no significa renunciar a la personalidad, convertirse en 
un engranaje, pero sí renunciar a la celebridad.
Mahrwald lamenta la idea errónea de los intelectuales de la RDA, 
convencidos de que son los dirigentes del país, un reflejo de la idea 
occidental según la cual Estado lo dirigen los intelectuales.
Renau acaba hablando de la moral socialista, una moral imperfecta 
porque aún no se ha llegado a eliminar la falsa idea de que el hombre es
 enemigo del hombre. En la RDA la moral socialista está en la calle, 
mientras que en un partido como el PCE, que realiza una lucha 
revolucionaria, la moral socialista se queda en el interior del partido.
 Luego dice algo desconcertante: «Lo más curioso del egoísmo es que no 
procede de los tiempos antiguos, aparece por primera vez en la moral 
burguesa.»Como ejemplo de los retorcimientos de la moral burguesa que 
corrompe el socialismo, expone la crítica que ha recibido por exhibir a 
un joven concentrado en su trabajo, en lugar de mirar al espectador, 
refiriéndose al fallido mural de Wuhlheide. Dice que en una exposición 
de 1965 en Berlín, más del sesenta por ciento de los cuadros estaban 
dedicados a trabajadores, pero que en el ochenta por ciento de ese 
sesenta por ciento de los cuadros, los trabajadores no estaban 
trabajando, sino que miraban al espectador con los útiles de trabajo en 
la mano.
El sueño pedagógico de Renau
Recojo para terminar una serie de citas de Renau publicadas en diversos periódicos y revistas.
Entrevista de Marisa Ortega publicada en la revista catalana Mundo, el 2 de octubre de 1976.
«Hay que luchar por desterrar el individualismo que ha 
impuesto la sociedad capitalista. Yo no me cansaré nunca de potenciar el
 trabajo colectivo y todo lo que contribuya a borrar esas ideas que han 
configurado una concepción artística contrarrevolucionaria. La 
originalidad, por ejemplo, no puede ser una hipótesis de trabajo. Es el 
resultado de una obra, pero para que la obra sea original tiene que 
haber «robado» recursos, fórmulas y hallazgos de otras obras. Quien no 
copie de otros nunca conseguirá que le copien a él. Eso es una gran 
verdad. Mira, Picasso es el pintor que más ha copiado y a ver quién se 
atreve a decir que no es original.»
A continuación relata la anécdota de un moderno bloque de viviendas 
de Moscú, donde un niño pintó espontáneamente un sol en el portal 
correspondiente a su escalera, y quedó tan bonito que los vecinos 
decidieron que los niños de otras escaleras hicieran lo mismo. El 
resultado trascendió a la prensa y los pintores profesionales dijeron 
que la idea era buena, pero que «faltaba maestría», y se pusieron a 
trabajar. El resultado fue que los portales siguieron siendo feos y 
homogéneos.
Entrevista de Juan Antonio Hormigón en Triunfo en 1974.
«Para mí ha terminado la época de la pintura de caballete.
 Sus productos están estrechamente ligados a las necesidades del mercado
 artístico, a ese mundo de galerías, marchantes, intermediarios, 
&c., que yo desprecio. Picasso es el fin de una época, el cierre, el
 último individualista genial, con él acaba un periodo. Ahora estamos en
 el tiempo de una pintura pública, comunal, presente en la ciudad, en la
 calle, en la vida de los pueblos. Una pintura que esté a nuestro 
alrededor como la televisión, no en los museos. Yo no tengo nada contra 
los museos que guardan las obras del pasado, lo que no entiendo es a los
 jóvenes pintores que sueñan con su obra elitista para colgarla, 
exclusivamente en el museo, para encerrarla.»
Entrevista de Manuel García en la cartelera valenciana Turia, 
en febrero de 1977. En ella se ve que el artista ha perfilado mucho más 
su visión del camino por el que a él le gustaría que discurriera el 
arte.
«Mientras que la producción está determinando las relaciones humanas, el arte, sin embargo, no.
Aclarado esto, al analizar el arte habría que tener en cuenta tres aspectos:
1. La situación objetiva de cada artista.
2. La intencionalidad del artista.
3. La evolución general de la situación del país.
A partir de ahí había que ir buscando soluciones adecuadas a las necesidades de las masas.
Veo, pues, el futuro del arte a través de unidades de producción plástica creadoras de imágenes.
Equipos
 de trabajo policualificados, en los que se integrarían igualmente 
pintores, historiadores de arte, científicos, escultores, &c., que 
irían dando soluciones a los problemas planteados.
Esta alternativa podría cambiar sustancialmente la situación actual.
Personalmente
 no concibo un crítico de arte que no participe en el proceso de 
producción artístico, ni estoy de acuerdo con el papel que cumplen los 
museos, que terminan siendo auténticos cementerios del arte.
El arte, en definitiva, debe buscar al público, integrarse en la vida cotidiana.
Hoy
 creo que son más eficaces las imágenes de cualquier medio de 
comunicación de masas –particularmente la televisión– que la más 
importante exposición de arte contemporáneo.
Mi posición ante el arte
 está muy clara: eso que llaman Arte –cuando lo es– no es ninguna 
especulación, sino una prolongación de la vida. Es decir, la vida es 
arte.»
Una tercera prueba del sueño de Renau de crear una escuela en Valencia, la recogió la revista Valencia Fruits en abril de 1977. El artista, entonces en su segunda visita a España, afirmaba lo siguiente:
«Yo creo que en el futuro las Escuelas [de Bellas Artes] 
deben convertirse en centros de promoción de objetos visuales y que el 
alumno, a un nivel mucho más elevado, tiene que vivir el mismo proceso 
que el de los antiguos colectivos. Entonces se vivía la producción de 
una obra de arte desde el principio hasta el fin, sin alienación ni 
metafísicas. Todo entraba a formar parte del proceso creador, desde los 
disgustos que tenía el maestro con su mujer hasta los días que por a o 
por b, no se trabajaba. Esta es la verdadera pedagogía, que yo he 
experimentado con el grupo de alumnos que personalmente tengo en la 
RDA.»
A primera vista, el marxista científico parece retroceder quinientos 
años en la búsqueda de su modelo de artista, en una interpretación 
errónea de su pensamiento. En primer lugar, el creador plástico del 
Renacimiento no se identificaba con un ser excepcionalmente dotado para 
lo sublime, sino como un artesano al servicio de la Iglesia, la nobleza o
 la monarquía de turno. Renau no pretendía retroceder, sino recuperar 
una idea válida del artista y apropiada para un mundo igualitario.
En segundo lugar, lo que busca es cambiar el programa de las escuelas
 de arte, que en la RDA, al igual que en la totalidad de países 
socialistas, eran fábricas de técnicos obedientes, mientras que en los 
países capitalistas empezaban a derivar hacia lo que son hoy en día, 
escenarios en los que se no se enseña a representar el mundo, sino a dar
 rienda suelta a la imaginación, con frecuencia disparatada, y casi 
siempre ajena a la sociedad que subvenciona ese singular antiacademicismo académico. Esto último quizá no lo imaginaba Renau. Acaso sólo lo temía.
 

La colaboración entre las fuerzas de la Naturaleza y de la Cultura o La Naturaleza, el Hombre y la Cultura.
 Último mural realizado por José Renau, en Erfurt, Moskauerplatz, en un 
antiguo centro cultural, hoy abandonado: le faltan algunos azulejos y 
corre peligro de desaparecer.

La clase obrera usa en el socialismo las fuerzas de la naturaleza en beneficio del ser humano.
 Mural de José Renau en Halle (ciudad vieja), en la Thaelmannplatz, hoy 
Magdeburgstrasse 36, en lo que era el Energie Kombinat (oficinas de la 
empresa estatal de energía eléctrica). Fue restaurado hacia 2004.

José Renau: los dos murales en las escaleras de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt

José Renau: mural de la escalera izquierda de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt

José
 Renau: parte baja del mural de la escalera izquierda de la antigua 
residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, Halle-Neustadt

José
 Renau: autorretrato en la parte baja del mural de la escalera izquierda
 de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad nueva de Halle, 
Halle-Neustadt. Renau decidió representarse a sí mismo, a su hija y a 
algunos amigos y obreros de la fábrica de gas en la que trabajaba.

José
 Renau: imagen de Carlos Marx en la parte superior del mural de la 
escalera derecha de la antigua residencia de estudiantes de la ciudad 
nueva de Halle, Halle-Neustadt. La versión original de Renau no incluía 
retratos, pero tuvo que incluirlos porque la burocracia de la RDA le 
reprochó su «formalismo», evidente en el mural de Erfurt y en el del 
Energie Kombinat de Halle. «¿No quieren tópicos?, pues, ¡hala!, ahí 
tienen un topicazo», cuenta su alumna Marta Hofmann que dijo.