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mardi 11 mars 2025

Ciencia ficción capitalista, más de lo mismo

 SIN novedad: nadie escapa del espectáculo.

Los valores individualistas del humano antoconstruido -del emprededor de sí mismo cuya versión cool se desgrana en biografías de artista, de rockero, etc- apuntan siempre al mismo modelo anarcocapitalista de Ayn Rand que el pobre Gary Cooper, sin entender muy bien su papel, interpretaba en The Foutain/El Manantial: un arquitecto al que nadie doblegará su voluntad y que, contra todos si hace falta, construirá su sueño, en este caso arquitectónico. Los arquitectos son la encarnación heroíca del emprededor, la mejor figura, la del demiurgo de carne capaz de darle al capitalismo una figura civilizacional o por lo menos con algo de trascendencia. El libro de Aynd Rand, una anticomunista feroz salida de la Rusia blanca, es la biblia capitalista del país del destino manifiesto al que dios ha agraciado para arrasar hasta la última frontera, hasta Marte empuja Musk. Esta temporada, El Brutalista, biopic de un arquitecto judío europeo salido de un campo de concentración, va del mismo rollo de redención, redención, los yankees no saben contar otra historia.  

1943


Por lo visto Ciencia ficción capitalista de Michel Nieva crítica la ciencia ficción capitalista al descubrir que efectivamente es una vertiente de lo que me gusta llamar, con Mark Fisher, realismo capitalista con Mark Fisher, o espectáculo con Guy Debord. Parece ser que la crítica del librito pierde fuelle rapidamente y el de la reseña de abajo quería más. Pero merece la pena ir más lejos? Musk con sus fantasias marcianas suena a rancio, a occidente terminal, da para unas risas como en este video. 


 



FUENTE: https://www.ccyberdark.net/10228/ciencia-ficcion-capitalista-como-los-multimillonarios-nos-salvaran-del-fin-del-mundo-de-michel-nieva/

Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo, de Michel Nieva

Ciencia ficción capitalista 

La única vez que he hablado en mi vida con el por lo demás admirable Jorge Herralde, tras cumplir con el motivo que nos había reunido con Luis Goytisolo, saqué el tema de la literatura de ciencia ficción y él lo rechazó con elegante firmeza. Después su editorial, Anagrama (supongo que ya no bajo su guía directa por pura lógica de edad), ha sido ejemplo de esa travesía a la que hemos asistido en los últimos años: esconder el término «ciencia ficción» en cualquiera de sus publicaciones, luego mencionarlo para negarlo («no se trata de ciencia ficción, sino…»), más tarde utilizar el incluso más abominable «una obra que trasciende la ciencia ficción», después admitir su existencia como algo de interés folklórico (véase la publicación de biografías de autores a los que a su vez no se publica) y finalmente aceptarlo al punto de dar a luz, como en el caso que nos ocupa, un ensayo sobre el género que incluye la etiqueta en su propio título. En el fondo para decir que es caca, pero de una valiosa forma más sofisticada.

Michel Nieva es un interesante autor argentino al que tenía pendiente leer. Aquí, en las primeras sesenta páginas de este breve volumen, pura y simplemente da en el clavo. Me parece muy difícil que cualquier análisis del impacto y la relevancia de la cf en los próximos años en términos más allá de lo literario no pasen por el concepto de «ciencia ficción capitalista» que Nieva desarrolla de forma impecable. Porque esa es una de las cuestiones clave para entender la ciencia ficción: es literatura, sí, y como tal hay que juzgarla, pero también es algo más, sí, y en esos términos tiene un potencial mayor que el del 95% de lo que se publica como literatura.

En resumen, Nieva lanza la idea de que el capitalismo tecnológico (lo que genéricamente solemos denominar como Silicon Valley) se ha apropiado del lenguaje de la ciencia ficción, y además utiliza buena parte de sus especulaciones como justificación para sus actos. ¿Que viene el cambio climático? Bien, la ciencia siempre podrá inventarse algo. ¿Que nos cargamos el planeta? Bueno, llevamos siglos soñando con llevarnos el tinglado a otra parte. Con dinero y talento emprendedor, amigos, todo puede solucionarse.

«Mientras el capital condena a los trabajadores del mundo a un presente perpetuo de inestabilidad, incertidumbre y endeudamiento, son los multimillonarios los únicos capaces de avizorar y monetizar ese porvenir. Así, la ciencia ficción capitalista es la violencia que restringe el monopolio de imaginar nuestro futuro a las corporaciones», afirma de manera tajante y, a mi juicio, poco discutible. El argumento de Nieva camina en la misma línea de diversos trabajos publicados en Estados Unidos para explicar la famosa afirmación de por qué es más fácil pensar en el fin del mundo que en el del capitalismo. Cómo la imaginería de la cf, consolidada en la opinión pública, es utilizada por las nuevas elites económicas para ofrecer un sueño de futuro en medio de un presente sin esperanza (también para ti, amigo proletario, empieza a lamer botas, porque el ascensor social existe en nuestro sistema, ja, ja). Todo parte de un proceso que no menciona pero está implícito en su argumentación: algunos frikis pasaron de ser los desheredados de la Tierra a los dueños del mundo, de que se les rieran en el instituto a mandar cohetes quizá hasta Marte para crear ahí su nueva utopía. Admito el uso de este término aquí en su acepción chestertoniana: la utopía de los señores que mandan en ella probablemente es la pesadilla de los subordinados.

Nieva acierta al denunciar la aporía del razonamiento dominante según el cual el mismo sistema y las mismas tecnologías que han destruido el planeta pueden ser los que salven a la humanidad y colonicen ordenadamente otros mundos. Y también al mencionar precedentes no del todo obvios: la idea germinal de Hugo Gernsback de que «el destinatario natural» de la ciencia ficción fuera el empresario, el emprendedor; la mitología ciberpunk del llanero solitario triunfante en un entorno incomprensible para los demás; incluso la participación de Arthur C. Clarke en el desarrollo de los satélites, «el punto nodal entre ciencia ficción y capitalismo (…) la primera tecnología que privatizó Estados Unidos y liberó al usufructo corporativo». También se permite bromear sobre la posibilidad de que el «componente especulativo» de la ciencia ficción hiciera referencia a la especulación financiera, y concluye: «¿Será la ciencia ficción una fase superior del capitalismo, la asociación más virtuosa entre empresariado, tecnología y literatura?».

Guau. Nosotros pensando en nuestras cositas y resulta que esos autores que no puedes comprar en las librerías, los que nuestros propios lectores más jóvenes no conocen, son el faro que guía el sendero del futuro para los tipos que aparentemente lo diseñan. Y todo suena verosímil, cuadra, está justificado en las declaraciones de interesados como el granujilla de Elon Musk, etc. Mis dieses hasta aquí, en resumen.

El problema del librito de Nieva es que las setenta páginas posteriores, más de la mitad del libro, no son tan efectivas. Mientras en las primeras abundan los datos, se cita a autores del género de forma acertada, se hila un discurso, en las siguientes, interesantes por lo demás, tengo la impresión de que ha pegado cuatro textos escritos sobre temas tenuemente asociados que no tienen la misma relevancia y solidez, aunque estén vagamente relacionados y completen la extensión de librito. Y si no es así, entonces en cualquier caso no sigue a la misma altura.

El primero de los capítulos posteriores, «Cambio climático. El gran orgullo del hombre blanco», es el más interesante, a partir de la idea de que la narrativa apocalíptica es una fantasía blanca masculina cisheterosexual, ya que sólo el macho empresario se ve capaz (ja, ja de nuevo) de ponerle remedio. A partir de algunas tendencias como la de hacer barbacoas para quemar todo el carbón posible porque así somos los machotes (es cierto, existe), Nieva desarrolla esa ideal central sin argumentarla mucho más allá de algunas publicaciones entorno a la idea del «ecopragmatismo», realmente asquerosa, pero el texto no pasa de describir del tema.

Muchos más problemas me plantea «Ciencia ficción comunista o socialismo interplanetario», que es un articulito con muy importantes carencias. Si en las páginas anteriores Nieva mostraba conocimiento del género y apenas cometía nada más que un error significativo (al calificar a Judith Merrill como autora de ciencia ficción «dura»), aquí el autor ignora por completo la existencia de una escuela «izquierdista» de cf estadounidense, por desconocimiento o por no encajar con el discurso global que quiere transmitir con el volumen.

El capítulo se centra en explicar la (por otro lado, absolutamente memorable) historia de la Cuarta Internacional Posadista, un movimiento argentino que pretendía fusionar comunismo con ufología. Por lo que relata Nieva, la historia daría para uno de esos libritos de historia y ascopena de Eric Vuillard, y no la destripo porque es extremadamente curiosa. Pero el hecho de que cite a los Posadistas y derivados como única alternativa «al monopolio de la imaginación cósmica de la ciencia ficción capitalista» demuestra que no conoce o no quiere dar valor porque contradicen su argumentario a Frederick Pohl, Robert Sheckley, Iain Banks, Ken McLeod y tantos otros si nos limitamos estrictamente a la cf anglosajona.

En particular, se echa de menos que Nieva dé cancha sin cuestionarlos a algunos razonamientos totalmente contrarios a un concepto tan en vigor en la cf como el de «el bosque oscuro», popularizado sobre todo por el chino Cixin Liu, porque de hecho no menciona ni una sola vez a ningún escritor de cf no anglosajón, lo que parece un tanto contradictorio con sus planteamientos (si bien es cierto que el fundamento de la cf capitalista está donde está, es decir, en la tradición estadounidense).

Luego, tanto «Ciencia ficción capitalista, fase superior del colonialismo» como el Epílogo (una suerte de relato metaficticio en que se aplica lo anterior) me resultan bastante ajenos. El razonamiento de fondo del capítulo es que los pueblos indígenas, «los sobrevivientes del fin del mundo que trajeron el capitalismo y el colonialismo son los únicos portadores de la sabiduría que ilustra formas diferentes de habilitar este y otros planetas de cara a un final irreversible».

A mí como lector de ciencia ficción el que se remita a la Pachamama (literalmente, no es un decir) como referente para el futuro desarrollo de la humanidad se me hace bastante cuesta arriba, quizá en mi condición de blanco (o no, según quien lo diga en USA), cisheterosexual miembro del grupo dominante etc. También porque, pese a todo, mantengo cierta fe en la ciencia en sí, más allá de su uso comercial.

Pero sobre todo me molesta que Nieva desconozca o prefiera ignorar lo muy interesada que ha estado la cf por otras formas de desarrollo social alternativas al capitalismo occidental, incluso en novelas tan conocidas como Dune o en la práctica totalidad de la obra de Jack Vance y buena parte de lo mejor de Robert Silverberg, sin olvidar tendencias actuales como el afrofuturismo, la obra de su paisana Angélica Gorodischer etc. Como en el capítulo anterior, Nieva no ha hecho los deberes y su tratamiento superficial, como de ocurrencia a la que pega sus propios intereses sin buscar más, contrasta con el de las primeras páginas, recordándonos otros lamentables acercamientos a la literatura de cf tomando el rábano por las hojas que hemos sufrido a lo largo de los años.

Ciencia ficción capitalista, en suma, abre puertas y es sin duda una aportación interesante, pero se cierra sólo como peldaño esperemos que a obras mayores. Para un lector ajeno al género probablemente despertará su interés por el fenómeno anómalo que supone la ciencia ficción, para el encallecido sólo aporta un desarrollo de una única idea interesante, para la que quizá habrían bastado treinta páginas.

Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo, de Michel Nieva (Anagrama, Nuevos cuadernos Anagrama 79, 2024)
144 pp. Bolsillo. 12,90€

 

mardi 17 décembre 2024

Le Congo-Zaïre ou le martyre infligé par le capitalisme

 SOURCE: https://joseseseko.overblog.com/2019/12/le-congo-zaire-ou-le-martyre-inflige-par-le-capitalisme.html


Publié par JoSeseSeko sur 18 Décembre 2019, 10:39am

Catégories : #Économie, #Politique, #Afrique, #Congo-Zaïre, #Capitalisme, #Libéralisme, #Industrie, #Minerais

Photo: Flickr/MONUSCO Photos

Photo: Flickr/MONUSCO Photos

La saisie de la justice états-unienne pour condamner cinq firmes high tech de blessures et d'exploitation d'enfants dans les mines de cobalt en République démocratique du Congo est une occasion pour rappeler au monde occidental capitaliste qu'il jouit de biens à travers un impérialisme génocidaire dont il s'en indiffère jusqu'à ce que ça lui revienne dans la gueule.

C'est une nouvelle qui ne comptera guère dans les esprits en France, mais elle mérite qu'on s'y attarde. L'organisation non gouvernementale (ONG) International Right Advocate a porté plainte, au nom de 14 parents et enfants de la République démocratique du Congo (RDC, ex-Zaïre), contre Apple, Google, Microsoft, Dell ou encore Tesla, auprès de la justice fédérale états-unienne pour travail forcé d'enfants dans les mines de cobalt avec fort risque de blessure ou de décès. Un procès qui promet d'être historique en raison des noms des firmes accusées (cf liens n°1, n°2, n°3).

Matières premières maudites!

Mais qu'est-ce que le cobalt? C'est un matériau fort utilisé dans les industries de pointe que sont l'informatique, la téléphonie mobile, mais aussi l'automobile car il sert de composant à la fabrication de batteries au lithium. Et avec la montée de la demande en smartphones et surtout en voitures électriques dans le monde - d'où le fait que Tesla soit dans le box des accusés -, les fournisseurs se doivent d'accentuer la production et donc de dégrader les conditions d'exploitation. Or, pas moins de 60% des réserves mondiales de cobalt se trouvent dans la seule RDC. N'oublions pas un autre matériau fort précieux pour la haute technologie qu'est le coltan, dont 60 à 80% des réserves mondiales se trouvent également dans l'ex-Zaïre, attirant ainsi les convoitises des pays occidentaux ou de la Chine.

Vu leur utilité, la RDC devrait pouvoir afficher un niveau de développement faramineux. Que nenni! Ces ressources minières, et d'autres matières premières (cuivre, diamant, or, zinc, étain, pétrole, uranium, fer, manganèse, etc.) happées, voire pillées, seules les firmes multinationales en voient la couleur, tant elles dominent les structures économiques et sociales. Le Congo-Zaïre illustre à la fois l'impérialisme mené envers lui, comme envers plusieurs autres pays africains d'ailleurs, mais également ce que les économistes appellent le syndrome hollandais. C'est-à-dire un pays disposant d'une grande quantité de ressources naturelles mais demeurant incapable de pouvoir se développer car condamné à être un fournisseur en matières premières et non à mettre en place une industrie locale puissante, excepté peut-être l'industrie  minière comme "vache à lait" pour un pouvoir local corrompu et au service d'autres continents. Reste à savoir si la réforme du code minier en RDC, votée en 2018 sous la fin de la présidence de Joseph Kabila et les ambitions de Félix Tshisekedi en matière de politique industrielle seraient en mesure de changer la donne. Ce dont on peut, hélas, en douter.

Une indifférence sanglante

Mais surtout, ce qui est frappant, en tant que personne d'origine congo-zaïroise, c'est l'indifférence qui s'observe au niveau médiatique ou politique sur le pays le plus peuplé de la francophonie, qui souffre de martyre depuis le milieu des années 1990. Et malgré les efforts du docteur Denis Mukwege, prix Nobel de la paix en 2018, pour exposer la situation, avec des estimations allant de 6 à 12 millions de morts, notamment dans l'Est du pays, concentrant l'essentiel des mines de coltan plus d'autres matériaux, le viol des femmes comme arme de guerre, etc. un silence coupable dure. Pourquoi? Ce serait exposer la culpabilité du Rwanda voisin, dont le génocide des tutsis en 1994 a déstabilisé l'Afrique des Grands Lacs et que Paul Kagame, protégé par plusieurs pays occidentaux, a profité de la fuite de génocidaires hutus dans l'Est du Congo-Zaïre pour intervenir dans ce pays, en espérant y mettre un pantin au pouvoir à Kinshasa. Ce qu'il pensait faire avec Laurent-Désiré Kabila, chassant Joseph-Désiré Mobutu en 1997, mais Kabila père ne voulut pas jouer ce rôle, provoquant ainsi une guerre de 1998 à 2003, puis plusieurs rébellions dans les années qui suivirent, avec son allié Yoweri Museveni, président de l'Ouganda, prétextant également la présence de rebelles comme les Forces démocratiques alliées sévissant autour de la ville de Béni, au Nord-Kivu (cf lien n°4).

Que ce soit des groupes rebelles étrangers ou des rebelles locaux appuyés par des pays voisins, ou même l'armée congolaise, ainsi que la police, le racket est leur règle d'or pour pouvoir s'enrichir et continuer à foutre le bordel dans l'Est du Congo-Zaïre. C'est ce que rappelle une étude de l'ONG IPIS en 2017, où près d'un millier de barrages routiers existent dans les provinces du Nord-Kivu et du Sud-Kivu, générant plusieurs millions de dollars de revenus.

En tout cas, face à cette indifférence sanglante - "l'indifférence, c'est la haine doublée du mensonge" -, certains artistes d'origine congo-zaïroise tels Kalash Criminel, Naza ou Gradur ont lancé des messages sur les réseaux sociaux pour alerter sur ce sujet (cf lien n°5). Certains esprits chagrins diront que c'est délivré par des smartphones ou ordinateurs contenant probablement du matériau congolais et du sang de mineurs congolais exploités et que c'est par conséquent contradictoire. Cependant, ces artistes-là sont, je pense, conscients de cela. Je n'échappe pas non plus à cette contradiction. Mais je veux en tirer une réflexion pour améliorer leur condition. Ce qui peut amener à se poser la question du dépassement du capitalisme par exemple.

Laboratoires d’influence : les think tanks sont-ils des lobbys comme les autres ?

 SOURCE: https://multinationales.org/fr/enquetes/think-tanks-laboratoires-d-influence/

Les think tanks sont devenus des acteurs majeurs du débat politique, mais leurs liens privilégiés avec le monde des affaires et l’absence d’une régulation adéquate contre les abus en font aussi des véhicules de lobbying particulièrement commodes. Nouveau rapport de l’Observatoire des multinationales.

Publié le 9 mai 2023

Notre rapport Think tanks : laboratoires d’influence montre que derrière l’apparence d’un « marché des idées » égalitaire et ouvert à tou·te·s, le monde des think tanks est profondément biaisé en faveur des acteurs disposant des moyens financiers les plus conséquents, à savoir les grandes entreprises. Cela vaut même pour des think tanks historiquement ancrés à gauche. Le rôle des thinks tanks s’est renforcé à mesure que les gouvernements réduisaient les crédits à la recherche publique et menaient des politiques de réduction du nombre des fonctionnaires, privant les administrations des compétences internes nécessaires pour mener leurs missions.

Les politiques de financement et de recrutement des think tanks et les liens privilégiés noués aussi bien avec les grands groupes qu’avec les responsables politiques en font des viviers de conflits d’intérêts. Les liens d’intérêts sont rarement explicités comme tels alors que les personnalités de think tanks sont cesse appelées à s’exprimer dans les médias ou dans des événements publics.

Pour les entreprises, les think tanks sont un outil de lobbying très spécifique qui permet d’influencer indirectement ou directement les décideurs principalement à travers le cadrage et le filtrage du débat public et médiatique : quels sujets seront débattus et feront la une des médias, sur quelles données on se basera, quelles questions seront posées, quelles options seront envisagées et lesquelles ne le seront pas... Cette influence est d’autant plus efficace qu’elle se cache derrière une apparence d’objectivité intellectuelle et de recherche de l’intérêt général.

Les think tanks, à travers les événements publics ou privés qu’ils organisent et directement à travers la composition de leurs organes de gouvernance, sont aussi des lieux d’entre-soi entre dirigeants publics et privés, ces derniers bénéficiant ainsi d’un accès privilégié aux décideurs·ses.

Pour toutes ces raisons, il semblerait normal que les think tanks soient soumis aux mêmes règles de transparence et de déontologie que la plupart des autres acteurs du lobbying et des structures d’expertise jouant un rôle dans les décisions publiques. Ce n’est pas le cas aujourd’hui. La plupart des think tanks ne sont pas inscrits dans les registres de transparence du lobbying français et européens, et il n’y a pas d’obligations de transparence ni sur les liens financiers entre entreprises et think tanks, ni sur les liens d’intérêts des « expert·e·s » que ces derniers mobilisent.

La cerise sur le gâteau est qu’une grande partie du travail d’influence effectué par les think tanks est financé directement ou indirectement par le contribuable, à travers des subventions publiques ou à travers le crédit d’impôt mécénat qui permet aux entreprises de récupérer 60 % des dons qu’elles leur versent.

lundi 9 décembre 2024

Le Royaume-Uni et ses crimes contre l’humanité à travers l’histoire

 Source: https://www.legrandsoir.info/le-royaume-uni-et-ses-crimes-contre-l-humanite-a-travers-l-histoire.html


 
 

Plus personne n’ignore le rôle macabre que le Royaume-Uni joue dans les événements tragiques qui ont lieu en Ukraine.

Fin novembre 2023, David Arakhamia, qui n’est personne d’autre que le chef de la fraction parlementaire du parti de Volodymyr Zelensky « Serviteur du Peuple », a évoqué dans une interview accordée à la chaîne de télévision ukrainienne « 1+1 » les circonstances des négociations entre la Russie et l’Ukraine qui ont eu lieu à Istanbul en mars-mai 2022 alors qu’il était à la tête de la délégation ukrainienne.

Arakhamia se souvient de la position des Russes à l’époque : « Ils ont espéré presque jusqu’au dernier moment que nous allions accepter la neutralité. Cela était leur objectif principal. Ils étaient prêts à terminer la guerre si nous prenions la neutralité - comme la Finlande autre fois - et si nous prenions des obligations de ne pas entrer dans l’OTAN ».

En parlant des raisons de l’annulation de l’accord il n’en a évoqué qu’une seule sérieuse - la visite du premier ministre britannique Boris Johnson à Kiev, le 15 novembre 2022 : « ...Boris Johnson est venu à Kiev et a dit que « nous ne signerons rien du tout avec eux. Nous allons, tout simplement, faire la guerre ».

Il est à noter que le parlementaire n’a pas prononcé un seul mot concernant le massacre de Boutcha. Et, rappelons-nous, l’unique version officielle de Kiev et du camp « atlantiste » de l’époque de la raison de l’arrêt des pourparlers avec les Russes et de l’annulation de l’accord d’Istanbul était le prétendu « massacre de la population civile perpétré par des troupes russes à Boutcha ».

Ce bras droit de Zelensky termine son interview avec la grande fierté d’avoir dupé la délégation russe : « Nous avons accompli notre mission de faire trainer les choses avec la note 8 sur 10. Ils se sont [les russes] décontractés, sont partis - et nous avons pris la direction de la solution militaire ».

Cette révélation a fait découvrir au grand public ukrainien stupéfait la réalité de la guerre qui aurait pu aisément être arrêtée à ses débuts et que ce n’est qu’à l’initiative directe de l’Occident collectif via son émissaire Boris Johnson qu’elle a été relancée d’une manière forcée et a eu comme conséquences des centaines de milliers de morts ukrainiens et encore davantage de blessés graves et de mutilés, ainsi que la destruction quasi totale de l’économie et des infrastructures du pays. Il faudra des décennies au pays pour s’en remettre et revenir au niveau d’avant-guerre qui était déjà tout à fait déplorable.

Allocution du représentant de la Russie au conseil de sécurité de l’ONU

Ayant actuellement la présidence du Conseil de Sécurité de l’ONU, le Royaume-Uni a organisé, le 18 novembre 2024, une réunion sur l’Ukraine dédiée à 1000 jours depuis « l’agression de l’Ukraine par la Russie ».

Il y a beaucoup à dire sur les donneurs de leçon sur « la paix, la démocratie et les droits de l’homme » produite par les représentants de l’île britannique. Cela étant, dans ces pages je ne me limiterai qu’à l’exposition de la traduction intégrale de l’allocution de Vasiliy Nebenzia, représentant permanent de la Fédération de Russie à la réunion du conseil de sécurité de l’ONU sur l’Ukraine, qui expose précisément à qui nous avons affaire, quand on parle de la couronne britannique, et je ne rajouterai que quelques faits supplémentaires pour compléter la vision de la réalité souvent méconnue par un grand nombre de lecteurs :

« Monsieur le Président,

Il y a un certain symbolisme dans le fait que ce sont nos collègues britanniques qui présideront le Conseil de sécurité ce mois-ci, qui ont insisté pour que la réunion d’aujourd’hui coïncide avec 1 000 jours depuis que la crise ukrainienne est entrée dans une phase chaude. Nous avons, une fois de plus, eu une excellente occasion de nous assurer que, pour vous et vos collègues, il ne s’agit que d’un prétexte médiatique accrocheur pour diffamer la Russie, en y accrochant ces étiquettes éculées qui, comme on pouvait s’y attendre, abondaient dans les discours des membres occidentaux du Conseil. Et dans votre pays – la Grande-Bretagne – la russophobie a longtemps été élevée au rang de politique d’État, bien avant février 2022.

Permettez-moi de vous rappeler qu’en préparant la réunion d’aujourd’hui, vous avez manqué une autre occasion médiatique, bien plus importante dans le contexte de la crise ukrainienne que la date que vous avez choisie. Vendredi dernier, le 15 novembre, cela faisait exactement 950 jours depuis la visite de l’ancien chef du gouvernement britannique Boris Johnson à Kiev, lorsque, comme nous le savons tous avec certitude, il avait dissuadé le chef du régime de Kiev de signer un accord de paix avec la Russie, paraphée à Istanbul, qui mettrait un terme aux hostilités. Nous en étions alors très proches. En signe de bonne volonté, la Russie a même retiré ses troupes du nord de l’Ukraine, notamment à proximité immédiate de Kiev.

En d’autres termes, 50 jours après le début de notre opération militaire spéciale, alors que les pertes dans les rangs des forces armées ukrainiennes n’étaient pas si importantes, les opérations militaires avaient toutes les chances de prendre fin, sans l’intervention du Premier ministre britannique, qui a convaincu Zelensky qu’il devait continuer à se battre et qu’avec l’aide et le soutien des pays occidentaux il pourrait bien infliger à la Russie une défaite stratégique, ce qui intéressait précisément le Premier ministre britannique et ses complices occidentaux. Et pour expliquer d’une manière ou d’une autre un tel tournant de l’opinion publique ukrainienne et mondiale, avec la participation directe des services de renseignement britanniques et des médias, une provocation absolument maladroite a été concoctée à Boutcha, où, après le retrait de l’armée russe, des cadavres de personnes ont été amenés et étalés dans les rues, dont personne n’a pris la peine d’expliquer l’origine et la véritable cause du décès, malgré nos requêtes répétées.

De manière générale, il s’avère que la Grande-Bretagne a poussé le régime de Kiev vers une défaite inévitable, provoquant son choix en faveur de la poursuite de la confrontation avec la Russie. Je pense qu’en Ukraine, ils n’oublieront pas avant longtemps que c’est à cause des actions de votre pays que cet État se trouve aujourd’hui dans une situation économique terrible, a perdu la majeure partie de son armée et de son équipement militaire, et a également perdu au moins quatre régions, en plus de celle qui a été libérée en 2014 de la Crimée ukrainienne.

Les Ukrainiens ont depuis longtemps cessé de vouloir se battre ; l’armée ukrainienne a oublié depuis deux ans ce que sont les volontaires et le régime de Kiev, ayant empêché les hommes de quitter le pays, attrape aujourd’hui dans les rues les réfractaires, y compris en utilisant des armes à feu, et les envoie de force vers le hachoir à viande inutile et pratiquement sans préparation. Le front oriental des forces armées ukrainiennes dans le Donbass s’effondre sous nos yeux. Vous êtes bien conscient du rythme d’avancée de notre armée, et le régime de Zelensky, essayant de maintenir le soutien de l’Occident, a fait une incursion absolument insensée dans la région de Koursk et a tenté de s’emparer et de faire exploser la centrale nucléaire de Koursk, ce qui a coûté aux forces armées plusieurs dizaines de milliers de soldats bien entraînés. Cette aventure a été une erreur fatale et n’a fait qu’accélérer l’inévitable future défaite de l’Ukraine sur le champ de bataille, qu’aucune nouvelle arme occidentale ne pourra l’aider à éviter.

Les initiateurs de la réunion d’aujourd’hui devraient, par souci de transparence, partager avec nous les fabuleux bénéfices financiers que la Grande-Bretagne a reçus pendant près de trois ans de soutien militaire à l’Ukraine, comment vos sociétés d’armement se sont enrichies grâce au sang et aux tragédies des Ukrainiens ordinaires, et comment votre ministère de la Défense a réussi à se débarrasser de vieux équipements militaires en le vendant à des prix faramineux à l’Ukraine en guerre, au lieu de dépenser des sommes considérables pour les recycler. Il serait également intéressant de parler de la corruption qui accompagne ces processus, dont on ne peut que deviner l’ampleur. Ainsi, comme l’écrivent les médias ukrainiens eux-mêmes, après la victoire de Donald Trump aux élections aux EU, la panique s’est installée au sein de l’élite ukrainienne, non seulement parce que les États-Unis pourraient reconsidérer leur aide à l’Ukraine, mais parce que les nouvelles autorités pourraient vouloir gérer tout cet argent qui était envoyé en Ukraine et procéder à un audit comptable complet de l’aide déjà fournie. Ce scénario, comme le notent unanimement les experts ukrainiens, est bien le plus terrible pour Zelensky, car une partie importante de l’aide est simplement volée et appropriée par le président ukrainien périmé et son entourage.

Si l’on considère que le volume de l’aide militaire de la Grande-Bretagne à la junte de Kiev depuis février 2022 s’élève à lui seul à 9,7 milliards de dollars, votre pays apporte sans aucun doute également sa contribution à la croissance de la corruption en Ukraine. Certes, il est peu probable que nous attendions des enquêtes pertinentes de la part des autorités britanniques, car dans de tels cas, comme nous le savons, le plus important pour les enquêteurs c’est de ne pas trouver des coupables chez eux.

Monsieur le Président, en fait, pour ceux qui connaissent l’histoire du Royaume-Uni, ses nombreuses années d’intervention en Ukraine, qui ont abouti aux actions mentionnées ci-dessus, ne constituent nullement une révélation. Après tout, le Royaume-Uni se moque profondément de ses voisins, provoquant la discorde entre les États et les peuples, puis soutenant certains d’entre eux contre d’autres, avec enthousiasme et le savoir-faire acquis dans ce domaine depuis des siècles - toutes vos anciennes colonies peuvent en parler avec éclat. Soit dit en passant, sur les 193 membres actuels de l’ONU, seuls 22 États peuvent se vanter que leur territoire n’ait jamais été envahi ni combattu par la Grande-Bretagne. Notre pays ne fait pas exception à la règle : la dernière invasion de ce type a été l’intervention britannique après les événements révolutionnaires de 1917, lorsque divers prédateurs et vautours ont tenté de mettre la Russie en pièces.

Mais nous avons survécu, nous en sommes sortis, sommes devenus plus forts et sommes désormais contraints de lutter contre une nouvelle intervention par procuration des membres de l’OTAN luttant contre la Russie en Ukraine, y compris la Grande-Bretagne. C’est ainsi que l’on peut percevoir non seulement l’injection continue d’armes dans le régime de Kiev et son alimentation en données de renseignement, mais aussi la présence d’instructeurs et de mercenaires britanniques, dont des centaines ont déjà été éliminés, ainsi que les tentatives de spécialistes britanniques de créer la production de drones, de missiles et de bateaux sans pilote en Ukraine.

Nous comprenons qu’au XXIe siècle, il est difficile de laisser l’Ukraine et la Russie tranquilles, car les gènes des colonialistes qui, pendant des siècles, ont semé le chaos en Asie, en Afrique et en Europe, font des ravages. Nous savons tous que l’Empire britannique a réprimé brutalement et cyniquement la résistance de ses colonies pendant 250 ans, recourant à l’assimilation forcée et à la discrimination raciale, oubliant les valeurs humaines simples et les droits des peuples sous sa domination. Ce sont les populations civiles des pays colonisés qui ont payé de leur vie et de leur liberté les ambitions impériales de la métropole.

Il suffit de rappeler le nettoyage ethnique en Irlande, alors que sur une population de plus de 1,5 millions d’habitants, il n’en restait plus que 850 000 après la conquête britannique. Et pendant la Seconde Guerre des Boers, au tournant des XIXe et XXe siècles, ce sont les Britanniques qui furent les premiers à inventer les camps de concentration et à y rassembler la population civile pour qu’elle n’aide pas l’armée des Boers. On ne sait pas combien de personnes sont mortes à cette époque, car les Britanniques ne considéraient pas la population indigène d’Afrique comme un peuple et, en principe, n’avaient pas comptabilisé les pertes parmi les Africains. Bien que l’on sache qu’au Kenya, après le soulèvement de Mau-Mau, les Britanniques ont mené des répressions massives, assassinant environ 300 000 représentants de cette nation et chassant encore un million et demi de personnes dans des camps et en les transformant en esclaves. Et en Inde, qui a subi d’énormes dégâts pendant la période de domination britannique, entre 15 et 29 millions de personnes ont été victimes de la famine provoquée par la seule Grande-Bretagne.

Les conséquences des actions des anciens colonialistes se font encore sentir dans le monde moderne. Et bien que les empires coloniaux appartiennent formellement au passé, les anciennes méthodes – pression, manipulation et ingérence dans les affaires souveraines – continuent d’être utilisées sous de nouvelles formes. Non seulement la Grande-Bretagne n’est pas ici une exception, mais plutôt un « créateur de tendances » et, malgré tout, elle connaît des douleurs fantômes pour un empire sur lequel « le soleil ne se couchait jamais », nostalgique de la domination mondiale perdue, recourt au chantage et aux sanctions, en collaboration avec des partisans partageant les mêmes idées. Les Franco-Saxons sont engagés dans le renversement de gouvernements indésirables par le biais de « révolutions de couleur », dont l’une des victimes fut l’Ukraine en 2014.

Nous disons tout cela pour souligner qu’il n’y a pas et ne peut pas y avoir de droit moral de blâmer ou de reprocher quoi que ce soit à notre pays, qui s’est donné pour mission de se débarrasser du « nid de frelons » nationaliste et néo-nazi que vous nourrissez à nos frontières. Jusqu’à ce que ces menaces, y compris l’absorption de l’Ukraine par l’OTAN, soient éliminées, jusqu’à ce que cesse la discrimination contre la population russophone basée sur la langue, la foi, l’histoire, jusqu’à ce que l’Ukraine cesse de blanchir et de glorifier les complices d’Hitler, notre opération spéciale se poursuivra. Ces objectifs seront atteints dans tous les cas, diplomatiquement ou militairement, quels que soient les plans et projets de « paix » développés en Occident dans le but de sauver l’acteur du divertissement Zelensky et sa clique. Et indépendamment de la frénésie militariste de l’administration démocratique qui, après avoir lamentablement perdu les élections présidentielles et perdu la confiance de la majeure partie de sa propre population, est, selon les médias, en train de délivrer des « autorisations » suicidaires au régime Zelensky d’utiliser des armes à longue portée pour frapper en profondeur le territoire russe. Peut-être que Joe Biden lui-même, pour de nombreuses raisons, n’a rien à perdre, mais la myopie des dirigeants britanniques et français, qui se précipitent pour jouer le jeu de l’administration sortante et entraînent non seulement leurs pays, mais aussi l’ensemble du pays de l’Europe vers une escalade à grande échelle aux conséquences extrêmement graves, est frappant. C’est exactement ce à quoi nos anciens « partenaires » occidentaux feraient bien de réfléchir avant qu’il ne soit trop tard.

Ceux qui ont récemment parlé d’une sorte de « gel » du front et de divers projets similaires aux « accords de Minsk » rejetés à un moment donné par l’Ukraine et ses patrons occidentaux devraient également s’en souvenir. Ne perdez pas de temps, nous n’avons plus aucune confiance en vous et nous nous contenterons que d’une solution qui éliminera les causes profondes de la crise ukrainienne et ne permettra pas qu’une telle situation se reproduise. Et nous vous conseillons d’oublier les tentatives visant à vaincre la Russie sur le champ de bataille. L’Europe a essayé de le faire à plusieurs reprises, et on sait comment cela a abouti à chaque fois. Merci de votre attention. »

Le supplément de la réalité sur la grande « démocratie » Britannique : le cannibalisme à l’occidental

En exposant la véritable nature profondément sordide et sanguinaire de la couronne britannique (à ne pas confondre la couronne et son appareil exécutif avec le peuple), il est à souligner que le représentant de la Russie au conseil de sécurité de l’ONU a fait une remarquable preuve d’amabilité et de retenue en décrivant les « exploits » du pouvoir britannique à travers l’histoire et jusqu’à ce jour.

Notamment, en parlant des 15-29 millions de morts dus à la famine orchestrée par les Britanniques en Inde, considéré en tant que « joyau de la Couronne » britannique, il n’a pas précisé que selon les études historiques les plus sérieuses, la colonisation britannique de l’Inde a causé en tout non pas 29 millions, mais dans les 165 millions de morts Indiens tant par la famine que par les conditions de travail comparables à celles des esclaves en faveur de l’ile britannique. Ne serait-ce qu’entre 1875 et 1900, environ 26 millions de personnes y ont été mis à mort.

Lorsque les statistiques dignes de ce nom sont apparues, l’espérance de vie en Inde en 1911 n’était que de 22 ans. Cependant, l’indicateur le plus éloquent était l’accessibilité des céréales alimentaires. Si en 1900, la consommation annuelle par habitant était de 200kg, à la veille de la Seconde guerre mondiale elle était déjà de 157kg. En 1946, elle est tombée encore plus - à 137 kg/hab. Soit, proportionnellement, le petit-fils mangeait 1,5-2 fois moins que son grand-père à l’époque.

Winston Churchill, le grand démocrate et combattant pour la liberté face à l’obscurantisme, disait : « Je hais les Indiens ! Ce sont des gens semblables à des bêtes avec une religion bestiale. La famine - c’est leur propre faute, car ils se reproduisent comme des lapins ! »

Cependant, les lapins ne sont pas à blâmer : la famine en Inde était due quasi exclusivement au fait qu’en près de 200 ans de sa présence parasitaire en Inde, la « Grande » Bretagne a pompé du territoire occupé l’équivalent de 200 milliards de dollars d’aujourd’hui. Pour apprécier la démesure de cette exploitation, il suffit de se rappeler, par exemple, le PIB des Etats-Unis d’Amérique qui en 2023 était de 27,36 milliards de dollars.

Le représentant de la Russie à l’ONU, n’a pas mentionné non plus l’un des plus importants génocides dans l’histoire de l’humanité, directement organisé par la couronne britannique. Celui des Chinois au XIXème siècle.

À la suite des deux « guerres de l’opium » menées par la Grande Bretagne (appuyées par la France), dont l’une des principales raisons était le déséquilibre de la balance commerciale en faveur de la Chine, le 25 octobre 1860, le traité de Pékin a été signé par le gouvernement Qing défait.

Hormis un grand nombre de concessions en faveur des Britanniques, dont l’expropriation de Hong-Kong, c’est, surtout, l’ouverture du marché chinois à la production occidentale qui a eu lieu. La marchandise qui pouvait égaliser la balance commerciale, apportant au passage de faramineux profits financiers aux britanniques, était l’opium. Ainsi, le flux constant de quantités gigantesques d’opium vendu par les Britanniques en Chine, via la porte d’entrée qui est devenue Hong-Kong, a été mis en place et a conduit vers une propagation sans égale de la toxicomanie parmi les populations. La propagation qui a directement mené vers une gravissime dégradation de l’état de santé de la nation chinoise et vers l’extinction massive de la population.

Il est difficile de quantifier précisément le nombre de morts causés par les vendeurs de drogues en faveur de la couronne britannique : selon les diverses études il se situe entre 20 et 100 millions de victimes.

Lors de la réunion au conseil de sécurité de l’ONU, Vasiliy Nebenzia, représentant permanent de la Russie aux Nations unies, n’a pas mentionné non plus la grande famine organisée en 1943 par la couronne britannique au Bengale. Au cours des sept premiers mois de 1943, 80 000 tonnes de céréales alimentaires ont été exportées du Bengale déjà affamé. Les autorités britanniques, craignant l’invasion japonaise, ont utilisé la tactique de la terre brûlée, en ayant pas le moindre scrupule vis-à-vis des populations locales laissées d’une manière préméditée à la mort certaine de faim. Non seulement la nourriture a été volée, mais également tous les bateaux capables de transporter plus de 10 personnes (66 500 navires au total) ont été confisqués, ce qui a mis à mort la pêche locale, ainsi que le système de transport par voie navigable que les bengalis utilisaient pour livrer de la nourriture. Une fois de plus, les chiffres précis de la politique britannique au Bengale sont inconnus - le nombre de morts de faim est estimé de 0,8 à 3,8 millions de personnes. Certains chercheurs indépendants estiment que même le nombre proche de 4 millions de morts qui vient des sources britanniques est inférieur à la réalité.

Par ailleurs, les débuts du supplice du Bengale sous l’occupation britannique ne date guère de 1943. Déjà en 1770, lors d’une sécheresse qui a tué environ un tiers de la population du Bengale - près de 10 millions de personnes - la Compagnie britannique des Indes orientales, qui a occupé le pays pendant cinq ans, n’a jamais envisagé de prendre la moindre mesure pour contrer la tragédie qui s’est déroulée sous ses yeux. Bien au contraire : pendant cette famine qui fait partie des plus importantes dans l’histoire de l’humanité, les fonctionnaires britanniques coloniaux sur place faisaient des rapports de bonheur et de satisfaction à leurs supérieurs à Londres sur l’augmentation de leurs revenus financiers grâce au commerce et à l’exportation de produits alimentaires depuis le Bengale.

Un grand nombre de crimes contre l’humanité perpétrés pas la couronne britannique à travers l’histoire ne sont pas comptabilisés sur ses pages qui ne recensent qu’une partie de ces derniers et qui n’ont eu lieu qu’avant la fin de la seconde guerre mondiale.

Il faut bien plus de pages pour décrire toutes les atrocités, y compris celles dès 1946 et à ce jour, commises par Londres vis-à-vis de tant de peuples sous le mode opératoire et la devise principale « diviser pour régner et tirer les profits », dont la dernière en date est sa participation directe et majore dans la mise en place des éléments menant au déclenchement inévitable de la guerre sur le territoire de l’Ukraine et à la pérennisation du conflit qui a déjà causé plus d’un million de morts, de mutilés et de blessés parmi les deux peuples-frères pour la plus grande satisfaction et profit des tireurs de ficelles anglo-saxons qui agissent en bande organisée de pyromanes mettant le monde à feu et à sang et en donnant au passage des leçons sur la paix, la démocratie, la liberté et les droits de l’homme.

Oleg Nesterenko
Président du CCIE (www.c-cie.eu)
(Ancien directeur de l’Institut International de la Reconstruction Anthropologique, ancien directeur de l’MBA)

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mercredi 13 novembre 2024

Noir et Blanc (I. Ivanov-Vano/L. Amalrik, 1933)


Maïakovski (1893-1930) est pour nous le poète devenu « la voix de 
la révolution bolchevique ». Ce court métrage a été réalisé avec 
des dessins du poète. En 1922, 
Maïakovski reçut l'autorisation officielle de voyager en Amérique. 
Il a vu de ses propres yeux l'Amérique modernisée et industrialisée 
des années 1920, mais, en même temps, a condamné sans relâche 
les injustices sociales dans une série de sketchs humoristiques, 
de réflexions et de poèmes. 
En chemin, il s'est arrêté à Cuba, où les Américains contrôlaient 
à l'époque l'industrie du sucre et du tabac. 
Son film "Noir et Blanc" raconte l'histoire du petit Willy, 
qui fait la terrible erreur de demander au roi du sucre blanc 
M. Gros Nez.
Seules quelques parties du film ont été sauvegardées, tandis que 
l'enregistrement audio a été complètement perdu. Les responsables de 
la restauration du film ont décidé d'utiliser à cet effet un extrait de 
la représentation de "Parfois,je me sens comme un enfant sans mère" 
enregistré en 1949 par Paul Robeson au Théâtre Tchaïkovski de Moscou.
L'enregistrement actuel provient d'une émission diffusée à la télévision 
grecque - des moments de la télévision grecque désormais oubliés.


mercredi 25 septembre 2024

Le capitalisme en crise (E.I. Liskovich, 1932)

 

E.I. Liskovich, Capitalism in the Grips of Crisis, 1932. May Day installation on the Obvodny Canal, Leningrad 

Installation satirique du 1er mai. Érigée sur le canal Obvodny (Leningrad) en parfaite harmonie avec le paysage environnant, l'installation représente l’immense figure en contreplaqué d’un capitaliste, à moitié immergé dans l’eau du canal et appelant à l’aide (les copains nazis).

Los Juegos Olímpicos de París 2024: el «capitalismo de celebración» en torno a la Torre Eiffel

 SOURCE: https://rebelion.org/los-juegos-olimpicos-de-paris-2024-el-capitalismo-de-celebracion-en-torno-a-la-torre-eiffel/

Fuentes: Rebelión [Foto: La Torre Eiffel decorada con los anillos olímpicos durante las últimas Olimpiadas, 
julio de 2024 (Wikimedia)]

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Sin lugar a dudas, la Torre Eiffel fue el centro de atención y la superestrella de los recientes Juegos Olímpicos de París, lo cual es comprensible, puesto que la obra maestra de Gustave Eiffel es desde hace mucho tiempo el emblema de la ciudad. No obstante, la Torre también es un símbolo de la riqueza y el poder de la burguesía, de la “clase capitalista”, un patriarcado en cuyas filas también se incluyen las damas y caballeros del Comité Olímpico Internacional (OIC, por sus siglas en inglés). Una brizna de historia puede ayudarnos a entender el papel fundamental que ha desempeñado la Torre Eiffel en el reciente gran espectáculo olímpico de la “Ciudad de la Luz”.

Sin lugar a dudas, la Torre Eiffel fue el centro de atención y la superestrella de los recientes Juegos Olímpicos de París, lo cual es comprensible, puesto que la obra maestra de Gustave Eiffel es desde hace mucho tiempo el emblema de la ciudad. No obstante, la Torre también es un símbolo de la riqueza y el poder de la burguesía, de la “clase capitalista”, un patriarcado en cuyas filas también se incluyen las damas y caballeros del Comité Olímpico Internacional (OIC, por sus siglas en inglés). Una brizna de historia puede ayudarnos a entender el papel fundamental que ha desempeñado la Torre Eiffel en el reciente gran espectáculo olímpico de la “Ciudad de la Luz”.

La columna de acero de Eiffel se erigió en 1889 para conmemorar el centenario del inicio de la “Gran Revolución” de Francia en 1789, pero también para borrar la memoria de otras revoluciones menos “grandes”, pero más recientes y muy traumáticas, es decir, las de 1848 y 1871, esta última conocida como la Comuna de París. Todas esas revoluciones fueron estallidos de una compleja lucha de clases entre pobres y ricos. Se solía denominar a las personas pobres “ceux d’en bas”, “los de abajo”, o “le menu peuple”, “el pueblo humilde”, pero también se les puede describir como el “demos”, una palabra de origen griego que encontramos en la palabra “democracia” y significa “poder por y para el pueblo humilde”. En cualquier caso, eran (y son) el tipo de personas que pueden esperar cambios revolucionarios para mejorar su en general miserable suerte, por ejemplo, en forma de la bajada del precio de para el pan y de otros artículos de primera necesidad. Mirando por encima del hombro a las personas pobres estaban “ceux d’en haut”, “los de arriba”, es decir, las personas ricas situadas en lo más alto de la pirámide social, la nobleza y la burguesía, los burgueses acomodados que consideraban que el orden social y económico establecido era bastante satisfactorio y tenían horror de la idea de cambios revolucionarios. No es de extrañar, por lo tanto, que las revoluciones que Francia experimentó en 1789, 1830, 1848 y 1871, y que tuvieron lugar la mayoría de ellas, aunque no todas, en París, fueran en gran parte obra de los hombres y mujeres “humildes” de la capital del país.

No hay que subestimar los logros democráticos de esas revoluciones, porque, por ejemplo, fue durante el gran levantamiento de 1848 cuando se introdujo el sufragio universal y se abolió la esclavitud. Sin embargo cada revolución presenció el “secuestro” de las revoluciones por parte de miembros de la burguesía, que lograron así alcanzar los objetivos políticos “liberales” y socioeconómicos capitalistas de su clase, lo que se hizo a expensas de la nobleza y de la Iglesia, pero, sobre todo, de “las personas de abajo”, cuyos esfuerzos por llevar a cabo reformas democráticas de gran alcance se reprimieron en 1848 y cuyos intentos de construir una sociedad socialista, manifestados en la Comuna de París de 1871, fueron ahogados en sangre. La burguesía se convirtió en la dueña de Francia después de ese triunfo.

Antes de la Gran Revolución de 1789 París era una “ciudad real”, que irradiaba el poder y la gloria del orden feudal de varios siglos de antigüedad cuya figura principal era el rey. Gran cantidad de edificios monumentales y vastas plazas, con imponentes estatuas de reyes, cardenales y demás, pertenecían a las clases privilegiadas de aquel “Antiguo Régimen”, la nobleza y el (alto) clero, y, por supuesto, también al rey (aunque este prefería residir en un suntuoso palacio de Versalles, lejos de la ajetreada capital y de sus “multitudes enloquecidas”). En aquel momento la imagen arquitectónica de esta “realeza” de París y principal atracción turística de la ciudad era el Pont Neuf [Puente Nuevo], el primer puente de piedra sobre el Sena, un “regalo” que el rey Enrique IV había hecho a la ciudad hacia el año 1600. El poder de la Iglesia, íntimamente asociado al rey, se reflejaba en los muchos lugares de oración y monasterios, que hacían que París impresionara (¿o intimidara?) a visitantes y residentes como una “nueva Jerusalén” católica.

La nobleza prefería residir en la parte occidental de la ciudad de París, en grandes y lujosas residencias conocidas como “hôtels”, situados en el distrito de Saint-Germain y a lo largo de la rue du Faubourg Saint-Honoré, que discurría paralela a los Campos Elíseos hasta el pueblo de Roule, encaramado en una loma que más tarde se coronaría con el Arco del Triunfo. Anteriormente los aristócratas habían vivido sobre todo en el barrio de Marais, situado en el centro de París y cerca de la Bastilla, cuyo centro era una “place royale”, “plaza real”, la actual Place des Vosges. Pero los prósperos miembros de la “prometedora” burguesía habían ocupado la mayoría de los hôtels de ese distrito. La burguesía también habitaba en otros barrios elegantes del centro de París, como la rue de la Chaussée d’Antin y las calles adyacentes, incluida la rue de la Victoire, donde residieron durante algún tiempo un joven Napoleon y su mujer, Josefina.

El “pueblo humilde” vivía en los barrios degradados y a menudo de chabolas del centro de la ciudad, que seguía siendo casi medieval, con calles estrechas, torcidas y sucias, y también en los distritos y barrios periféricos del este de la ciudad (“faubourgs”), especialmente el Faubourg Saint-Antoine, situado inmediatamente después de la Bastilla y de las demolidas murallas medievales, un sistema defensivo del que la Bastilla había sido un importante baluarte. Los faubouriens de Saint-Antoine fueron en 1789, y de nuevo en 1830 y 1848 las tropas de choque que sacaron las castañas del fuego revolucionario. Lo hicieron, entre otras cosas, asaltando la Bastilla aquel famoso 14 de julio de 1789, y atacando el palacio de las Tullerías y expulsando al rey de ahí el 10 de agosto de 1792.

En cierto modo, las revoluciones francesas consistieron en los intentos del “pueblo humilde” de conquistar París y de “quitarle su condición real” a la “ciudad real”. No es casual que en 1793, durante la “Gran Revolución”, el rey fuera ejecutado en medio de la más real de las plazas reales de París, la Place Louis XV, que más tarde se convirtió en la Place de la Concorde. Otras plazas perdieron sus nombres y estatuas regios, y los símbolos reales, como la “fleur-de-lis” [flor de lis], se sustituyeron por atributos republicanos, como la bandera tricolor y la consigna “libertad , igualdad, fraternidad”.

Este hecho de “quitar la condición real” a la capital implicaba inevitablemente “quitarle la condición clerical”, que provocó el cierre y la demolición de muchos monasterios e iglesias o en algunos casos su transformación a beneficio del “populacho” en hospitales, escuelas o almacenes para guardar grandes cantidades de harina, vino y otros alimentos esenciales, y evitar así que sus precios se dispararan en caso de malas cosechas.

La capital francesa parecía destinada a convertirse en una ciudad de y para el “pueblo humilde”, el “demos”, una ciudad literalmente democrática. Sin embargo, esta idea no agradaba en absoluto a los burgueses acomodados, que habían apoyado los movimientos revolucionarios mientras habían atacado al orden feudal establecido, pero que se sintieron amenazados y se volvieron reaccionarios cuando los revolucionarios parisinos empezaron a luchar por unos objetivos contrarios a las ideas “liberales” y a los intereses capitalistas de la burguesía. Eso ocurrió en 1792, 1848 y 1871. En cada una de estas ocasiones la burguesía logró reprimir los intentos de radicalización revolucionaria, logró frustrar los esfuerzos de hacer que París fuera más plebeyo y, en vez de ello, transformar un poco más la antigua “ciudad real” en una metrópoli burguesa.

Bajo los auspicios de Napoleon, que había sido alzado al poder por la burguesía y resultó ser un defensor a ultranza de sus intereses de clase, se llevó a cabo el aburguesamiento sistemático de París. El corso, que provenía de una familia que tanto se podía considerar de la baja nobleza como de la alta burguesía, fue en gran parte responsable de que el oeste de París (que antes de la Gran Revolución había estado monopolizado por una élite de alta cuna, la nobleza) pudiera ser colonizado por una élite de altos ingresos, la (alta) burguesía. Se consiguió gracias a la construcción de amplias avenidas, inspiradas en los ya existentes Campos Elíseos, en las que las personas ricas podían construir casas prestigiosas para vivir en ellas, o para venderlas o alquilarlas a altos precios; esas avenidas convergían en un amplio espacio en forma de estrella, la Place de l’Étoile. El oeste de París se convirtió así en el hábitat exclusivo de las personas ricas, las “gens de bien”, la clase acomodada.

Después de Napoleon y de la “Restauración” de 1815-1830, una breve vuelta tanto de la monarquía borbónica y la nobleza como de la Iglesia, se reanudó el aburguesamiento de París bajo el gobierno de un rey “constitucional” perteneciente a la Casa de Orleans, Luis Felipe, conocido como el “rey burgués” debido a que defendía unas políticas muy liberales. Y el aburguesamiento de París avanzó de forma espectacular cuando un sobrino de Napoleon gobernó Francia como emperador Napoleon III durante un par de décadas a mediados del siglo XIX. Bajo los auspicios del Prefecto del Departamento del Sena, Georges–Eugène Haussmann, conocido como el “Barón Haussmann”, se construyeron bulevares, vastos parques y plazas, y monumentos impresionantes que transformaron el centro de París en una metrópolis moderna. Con todo, la “haussmannización” de la ciudad tuvo también una dimensión contrarrevolucionaria. En primer lugar, se hizo desaparecer del centro de París la mayoría de los barrios de chabolas, junto con las personas pobres y agitadas que habitaban en ellos y, por lo tanto, una ciudadanía potencialmente revolucionaria. Con ello se hizo sitio para construcciones hermosas pero caras, “immeubles de rapport”, “edificios que generan dinero”, como tiendas, restaurantes, oficinas y pisos bonitos. Estos proyectos proporcionaron jugosas oportunidades de ganar dinero a los burgueses ricos, pero, sobre todo, a los grandes bancos que aparecieron entonces en la escena económica, entre ellos el Crédit Lyonnais, la Société Générale y el Banco Rotschild, en el que trabajó desde 2008 hasta 2012 el actual Presidente de la República, Emmanuel Macron. Unas 350.000 personas pobres fueron expulsadas así del centro de la ciudad.

Las “gens de bien”, las “personas con propiedades”, se instalaron en la ciudad y las “gens de rien”», las “personas que no tienen nada”, se vieron obligadas a salir de su centro. Se les expulsó hacia el este, al Faubourg Saint-Antoine y a otros distritos periféricos de la ciudad, el “París de la pobreza” situado al este, que resultó ser un planeta muy distinto del “París del lujo” situado en el oeste. Fue desde esta parte este plebeya desde donde en 1798 el demos parisino había invadido el centro de París para “quitar la condición real” a la “ville royale”, “revolucionarla” y “democratizarla”. En 1871 la Comuna de París fue un último intento de lograr ese objetivo, pero el levantamiento fue reprimido por tropas que, procedentes de Versalles, entraron en París por los distritos occidentales de la ciudad, donde fueron recibidos con los brazos abiertos, pero se fueron encontrando con una resistencia cada vez más fuerte a medida que avanzaban hacia el este de la ciudad, donde acabaron los combates con la ejecución de muchos comuneros y comuneras que había sido capturados.

La sangrienta represión de la Comuna selló el triunfo de una burguesía francesa que a partir de entonces fue resueltamente, casi fanáticamente, contrarrevolucionaria. Había terminado la “Era de las Revoluciones”, tanto en Francia como en el hervidero revolucionario del país, París. Parecía haber desaparecido para siempre la posibilidad de que la plebe de la capital la conquistara y, a la inversa, el aburguesamiento de la ciudad que había emprendido Napoleon parecía entonces un hecho consumado.

Con ocasión del primer centenario de la Gran Revolución en 1889 se certificó simbólicamente este triunfo de la burguesía con la construcción de la Torre Eiffel, una especie de tótem sobredimensionado que evocaba la modernidad, la ciencia, la técnica y el progreso, unos valores con los que en general se identificaba la “tribu” burguesa de Francia y del extranjero, y en particular la recién nacida “Tercera República” francesa. El “pilar republicano” funcionó también como símbolo fálico de la joven, dinámica y potente clase que la burguesía victoriosa creía ser.

La obra de Eiffel, que se alzaba sobre de las aguas del Sena y evocaba un faro, parecía irradiar la brillante luz de la modernidad a todo el país y, de hecho, a todo el mundo. Desde un punto de vista burgués, la Torre tenía también la cualidad de eclipsar tanto el muy horizontal Pont Neuf, emblema del antiguo París real, como Notre Dame, rostro arquitectónico de la antigua “ville royale”. La Torre proclamaba así la superioridad de la nueva Francia republicana y capitalista de la burguesía frente a la antigua Francia monárquica y feudal dominada por la nobleza y la Iglesia.Por último, la Torre sustituyó al Pont Neuf como principal atracción turística de la capital francesa y desplazó de hecho el centro de gravedad de la ciudad desde la Île de la Cité, centro de la rueda parisina, a las zonas burguesas del oeste de la ciudad, el suntuoso dominio del “beau monde” burgués.

Imagen: La Torre Eiffel durante la Exposición Universal de París de 1889, 
cuadro de Georges Garen (Wikimedia).

El gran especialista rumano en mitos y religiones antiguas Mircea Eliade afirma que los pueblos arcaicos tendían a sentirse abrumados por el vasto, aparentemente caótico y en muchos sentidos misterioso y aterrador mundo en el que habitaban, un mundo (o universo) del que no eran sino una parte infinitesimal, insignificante e impotente. Necesitaban poner orden y familiaridad en este mundo, es decir, transformar su caos en un cosmos, un mundo que siguiera siendo misterioso, pero que fuera hasta cierto punto familiar, comprensible y menos temible. Esto se solía hacer encontrando y marcando un centro, es decir, un lugar que tuviera un fuerte significado tanto en el espacio como en el tiempo, un espacio sagrado: ese lugar se consideraba el centro de un espacio geográfico, la tierra, y al mismo tiempo el lugar de un punto culminante en el tiempo, el lugar donde los dioses habían creado a los seres humanos y/o el mundo.

Un árbol muy viejo y grande o una montaña real o imaginaria, como una pirámide, podían servir de ese lugar sagrado, o si no, se podía construir un pilar o una torre y proclamarlo el centro (u ombligo, eje) del mundo y/o el lugar de la creación. Se puede decir que el ejemplo más famoso de este “axis mundi” era el zigurat o pirámide escalonada de la ciudad de Babilonia, la famosa Torre de Babel, conocida localmente en la época como Etemenanki, “el templo de la creación del cielo y la tierra”. Estas construcciones funcionaban como conexiones simbólicas entre la tierra y el cielo, permitían a los seres humanos ascender al cielo o, al menos, acercarse a él; y, a la inversa, permitían a los dioses descender a la tierra para crear a los seres humanos. Por consiguiente, también se consideraban escaleras y contenían escalones, que representaban peldaños, como en el caso de las terrazas de Etemenanki, los “Jardines Colgantes” de Babilonia, que los griegos consideraban una de las Siete Maravillas del Mundo.

Con la ayuda de estas ideas de Mircea Eliade se puede interpretar la construcción de la Torre Eiffel, su ubicación y sus características principales. Las revoluciones francesas que desde 1789 y hasta 1871 conmocionaron Europa y el mundo entero, pero sobre todo a la propia Francia, provocaron la desaparición del antiguo cosmos de la Francia feudal y monárquica, dominada por el binomio de nobleza e Iglesia. Después de casi un sigo de caos revolucionario emergió un nuevo cosmos, un orden capitalista en vez de uno feudal, cuyo exoesqueleto era una república y que estaba dominado económica y socialmente por la (alta) burguesía. Otros países iban a seguir su ejemplo, pero Francia fue el primero en lograr un estatus burgués casi perfecto, fue el Estado burgués primigenio.

La capital francesa, donde habían tenido lugar la mayoría de los principales acontecimientos revolucionarios, fue el epicentro de un emergente cosmos capitalista y burgués internacional. Por consiguiente, era de lo más conveniente que la metrópoli burguesa erigiera un monumento para confirmar y celebrar su estatus sagrado respecto al espacio y al tiempo: primero, como epicentro del nuevo mundo burgués y capitalista, y segundo, como lugar en el que se había producido, gracias a la(s) revolución(es), el nada fácil nacimiento de este nuevo mundo. La Torre Eiffel, el edificio más alto del mundo, era ese monumento, una especie de pirámide escalonada cuya perpendicularidad, interrumpida por tres pisos, evocaba también una escalera, como lo habían hecho las terrazas o “Jardines Colgantes” de Babilonia. Y, efectivamente, la Torre Eiffel proclamaba que París era la Babilonia, la ciudad de ciudades, del nuevo cosmos burgués.

La burguesía también había llegado al poder en otras ciudades europeas a lo largo del siglo XIX o principios del XX, por medio de revoluciones o no, pero ninguna capital se había aburguesado tan tempranamente ni tan completamente como París. Rusia, Alemania y el Imperio Habsburg eran monarquías, vinculadas a Iglesias “establecidas”, cuyas capitales iban a seguir siendo ciudades no solo reales, sino imperiales, que se jactaban de sus palacios imperiales y aristocráticos, en su mayoría magníficos. y de sus iglesias exuberantes. En Gran Bretaña la clase media-alta liberal se convirtió en socia, aunque solo socia menor, de una nobleza terrateniente conservadora que siguió estando al mando desde el punto de vista político, social y también arquitectónico y urbanístico. Así, Londres siguió siendo un mundo urbano con dos polos arquitectónicos feudales, en un extremo la Torre, una fortaleza medieval parecida a la Bastilla, un fósil del absolutismo real, y en el otro el tándem del palacio de Buckingham, un palacio de las Tullerías británico, y la abadía de Westminster, la Notre Dame londinense. No es casual que el estilo de la mayoría de las grandes creaciones arquitectónicas de la época se conociera como “victoriano”, lo que reflejaba e incluso enfatizaba su relación con la monarquía.

En comparación con otras capitales, después de 1871 París parecía “über–bourgeois”, burguesa por encima de todo. No es de extrañar que la ciudad fuera admirada, visitada y elogiada por mujeres y hombres burgueses, jóvenes y viejos, conservadores y vanguardistas de todo el mundo, esto es, del mundo “occidental”, que cada vez era más industrial, capitalista y, por supuesto, burgués. Personas burguesas acomodadas de todo el mundo convergían en París como los peregrinos católicos convergían en Roma o los peregrinos musulmanes en La Meca. A la inversa, un París aburguesado, simbolizado sobre todo por el urbanismo y la arquitectura “haussmannianos”, emigró a ciudades de todo el mundo donde la burguesía también había triunfado política, social y económicamente. Por ejemplo, Bucarest, Bruselas y Buenos Aires hicieron todo lo posible por parecerse a la capital francesa, con imponentes residencias y costosos “edificios que generaban dinero” situados en amplias avenidas o vastas plazas, y con imponentes edificios gubernamentales, bancos, bolsas, teatros, hoteles palacio y restaurantes de lujo.

En 1871 bajó el telón de la dramática “Era de las Revoluciones” francesa, pero por debajo de la superficie, y a veces por encima, persistió el conflicto de clases de menor intensidad y con él la simbólica “Batalla por París” librada entre ricos y pobres. La burguesía creía haber ganado la batalla, pero su victoria nunca fue verdaderamente completa. El este de París siguió siendo plebeyo e igualmente plebeyos, incluso proletarios, fueron los nuevos barrios pèriféricos que proliferaron al este y al norte de la capital, como Saint-Denis. Es ahí donde se instalaron los inmigrantes llegados de toda Francia y del extranjero en busca de trabajo en la capital, pero que no podían pagar los elevados precios de la vivienda en el centro y los barrios del oeste de la ciudad.

A lo largo de los 135 años pasados desde la construcción de Torre Eiffel, París logró seguir siendo burguesa, pero no con tanta seguridad como se podría creer. De hecho, esta supremacía burguesa se vio amenazada varias veces. No obstante, la ocupación alemana de 1940-1944 no fue un problema a este respecto, como cabría pensar. La burguesía prosperó en Francia, y especialmente en París, bajo los auspicios del ocupante y del régimen colaboracionista de Vichy, ambos ávidos practicantes de políticas de bajos salarios y altos beneficios. Hitler, que era él mismo un “petit bourgeois” que había sido cooptado por la“haute bourgeoisie” alemana y gobernaba en su nombre, admiraba París. No tenía intención de destruir la ciudad, pero en colaboración con el arquitecto Albert Speer planeó transformar Berlín de modo que la capital alemana ocupara el lugar de París como una Babilonia burguesa. El Führer también opinaba que muchos franceses no estaban descontentos con la presencia alemana en la “Ciudad de la Luz”, porque eliminaba “la amenaza de los movimientos revolucionarios” (2).

Foto: Visita de Hitler a París el 23 de junio 23 de 1940 (Wikimedia).

Y, efectivamente, en agosto de 1944, cuando los alemanes se retiraban de la ciudad y las tropas aliadas procedentes de Normandía no habían llegado todavía, se produjo una situación potencialmente revolucionaria que amenazaba la supremacía burguesa en París. Surgió así una oportunidad de que la Resistencia de izquierdas, dirigida por los comunistas, llegara al poder en la capital y potencialmente en todo el país, y en ese caso muy probablemente se habrían producido reformas anticapitalistas extremadamente radicales. Pero los estadounidenses frustraron esa posibilidad. El ejército estadounidense trasladó rápidamente a París al general de Gaulle (al que antes había ignorado, algo que él nunca perdonaría a los estadounidenses) y lo presentaron como el indiscutible líder supremo de la Resistencia, aunque en realidad no lo era. Pronto se convirtió en jefe del gobierno de la Francia liberada. Su entrada triunfal en la capital no se escenificó en la plaza de la Bastilla ni en ningún otro lugar del este de París, sino en los Campos Elíseos, la calle principal de los mismos distritos occidentales donde en 1871 una bienvenida entusiasta esperaba a las tropas que acudían desde Versalles para ahogar en sangre a la Comuna. De Gaulle iba a garantizar que el orden socioeconómico burgués se mantuviera intacto en Francia y con un París, como la guinda del pastel, que iba a seguir siendo igualmente burgués.

Foto: Charles de Gaulle camina por los Champs Élysées el 26 de agosto de 1944 (Wikimedia)

El hecho de que el aburguesamiento de París nunca estuvo totalmente asegurado también se hizo evidente que en mayo de 1968, cuando obreros y estudiantes se declararon en huelga y se manifestaron en el Barrio Latino y otras partes del centro de la ciudad, y la situación amenazó con degenerar en una guerra civil o una revolución.

Por otra parte, también hubo intentos de perfeccionar el aburguesamiento de la Ciudad de la Luz. Así es como se pueden interpretar los grandes proyectos que se emprendieron en el este de la capital, primero por parte del sucesor del general de Gaulle, Georges Pompidou, que decidió que las últimas barriadas del centro de París dejaran sitio a un centro de arte que recibió su nombre. Poco después, bajo los auspicios del presidente François Mitterand, en teoría socialista pero en realidad un “bourgeois gentilhomme”, “burgués gentilhombre”, iniciativas como la construcción de una nueva ópera en la plaza de la Bastilla y un nuevo Ministerio de Finanzas, así como de un estadio deportivo en el barrio obrero de Bercy, pretendían oficialmente rejuvenecer el este de la ciudad a beneficio de sus habitantes plebeyos, pero los planes urbanísticos de Mitterand en realidad fueron una gentrificación a beneficio de la burguesía y especialmente de su “jeunesse dorée” o juventud dorada, para la que el oeste de París probablemente era demasiado burgués en el sentido de “aburrido”.

En 2018 surgió una nueva amenaza para el París burgués en forma de un movimiento cuyos numerosos y alborotadores participantes se conocieron como los “Chalecos Amarillos”. Estos manifestantes eran los “sospechosos habituales”, es decir, plebeyos de los barrios y suburbios del este de la capital a los que su unieron personas de toda Francia e incluso del extranjero en sus invasiones semanales de la ciudad. Se manifestaron muy provocativamente no solo en la Plaza de la Bastilla y en otros lugares de su “territorio” en el este de París, sino también en el corazón del “París del lujo” de la parte occidental, incluidos los Campos Elíseos. Los “Chalecos Amarillos” se la tenían jurada a la persona y al político del presidente Macron, un exbanquero que era tan presidente-burgués como Luis Felipe había sido un rey-burgués. El París burgués tembló mientras duró el movimiento, hasta que en 2020 la pandemia de COVID-19 proporcionó una justificación perfecta para prohibir las grandes concentraciones.

La reciente organización de los Juegos Olímpicos se puede ver, y entender, desde la misma perspectiva. En efecto, se han definido los Juegos Olímpicos modernos como un “capitalismo de celebración” (3), es decir, un fasto para la “clase capitalista” burguesa, cuya “crème de la crème” está formada actualmente por propietarios hiperricos, grandes accionistas y directivos de empresas multinacionales, magnates de los medios de comunicación, sus aliados financieros, juristas y celebridades multimillonarias como Lady Gaga, Céline Dion, etcétera. El objetivo fundamental de esta clase es maximizar los beneficios. Y la función de los Juegos Olímpicos es permitir esta acumulación de riquezas con la colaboración de la ciudad y el país anfitriones, que se supone facilitan esta privatización de los beneficios no exclusivamente, sino fundamentalmente, por medio de la socialización de los costes (4). Esta élite del capitalismo multinacional patrocina los Juegos Olímpicos y entre sus miembros hay sobre todo corporaciones originarias de Estados Unidos (actual centro de gravedad del sistema capitalista mundial), como Coca-Cola, pero también empresas francesas como Louis Vuitton (LV), que suministra todo tipo de productos de lujo, una empresa que floreció durante la ocupación alemana que, como hemos mencionado, no fueron malos tiempos para la élite burguesa francesa, típica consumidora de los muy caros artículos que LV pone a su disposición.

Esta élite internacional estaba deseando celebrar sus Juegos Olímpicos en París, pero en un París agradable, en un París en el que pudieran sentirse como en casa, y eso significaba la parte occidental y burguesa de la ciudad, el “París del lujo”. A su vez, para la burguesía, la “clase capitalista” de París y de toda Francia, los Juegos Olímpicos suponían una oportunidad de oro en dos sentidos. Primero, para obtener unos beneficios nunca vistos, por ejemplo, cobrando unos precios exorbitantes por las habitaciones de hoteles buenos del oeste de París, que incluso en épocas normales son caros, y también por los balcones de los pisos superiores de los edificios “que generan dinero” situados en lugares favorables, desde los que turistas adinerados podían aclamar a los atletas a su paso. En segundo lugar, y más importante al menos para lo que pretendemos, los Juegos Olímpicos también ofrecían a la burguesía la posibilidad de confirmar una vez más e incluso fomentar el aburguesamiento de la ciudad, y de permitir que París volviera a brillar, aunque fuera solo durante unas semanas, como la Babilonia de la burguesía internacional. En este contexto fue en el que se llevó a cabo la “limpieza social” (nettoyage social) de la ciudad, en concreto con la expulsión de las personas sin hogar y la concomitante “ocultación de la pobreza” (invisibilisation de la pauvreté) (5).

Así, también se puede entender por qué el día de la inauguración los barcos con miles de atletas a bordo salieron del puente de Austerlitz, situado en la cúspide del centro histórico de la ciudad y de sus barrios del este, el “París de la pobreza”. El espectáculo olímpico daba la espalda al París plebeyo al salir de ahí, de modo que se podía dejar sin ser vistos ni mencionados la plaza de la Bastilla, primordial “locus delicti” revolucionario, y, detrás de ella, el Faubourg Saint-Antoine, antaño la guarida del león revolucionario, en gran parte literalmente atrincherado; bastó con que anteriormente, concretamente el 14 de julio, día de la Toma de la Bastilla, la antorcha olímpica pasara brevemente por ese barrio. Así, la flotilla, impertérrita ante desagradables asociaciones con la Revolución francesa y las revoluciones en general, pudo descender alegremente por el Sena hasta el oeste de París, el París en el que una “celebración del capitalismo» deportiva era tan bienvenida como lo habían sido las tropas procedentes de Versalles y el General de Gaulle en 1871 y 1944, respectivamente.

Forzosamente también se tuvieron que utilizar para los Juegos Olímpicos algunas de las infraestructuras deportivas que resultaban estar en otros lugares, como el estadio nacional de fútbol y de rugby del barrio periférico plebeyo de Saint-Denis, un impresionante recinto conocido como Estadio de Francia. Con todo, la mayor cantidad posible de eventos, incluidos los más espectaculares, tuvieron lugar en los barrios del oeste. Las maratones acabaron en la vasta Explanada de los Inválidos y los ciclistas llegaron al fotogénico lugar que se podría considerar el punto topográfico central de los Juegos Olímpicos parisinos, prácticamente en la base de la Torre Eiffel, donde también se habían levantado instalaciones provisionales para pruebas como tenis y voley playa. Ahí fue también donde los atletas desembarcaron de los barcos para asistir a la ceremonia inaugural. En aquella ocasión, la columna de Eiffel, resplandeciente con miles de luces, proclamó a los parisinos, a los atletas y a todo el mundo no solo que la celebración olímpica del capitalismo era bienvenida en París, sino también que París seguía perteneciendo a la burguesía, al menos hasta que volviera a correr el peligro de una segunda venida de los “chalecos amarillos” o de la aparición de otra horda plebeya.

Notas:

(1) Véase Jacques R. Pauwels, “Napoleon Between War and Revolution”, Counterpunch, 7 de mayo de 2021.

(2) Véase los cometarios sobre París (incluida la Torre Eiffel) y Berlín in Adolf Hitler, Libres propos sur la guerre et la paix, París 1952, pp. 23, 81, 97.

(3) Véase Jules Boykoff, Celebration capitalism and the Olympic games, Londres 2014.

(4) Jules Boykoff, autor del concepto de “capitalismo de celebración”, considera los Juegos Olímpicos una forma inversa de economía de goteo, por la que la riqueza en realidad gotea hacia arriba, de los pobres a los ricos.

(5) Igor Martinache, “L’olympisme, stade suprême du capitalisme (de la fête)?”, Revue Française de Socio-Économie, 1:32, 2024, https://shs.cairn.info/revue-francaise-de-socio-economie-2024-1-page-5?lang=fr.

Jacques R. Pauwels es un prestigioso historiador y politólogo, e investigador asociado del Centre for Research on Globalization (CRG). Sus últimos libros publicados en castellano son Grandes negocios con Hitler, El Garaje Ediciones 2021, y Los grandes mitos de la historia moderna, Boltxe Liburuak 2021, que publicará a lo largo del mes de septiembre La Gran Guerra de clases, 1914-1918. Próximamente también se publicará en inglés How Paris Made the Revolution and the Revolution (re)made Paris, Iskra Books, US/UK/Ireland.

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.