Los valores individualistas del humano antoconstruido -del emprededor de sí mismo cuya versión cool se desgrana en biografías de artista, de rockero, etc- apuntan siempre al mismo modelo anarcocapitalista de Ayn Rand que el pobre Gary Cooper, sin entender muy bien su papel, interpretaba en The Foutain/El Manantial: un arquitecto al que nadie doblegará su voluntad y que, contra todos si hace falta, construirá su sueño, en este caso arquitectónico. Los arquitectos son la encarnación heroíca del emprededor, la mejor figura, la del demiurgo de carne capaz de darle al capitalismo una figura civilizacional o por lo menos con algo de trascendencia. El libro de Aynd Rand, una anticomunista feroz salida de la Rusia blanca, es la biblia capitalista del país del destino manifiesto al que dios ha agraciado para arrasar hasta la última frontera, hasta Marte empuja Musk. Esta temporada, El Brutalista, biopic de un arquitecto judío europeo salido de un campo de concentración, va del mismo rollo de redención, redención, los yankees no saben contar otra historia.
1943
Por lo visto Ciencia ficción capitalista de Michel Nieva crítica la ciencia ficción capitalista al descubrir que efectivamente es una vertiente de lo que me gusta llamar, con Mark Fisher, realismo capitalista con Mark Fisher, o espectáculo con Guy Debord. Parece ser que la crítica del librito pierde fuelle rapidamente y el de la reseña de abajo quería más. Pero merece la pena ir más lejos? Musk con sus fantasias marcianas suena a rancio, a occidente terminal, da para unas risas como en este video.
La única vez que he hablado en mi vida con el por lo demás admirable Jorge Herralde,
tras cumplir con el motivo que nos había reunido con Luis Goytisolo,
saqué el tema de la literatura de ciencia ficción y él lo rechazó con
elegante firmeza. Después su editorial, Anagrama (supongo que ya no bajo
su guía directa por pura lógica de edad), ha sido ejemplo de esa
travesía a la que hemos asistido en los últimos años: esconder el
término «ciencia ficción» en cualquiera de sus publicaciones, luego
mencionarlo para negarlo («no se trata de ciencia ficción, sino…»), más
tarde utilizar el incluso más abominable «una obra que trasciende la
ciencia ficción», después admitir su existencia como algo de interés
folklórico (véase la publicación de biografías de autores a los que a su
vez no se publica) y finalmente aceptarlo al punto de dar a luz, como
en el caso que nos ocupa, un ensayo sobre el género que incluye la
etiqueta en su propio título. En el fondo para decir que es caca, pero
de una valiosa forma más sofisticada.
Michel Nieva es un interesante autor argentino al que tenía pendiente
leer. Aquí, en las primeras sesenta páginas de este breve volumen, pura
y simplemente da en el clavo. Me parece muy difícil que cualquier
análisis del impacto y la relevancia de la cf en los próximos años en
términos más allá de lo literario no pasen por el concepto de «ciencia
ficción capitalista» que Nieva desarrolla de forma impecable. Porque esa
es una de las cuestiones clave para entender la ciencia ficción: es
literatura, sí, y como tal hay que juzgarla, pero también es algo más,
sí, y en esos términos tiene un potencial mayor que el del 95% de lo que
se publica como literatura.
En resumen, Nieva lanza la idea de que el capitalismo tecnológico (lo
que genéricamente solemos denominar como Silicon Valley) se ha
apropiado del lenguaje de la ciencia ficción, y además utiliza buena
parte de sus especulaciones como justificación para sus actos. ¿Que
viene el cambio climático? Bien, la ciencia siempre podrá inventarse
algo. ¿Que nos cargamos el planeta? Bueno, llevamos siglos soñando con
llevarnos el tinglado a otra parte. Con dinero y talento emprendedor,
amigos, todo puede solucionarse.
«Mientras el capital condena a los
trabajadores del mundo a un presente perpetuo de inestabilidad,
incertidumbre y endeudamiento, son los multimillonarios los únicos
capaces de avizorar y monetizar ese porvenir. Así, la ciencia ficción
capitalista es la violencia que restringe el monopolio de imaginar
nuestro futuro a las corporaciones», afirma de manera tajante y, a mi
juicio, poco discutible. El argumento de Nieva camina en la misma línea
de diversos trabajos publicados en Estados Unidos para explicar la
famosa afirmación de por qué es más fácil pensar en el fin del mundo que
en el del capitalismo. Cómo la imaginería de la cf, consolidada en la
opinión pública, es utilizada por las nuevas elites económicas para
ofrecer un sueño de futuro en medio de un presente sin esperanza
(también para ti, amigo proletario, empieza a lamer botas, porque el
ascensor social existe en nuestro sistema, ja, ja). Todo parte de un
proceso que no menciona pero está implícito en su argumentación: algunos
frikis pasaron de ser los desheredados de la Tierra a los dueños del
mundo, de que se les rieran en el instituto a mandar cohetes quizá hasta
Marte para crear ahí su nueva utopía. Admito el uso de este término
aquí en su acepción chestertoniana: la utopía de los señores que mandan
en ella probablemente es la pesadilla de los subordinados.
Nieva acierta al denunciar la aporía del razonamiento dominante según
el cual el mismo sistema y las mismas tecnologías que han destruido el
planeta pueden ser los que salven a la humanidad y colonicen
ordenadamente otros mundos. Y también al mencionar precedentes no del
todo obvios: la idea germinal de Hugo Gernsback de que «el destinatario
natural» de la ciencia ficción fuera el empresario, el emprendedor; la
mitología ciberpunk del llanero solitario triunfante en un entorno
incomprensible para los demás; incluso la participación de Arthur C.
Clarke en el desarrollo de los satélites, «el punto nodal entre ciencia
ficción y capitalismo (…) la primera tecnología que privatizó Estados
Unidos y liberó al usufructo corporativo». También se permite bromear
sobre la posibilidad de que el «componente especulativo» de la ciencia
ficción hiciera referencia a la especulación financiera, y concluye:
«¿Será la ciencia ficción una fase superior del capitalismo, la
asociación más virtuosa entre empresariado, tecnología y literatura?».
Guau. Nosotros pensando en nuestras cositas y resulta que esos
autores que no puedes comprar en las librerías, los que nuestros propios
lectores más jóvenes no conocen, son el faro que guía el sendero del
futuro para los tipos que aparentemente lo diseñan. Y todo suena
verosímil, cuadra, está justificado en las declaraciones de interesados
como el granujilla de Elon Musk, etc. Mis dieses hasta aquí, en resumen.
El
problema del librito de Nieva es que las setenta páginas posteriores,
más de la mitad del libro, no son tan efectivas. Mientras en las
primeras abundan los datos, se cita a autores del género de forma
acertada, se hila un discurso, en las siguientes, interesantes por lo
demás, tengo la impresión de que ha pegado cuatro textos escritos sobre
temas tenuemente asociados que no tienen la misma relevancia y solidez,
aunque estén vagamente relacionados y completen la extensión de librito.
Y si no es así, entonces en cualquier caso no sigue a la misma altura.
El primero de los capítulos posteriores, «Cambio climático. El gran
orgullo del hombre blanco», es el más interesante, a partir de la idea
de que la narrativa apocalíptica es una fantasía blanca masculina
cisheterosexual, ya que sólo el macho empresario se ve capaz (ja, ja de
nuevo) de ponerle remedio. A partir de algunas tendencias como la de
hacer barbacoas para quemar todo el carbón posible porque así somos los
machotes (es cierto, existe), Nieva desarrolla esa ideal central sin
argumentarla mucho más allá de algunas publicaciones entorno a la idea
del «ecopragmatismo», realmente asquerosa, pero el texto no pasa de
describir del tema.
Muchos más problemas me plantea «Ciencia ficción comunista o
socialismo interplanetario», que es un articulito con muy importantes
carencias. Si en las páginas anteriores Nieva mostraba conocimiento del
género y apenas cometía nada más que un error significativo (al
calificar a Judith Merrill como autora de ciencia ficción «dura»), aquí
el autor ignora por completo la existencia de una escuela «izquierdista»
de cf estadounidense, por desconocimiento o por no encajar con el
discurso global que quiere transmitir con el volumen.
El capítulo se centra en explicar la (por otro lado, absolutamente memorable) historia de la Cuarta Internacional Posadista,
un movimiento argentino que pretendía fusionar comunismo con ufología.
Por lo que relata Nieva, la historia daría para uno de esos libritos de
historia y ascopena de Eric Vuillard,
y no la destripo porque es extremadamente curiosa. Pero el hecho de que
cite a los Posadistas y derivados como única alternativa «al monopolio
de la imaginación cósmica de la ciencia ficción capitalista» demuestra
que no conoce o no quiere dar valor porque contradicen su argumentario a
Frederick Pohl, Robert Sheckley, Iain Banks, Ken McLeod y tantos otros
si nos limitamos estrictamente a la cf anglosajona.
En particular, se echa de menos que Nieva dé cancha sin cuestionarlos
a algunos razonamientos totalmente contrarios a un concepto tan en
vigor en la cf como el de «el bosque oscuro»,
popularizado sobre todo por el chino Cixin Liu, porque de hecho no
menciona ni una sola vez a ningún escritor de cf no anglosajón, lo que
parece un tanto contradictorio con sus planteamientos (si bien es cierto
que el fundamento de la cf capitalista está donde está, es decir, en la
tradición estadounidense).
Luego, tanto «Ciencia ficción capitalista, fase superior del
colonialismo» como el Epílogo (una suerte de relato metaficticio en que
se aplica lo anterior) me resultan bastante ajenos. El razonamiento de
fondo del capítulo es que los pueblos indígenas, «los sobrevivientes del
fin del mundo que trajeron el capitalismo y el colonialismo son los
únicos portadores de la sabiduría que ilustra formas diferentes de
habilitar este y otros planetas de cara a un final irreversible».
A mí como lector de ciencia ficción el que se remita a la Pachamama
(literalmente, no es un decir) como referente para el futuro desarrollo
de la humanidad se me hace bastante cuesta arriba, quizá en mi
condición de blanco (o no, según quien lo diga en USA), cisheterosexual
miembro del grupo dominante etc. También porque, pese a todo, mantengo
cierta fe en la ciencia en sí, más allá de su uso comercial.
Pero sobre todo me molesta que Nieva desconozca o prefiera ignorar lo
muy interesada que ha estado la cf por otras formas de desarrollo
social alternativas al capitalismo occidental, incluso en novelas tan
conocidas como Dune o en la práctica totalidad de la obra de Jack Vance y buena parte de lo mejor de Robert Silverberg, sin olvidar tendencias actuales como el afrofuturismo, la obra de su paisana Angélica Gorodischer
etc. Como en el capítulo anterior, Nieva no ha hecho los deberes y su
tratamiento superficial, como de ocurrencia a la que pega sus propios
intereses sin buscar más, contrasta con el de las primeras páginas,
recordándonos otros lamentables acercamientos a la literatura de cf
tomando el rábano por las hojas que hemos sufrido a lo largo de los
años.
Ciencia ficción capitalista, en suma, abre puertas y es sin
duda una aportación interesante, pero se cierra sólo como peldaño
esperemos que a obras mayores. Para un lector ajeno al género
probablemente despertará su interés por el fenómeno anómalo que supone
la ciencia ficción, para el encallecido sólo aporta un desarrollo de una
única idea interesante, para la que quizá habrían bastado treinta
páginas.
Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos
salvarán del fin del mundo, de Michel Nieva (Anagrama, Nuevos cuadernos
Anagrama 79, 2024)
144 pp. Bolsillo. 12,90€
La saisie de la justice états-unienne pour condamner cinq firmes high
tech de blessures et d'exploitation d'enfants dans les mines de cobalt
en République démocratique du Congo est une occasion pour rappeler au
monde occidental capitaliste qu'il jouit de biens à travers un
impérialisme génocidaire dont il s'en indiffère jusqu'à ce que ça lui
revienne dans la gueule.
C'est une nouvelle qui ne comptera guère dans les esprits en France,
mais elle mérite qu'on s'y attarde. L'organisation non gouvernementale
(ONG) International Right Advocate a porté plainte, au nom de 14 parents
et enfants de la République démocratique du Congo (RDC, ex-Zaïre),
contre Apple, Google, Microsoft, Dell ou encore Tesla, auprès de la
justice fédérale états-unienne pour travail forcé d'enfants dans les
mines de cobalt avec fort risque de blessure ou de décès. Un procès qui
promet d'être historique en raison des noms des firmes accusées (cf
liens n°1, n°2, n°3).
Matières premières maudites!
Mais qu'est-ce que le cobalt? C'est un matériau fort utilisé dans les
industries de pointe que sont l'informatique, la téléphonie mobile,
mais aussi l'automobile car il sert de composant à la fabrication de
batteries au lithium. Et avec la montée de la demande en smartphones et
surtout en voitures électriques dans le monde - d'où le fait que Tesla
soit dans le box des accusés -, les fournisseurs se doivent d'accentuer
la production et donc de dégrader les conditions d'exploitation. Or, pas
moins de 60% des réserves mondiales de cobalt se trouvent dans la seule
RDC. N'oublions pas un autre matériau fort précieux pour la haute
technologie qu'est le coltan, dont 60 à 80% des réserves mondiales se
trouvent également dans l'ex-Zaïre, attirant ainsi les convoitises des
pays occidentaux ou de la Chine.
Vu leur utilité, la RDC devrait pouvoir afficher un niveau de développement faramineux. Que nenni!
Ces ressources minières, et d'autres matières premières (cuivre,
diamant, or, zinc, étain, pétrole, uranium, fer, manganèse, etc.)
happées, voire pillées, seules les firmes multinationales en voient la
couleur, tant elles dominent les structures économiques et sociales. Le
Congo-Zaïre illustre à la fois l'impérialisme mené envers lui, comme
envers plusieurs autres pays africains d'ailleurs, mais également ce que
les économistes appellent le syndrome hollandais. C'est-à-dire un pays
disposant d'une grande quantité de ressources naturelles mais demeurant
incapable de pouvoir se développer car condamné à être un fournisseur en
matières premières et non à mettre en place une industrie locale
puissante, excepté peut-être l'industrie minière comme "vache à lait"
pour un pouvoir local corrompu et au service d'autres continents. Reste
à savoir si la réforme du code minier en RDC, votée en 2018 sous la fin
de la présidence de Joseph Kabila et les ambitions de Félix Tshisekedi en matière de politique industrielle seraient en mesure de changer la donne. Ce dont on peut, hélas, en douter.
Une indifférence sanglante
Mais surtout, ce qui est frappant, en tant que personne d'origine
congo-zaïroise, c'est l'indifférence qui s'observe au niveau médiatique
ou politique sur le pays le plus peuplé de la francophonie, qui souffre
de martyre depuis le milieu des années 1990. Et malgré les efforts du
docteur Denis Mukwege, prix Nobel de la paix en 2018,
pour exposer la situation, avec des estimations allant de 6 à 12
millions de morts, notamment dans l'Est du pays, concentrant l'essentiel
des mines de coltan plus d'autres matériaux, le viol des femmes comme
arme de guerre, etc. un silence coupable dure. Pourquoi? Ce serait
exposer la culpabilité du Rwanda voisin, dont le génocide des tutsis en 1994 a déstabilisé l'Afrique des Grands Lacs
et que Paul Kagame, protégé par plusieurs pays occidentaux, a profité
de la fuite de génocidaires hutus dans l'Est du Congo-Zaïre pour
intervenir dans ce pays, en espérant y mettre un pantin au pouvoir à
Kinshasa. Ce qu'il pensait faire avec Laurent-Désiré Kabila, chassant
Joseph-Désiré Mobutu en 1997, mais Kabila père ne voulut pas jouer ce
rôle, provoquant ainsi une guerre de 1998 à 2003, puis plusieurs
rébellions dans les années qui suivirent, avec son allié Yoweri
Museveni, président de l'Ouganda, prétextant également la présence de
rebelles comme les Forces démocratiques alliées sévissant autour de la
ville de Béni, au Nord-Kivu (cf lien n°4).
Que ce soit des groupes rebelles étrangers ou des rebelles locaux
appuyés par des pays voisins, ou même l'armée congolaise, ainsi que la
police, le racket est leur règle d'or pour pouvoir s'enrichir et
continuer à foutre le bordel dans l'Est du Congo-Zaïre. C'est ce que
rappelle une étude de l'ONG IPIS en 2017,
où près d'un millier de barrages routiers existent dans les provinces
du Nord-Kivu et du Sud-Kivu, générant plusieurs millions de dollars de
revenus.
En tout cas, face à cette indifférence sanglante - "l'indifférence, c'est la haine doublée du mensonge"
-, certains artistes d'origine congo-zaïroise tels Kalash Criminel,
Naza ou Gradur ont lancé des messages sur les réseaux sociaux pour
alerter sur ce sujet (cf lien n°5). Certains esprits chagrins diront que
c'est délivré par des smartphones ou ordinateurs contenant probablement
du matériau congolais et du sang de mineurs congolais exploités et que
c'est par conséquent contradictoire. Cependant, ces artistes-là sont, je
pense, conscients de cela. Je n'échappe pas non plus à cette
contradiction. Mais je veux en tirer une réflexion pour améliorer leur
condition. Ce qui peut amener à se poser la question du dépassement du capitalisme par exemple.
Les
think tanks sont devenus des acteurs majeurs du débat politique, mais
leurs liens privilégiés avec le monde des affaires et l’absence d’une
régulation adéquate contre les abus en font aussi des véhicules de
lobbying particulièrement commodes. Nouveau rapport de l’Observatoire
des multinationales.
Publié le 9 mai 2023
Notre rapport Think tanks : laboratoires d’influence
montre que derrière l’apparence d’un « marché des idées » égalitaire et
ouvert à tou·te·s, le monde des think tanks est profondément biaisé en
faveur des acteurs disposant des moyens financiers les plus conséquents,
à savoir les grandes entreprises. Cela vaut même pour des think tanks
historiquement ancrés à gauche. Le rôle des thinks tanks s’est renforcé à
mesure que les gouvernements réduisaient les crédits à la recherche
publique et menaient des politiques de réduction du nombre des
fonctionnaires, privant les administrations des compétences internes
nécessaires pour mener leurs missions.
Les politiques de financement et de recrutement des think tanks et
les liens privilégiés noués aussi bien avec les grands groupes qu’avec
les responsables politiques en font des viviers de conflits d’intérêts.
Les liens d’intérêts sont rarement explicités comme tels alors que les
personnalités de think tanks sont cesse appelées à s’exprimer dans les
médias ou dans des événements publics.
Pour les entreprises, les think tanks sont un outil de lobbying très
spécifique qui permet d’influencer indirectement ou directement les
décideurs principalement à travers le cadrage et le filtrage du débat
public et médiatique : quels sujets seront débattus et feront la une des
médias, sur quelles données on se basera, quelles questions seront
posées, quelles options seront envisagées et lesquelles ne le seront
pas... Cette influence est d’autant plus efficace qu’elle se cache
derrière une apparence d’objectivité intellectuelle et de recherche de
l’intérêt général.
Les think tanks, à travers les événements publics ou privés qu’ils
organisent et directement à travers la composition de leurs organes de
gouvernance, sont aussi des lieux d’entre-soi entre dirigeants publics
et privés, ces derniers bénéficiant ainsi d’un accès privilégié aux
décideurs·ses.
Pour toutes ces raisons, il semblerait normal que les think tanks
soient soumis aux mêmes règles de transparence et de déontologie que la
plupart des autres acteurs du lobbying et des structures d’expertise
jouant un rôle dans les décisions publiques. Ce n’est pas le cas
aujourd’hui. La plupart des think tanks ne sont pas inscrits dans les
registres de transparence du lobbying français et européens, et il n’y a
pas d’obligations de transparence ni sur les liens financiers entre
entreprises et think tanks, ni sur les liens d’intérêts des
« expert·e·s » que ces derniers mobilisent.
La cerise sur le gâteau est qu’une grande partie du travail
d’influence effectué par les think tanks est financé directement ou
indirectement par le contribuable, à travers des subventions publiques
ou à travers le crédit d’impôt mécénat qui permet aux entreprises de
récupérer 60 % des dons qu’elles leur versent.
Plus personne n’ignore le rôle macabre que le Royaume-Uni joue dans les événements tragiques qui ont lieu en Ukraine.
Fin novembre 2023, David Arakhamia, qui n’est personne d’autre que le
chef de la fraction parlementaire du parti de Volodymyr Zelensky
« Serviteur du Peuple », a évoqué dans une interview accordée à la
chaîne de télévision ukrainienne « 1+1 » les circonstances des
négociations entre la Russie et l’Ukraine qui ont eu lieu à Istanbul en
mars-mai 2022 alors qu’il était à la tête de la délégation ukrainienne.
Arakhamia se souvient de la position des Russes à l’époque : « Ils
ont espéré presque jusqu’au dernier moment que nous allions accepter la
neutralité. Cela était leur objectif principal. Ils étaient prêts à
terminer la guerre si nous prenions la neutralité - comme la Finlande
autre fois - et si nous prenions des obligations de ne pas entrer dans
l’OTAN ».
En parlant des raisons de l’annulation de l’accord il n’en a évoqué
qu’une seule sérieuse - la visite du premier ministre britannique Boris
Johnson à Kiev, le 15 novembre 2022 : « ...Boris Johnson est venu à Kiev
et a dit que « nous ne signerons rien du tout avec eux. Nous allons,
tout simplement, faire la guerre ».
Il est à noter que le parlementaire n’a pas prononcé un seul mot concernant le massacre de Boutcha.
Et, rappelons-nous, l’unique version officielle de Kiev et du camp
« atlantiste » de l’époque de la raison de l’arrêt des pourparlers avec
les Russes et de l’annulation de l’accord d’Istanbul était le prétendu
« massacre de la population civile perpétré par des troupes russes à
Boutcha ».
Ce bras droit de Zelensky termine son interview avec la grande fierté d’avoir dupé la délégation russe : « Nous
avons accompli notre mission de faire trainer les choses avec la note 8
sur 10. Ils se sont [les russes] décontractés, sont partis - et nous
avons pris la direction de la solution militaire ».
Cette révélation a fait découvrir au grand public ukrainien stupéfait
la réalité de la guerre qui aurait pu aisément être arrêtée à ses
débuts et que ce n’est qu’à l’initiative directe de l’Occident collectif
via son émissaire Boris Johnson qu’elle a été relancée d’une manière
forcée et a eu comme conséquences des centaines de milliers de morts
ukrainiens et encore davantage de blessés graves et de mutilés, ainsi
que la destruction quasi totale de l’économie et des infrastructures du
pays. Il faudra des décennies au pays pour s’en remettre et revenir au
niveau d’avant-guerre qui était déjà tout à fait déplorable.
Allocution du représentant de la Russie au conseil de sécurité de l’ONU
Ayant actuellement la présidence du Conseil de Sécurité de l’ONU, le
Royaume-Uni a organisé, le 18 novembre 2024, une réunion sur l’Ukraine
dédiée à 1000 jours depuis « l’agression de l’Ukraine par la Russie ».
Il y a beaucoup à dire sur les donneurs de leçon sur « la paix, la
démocratie et les droits de l’homme » produite par les représentants de
l’île britannique. Cela étant, dans ces pages je ne me limiterai qu’à
l’exposition de la traduction intégrale de l’allocution de Vasiliy
Nebenzia, représentant permanent de la Fédération de Russie à la réunion
du conseil de sécurité de l’ONU sur l’Ukraine, qui expose précisément à
qui nous avons affaire, quand on parle de la couronne britannique, et
je ne rajouterai que quelques faits supplémentaires pour compléter la
vision de la réalité souvent méconnue par un grand nombre de lecteurs :
« Monsieur le Président,
Il y a un certain symbolisme dans le fait que ce sont nos collègues
britanniques qui présideront le Conseil de sécurité ce mois-ci, qui ont
insisté pour que la réunion d’aujourd’hui coïncide avec 1 000 jours
depuis que la crise ukrainienne est entrée dans une phase chaude. Nous
avons, une fois de plus, eu une excellente occasion de nous assurer que,
pour vous et vos collègues, il ne s’agit que d’un prétexte médiatique
accrocheur pour diffamer la Russie, en y accrochant ces étiquettes
éculées qui, comme on pouvait s’y attendre, abondaient dans les discours
des membres occidentaux du Conseil. Et dans votre pays – la
Grande-Bretagne – la russophobie a longtemps été élevée au rang de
politique d’État, bien avant février 2022.
Permettez-moi de vous rappeler qu’en préparant la réunion
d’aujourd’hui, vous avez manqué une autre occasion médiatique, bien plus
importante dans le contexte de la crise ukrainienne que la date que
vous avez choisie. Vendredi dernier, le 15 novembre, cela faisait
exactement 950 jours depuis la visite de l’ancien chef du gouvernement
britannique Boris Johnson à Kiev, lorsque, comme nous le savons tous
avec certitude, il avait dissuadé le chef du régime de Kiev de signer un
accord de paix avec la Russie, paraphée à Istanbul, qui mettrait un
terme aux hostilités. Nous en étions alors très proches. En signe de
bonne volonté, la Russie a même retiré ses troupes du nord de l’Ukraine,
notamment à proximité immédiate de Kiev.
En d’autres termes, 50 jours après le début de notre opération
militaire spéciale, alors que les pertes dans les rangs des forces
armées ukrainiennes n’étaient pas si importantes, les opérations
militaires avaient toutes les chances de prendre fin, sans
l’intervention du Premier ministre britannique, qui a convaincu Zelensky
qu’il devait continuer à se battre et qu’avec l’aide et le soutien des
pays occidentaux il pourrait bien infliger à la Russie une défaite
stratégique, ce qui intéressait précisément le Premier ministre
britannique et ses complices occidentaux. Et pour expliquer d’une
manière ou d’une autre un tel tournant de l’opinion publique ukrainienne
et mondiale, avec la participation directe des services de
renseignement britanniques et des médias, une provocation absolument
maladroite a été concoctée à Boutcha, où, après le retrait de l’armée
russe, des cadavres de personnes ont été amenés et étalés dans les rues,
dont personne n’a pris la peine d’expliquer l’origine et la véritable
cause du décès, malgré nos requêtes répétées.
De manière générale, il s’avère que la Grande-Bretagne a poussé le
régime de Kiev vers une défaite inévitable, provoquant son choix en
faveur de la poursuite de la confrontation avec la Russie. Je pense
qu’en Ukraine, ils n’oublieront pas avant longtemps que c’est à cause
des actions de votre pays que cet État se trouve aujourd’hui dans une
situation économique terrible, a perdu la majeure partie de son armée et
de son équipement militaire, et a également perdu au moins quatre
régions, en plus de celle qui a été libérée en 2014 de la Crimée
ukrainienne.
Les Ukrainiens ont depuis longtemps cessé de vouloir se battre ;
l’armée ukrainienne a oublié depuis deux ans ce que sont les volontaires
et le régime de Kiev, ayant empêché les hommes de quitter le pays,
attrape aujourd’hui dans les rues les réfractaires, y compris en
utilisant des armes à feu, et les envoie de force vers le hachoir à
viande inutile et pratiquement sans préparation. Le front oriental des
forces armées ukrainiennes dans le Donbass s’effondre sous nos yeux.
Vous êtes bien conscient du rythme d’avancée de notre armée, et le
régime de Zelensky, essayant de maintenir le soutien de l’Occident, a
fait une incursion absolument insensée dans la région de Koursk et a
tenté de s’emparer et de faire exploser la centrale nucléaire de Koursk,
ce qui a coûté aux forces armées plusieurs dizaines de milliers de
soldats bien entraînés. Cette aventure a été une erreur fatale et n’a
fait qu’accélérer l’inévitable future défaite de l’Ukraine sur le champ
de bataille, qu’aucune nouvelle arme occidentale ne pourra l’aider à
éviter.
Les initiateurs de la réunion d’aujourd’hui devraient, par souci de
transparence, partager avec nous les fabuleux bénéfices financiers que
la Grande-Bretagne a reçus pendant près de trois ans de soutien
militaire à l’Ukraine, comment vos sociétés d’armement se sont enrichies
grâce au sang et aux tragédies des Ukrainiens ordinaires, et comment
votre ministère de la Défense a réussi à se débarrasser de vieux
équipements militaires en le vendant à des prix faramineux à l’Ukraine
en guerre, au lieu de dépenser des sommes considérables pour les
recycler. Il serait également intéressant de parler de la corruption qui
accompagne ces processus, dont on ne peut que deviner l’ampleur. Ainsi,
comme l’écrivent les médias ukrainiens eux-mêmes, après la victoire de
Donald Trump aux élections aux EU, la panique s’est installée au sein de
l’élite ukrainienne, non seulement parce que les États-Unis pourraient
reconsidérer leur aide à l’Ukraine, mais parce que les nouvelles
autorités pourraient vouloir gérer tout cet argent qui était envoyé en
Ukraine et procéder à un audit comptable complet de l’aide déjà fournie.
Ce scénario, comme le notent unanimement les experts ukrainiens, est
bien le plus terrible pour Zelensky, car une partie importante de l’aide
est simplement volée et appropriée par le président ukrainien périmé et
son entourage.
Si l’on considère que le volume de l’aide militaire de la
Grande-Bretagne à la junte de Kiev depuis février 2022 s’élève à lui
seul à 9,7 milliards de dollars, votre pays apporte sans aucun doute
également sa contribution à la croissance de la corruption en Ukraine.
Certes, il est peu probable que nous attendions des enquêtes pertinentes
de la part des autorités britanniques, car dans de tels cas, comme nous
le savons, le plus important pour les enquêteurs c’est de ne pas
trouver des coupables chez eux.
Monsieur le Président, en fait, pour ceux qui connaissent l’histoire
du Royaume-Uni, ses nombreuses années d’intervention en Ukraine, qui ont
abouti aux actions mentionnées ci-dessus, ne constituent nullement une
révélation. Après tout, le Royaume-Uni se moque profondément de ses
voisins, provoquant la discorde entre les États et les peuples, puis
soutenant certains d’entre eux contre d’autres, avec enthousiasme et le
savoir-faire acquis dans ce domaine depuis des siècles - toutes vos
anciennes colonies peuvent en parler avec éclat. Soit dit en passant,
sur les 193 membres actuels de l’ONU, seuls 22 États peuvent se vanter
que leur territoire n’ait jamais été envahi ni combattu par la
Grande-Bretagne. Notre pays ne fait pas exception à la règle : la
dernière invasion de ce type a été l’intervention britannique après les
événements révolutionnaires de 1917, lorsque divers prédateurs et
vautours ont tenté de mettre la Russie en pièces.
Mais nous avons survécu, nous en sommes sortis, sommes devenus plus
forts et sommes désormais contraints de lutter contre une nouvelle
intervention par procuration des membres de l’OTAN luttant contre la
Russie en Ukraine, y compris la Grande-Bretagne. C’est ainsi que l’on
peut percevoir non seulement l’injection continue d’armes dans le régime
de Kiev et son alimentation en données de renseignement, mais aussi la
présence d’instructeurs et de mercenaires britanniques, dont des
centaines ont déjà été éliminés, ainsi que les tentatives de
spécialistes britanniques de créer la production de drones, de missiles
et de bateaux sans pilote en Ukraine.
Nous comprenons qu’au XXIe siècle, il est difficile de laisser
l’Ukraine et la Russie tranquilles, car les gènes des colonialistes qui,
pendant des siècles, ont semé le chaos en Asie, en Afrique et en
Europe, font des ravages. Nous savons tous que l’Empire britannique a
réprimé brutalement et cyniquement la résistance de ses colonies pendant
250 ans, recourant à l’assimilation forcée et à la discrimination
raciale, oubliant les valeurs humaines simples et les droits des peuples
sous sa domination. Ce sont les populations civiles des pays colonisés
qui ont payé de leur vie et de leur liberté les ambitions impériales de
la métropole.
Il suffit de rappeler le nettoyage ethnique en Irlande, alors que sur
une population de plus de 1,5 millions d’habitants, il n’en restait
plus que 850 000 après la conquête britannique. Et pendant la Seconde
Guerre des Boers, au tournant des XIXe et XXe siècles, ce sont les
Britanniques qui furent les premiers à inventer les camps de
concentration et à y rassembler la population civile pour qu’elle n’aide
pas l’armée des Boers. On ne sait pas combien de personnes sont mortes à
cette époque, car les Britanniques ne considéraient pas la population
indigène d’Afrique comme un peuple et, en principe, n’avaient pas
comptabilisé les pertes parmi les Africains. Bien que l’on sache qu’au
Kenya, après le soulèvement de Mau-Mau, les Britanniques ont mené des
répressions massives, assassinant environ 300 000 représentants de cette
nation et chassant encore un million et demi de personnes dans des
camps et en les transformant en esclaves. Et en Inde, qui a subi
d’énormes dégâts pendant la période de domination britannique, entre 15
et 29 millions de personnes ont été victimes de la famine provoquée par
la seule Grande-Bretagne.
Les conséquences des actions des anciens colonialistes se font encore
sentir dans le monde moderne. Et bien que les empires coloniaux
appartiennent formellement au passé, les anciennes méthodes – pression,
manipulation et ingérence dans les affaires souveraines – continuent
d’être utilisées sous de nouvelles formes. Non seulement la
Grande-Bretagne n’est pas ici une exception, mais plutôt un « créateur
de tendances » et, malgré tout, elle connaît des douleurs fantômes pour
un empire sur lequel « le soleil ne se couchait jamais », nostalgique de
la domination mondiale perdue, recourt au chantage et aux sanctions, en
collaboration avec des partisans partageant les mêmes idées. Les
Franco-Saxons sont engagés dans le renversement de gouvernements
indésirables par le biais de « révolutions de couleur », dont l’une des
victimes fut l’Ukraine en 2014.
Nous disons tout cela pour souligner qu’il n’y a pas et ne peut pas y
avoir de droit moral de blâmer ou de reprocher quoi que ce soit à notre
pays, qui s’est donné pour mission de se débarrasser du « nid de
frelons » nationaliste et néo-nazi que vous nourrissez à nos frontières.
Jusqu’à ce que ces menaces, y compris l’absorption de l’Ukraine par
l’OTAN, soient éliminées, jusqu’à ce que cesse la discrimination contre
la population russophone basée sur la langue, la foi, l’histoire,
jusqu’à ce que l’Ukraine cesse de blanchir et de glorifier les complices
d’Hitler, notre opération spéciale se poursuivra. Ces objectifs seront
atteints dans tous les cas, diplomatiquement ou militairement, quels que
soient les plans et projets de « paix » développés en Occident dans le
but de sauver l’acteur du divertissement Zelensky et sa clique. Et
indépendamment de la frénésie militariste de l’administration
démocratique qui, après avoir lamentablement perdu les élections
présidentielles et perdu la confiance de la majeure partie de sa propre
population, est, selon les médias, en train de délivrer des
« autorisations » suicidaires au régime Zelensky d’utiliser des armes à
longue portée pour frapper en profondeur le territoire russe. Peut-être
que Joe Biden lui-même, pour de nombreuses raisons, n’a rien à perdre,
mais la myopie des dirigeants britanniques et français, qui se
précipitent pour jouer le jeu de l’administration sortante et entraînent
non seulement leurs pays, mais aussi l’ensemble du pays de l’Europe
vers une escalade à grande échelle aux conséquences extrêmement graves,
est frappant. C’est exactement ce à quoi nos anciens « partenaires »
occidentaux feraient bien de réfléchir avant qu’il ne soit trop tard.
Ceux qui ont récemment parlé d’une sorte de « gel » du front et de
divers projets similaires aux « accords de Minsk » rejetés à un moment
donné par l’Ukraine et ses patrons occidentaux devraient également s’en
souvenir. Ne perdez pas de temps, nous n’avons plus aucune confiance en
vous et nous nous contenterons que d’une solution qui éliminera les
causes profondes de la crise ukrainienne et ne permettra pas qu’une
telle situation se reproduise. Et nous vous conseillons d’oublier les
tentatives visant à vaincre la Russie sur le champ de bataille. L’Europe
a essayé de le faire à plusieurs reprises, et on sait comment cela a
abouti à chaque fois. Merci de votre attention. »
Le supplément de la réalité sur la grande « démocratie » Britannique : le cannibalisme à l’occidental
En exposant la véritable nature profondément sordide et sanguinaire de
la couronne britannique (à ne pas confondre la couronne et son appareil
exécutif avec le peuple), il est à souligner que le représentant de la
Russie au conseil de sécurité de l’ONU a fait une remarquable preuve
d’amabilité et de retenue en décrivant les « exploits » du pouvoir
britannique à travers l’histoire et jusqu’à ce jour.
Notamment, en parlant des 15-29 millions de morts dus à la famine
orchestrée par les Britanniques en Inde, considéré en tant que « joyau
de la Couronne » britannique, il n’a pas précisé que selon les études
historiques les plus sérieuses, la colonisation britannique de l’Inde a
causé en tout non pas 29 millions, mais dans les 165 millions de morts
Indiens tant par la famine que par les conditions de travail comparables
à celles des esclaves en faveur de l’ile britannique. Ne serait-ce
qu’entre 1875 et 1900, environ 26 millions de personnes y ont été mis à
mort.
Lorsque les statistiques dignes de ce nom sont apparues, l’espérance
de vie en Inde en 1911 n’était que de 22 ans. Cependant, l’indicateur le
plus éloquent était l’accessibilité des céréales alimentaires. Si en
1900, la consommation annuelle par habitant était de 200kg, à la veille
de la Seconde guerre mondiale elle était déjà de 157kg. En 1946, elle
est tombée encore plus - à 137 kg/hab. Soit, proportionnellement, le
petit-fils mangeait 1,5-2 fois moins que son grand-père à l’époque.
Winston Churchill, le grand démocrate et combattant pour la liberté
face à l’obscurantisme, disait : « Je hais les Indiens ! Ce sont des
gens semblables à des bêtes avec une religion bestiale. La famine -
c’est leur propre faute, car ils se reproduisent comme des lapins ! »
Cependant, les lapins ne sont pas à blâmer : la famine en Inde était
due quasi exclusivement au fait qu’en près de 200 ans de sa présence
parasitaire en Inde, la « Grande » Bretagne a pompé du territoire occupé
l’équivalent de 200 milliards de dollars d’aujourd’hui. Pour apprécier
la démesure de cette exploitation, il suffit de se rappeler, par
exemple, le PIB des Etats-Unis d’Amérique qui en 2023 était de 27,36
milliards de dollars.
Le représentant de la Russie à l’ONU, n’a pas mentionné non plus l’un
des plus importants génocides dans l’histoire de l’humanité,
directement organisé par la couronne britannique. Celui des Chinois au
XIXème siècle.
À la suite des deux « guerres de l’opium » menées par la Grande
Bretagne (appuyées par la France), dont l’une des principales raisons
était le déséquilibre de la balance commerciale en faveur de la Chine,
le 25 octobre 1860, le traité de Pékin a été signé par le gouvernement
Qing défait.
Hormis un grand nombre de concessions en faveur des Britanniques,
dont l’expropriation de Hong-Kong, c’est, surtout, l’ouverture du marché
chinois à la production occidentale qui a eu lieu. La marchandise qui
pouvait égaliser la balance commerciale, apportant au passage de
faramineux profits financiers aux britanniques, était l’opium. Ainsi, le
flux constant de quantités gigantesques d’opium vendu par les
Britanniques en Chine, via la porte d’entrée qui est devenue Hong-Kong, a
été mis en place et a conduit vers une propagation sans égale de la
toxicomanie parmi les populations. La propagation qui a directement mené
vers une gravissime dégradation de l’état de santé de la nation
chinoise et vers l’extinction massive de la population.
Il est difficile de quantifier précisément le nombre de morts causés
par les vendeurs de drogues en faveur de la couronne britannique : selon
les diverses études il se situe entre 20 et 100 millions de victimes.
Lors de la réunion au conseil de sécurité de l’ONU, Vasiliy Nebenzia,
représentant permanent de la Russie aux Nations unies, n’a pas
mentionné non plus la grande famine organisée en 1943 par la couronne
britannique au Bengale. Au cours des sept premiers mois de 1943, 80 000
tonnes de céréales alimentaires ont été exportées du Bengale déjà
affamé. Les autorités britanniques, craignant l’invasion japonaise, ont
utilisé la tactique de la terre brûlée, en ayant pas le moindre scrupule
vis-à-vis des populations locales laissées d’une manière préméditée à
la mort certaine de faim. Non seulement la nourriture a été volée, mais
également tous les bateaux capables de transporter plus de 10 personnes
(66 500 navires au total) ont été confisqués, ce qui a mis à mort la
pêche locale, ainsi que le système de transport par voie navigable que
les bengalis utilisaient pour livrer de la nourriture. Une fois de plus,
les chiffres précis de la politique britannique au Bengale sont
inconnus - le nombre de morts de faim est estimé de 0,8 à 3,8 millions
de personnes. Certains chercheurs indépendants estiment que même le
nombre proche de 4 millions de morts qui vient des sources britanniques
est inférieur à la réalité.
Par ailleurs, les débuts du supplice du Bengale sous l’occupation
britannique ne date guère de 1943. Déjà en 1770, lors d’une sécheresse
qui a tué environ un tiers de la population du Bengale - près de 10
millions de personnes - la Compagnie britannique des Indes orientales,
qui a occupé le pays pendant cinq ans, n’a jamais envisagé de prendre la
moindre mesure pour contrer la tragédie qui s’est déroulée sous ses
yeux. Bien au contraire : pendant cette famine qui fait partie des plus
importantes dans l’histoire de l’humanité, les fonctionnaires
britanniques coloniaux sur place faisaient des rapports de bonheur et de
satisfaction à leurs supérieurs à Londres sur l’augmentation de leurs
revenus financiers grâce au commerce et à l’exportation de produits
alimentaires depuis le Bengale.
Un grand nombre de crimes contre l’humanité perpétrés pas la couronne
britannique à travers l’histoire ne sont pas comptabilisés sur ses
pages qui ne recensent qu’une partie de ces derniers et qui n’ont eu
lieu qu’avant la fin de la seconde guerre mondiale.
Il faut bien plus de pages pour décrire toutes les atrocités, y
compris celles dès 1946 et à ce jour, commises par Londres vis-à-vis de
tant de peuples sous le mode opératoire et la devise principale
« diviser pour régner et tirer les profits », dont la dernière en date
est sa participation directe et majore dans la mise en place des
éléments menant au déclenchement inévitable de la guerre sur le
territoire de l’Ukraine et à la pérennisation du conflit qui a déjà
causé plus d’un million de morts, de mutilés et de blessés parmi les
deux peuples-frères pour la plus grande satisfaction et profit des
tireurs de ficelles anglo-saxons qui agissent en bande organisée de
pyromanes mettant le monde à feu et à sang et en donnant au passage des
leçons sur la paix, la démocratie, la liberté et les droits de l’homme.
Oleg Nesterenko
Président du CCIE (www.c-cie.eu)
(Ancien directeur de l’Institut International de la Reconstruction Anthropologique, ancien directeur de l’MBA)
Installation satirique du 1er mai.Érigée sur le canal Obvodny (Leningrad) en parfaite harmonie avec le paysage environnant, l'installation représente l’immense figure en contreplaqué d’un capitaliste, à moitié immergé dans l’eau du canal et appelant à l’aide (les copains nazis).
Fuentes: Rebelión [Foto: La Torre Eiffel decorada con los anillos olímpicos durante las últimas Olimpiadas,
julio de 2024 (Wikimedia)]
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Sin lugar a dudas, la Torre Eiffel fue el centro de atención y la
superestrella de los recientes Juegos Olímpicos de París, lo cual es
comprensible, puesto que la obra maestra de Gustave Eiffel es desde hace
mucho tiempo el emblema de la ciudad. No obstante, la Torre también es
un símbolo de la riqueza y el poder de la burguesía, de la “clase
capitalista”, un patriarcado en cuyas filas también se incluyen las
damas y caballeros del Comité Olímpico Internacional (OIC, por sus
siglas en inglés). Una brizna de historia puede ayudarnos a entender el
papel fundamental que ha desempeñado la Torre Eiffel en el reciente gran
espectáculo olímpico de la “Ciudad de la Luz”.
Sin
lugar a dudas, la
Torre Eiffel fue el centro de atención y la superestrella de los
recientes Juegos Olímpicos de París, lo cual es comprensible,
puesto que la obra maestra de Gustave Eiffel es desde hace mucho
tiempo el emblema de la ciudad. No obstante, la Torre también es un
símbolo de la riqueza y el poder de la burguesía, de la “clase
capitalista”, un patriarcado en cuyas filas también se incluyen
las damas y caballeros del Comité Olímpico Internacional (OIC, por
sus siglas en inglés). Una brizna de historia puede ayudarnos a
entender el papel fundamental que ha desempeñado la Torre Eiffel en
el reciente gran espectáculo olímpico de la “Ciudad de la Luz”.
La columna de acero de
Eiffel se erigió en 1889 para conmemorar el centenario del inicio de
la “Gran Revolución” de Francia en 1789, pero también para
borrar la memoria de otras revoluciones menos “grandes”, pero más
recientes y muy traumáticas, es decir, las de 1848 y 1871, esta
última conocida como la Comuna de París. Todas esas revoluciones
fueron estallidos de una compleja lucha de clases entre pobres y
ricos. Se solía denominar a las personas pobres “ceux
d’en bas”,
“los de abajo”, o “le
menu peuple”,
“el pueblo humilde”, pero también se les puede describir como el
“demos”, una palabra de origen griego que encontramos en la
palabra “democracia” y significa “poder por y para el pueblo
humilde”. En
cualquier caso, eran (y son) el tipo de personas que pueden esperar
cambios revolucionarios para mejorar su en general
miserable suerte, por ejemplo, en forma de
la bajada del
precio de para el pan y de otros artículos de primera necesidad.
Mirando por encima del hombro a las personas pobres estaban “ceux
d’en haut”, “los de arriba”, es decir, las personas ricas
situadas en lo más alto de la pirámide social, la nobleza y la
burguesía, los burgueses acomodados que consideraban que el orden
social y económico establecido era bastante satisfactorio y tenían
horror de la idea de cambios revolucionarios. No es de extrañar, por
lo tanto, que las revoluciones que Francia experimentó en 1789,
1830, 1848 y 1871, y que tuvieron lugar la mayoría de ellas, aunque
no todas, en París, fueran en gran parte obra de los hombres y
mujeres “humildes” de la capital del país.
No hay que subestimar los
logros democráticos de esas revoluciones, porque, por ejemplo, fue
durante el gran levantamiento de 1848 cuando se introdujo el sufragio
universal y se abolió la esclavitud. Sin embargo cada revolución
presenció el “secuestro” de las revoluciones por parte de
miembros de la burguesía, que lograron así alcanzar los objetivos
políticos “liberales” y socioeconómicos capitalistas de su
clase, lo
que se hizo a expensas de la nobleza y de la Iglesia, pero, sobre
todo, de “las personas de abajo”, cuyos esfuerzos por llevar a
cabo reformas democráticas de gran alcance se reprimieron en 1848 y
cuyos intentos de construir una sociedad socialista, manifestados en
la Comuna de París de 1871, fueron ahogados en sangre. La burguesía
se
convirtió en
la dueña de Francia después de ese triunfo.
Antes de la Gran Revolución de 1789 París era
una “ciudad real”, que irradiaba el poder y la gloria del orden
feudal de varios siglos de antigüedad cuya figura principal era el
rey. Gran cantidad de edificios monumentales y vastas plazas, con
imponentes estatuas de reyes, cardenales y demás, pertenecían a las
clases privilegiadas de aquel “Antiguo Régimen”, la nobleza y el
(alto) clero, y, por supuesto, también al rey (aunque este prefería
residir en un
suntuoso palacio de Versalles, lejos de la ajetreada capital y de sus
“multitudes enloquecidas”). En aquel
momento la
imagen arquitectónica de
esta “realeza” de París y principal
atracción turística de la ciudad era el Pont Neuf [Puente
Nuevo], el primer puente de piedra sobre el
Sena, un “regalo”
que el rey Enrique IV había hecho a la ciudad hacia el año 1600. El
poder de la Iglesia, íntimamente asociado al rey, se reflejaba en
los muchos lugares
de oración y monasterios, que hacían que París impresionara (¿o
intimidara?) a visitantes y residentes como una “nueva Jerusalén”
católica.
La
nobleza prefería residir en la parte occidental de la ciudad de
París, en grandes y lujosas residencias
conocidas como “hôtels”, situados en el distrito de
Saint-Germain y a lo largo de la rue
du Faubourg Saint-Honoré, que discurría paralela a los Campos
Elíseos hasta el pueblo de Roule, encaramado en una loma que más
tarde se coronaría con el Arco del Triunfo. Anteriormente los
aristócratas habían vivido sobre todo en el barrio de Marais,
situado en el centro de París y cerca de la Bastilla, cuyo centro
era una “place royale”, “plaza real”, la
actual Place des
Vosges. Pero los prósperos miembros de la “prometedora”
burguesía habían ocupado la mayoría de los hôtels
de ese distrito. La burguesía también habitaba en otros barrios
elegantes del centro de París, como la rue
de la Chaussée d’Antin y las calles adyacentes, incluida la rue
de la Victoire, donde residieron durante algún tiempo un joven
Napoleon y su mujer, Josefina.
El “pueblo humilde” vivía en los barrios
degradados y a menudo de chabolas del centro de la ciudad, que seguía
siendo casi medieval, con
calles estrechas, torcidas y sucias, y también en los distritos y
barrios
periféricos del este
de la ciudad (“faubourgs”), especialmente el Faubourg
Saint-Antoine, situado inmediatamente después de la Bastilla y de
las demolidas murallas medievales, un sistema defensivo del que la
Bastilla había sido un importante baluarte. Los faubouriens
de Saint-Antoine fueron
en 1789, y de nuevo en 1830 y 1848 las tropas de choque que sacaron
las castañas del fuego revolucionario. Lo hicieron, entre otras
cosas, asaltando la Bastilla aquel famoso 14
de julio de 1789, y atacando el palacio de las Tullerías y
expulsando al rey de ahí
el 10 de agosto de 1792.
En cierto modo, las revoluciones francesas
consistieron
en los intentos del “pueblo
humilde” de conquistar París y de “quitarle su condición real”
a la “ciudad real”. No es casual que en 1793, durante la “Gran
Revolución”, el rey fuera ejecutado en medio de la más real de
las plazas reales de París, la Place Louis XV, que más tarde se
convirtió en la Place de la Concorde. Otras plazas perdieron sus
nombres y estatuas regios, y los símbolos reales, como la
“fleur-de-lis” [flor de lis], se sustituyeron por atributos
republicanos, como la bandera tricolor y la consigna “libertad ,
igualdad, fraternidad”.
Este hecho de “quitar la condición real” a la
capital implicaba inevitablemente “quitarle la condición
clerical”, que provocó el cierre y la demolición de muchos
monasterios e iglesias o en algunos casos su transformación a
beneficio del “populacho” en hospitales, escuelas o almacenes
para guardar grandes cantidades de harina, vino y otros alimentos
esenciales, y evitar así que sus precios se dispararan en caso de
malas cosechas.
La capital francesa parecía destinada a
convertirse en una ciudad de y para el “pueblo humilde”, el
“demos”, una ciudad literalmente democrática.
Sin embargo, esta idea no agradaba en absoluto a los burgueses
acomodados, que habían
apoyado los
movimientos revolucionarios mientras habían
atacado al orden feudal
establecido, pero que se sintieron amenazados y se volvieron
reaccionarios cuando los revolucionarios parisinos empezaron a luchar
por unos objetivos contrarios
a las ideas “liberales” y
a los intereses capitalistas de la burguesía. Eso ocurrió en 1792,
1848 y 1871. En cada una de estas ocasiones la burguesía logró
reprimir los intentos de radicalización revolucionaria, logró
frustrar los esfuerzos de hacer que París fuera más plebeyo y, en
vez de ello, transformar un poco más la antigua “ciudad real” en
una metrópoli burguesa.
Bajo los auspicios de Napoleon, que había sido
alzado al poder por la burguesía y resultó ser un defensor a
ultranza de sus intereses de
clase, se llevó a cabo el aburguesamiento sistemático de París. El
corso, que provenía de una familia que tanto se podía considerar de
la baja nobleza como de la alta burguesía, fue en gran parte
responsable de que el oeste de París (que antes de la Gran
Revolución había estado monopolizado por una élite de alta cuna,
la nobleza) pudiera ser colonizado por una élite de altos ingresos,
la (alta) burguesía. Se consiguió
gracias a la construcción de amplias avenidas, inspiradas en los ya
existentes Campos Elíseos, en
las que las personas ricas
podían construir casas prestigiosas para vivir en ellas, o para
venderlas o alquilarlas a altos precios; esas avenidas convergían en
un amplio
espacio en forma de estrella, la Place de l’Étoile. El
oeste de París se convirtió así en el hábitat exclusivo de las
personas ricas, las “gens de bien”, la clase acomodada.
Después de Napoleon
y de la “Restauración” de 1815-1830, una breve vuelta
tanto de la monarquía borbónica y la nobleza como de la Iglesia, se
reanudó el aburguesamiento de París bajo el gobierno de un rey
“constitucional” perteneciente
a la Casa de Orleans, Luis
Felipe, conocido como el “rey burgués” debido a que defendía
unas políticas muy liberales. Y el aburguesamiento de París avanzó
de forma espectacular cuando un sobrino de Napoleon gobernó Francia
como emperador Napoleon
III durante un par de décadas a mediados del siglo XIX. Bajo los
auspicios del Prefecto del Departamento del
Sena, Georges–Eugène Haussmann, conocido como el “Barón
Haussmann”, se construyeron bulevares, vastos parques y plazas, y
monumentos impresionantes que transformaron el centro de París en
una metrópolis moderna. Con todo, la “haussmannización” de la
ciudad tuvo también una dimensión contrarrevolucionaria. En primer
lugar, se hizo desaparecer del centro de París la mayoría de los
barrios de chabolas, junto con las personas pobres y agitadas que
habitaban en ellos y, por lo tanto, una ciudadanía potencialmente
revolucionaria. Con
ello se hizo sitio para
construcciones hermosas pero caras, “immeubles de rapport”,
“edificios que generan dinero”, como tiendas, restaurantes,
oficinas y pisos bonitos.
Estos proyectos proporcionaron jugosas oportunidades de ganar dinero
a los burgueses ricos, pero, sobre todo, a los grandes bancos que
aparecieron
entonces en la escena económica, entre ellos el Crédit Lyonnais, la
Société Générale y el Banco Rotschild, en el que trabajó desde
2008 hasta 2012 el actual Presidente de la República, Emmanuel
Macron. Unas 350.000 personas pobres fueron
expulsadas así del centro de la ciudad.
Las “gens de bien”, las
“personas con propiedades”, se instalaron en la ciudad y las
“gens de rien”», las “personas que no tienen nada”, se
vieron obligadas a salir de su centro. Se les expulsó hacia el este,
al Faubourg
Saint-Antoine y a otros distritos periféricos de la ciudad, el
“París de la pobreza” situado
al este,
que resultó ser un planeta muy distinto del “París del lujo”
situado
en el oeste.
Fue desde esta parte este plebeya desde donde en 1798 el demos
parisino había invadido el centro de París para “quitar la
condición real” a la “ville
royale”, “revolucionarla” y “democratizarla”.
En 1871 la Comuna de París fue
un último intento de lograr ese objetivo, pero el levantamiento fue
reprimido por tropas que, procedentes de Versalles, entraron en París
por los distritos occidentales de la ciudad, donde fueron recibidos
con los brazos abiertos, pero se fueron encontrando con una
resistencia cada vez más fuerte a medida que avanzaban hacia el este
de la ciudad, donde acabaron los combates con la ejecución de muchos
comuneros y comuneras que había sido capturados.
La sangrienta represión de la Comuna selló el
triunfo de una burguesía francesa que a partir de entonces fue
resueltamente, casi fanáticamente, contrarrevolucionaria. Había
terminado la “Era de las Revoluciones”, tanto en Francia como en
el hervidero revolucionario del país, París.
Parecía haber desaparecido para siempre la posibilidad de que la
plebe de la capital la conquistara y, a la inversa, el
aburguesamiento de la ciudad que había emprendido Napoleon parecía
entonces un hecho consumado.
Con ocasión del primer centenario de la Gran
Revolución en 1889 se certificó simbólicamente este triunfo de la
burguesía con la construcción de la Torre Eiffel, una especie de
tótem sobredimensionado que evocaba la modernidad, la ciencia, la
técnica y el progreso, unos valores con los que en general se
identificaba la “tribu” burguesa de Francia y
del extranjero, y en
particular la recién nacida “Tercera República” francesa. El
“pilar republicano” funcionó también
como símbolo fálico de la joven, dinámica y potente clase que la
burguesía victoriosa creía ser.
La obra de Eiffel, que se alzaba sobre de las
aguas del Sena y evocaba un faro, parecía irradiar la brillante luz
de la modernidad a todo
el país y, de hecho, a todo
el mundo. Desde un
punto de vista burgués, la Torre tenía también la cualidad de
eclipsar tanto el muy horizontal Pont Neuf, emblema del antiguo París
real, como Notre Dame, rostro arquitectónico de la antigua “ville
royale”. La
Torre proclamaba así la superioridad de la nueva Francia republicana
y capitalista de la burguesía frente a la antigua Francia monárquica
y feudal dominada por la nobleza y la Iglesia.Por último, la Torre sustituyó al
Pont Neuf como principal atracción turística de la capital francesa
y desplazó de hecho el centro de gravedad de la ciudad desde la Île
de la Cité, centro de la rueda parisina, a las zonas burguesas del
oeste de la ciudad, el suntuoso dominio del “beau monde” burgués.
Imagen: La Torre Eiffel durante la Exposición Universal de París de 1889, cuadro de Georges Garen (Wikimedia).
El gran especialista rumano en mitos y religiones antiguas Mircea
Eliade afirma que los pueblos arcaicos tendían a sentirse abrumados por
el vasto, aparentemente caótico y en muchos sentidos misterioso y
aterrador mundo en el que habitaban, un mundo (o universo) del que no
eran sino una parte infinitesimal, insignificante e impotente.
Necesitaban poner orden y familiaridad en este mundo, es decir,
transformar su caos en un cosmos, un mundo que
siguiera siendo misterioso, pero que fuera hasta cierto punto familiar,
comprensible y menos temible. Esto se solía hacer encontrando y marcando
un centro, es decir, un lugar que tuviera un fuerte significado tanto en el espacio como en el tiempo, un espacio sagrado: ese lugar se consideraba el centro de un espacio geográfico, la tierra, y al mismo tiempo el lugar de un punto culminante en el tiempo, el lugar donde los dioses habían creado a los seres humanos y/o el mundo.
Un árbol muy viejo y grande
o
una montaña real o imaginaria, como una pirámide, podían servir
de ese
lugar sagrado, o si no, se podía construir un pilar o una torre y
proclamarlo
el centro (u ombligo, eje) del mundo y/o el lugar de la creación. Se
puede decir que el ejemplo más famoso de este “axis mundi” era
el zigurat o pirámide escalonada de la ciudad de Babilonia, la
famosa Torre de Babel, conocida localmente en la época como
Etemenanki, “el templo de la creación del cielo y la tierra”.
Estas construcciones funcionaban como conexiones simbólicas entre la
tierra y el cielo, permitían a los seres
humanos ascender al cielo o, al menos, acercarse a él; y, a la
inversa, permitían a los dioses descender a la tierra para crear a
los seres humanos. Por consiguiente, también se consideraban
escaleras y contenían escalones, que representaban peldaños, como
en el caso de las terrazas de Etemenanki, los “Jardines Colgantes”
de Babilonia, que
los griegos
consideraban
una de las Siete Maravillas del Mundo.
Con la ayuda de estas ideas
de Mircea Eliade se puede interpretar la construcción de la Torre
Eiffel, su ubicación y sus características principales.
Las revoluciones francesas que desde 1789 y hasta 1871 conmocionaron
Europa y el mundo entero, pero sobre todo a
la propia
Francia, provocaron la desaparición del antiguo cosmos
de la Francia feudal y monárquica, dominada por el binomio de
nobleza e Iglesia. Después de casi un sigo de caos
revolucionario emergió un nuevo cosmos,
un
orden capitalista en vez de uno feudal, cuyo exoesqueleto era una
república y que estaba dominado económica y socialmente por la
(alta) burguesía. Otros países iban a seguir su ejemplo, pero
Francia fue el primero en lograr un estatus burgués casi perfecto,
fue el Estado burgués primigenio.
La capital francesa, donde
habían tenido lugar la mayoría de los principales acontecimientos
revolucionarios, fue el epicentro de un emergente cosmos capitalista
y burgués internacional. Por consiguiente, era
de lo más conveniente que
la metrópoli burguesa erigiera un monumento para confirmar y
celebrar su estatus sagrado respecto al espacio y al tiempo: primero,
como epicentro del nuevo mundo burgués y capitalista, y segundo,
como lugar en el que se había producido, gracias a la(s)
revolución(es), el nada fácil nacimiento de este nuevo mundo. La
Torre Eiffel, el edificio más alto del mundo, era ese monumento, una
especie de pirámide escalonada cuya perpendicularidad, interrumpida
por tres pisos, evocaba también una escalera, como lo habían hecho
las terrazas o “Jardines Colgantes” de Babilonia. Y,
efectivamente, la Torre Eiffel proclamaba que París era la
Babilonia, la ciudad de ciudades, del nuevo cosmos burgués.
La burguesía también había llegado al poder en
otras ciudades europeas a lo largo del siglo XIX o principios del XX,
por medio de revoluciones o no, pero ninguna capital se había
aburguesado tan tempranamente ni tan completamente como París.
Rusia, Alemania y el Imperio Habsburg eran monarquías, vinculadas a
Iglesias “establecidas”, cuyas capitales iban
a seguir siendo ciudades no
solo reales, sino imperiales, que se
jactaban de sus palacios
imperiales y aristocráticos, en su mayoría magníficos. y
de sus iglesias exuberantes. En Gran
Bretaña la clase media-alta liberal se convirtió en socia, aunque
solo socia menor, de una nobleza terrateniente conservadora que
siguió estando
al mando desde el punto de vista
político, social y también arquitectónico y urbanístico.
Así, Londres siguió siendo un mundo urbano con dos polos
arquitectónicos feudales, en un extremo la Torre, una fortaleza
medieval parecida a la Bastilla, un fósil del absolutismo real, y en
el otro el tándem del palacio de Buckingham, un palacio de las
Tullerías británico, y la abadía de Westminster, la Notre Dame
londinense. No es casual que el estilo de la mayoría de las grandes
creaciones arquitectónicas de la época se conociera como
“victoriano”, lo que reflejaba
e incluso enfatizaba su relación con la monarquía.
En comparación con otras capitales, después de
1871 París parecía “über–bourgeois”, burguesa por encima de
todo. No es de extrañar que la ciudad fuera admirada, visitada y
elogiada
por mujeres y hombres burgueses, jóvenes y viejos, conservadores y
vanguardistas de todo el mundo, esto
es, del mundo “occidental”,
que cada vez era más industrial, capitalista y, por supuesto,
burgués. Personas burguesas acomodadas de todo el mundo convergían
en París como los peregrinos católicos convergían en Roma o los
peregrinos musulmanes en La Meca. A la inversa, un París
aburguesado, simbolizado
sobre todo por el urbanismo y la arquitectura “haussmannianos”,
emigró a ciudades de todo el mundo donde la burguesía también
había triunfado política, social y económicamente. Por ejemplo,
Bucarest, Bruselas y Buenos Aires hicieron todo lo posible por
parecerse a la capital francesa, con imponentes residencias y
costosos “edificios que generaban
dinero” situados
en amplias avenidas o vastas
plazas, y
con imponentes edificios gubernamentales, bancos, bolsas, teatros,
hoteles palacio y restaurantes de lujo.
En 1871 bajó el telón de
la dramática “Era de las Revoluciones” francesa, pero por
debajo de
la superficie, y a
veces
por encima,
persistió el conflicto de clases de menor intensidad y con él la
simbólica “Batalla por París” librada entre ricos y pobres. La
burguesía creía haber ganado la batalla, pero su victoria nunca fue
verdaderamente completa. El este de París siguió siendo plebeyo e
igualmente plebeyos, incluso proletarios, fueron
los nuevos barrios
pèriféricos
que proliferaron al este y al norte de la capital, como Saint-Denis.
Es ahí donde se instalaron los inmigrantes llegados de toda Francia
y del extranjero en busca de trabajo en la capital, pero que
no podían pagar
los elevados
precios de la vivienda en el centro y los barrios del oeste de la
ciudad.
A lo largo de los 135 años
pasados
desde la construcción de Torre Eiffel, París logró
seguir
siendo burguesa,
pero no con tanta seguridad como se
podría creer.
De hecho, esta supremacía burguesa se vio amenazada varias
veces.
No obstante, la ocupación alemana de 1940-1944 no fue
un problema a este respecto, como cabría
pensar. La burguesía prosperó en Francia, y especialmente en París,
bajo los auspicios del ocupante y del régimen colaboracionista de
Vichy, ambos ávidos practicantes de políticas de bajos salarios y
altos beneficios. Hitler, que era él mismo un “petit
bourgeois” que había sido cooptado por la“haute
bourgeoisie” alemana y gobernaba en su nombre, admiraba
París. No
tenía intención de destruir la
ciudad,
pero en colaboración con el arquitecto Albert Speer planeó
transformar Berlín de modo
que la capital alemana ocupara el lugar de París como una Babilonia
burguesa. El Führer
también opinaba que muchos franceses no estaban descontentos con la
presencia alemana en la “Ciudad de la Luz”, porque eliminaba “la
amenaza de los movimientos revolucionarios” (2).
Foto: Visita de Hitler a París el 23 de junio 23 de 1940 (Wikimedia).
Y, efectivamente,
en agosto de 1944, cuando los alemanes se retiraban de la ciudad y
las tropas aliadas procedentes de Normandía no habían llegado
todavía, se produjo una situación potencialmente revolucionaria que
amenazaba la supremacía burguesa en París. Surgió así una
oportunidad de
que la Resistencia de izquierdas, dirigida por los comunistas,
llegara al poder en la capital y potencialmente en todo el país, y
en ese
caso muy probablemente se habrían producido
reformas anticapitalistas extremadamente radicales. Pero los
estadounidenses frustraron esa posibilidad. El
ejército
estadounidense trasladó
rápidamente a París al general de
Gaulle (al
que antes había
ignorado, algo que él nunca perdonaría a los estadounidenses) y lo
presentaron
como el indiscutible líder supremo de la Resistencia, aunque
en realidad no lo era. Pronto
se convirtió en jefe del gobierno de la Francia liberada. Su entrada
triunfal en la capital no se escenificó en la plaza de la Bastilla
ni en ningún otro lugar del este de París, sino en los Campos
Elíseos, la calle
principal de los mismos distritos occidentales donde en 1871 una
bienvenida entusiasta esperaba a las tropas que acudían desde
Versalles para ahogar en sangre a la Comuna. De
Gaulle iba a garantizar que el orden socioeconómico burgués se
mantuviera intacto en Francia y con un París, como la guinda del
pastel, que iba a seguir siendo igualmente burgués.
Foto: Charles de Gaulle camina por los Champs Élysées el 26 de agosto de 1944 (Wikimedia)
El
hecho de que el aburguesamiento
de París nunca estuvo totalmente
asegurado también se hizo evidente que en mayo de 1968, cuando
obreros y estudiantes se declararon en huelga y se manifestaron en el
Barrio Latino y otras partes
del centro de la ciudad, y la situación amenazó con degenerar en
una guerra civil o una revolución.
Por otra parte, también
hubo intentos de perfeccionar el aburguesamiento de la Ciudad de la
Luz. Así es como se pueden interpretar los grandes proyectos que se
emprendieron en el este de la capital, primero por parte del sucesor
del general de Gaulle, Georges Pompidou, que decidió que las últimas
barriadas del centro de París dejaran sitio a un centro de arte que
recibió
su nombre. Poco después, bajo los auspicios del presidente François
Mitterand, en teoría socialista pero en realidad un “bourgeois
gentilhomme”, “burgués
gentilhombre”, iniciativas como la construcción de una nueva ópera
en la plaza de la Bastilla y un nuevo Ministerio de Finanzas, así
como de un
estadio deportivo en el barrio obrero de Bercy, pretendían
oficialmente rejuvenecer el este de la ciudad a
beneficio de sus habitantes plebeyos, pero los planes urbanísticos
de Mitterand en realidad fueron
una gentrificación
a
beneficio de la burguesía y especialmente de su “jeunesse dorée”
o juventud dorada, para la que el oeste de París probablemente era
demasiado burgués en el sentido de “aburrido”.
En 2018 surgió
una nueva amenaza para el París burgués en forma de un movimiento
cuyos numerosos y alborotadores participantes se conocieron como los
“Chalecos Amarillos”. Estos manifestantes eran los “sospechosos
habituales”, es decir, plebeyos de los barrios y suburbios del este
de la capital a los que su unieron personas
de toda
Francia e incluso del extranjero en sus invasiones semanales de la
ciudad. Se manifestaron muy provocativamente no solo en la Plaza de
la Bastilla y en otros lugares de su “territorio” en el este de
París, sino también en el corazón del “París del lujo” de la
parte occidental, incluidos los Campos Elíseos.
Los “Chalecos Amarillos” se la tenían jurada a la persona y al
político del presidente Macron, un exbanquero que era tan
presidente-burgués como Luis Felipe había sido un rey-burgués. El
París burgués tembló
mientras duró el movimiento, hasta que en 2020 la pandemia de
COVID-19 proporcionó una justificación perfecta para prohibir las
grandes concentraciones.
La reciente organización de
los Juegos Olímpicos se puede ver, y entender, desde la misma
perspectiva. En efecto, se han definido los Juegos Olímpicos
modernos como un “capitalismo de celebración” (3),
es
decir, un fasto para la “clase capitalista” burguesa, cuya “crème
de la crème” está formada actualmente por propietarios
hiperricos, grandes accionistas y directivos de empresas
multinacionales, magnates de los medios de comunicación, sus aliados
financieros, juristas y celebridades multimillonarias como Lady Gaga,
Céline Dion, etcétera. El
objetivo fundamental
de esta clase es maximizar
los beneficios. Y la función de los Juegos Olímpicos es permitir
esta acumulación de riquezas con la colaboración de la ciudad y el
país anfitriones, que se supone facilitan esta privatización
de los beneficios no exclusivamente, sino fundamentalmente,
por
medio de
la socialización de los costes (4).
Esta élite del capitalismo multinacional patrocina los Juegos
Olímpicos y entre sus miembros hay
sobre todo corporaciones
originarias
de
Estados Unidos (actual
centro
de gravedad del sistema capitalista mundial), como Coca-Cola, pero
también empresas francesas como Louis Vuitton (LV), que
suministra
todo tipo de productos de lujo, una empresa que floreció durante la
ocupación alemana que, como hemos
mencionado,
no
fueron
malos tiempos para la élite burguesa francesa, típica consumidora
de los muy caros artículos
que LV pone a su disposición.
Esta élite internacional
estaba deseando celebrar sus Juegos Olímpicos en París, pero en un
París agradable, en un París en el que pudieran sentirse como en
casa, y eso significaba la parte occidental y burguesa de la ciudad,
el “París del lujo”. A su vez, para la burguesía, la “clase
capitalista” de París y de toda Francia, los Juegos Olímpicos
suponían una oportunidad de oro en dos sentidos. Primero, para
obtener unos beneficios nunca vistos, por ejemplo, cobrando unos
precios exorbitantes
por las habitaciones de hoteles buenos
del oeste de París, que incluso en épocas normales son caros, y
también por los balcones de los pisos superiores
de los edificios “que generan dinero” situados en lugares
favorables, desde los
que
turistas adinerados podían aclamar a los atletas a
su
paso. En segundo lugar, y más importante al menos para lo
que pretendemos,
los Juegos Olímpicos también ofrecían a la burguesía la
posibilidad de confirmar una
vez más e
incluso fomentar
el aburguesamiento de la ciudad, y de permitir que París volviera a
brillar, aunque fuera solo durante unas semanas, como la Babilonia de
la burguesía internacional. En este contexto fue en el que se llevó
a cabo la “limpieza social”
(nettoyage social)
de
la ciudad, en concreto con la expulsión de las personas sin hogar y
la concomitante “ocultación
de la pobreza”
(invisibilisation de la pauvreté)
(5).
Así,
también se puede entender
por qué el día de la inauguración los barcos con miles de atletas
a bordo salieron del puente de Austerlitz, situado en la cúspide del
centro histórico de la ciudad y de sus barrios del este, el “París
de la pobreza”. El
espectáculo olímpico daba la espalda al París plebeyo al salir de
ahí, de modo que se podía dejar sin ser vistos ni mencionados la
plaza de la Bastilla, primordial “locus delicti” revolucionario,
y, detrás de ella, el Faubourg
Saint-Antoine, antaño la guarida del león revolucionario, en gran
parte literalmente atrincherado; bastó con que anteriormente,
concretamente el 14 de julio, día de la Toma de la Bastilla, la
antorcha olímpica pasara brevemente por ese barrio. Así, la
flotilla, impertérrita ante
desagradables asociaciones con la Revolución francesa y las
revoluciones en general, pudo descender alegremente por el Sena hasta
el oeste de París, el París en el que una “celebración
del capitalismo» deportiva era tan bienvenida como lo habían
sido
las tropas procedentes de Versalles y el General de Gaulle en 1871 y
1944, respectivamente.
Forzosamente también se
tuvieron que utilizar para los Juegos Olímpicos algunas de las
infraestructuras deportivas que resultaban
estar en otros lugares, como el estadio nacional de fútbol y de
rugby del barrio
periférico
plebeyo de Saint-Denis, un impresionante recinto conocido como
Estadio
de Francia. Con todo, la
mayor cantidad
posible de eventos, incluidos los más espectaculares, tuvieron
lugar en los
barrios del oeste. Las
maratones acabaron en la vasta Explanada de los Inválidos y los
ciclistas llegaron al fotogénico lugar que se podría considerar el
punto topográfico central de los Juegos Olímpicos parisinos,
prácticamente en la base de la Torre Eiffel, donde también se
habían levantado instalaciones provisionales para pruebas como tenis
y voley playa. Ahí
fue también donde los atletas desembarcaron de los barcos para
asistir a la ceremonia inaugural. En aquella ocasión, la columna de
Eiffel, resplandeciente con miles de luces, proclamó a los
parisinos, a los atletas y a todo el mundo no solo que la celebración
olímpica del capitalismo era bienvenida en París, sino también que
París seguía perteneciendo a la burguesía, al menos hasta que
volviera a correr el peligro de una segunda venida de los “chalecos
amarillos” o de la aparición de otra horda plebeya.
Notas:
(1) Véase
Jacques R. Pauwels, “Napoleon Between War and Revolution”,
Counterpunch,
7 de mayo de 2021.
(2)
Véase
los cometarios sobre
París (incluida
la Torre
Eiffel) y
Berlín in Adolf Hitler, Libres
propos sur la guerre et la paix,
París 1952, pp. 23, 81, 97.
(3)
Véase
Jules Boykoff,
Celebration
capitalism and the Olympic games, Londres
2014.
(4)
Jules
Boykoff, autor del concepto de “capitalismo de celebración”,
considera los Juegos Olímpicos una forma inversa de economía de
goteo, por la que la riqueza en realidad gotea hacia arriba, de los
pobres a los ricos.
Jacques R. Pauwels es un prestigioso historiador y politólogo, e investigador asociado del Centre for Research on Globalization (CRG). Sus últimos libros publicados en castellano son Grandes negocios con Hitler, El Garaje Ediciones 2021, y Los grandes mitos de la historia moderna, Boltxe Liburuak 2021, que publicará a lo largo del mes de septiembre La Gran Guerra de clases, 1914-1918. Próximamente también se publicará en inglés How Paris Made the Revolution and the Revolution (re)made Paris, Iskra Books, US/UK/Ireland.
Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar
su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como
fuente de la traducción.