Article épinglé

dimanche 30 novembre 2025

El mito del “bloqueo” de Berlín: Juegos sucios de Occidente y Moscú

FUENTE: https://sinpermiso.info/textos/el-mito-del-bloqueo-de-berlin-juegos-sucios-de-occidente-y-moscu

Si bien este artículo de Joseph Pearson despliega una vehemente retórica antirrusa y se deleita en la más que dudosa eminencia moral de Occidente, contiene toda una insólita revelación histórica: la noticia de que el bloqueo de Berlín de 1948 no fue tal, documentalmente probada por el historiador en su reciente libro The Airlift (2025), crónica del puente aéreo sobre la ciudad alemana. - SP

En Occidente solíamos jugar sucio, y durante la Guerra Fría se nos daba muy bien. Hoy en día, les dejamos las tácticas de zona gris y la guerra híbrida a Rusia, que va ganando la guerra de la desinformación. El orgullo de Europa por jugar de acuerdo con las reglas podría ser precisamente el talón de Aquiles de la democracia.

El puente aéreo de Berlín es un buen ejemplo de lo que lo que antes hacíamos bien y que hoy hemos olvidado. Podría decirse que la Guerra Fría comenzó y terminó en Berlín, con el puente aéreo de 1948-1949 y la caída del muro en 1989 como puntos de referencia. El primero fue la mayor operación de ayuda aérea de la historia. Abasteció a Berlín cuando Stalin intentaba expulsar a los aliados occidentales. Paralelamente, Occidente utilizó la radio (RIAS, o Radio in the American Sector, precursora de Radio Free Europe (RFE) y Radio Liberty, financiadas por la CIA) y reforzó su poder blando con misiones culturales como la representación británica de “Shakespeare in the rubble [“Shakespeare entre escombros”] y la educación a través de bibliotecas y cursos gestionados por los Estados Unidos.

Sin embargo, la mayor herramienta occidental fue la desinformación. El puente aéreo aliado costó el equivalente a casi 3.000 millones actuales y necesitaba un discurso persuasivo para ganarse el apoyo de la opinión pública. Es un discurso que casi todo el mundo sigue creyendo hoy en día: Berlín estaba bloqueado, sus rutas terrestres cerradas y las mujeres y los niños se morían de hambre.

Sin embargo, aunque hubo un puente aéreo para el suministro de provisiones, no existió bloqueo alguno de Berlín.

En los Archivos Nacionales [británicos] de Kew, he encontrado documentos de 1948 que mostraban, en palabras del Ministerio de Asuntos Exteriores, que “el bloqueo de Berlín NO es un asedio” y que “los alemanes pueden entrar y salir en todo momento”, por ejemplo, para conseguir alimentos. Sin embargo, una campaña de prensa impulsó “una historia sensacionalista y masiva sobre el poder aéreo aplicado con fines humanitarios”. El secretario de Estado de los Estados Unidos, George C. Marshall, argumentó en un telegrama que se “aprovechara al máximo la ventaja propagandística de nuestra posición”, “haciendo hincapié en la responsabilidad [soviética] por... la amenaza de hambruna de la población civil”. La historia fue tan eficaz que se convirtió en un mito de la Guerra Fría que se quedó grabado. En el Reino Unido, los adolescentes siguen aprendiendo para sus exámenes de bachillerato que Berlín quedó bloqueado por Stalin y corrió el riesgo de morir de hambre.

¿Fue correcto engañar al público en 1948 y 1949? No. ¿Obtuvo el apoyo total del Reino Unido y Estados Unidos? Sí. El puente aéreo le valió incluso a Harry Truman una inesperada reelección en noviembre.

¿Qué hemos aprendido —y desaprendido— desde entonces? Las democracias europeas se enorgullecen de ser más veraces que los rusos (y los norteamericanos). La integridad de la información —transparencia, hechos y pruebas— genera confianza. Los medios de comunicación occidentales deben ser mejores que los rumores y los bots. Y lo que está sucediendo en Rusia ya es suficientemente malo sin necesidad de adornarlo.

Sin embargo, nuestras tácticas podrían ser más duras. Estamos perdiendo la guerra de la información frente a Rusia, porque las herramientas en las que confiábamos durante la Guerra Fría —muchas de ellas desde la época del puente aéreo— están desapareciendo silenciosamente. Están en el punto de mira las emisoras de radio y las agencias de noticias creadas para emitir en Europa del Este: Trump intentó acabar con RFE y Radio Liberty. Los ministros británicos son acusados, con razón, de “dormirse en los laureles“, con las amenazas a la financiación del poder blando, como el British Council. Su homólogo alemán en diplomacia cultural, el Goethe Institut, está viéndose despojado de fondos. En los Estados Unidos, el Global Engagement Center, creado en 2016 para desenmascarar la desinformación, lo clausuró Trump a principios de este año.

Los homólogos de la UE, como el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) y el East StratCom Task Force, se centran más en vigilar las amenazas que en tomar medidas ofensivas. Tal como advierte el Royal United Services Institute, Occidente no ha logrado “dar una respuesta significativa ni reforzar su divulgación pública... para contrarrestar los esfuerzos de desinformación rusos”.

Porque Rusia se está ganando los corazones y las mentes, no sólo en Europa, sino también en el Sur global. Las fábricas de trolls, los ciberataques, los “deepfakes”, y las campañas de noticias falsas —sobre bombas sucias y armas biológicas que se están desarrollando en Ucrania, por ejemplo— inclinan la opinión pública en regiones en las que Occidente ha perdido su autoridad moral. Putin califica las tácticas de Occidente de  “juego peligroso, sangriento y sucio“, pero se está proyectando. Es el juego al que él mismo está jugando.

¿Cómo sería jugar sucio? Significaría actuar con el mismo entusiasmo y coraje que ayudó a Occidente a plantarle cara a Stalin y vencer. Significaría tomar medidas decisivas en la misma línea que la suspensión de las emisoras de propaganda rusas RT y Sputnik por parte de la UE en 2022, y el ataque del Comando Cibernético de EE. UU. en 2018 contra una fábrica de trolls rusa, la Agencia de Investigación de Internet, con el fin de detener la interferencia en las elecciones de mitad de mandato. Significaría involucrar a los “hacktivistas”, ya que rara vez oímos hablar de las victorias cibernéticas occidentales contra Rusia, aunque esto puede deberse a que hacen “menos ruido“.

Los temores a una escalada y a represalias contra infraestructuras cruciales son legítimos. Pero mientras Rusia envía drones amenazantes para poner a prueba las fronteras europeas, nosotros nos dedicamos a preocuparnos, en lugar de contraatacar.

Lo que más hemos perdido desde el puente aéreo, cuando los Estados Unidos y el Reino Unido invirtieron en Europa dinero, poder informativo y poderío militar por primera vez en tiempos de paz, es la habilidad. Contuvimos a Stalin con una resistencia notable y una historia magnífica, aunque no del todo cierta. Es bueno que seamos más sinceros, pero no que hayamos perdido el espíritu de lucha. Muchos parecen demasiado cansados y desencantados para luchar por las ventajas de la democracia.

Por eso, en lo que respecta a la (des)información, los rusos pueden afirmar con confianza: “Vamos ganando”.

historiador británico, estudió en la Universidad de Cambridge, y enseña en la Universidad de Nueva York en Berlín y en la Barenboim-Said Akademie de la capital germana. Su libro “The Airlift”, ya a la venta en el Reino Unido, se publicará próximamente en América del Norte con el título “Sweet Victory”. Traducido al castellano está su libro “El cuchillo de mi abuelo: Historias ocultas de la Segunda Guerra Mundial” (Crítica, 2022).
Fuente:
The Guardian, 4 de noviembre de 2025