En 1912, dice Azorín, que era prácticamente igual que en el siglo XVI; hoy, aunque quedan márgenes para la imaginación, nada tiene que ver ni con la Argamasilla de Alba de la década de los sesenta, hasta donde podemos colocar, como en la mayoría de los pueblos manchegos, la frontera entre la destrucción casi absoluta del pasado –geográfico y mental- y la modernidad. Pero a pesar de ello, nuestro simpar hidalgo y el buenazo del escudero, siguen vivos en la hombría, no sólamente de mucha gente del pueblo de Ciudad Real, sino en la decencia expresada a diario por la mayoría de las gentes de todos los pueblos manchegos: más aún, siguen activos en la dignidad de todos los pueblos del mundo. Traer aquellos personajes inmortales y vivientes por los siglos, es una tarea de genios. Por eso resulta tan difícil cinematografiar el libro de Cervantes.
Un genio del cine, precisamente, lo intentó hacer o le pasó por la mente el filmar la obra cervantina. Me estoy refiriendo a Charles Chaplin. Pero el proyecto se diluyó en el aire. Más decisión tuvo otro genio, Orson Welles, aunque el resultado sigue siendo hoy uno de los secretos mejor guardados del cine. André Bazin, en su libro “Orson Welles” (Editorial Fernando Torres, 1973) escribe lo siguiente:
“Aunque se destinen definitivamente a la televisión, además del Affaire Dominici (inacabado…) y el film sobre el cine italiano y Gina Lollobrigida (inacabado…), hay que citar entre los filmes de Orson Welles el Don Quijote, rodado en agosto, septiembre y octubre de 1957 en México. Veremos a Welles en él contar a Patty McCormack tres episodios (de 27 minutos cada uno), de la novela de Cervantes, en versión actualizada: Don Quijote acometiendo contra la pantalla de un cine para defender a la heroína del film proyectado; defendiendo al toro contra el picador en una corrida de toros, y haciendo arremeter a Rocinante contra una potente excavadora. Un último episodio, aún no rodado, mostrará la explosión de la bomba H.