El abuelo del nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, formó parte de la Schutzabteilung, la fuerza paramilitar nazi de las camisas pardas
REVISTA MISIÓN VERDAD
El rastro del Tercer Reich continúa pulcro en Europa. La sangre, el
dinero, sus ideas aun palpitan y circulan en el continente que sirvió de
cuna al fascismo, cuyo legado recorrió el resto del siglo XX tras la
Segunda Guerra Mundial y sigue latente entre las élites gobernantes
actuales del bloque europeo. En el marco del 80 aniversario del Día de la Victoria,
que conmemora la derrota del nazismo y el fascismo europeo a manos de
la Unión Soviética, esta tendencia se torna más que evidente.
Pero se trata de una certeza oculta, adrede, por parte de las mismas
élites europeas que la repiten incansablemente como ciclo político,
económico y cultural.
Cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin en 1945 se inició un
proceso simbólico de «desnazificación» en Alemania y otros países que
estuvieron bajo el control nazi. Sin embargo, lo que no se menciona tan
frecuentemente es que muchas figuras claves del Tercer Reich lograron
evitar el castigo por sus crímenes, y que incluso fueron absorbidas por
las nuevas estructuras políticas, militares y económicas surgidas en
Europa occidental durante la posguerra.
Hoy, 80 años después, existen indicios preocupantes de cómo ciertos
elementos ideológicos, redes personales y dinámicas de poder asociadas
con el nazismo continúan influyendo en los círculos de poder europeos.
DE BERLÍN A BRUSELAS: RATLINES Y LA INTEGRACIÓN DE CRIMINALES NAZIS
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial miles de criminales de guerra nazis escaparon de la justicia gracias a las llamadas Ratlines
(«rutas de rata»), vías secretas organizadas principalmente por
sectores del Vaticano, servicios de inteligencia occidentales —incluidos
los estadounidenses— y redes de la ultraderecha europea.
Las Ratlines permitieron que altos funcionarios nazis, entre
ellos miembros de las SS y gestores de los campos de concentración,
huyeran hacia las Américas y otros continentes.
Pero no todos escaparon. Muchos permanecieron en Europa y, lejos de
ser perseguidos, fueron reclutados por las potencias occidentales para
colaborar en la Guerra Fría contra la Unión Soviética.
La OTAN, fundada en 1949, incorporó a antiguos oficiales de alto rango del ejército alemán (Wehrmacht)
e, incluso, a miembros de las SS como Reinhard Gehlen, quien dirigió
una red de espionaje alemán contra la Unión Soviética, posteriormente
absorbida por Estados Unidos.
Un estudio titulado Nazism, NATO and West-European Integration – Correlation
revela cómo exoficiales alemanes fueron reinsertados en puestos
neurálgicos dentro de la estructura atlantista. Asimismo, historiadores han documentado casos
como el del general Hans Speidel, jefe del Comando Supremo Aliado en
Europa (Saceur), quien combatió junto a Erwin Rommel en África y fue
rehabilitado por las potencias occidentales.
Esta integración operativa y simbólica marcó el comienzo de una
normalización tácita del pasado nazi dentro de las instituciones
europeas, con el principal respaldo de Estados Unidos, autodeclarado
victorioso de la Segunda Guerra Mundial.
EL CAPITAL DE AYER Y HOY FINANCIÓ AL FÜHRER
Una de las páginas menos conocidas de la historia del nazismo es su
estrecha relación con la élite empresarial alemana. Durante los años
1930 grandes conglomerados industriales como Krupp, Thyssen, IG Farben y
Siemens no solo financiaron la llegada de Hitler al poder sino que
también se beneficiaron enormemente del régimen nazi explotando mano de
obra esclava en campos de concentración y lucrándose con la producción
del complejo industrial-militar.
Como señala el artículo de Jacobin titulado «Nazi Billionaires: Capitalism Under Hitler«,
estas empresas no solo sobrevivieron a la derrota del Reich sino que se
convirtieron en pilares del «milagro económico» alemán de la posguerra.
Más aun: esta continuidad económica y política ayudó a moldear el
desarrollo del capitalismo europeo contemporáneo estableciendo un modelo
profundamente entrelazado con intereses corporativos que ya habían
colaborado con el nazismo.
La élite económica alemana actual es directa heredera de los
capitalistas colaboradores de los nazis, y algunos de ellos fueron parte
de la nomenclatura gubernamental del Tercer Reich.
URSULA VON DER LEYEN, FRIEDRICH MERZ Y LOS FANTASMAS DEL PASADO
Un caso emblemático que ilustra esta persistencia del legado nazi en el establishment actual es el de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea al día de hoy.
Su padre, Ernst Albrecht, estuvo íntimamente vinculado con la
administración nazi trabajando en la ocupación de Holanda —actualmente
Países Bajos—. A pesar de este oscuro pasado, él no solo logró
reinventarse políticamente sino que llegó a ser presidente regional del
estado federado de Baja Sajonia, funcionario de la Unión Europea y
mentor de Angela Merkel.
Según investigaciones periodísticas, Albrecht no solo evitó cargos por crímenes de guerra sino que recibió el perdón oficial por parte de las autoridades británicas debido a sus supuestas «contribuciones a la reconstrucción europea».
Este ejemplo muestra cómo individuos vinculados con el nazismo
pudieron reintegrarse al sistema liberal europeo sin rendir cuentas
públicas por su pasado, y contribuyeron a la formación de generaciones
posteriores de líderes europeos.
Además, varios documentos históricos indican
que el susodicho fue directa e indirectamente responsable de la masacre
contra civiles holandeses y participó en decisiones que condujeron a
ejecuciones sumarias.
El escritor y editor alemán Peter Kuras, en una nota publicada en 2021en Foreign Policy, escribió tajantemente:
«El árbol genealógico de von der Leyen traza un legado de poder y
brutalidad que incorpora no solo a algunos de los nazis más importantes
de Alemania sino también a algunos de los mayores traficantes de
esclavos de Gran Bretaña y, a través del matrimonio, a algunos de los
mayores propietarios de esclavos de Estados Unidos.
Von der Leyen desciende directamente de James Madison, quien poseía más de 200 esclavos cuando estalló la Guerra Civil.
Podría parecer mezquino condenar a alguien por su ascendencia:
los pecados del padre, después de todo, no recaerán sobre el hijo o, en
este caso, sobre la hija. Pero la propia von der Leyen ha invocado a
estos antepasados sin pedir disculpas, sin pensarlo dos veces».
Pero hay más: el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, cuenta con un antepasado directo que formaba parte del Partido Nazi: su abuelo, Josef Paul Sauvigny, se unió a la Schutzabteilung,
la fuerza paramilitar nazi de camisas pardas, en julio de 1933, apenas
seis meses después de que Hitler se convirtiera en canciller. También
fue alcalde de Brilon durante el Tercer Reich, cuando mandó a rebautizar
una arteria central de la ciudad con el nombre de Adolf-Hitler-Strasse.
¿Qué implicaciones tiene esto sobre la legitimidad moral de las
instituciones actuales? Al parecer ninguna, con la conciencia europea
tranquila, incluso apoyando a regímenes con una abierta filiación al
nazismo y/o sus ideas prácticas.
EL NUEVO ORDEN DE HITLER Y EL PROYECTO DE LA UNIÓN EUROPEA
El denominado Nuevo Orden Europeo (Neuordnung) concebido por
Hitler y sus asesores pretendía reestructurar el continente bajo
principios de jerarquía racial, dominación económica y centralización
política. Aunque grotescamente distorsionado por el racismo y el
militarismo, este proyecto compartía rasgos estructurales con el actual
diseño de la Unión Europea (UE).
En palabras del eurodiputado británico Gerard Batten, citado por The Independent,
el plan original de la UE habría sido inspirado en parte por ideas
desarrolladas por burócratas nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Si bien esta afirmación puede parecer exagerada, hay evidencia
histórica de que ciertas estructuras burocráticas y modelos de
integración económica fueron adoptados —y adaptados— por los arquitectos
del proyecto europeo tras la guerra.
El Neuordnung buscaba crear un espacio económico común,
dominado por Alemania, con instituciones centrales que impondrían normas
uniformes a los países conquistados. Hoy la UE también opera con
instituciones supranacionales —como la Comisión Europea o el Banco
Central Europeo— que toman decisiones que afectan toda la comunidad,
muchas veces sin consulta directa con los ciudadanos.
Además, el país bávaro ha sido durante años el principal líder
económico de Europa y ombligo de la toma de decisiones del capitalismo
europeo.
En este sentido, aunque los valores y objetivos sean diametralmente
opuestos, las formas de organización resultan inquietantemente
similares.
Especialmente desde la crisis financiera de 2008, la UE ha adoptado
un enfoque burocrático y autoritario que recuerda —aunque en formas
distintas— el centralismo germánico del siglo XX.
No se trata de equiparar literalmente ambas realidades sino de
interrogarnos sobre qué modelos de poder y jerarquía se repiten
históricamente en Europa. Y la tendencia parece clara, como lo escribió el poeta y político anticolonial Aimé Césaire en 1950:
«Quiérase o no, al final del callejón sin salida de Europa,
quiero decir de la Europa de Adenauer, de Schuman, de Bidault y de
algunos otros, está Hitler. Al final del capitalismo, deseoso de
perpetuarse, está Hitler. Al final del humanismo formal y de la renuncia
filosófica, está Hitler».
UCRANIA, GEOPOLÍTICA Y EL RETORNO DE LO PROHIBIDO
En el contexto de la guerra en Ucrania y el Dombás, otro aspecto
crítico es el apoyo incondicional de las élites europeas a Kiev, que
ignoran sistemáticamente la presencia de grupos neonazis y partidarios
de la ideología banderista dentro del establishment ucraniano.
Organizaciones como el Batallón Azov, inicialmente paramilitar y con
fuerte identidad nazi, han sido integradas oficialmente al ejército
ucraniano, mientras que símbolos y discursos provenientes del
nacionalismo extremista son celebrados por dirigentes europeos.
Existe una tendencia alarmante en los países bálticos y en Finlandia hacia movimientos ultraconservadores, revisionistas y abiertamente fascistas.
Además, parlamentarios europeos han financiado
proyectos educativos y culturales en Ucrania que promueven la ideología
de Stepan Bandera, colaborador ucraniano del hitlerismo durante la
Operación Barbarroja, y figura venerada por muchos neonazis ucranianos.
Esta contradicción plantea preguntas incómodas para los mismos
europeos: ¿Por qué se tolera el uso de símbolos fascistas cuando
favorecen los intereses geopolíticos europeos, mientras se condena
cualquier manifestación similar en territorio ruso o de otros
adversarios?
¿No estamos asistiendo a una doble moral que legitima selectivamente ciertos fascismos en función de su utilidad estratégica?
EUROPA COMO REPETICIÓN ENCUBIERTA
La historia europea del siglo XX nos enseña que los regímenes
fascistas no surgen de la nada; están arraigados en estructuras
sociales, culturales y económicas que sobreviven a sus líderes. Las
élites europeas actuales, tanto políticas como económicas, no pueden
lavar su pasado sin enfrentar honestamente las raíces oscuras que aun
laten en el corazón del proyecto europeo.
Desde la integración de antiguos nazis en la OTAN hasta las
conexiones familiares de figuras claves como Ursula von der Leyen,
pasando por las estructuras institucionales que recuerdan al Neuordnung hitleriano, queda claro que el legado del nazismo está muy presente en la Europa contemporánea.
Hoy más que nunca, en un momento de auge fascista en Occidente, y a conveniencia con todo lo que significa el Día de la Victoria,
a 80 años de la caída del Tercer Reich, se hace necesario revisar estos
legados y romper con aquellas lógicas de poder, exclusión y violencia
sistémica que, bajo nuevas formas, siguen determinando el rumbo de
Europa. Así lo escribía Césaire, como si estuviera hablando de las
élites europeas del siglo XXI, para concluir:
«Sí, valdría la pena estudiar, clínicamente, con detalle, las
formas de actuar de Hitler y del hitlerismo, y revelarle al muy
distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX que lleva
consigo un Hitler y que lo ignora, que Hitler lo habita, que Hitler es
su demonio, que, si lo vitupera, es por falta de lógica, y que en el
fondo lo que no le perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen
contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí sino el crimen
contra el hombre blanco, es la humillación del hombre blanco, y haber
aplicado en Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora solo
concernían a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los
negros de África».