El rey de Marruecos, Mohamed VI, en una ceremonia religiosa, en una imagen de archivo.
MAP vía Europa Press (MAP vía Europa Press)
Por Ahmed Omar
La reciente incautación de tres toneladas de resina de cannabis en el puerto de Casablanca, destinadas a Bélgica a través de empresas pantalla como Unimer Group, revela una verdad incómoda: Marruecos el mayor productor de hachís del mundo, continúa siendo un actor clave en la exportación masiva de droga a Europa.
Este no es un caso aislado; es la punta de un iceberg que ha infiltrado
las instituciones políticas del continente y amenaza su independencia.
Marruecos y el narcotráfico: un problema sistémico
Según informes de la ONU, Marruecos produce cerca del 70% de la resina de cannabis mundial, con rutas de tráfico que atraviesan España y Bélgica como principales puertas de entrada al mercado europeo. El puerto de Amberes, en Bruselas,
se ha convertido en un epicentro del contrabando, donde cada año
toneladas de droga cruzan las fronteras ocultas en contenedores de
supuestos productos legales, como conservas o harina de pescado.
La red marroquí no es solo una maquinaria delictiva; su objetivo es
mucho más ambicioso. A través de los beneficios del narcotráfico, Marruecos ha
construido un sistema paralelo que financia operaciones de presión
diplomática, sobornos y chantajes a figuras políticas europeas.
Moroccogate: Europa comprada con dinero de droga
El escándalo ‘Moroccogate’, que sacudió al Parlamento Europeo,
expuso las conexiones peligrosas entre el régimen marroquí y políticos
europeos. Sobornos y maletas de dinero circulaban entre bastidores para
ganar apoyos en cuestiones claves como la ocupación ilegal del Sáhara Occidental
o los acuerdos comerciales. Marruecos no solo compra influencia;
utiliza el dinero del narcotráfico para corromper y chantajear a
políticos, debilitando así las decisiones soberanas de Europa.
El Parlamento Europeo, mientras declara luchar contra la corrupción, ha visto cómo sus cimientos tiemblan. Bélgica, que acoge las instituciones europeas, paradójicamente se ha convertido en una víctima y cómplice a la vez: víctima porque su puerto es una puerta de entrada, cómplice porque la corrupción sistémica facilita estas operaciones ilícitas.
Un silencio cómplice
¿Por qué Bruselas, epicentro de las decisiones europeas, permite que Marruecos exporte droga y corrupción con tanta impunidad? La respuesta es doble: miedo e intereses económicos. Los
países europeos, dependientes de Marruecos en temas como migración o
comercio, prefieren mirar hacia otro lado mientras toneladas de droga
destruyen a generaciones enteras.
Mientras tanto, las empresas fachada, como las mencionadas en este último caso (Unimer Group),
continúan operando con total normalidad, enmascarando cargamentos de
hachís como harina de pescado o productos agroindustriales.
Europa: entre la seguridad y la decadencia
Europa enfrenta una disyuntiva crítica. Permitir que Marruecos continúe
utilizando el narcotráfico para financiar su agenda política no solo
destruye su credibilidad, sino que pone en peligro la seguridad de
millones de ciudadanos europeos. Bruselas, el símbolo de la libertad y la democracia, está bajo asedio: asedio del narcotráfico, de la corrupción y de un régimen que usa la droga como moneda de presión diplomática.
El silencio cómplice de las instituciones europeas y la tolerancia hacia Marruecos son una traición a los principios de libertad e independencia política. Europa debe actuar con firmeza, revisar sus acuerdos con Marruecos, sancionar las empresas involucradas y exigir transparencia absoluta en el comercio.
No es solo una cuestión de drogas; es una cuestión de soberanía, dignidad y justicia. Si Europa no
despierta, pronto el dinero del narcotráfico controlará más que sus
puertos: controlará sus políticas, sus instituciones y, en última
instancia, su futuro.
La impunidad de Marruecos no solo está manchada de droga, sino también de corrupción y chantaje. Europa debe decidir si enfrentará este problema con valentía o si seguirá siendo rehén de un narcoestado diplomático.
Cette
œuvre de Vladimir Motyl est sortie sur grand écran le 30 mars 1970,
devenant l’un des easterns soviétiques les plus populaires.
Westerns
en Occident, easterns en URSS. Le sujet nous transporte dans la période
suivant la Guerre civile russe. Le soldat de l’Armée rouge Soukhov
rentre chez lui à travers les sables du Turkestan. Il se charge de
conduire les femmes du harem du bandit Abdoullah dans le village de
Pedjent, au bord de la Caspienne, pour leur sauver la vie.
Selon
une légende, ce film serait arrivé sur grand écran grâce à l’amour de
Léonid Brejnev pour les films d’action. D’ailleurs, le film l’a plus que
satisfait. Rien qu’au cours de la première année suivant sa sortie en
salles, Le Soleil blanc du désert a été visionné par plus de 50 millions
de Soviétiques. Les droits de diffusion ont été achetés par 130 pays,
dont les États-Unis. Les aventures de Soukhov ont été suivies même pas
les astronautes américains.
Ce film est visionné par les cosmonautes en prévision d’un vol. Le cosmonaute Gueorgui Gretchko se rappelait que les médecins lui avaient
conseillé de voir, la veille de son vol, un film léger pour se
distraire. D’abord, le choix est tombé sur la comédie Trente-trois de
Gueorgui Danielia. Cependant, Alexeï Leonov a assisté à une projection
privée de l’eastern et est parvenu à obtenir une copie pour le Centre
d’entrainement des cosmonautes.
« Tu sais que la
surcharge, l’apesanteur et le danger, qui peut même être mortel, te
guettent dans l’espace. Et tu apprends du soldat de l’Armée rouge
Soukhov comment agir dans une situation dangereuse. Sans perdre sa
présence d’esprit, il faut résister jusqu’au bout tout en gardant son
sens de l’humour », témoignait Gretchko.
Ce film est
considéré comme une sorte de gardien des cosmonautes : il est apparu
dans la filmothèque du Centre d’entraînement après la perte tragique de
l’équipage du Soyouz-11 – depuis, aucun homme de l’espace soviétique ou
russe n’a péri.