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lundi 3 novembre 2025

La última guerra campesina: Violencia y revolución en la Europa del siglo XX


 

 
 
Geoffrey Swain*
Universidad de Glasgow

Este es un libro excelente y merece un amplio público académico. La erudición empleada es extraordinaria, pero es el argumento de Beneš lo que distingue a este libro. Como explica en la conclusión, ha «buscado comprender, en sus propios términos, las acciones y opiniones de personas que normalmente no se inclinan a desafiar abiertamente a las autoridades existentes y no están acostumbradas a imaginar o esbozar planes para una sociedad fundamentalmente diferente de la que viven» (308). Las «personas» a las que se refiere son los campesinos de la región antaño llamada «Austria-Hungría», quienes, al acercarse el fin de la Primera Guerra Mundial, se rebelaron, desatando disturbios que se prolongaron hasta las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, dado que ese malestar nunca encontró un liderazgo ideológico coherente, sino que estaba plagado de «impurezas como el regionalismo, el cristianismo popular, la hostilidad étnica y el bandidaje» (308), nunca fue clasificado como «revolucionario» por una comunidad académica dominada por ideas liberales o marxistas, lo que lo dejó sin un análisis serio. El estudio de Beneš rompe esa tiranía del silencio, y su investigación muestra claramente que, a pesar de todas las «impurezas», la protesta campesina tenía un hilo conductor: los campesinos querían una forma de economía cooperativa y un estado descentralizado.

Tras resumir el impacto de la Primera Guerra Mundial en el campesinado austrohúngaro, Beneš comienza la historia propiamente dicha con los acontecimientos del último año de dicha lucha. En muchas partes del imperio Habsburgo, los soldados campesinos comenzaron a desertar y, para protegerse, formaron los «Cuadros Verdes». Cuando, en el verano de 1918, se iniciaron las acciones contra estos desertores, los aldeanos acudieron en su apoyo; aldeanos y Cuadros Verdes actuaban en sintonía. También ese verano, en virtud del Tratado de Brest-Litovsk, prisioneros de guerra austrohúngaros comenzaron a regresar de la Rusia revolucionaria, a menudo negándose a continuar su servicio en el Ejército Imperial y escapando para unirse a los Cuadros Verdes. Así, los pequeños agricultores, cuyas vidas habían sido devastadas por la guerra, se comprometieron cada vez más con vagas nociones de autonomía o independencia nacional y con el sueño de reordenar completamente la sociedad, que muchos de ellos habían presenciado en Rusia (63).
 

Les élites mondiales préparent la Troisième Guerre mondiale


 

dimanche 2 novembre 2025

MIGUEL DE CERVANTES Y ORSON WELLES

 




En 1912, dice Azorín, que era prácticamente igual que en el siglo XVI; hoy, aunque quedan márgenes para la imaginación, nada tiene que ver ni con la Argamasilla de Alba de la década de los sesenta, hasta donde podemos colocar, como en la mayoría de los pueblos manchegos, la frontera entre la destrucción casi absoluta del pasado –geográfico y mental- y la modernidad. Pero a pesar de ello, nuestro simpar hidalgo y el buenazo del escudero, siguen vivos en la hombría, no sólamente de mucha gente del pueblo de Ciudad Real, sino en la decencia expresada a diario por la mayoría de las gentes de todos los pueblos manchegos: más aún, siguen activos en la dignidad de todos los pueblos del mundo. Traer aquellos personajes inmortales y vivientes por los siglos, es una tarea de genios. Por eso resulta tan difícil cinematografiar el libro de Cervantes.

 Un genio del cine, precisamente, lo intentó hacer o le pasó por la mente el filmar la obra cervantina. Me estoy refiriendo a Charles Chaplin. Pero el proyecto se diluyó en el aire. Más decisión tuvo otro genio, Orson Welles, aunque el resultado sigue siendo hoy uno de los secretos mejor guardados del cine. André Bazin, en su libro “Orson Welles” (Editorial Fernando Torres, 1973) escribe lo siguiente:

 “Aunque se destinen definitivamente a la televisión, además del Affaire Dominici (inacabado…) y el film sobre el cine italiano y Gina Lollobrigida (inacabado…), hay que citar entre los filmes de Orson Welles el Don Quijote, rodado en agosto, septiembre y octubre de 1957 en México. Veremos a Welles en él contar a Patty McCormack tres episodios (de 27 minutos cada uno), de la novela de Cervantes, en versión actualizada: Don Quijote acometiendo contra la pantalla de un cine para defender a la heroína del film proyectado; defendiendo al toro contra el picador en una corrida de toros, y haciendo arremeter a Rocinante contra una potente excavadora. Un último episodio, aún no rodado, mostrará la explosión de la bomba H.
 


Don Quijote de Orson Welles

 

¿Se puede traspasar el Quijote al cine?

La obra de Miguel de Cervantes, cumbre de las letras españolas, ha sido una de las más adaptadas a la pantalla, a la vez que de las más esquivas. Existen decenas de Quijotes cinematográficos, pero quizás ninguno que se haya ganado el lugar de versión definitiva.

Otras de las grandes obras de la historia han encontrado sus adaptaciones inolvidables. Frankenstein con Boris Karlof, la versión de Cumbres Borrascosas dirigida por William Wyler, la novela de Bram Stoker que ha tenido varios actores que marcaron la imagen de su protagonista (Max Schreck, Bela Lugosi, Christopher Lee, Klaus Kinsky).

Muchas de estas transposiciones lograron la efectividad en la pantalla al llevar la obra al lenguaje cinematográfico, al punto de abandonar la estructura misma de la obra (Frankensein, Dr. Jekyll & Mr. Hide).

A diferencia de las anteriores, el Quijote es una obra cuya literalidad es justamente uno de sus mayores fuertes. Todos conocemos a Don Quijote y Sancho Panza, dos de los grandes personajes literarias de la historia. Pero cuando vamos a la obra literaria, nos encontramos con una segunda cualidad fundamental de la obra: la interacción con el resto de los personajes secundarios (que son muchos), con narraciones internas e incluso con la propia obra.

Ese segundo elemento, propiamente literario, es esquivo a la adaptación a la pantalla.

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