Rigadin peintre cubiste étend le cubisme à la vie quotidienne en créant des costumes cubistes "avant" Picasso et Léger. Des anticipations artistiques on les voit également dans d'autres films fictionnels. Dans Le peintre néo-impressionniste d'Émile Cohl, film d'animation produisant des monochromes vert, bleu, jaune à partir de la satire d'Alphonse Allais, donc "avant" Malévitch ou Roctchenko. Ainsi que dans Aélita de Protazanov où Alexandre Exter expérimente des costumes de plexiglas grâce au contexte de science-fiction du sujet. Mais aussi chez Mallet-Stevens, qui exprime cette dimension expérimentale du cinéma grâce à son travail de décorateur de film en construisant des maquettes de bâtiments ou d'intérieur en taille réelle. L'expérience de Léger dans L'inhumaine est du même ordre: c'est sa première expérience de "peinture" dans l'espace, comme celle de Rodtchenko dans La journaliste de Kouléchov, banc d'essai de ses meubles transformables.
Le cinéma n'a aussi cessé d'anticiper la sortie du cinéma de la salle de cinéma, c'est en partie ce que fait l'Expanded Cinema et, définitivement, le cinéma supertemporel situationniste (dont De l'Espagne 95).
Tras la Primera Guerra Mundial,
triunfa en Viena el llamado austromarxismo. Sin alinearse con el régimen
soviético ni con la socialdemocracia alemana, esta corriente desarrolla
una política social en fiscalidad, vivienda y cultura. Su enfoque
influirá más tarde en un sector del Partido Socialista francés.
La política en Austria está atravesada por la fuerza de las
corrientes conservadoras, el peso de la Iglesia católica y su
desnazificación absolutamente insuficiente. No obstante, entre los años
1890 y 1934, fecha de la llegada al poder de los austrofascistas (1),
se desarrolló en este país una de las corrientes marxistas más
peculiares de su tiempo, que recuperó la cuestión del nacionalismo y de
la “identidad nacional”. Su capital, Viena, no solo fue el hogar de la
dinastía de los Habsburgo, sino que también acogió uno de los partidos
obreros más poderosos del mundo.
Karl Marx Hof hacia 1930. En primer plano, la escultura Der Sämann (El
sembrador), realizada en 1920 por Otto Hofner y situada en
Heiligenstädter Straße 82-92/ 12. Februar Platz (imagen de la exposición
Das Rote Wien 1919-1934, en el Wien Museum Musa 2019-2020)
En 1907, la socialdemocracia austríaca (SDAP) (2) lanzó una nueva revista teórica, Der Kampf (“La
lucha”). Poco tenía que ver aquella “socialdemocracia” con lo que hoy
consideramos como tal. Nació de los ideales de las revoluciones de 1848 y
se arraigó con fuerza entre la clase obrera con el objetivo de acabar
con el capitalismo. Otto Bauer, un joven militante de origen austrocheco
y judío, desempeñó un papel fundamental. El vasto imperio austrohúngaro
de principios del siglo XX era un amalgama de
múltiples nacionalidades, entre las cuales se encontraba una fuerte
minoría checa. Siguiendo los pasos de Karl Renner, otro socialdemócrata
que sería canciller de Austria en 1918 y 1945, Bauer consideró que era
necesario plantear la cuestión de la nación desde un punto de vista
marxista. Ese mismo año, en 1907, publicó La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (3).
Constatando que eran múltiples las nacionalidades que confluían en un
solo lugar, propuso un modelo de “autonomía personal” según el cual cada
individuo podría ver reconocidos sus derechos en todo el Imperio. Es
decir, cada individuo, allá donde estuviera, podría gozar de derechos
culturales que estarían reconocidos por una estructura supranacional.
Esta audaz teoría desató un debate sobre qué puede constituir una
“nación” desde un punto de vista socialista. ¿Podía seguir respetándose
“el derecho de los pueblos a la autodeterminación”? Muchos
internacionalistas creían que este derecho podría provocar que surgieran
pequeños Estados y micronacionalismos, por lo que defendían el
desarrollo de grandes entidades territoriales. Por otra parte, al no
haber definido de forma precisa los límites de una nación, los
austríacos recibieron críticas de los socialdemócratas rusos, entre los
cuales sobresalió un tal Stalin, poco conocido por aquel entonces (4).
Más allá de la cuestión nacional, fueron muchos los teóricos que
publicaron importantes aportes. La aparición del neologismo
“austromarxista” demuestra que los austríacos estaban, efectivamente, en
vías de construir una auténtica escuela de pensamiento. En 1910, Rudolf
Hilferding publicó El capital financiero, una vasta obra que abordaba por primera vez la cuestión de la financiarización del capitalismo y sus consecuencias (5).
Lenin recurrió a esta obra para formular su pensamiento sobre el
imperialismo. En cuanto a Jean Jaurès, tomó nota minuciosamente de cara a
un extenso informe sobre el imperialismo que habría presentado en
agosto de 1914 en Viena para el Congreso de la Internacional Socialista.
Desfile de las juventudes socialistas (foto: revista Profil)
Pero Jaurès fue asesinado el 31 de julio y el congreso de Viena nunca
pudo celebrarse. La guerra arruinó una de las grandes esperanzas del
socialismo internacional. Cuatro años después, se barrió del mapa a los
antiguos imperios de Europa. Austria quedó reducida al tamaño de una
región francesa. El 12 de noviembre de 1918 se proclamó la República en
Viena. Antes de la guerra, los austromarxistas querían democratizar el
Imperio de los Habsburgo y transformarlo en una vasta república
centroeuropea. Podría haber sido el origen de una especie de
“Mitteleuropa” socialista, pero ya nunca fue posible. Durante un tiempo,
los socialdemócratas albergaron la esperanza de unirse a Berlín.
Soñaban con una gran República alemana democrática, que retomaría un
revolucionario proyecto de 1848. No obstante, los aliados, especialmente
Francia, impusieron estrechos límites territoriales a Austria.
A partir de entonces, la cuestión de las nacionalidades cambió de
sentido. Los checos y los polacos, entre otros, tuvieron su propio
Estado. Sin embargo, el “austromarxismo” aún tenía un brillante futuro
por delante. En primer lugar, los austríacos intentaron fundar una nueva
Internacional Socialista que no estuviera alineada ni con Moscú ni con
la línea del SPD berlinés. Aunque fracasaron
en su intento, durante los años 1920 siguieron defendiendo, con Otto
Bauer, la idea de un “socialismo integral”. Este pretendía aunar, con el
tiempo, lo mejor de la socialdemocracia y del comunismo. Se negaron
tanto a condenar la experiencia soviética en bloque, como a alinearse
con la socialdemocracia alemana en el poder, que había masacrado a los
espartaquistas (los primeros comunistas alemanes) en enero de 1919. Los
más izquierdistas de los austromarxistas, alrededor de Max Adler,
apostaron por los consejos obreros que se habían desarrollado entre 1918
y 1919 en el centro de Europa, sobre todo en Viena (6).
Veían en ellos el origen de una nueva democracia obrera. Esta dinámica
político-teórica en torno a la socialdemocracia impidió el surgimiento
de un partido comunista poderoso, a diferencia de lo que ocurrió en
Alemania o en Francia. Se mantuvo como un pequeño grupo militante.
Estas particularidades ideológicas iban de la mano de una presencia
del partido sin parangón en la Europa de la época. En los años veinte,
casi uno de cada seis austríacos estaba en una asociación vinculada con
el SDAP. En 1929, contaba con casi 720.000 miembros. El SDAP tenía
una fuerte presencia en las grandes ciudades industriales, pero no era
muy activo en el resto del país. La crisis económica y política redujo
el numero de afiliados, pero en 1932 todavía sumaba cerca de 650.000,
de los cuales más de la mitad eran trabajadores. La combatividad de
estos últimos pasó a un primer plano (y provocó una sangrienta
represión) en 1927 tras la absolución de los asesinos de activistas
obreros en el pequeño pueblo de Schattendorf. Austria estaba en ese
momento a las puertas de una guerra civil. Estos acontecimientos se
reflejan en varias obras literarias importantes, como Los demonios de Heimito von Doderer o Masa y poder de Elias Canetti.
Trabajos
de construcción de viviendas sociales (imagen de la exposición Das Rote
Wien 1919-1934, en el Wien Museum Musa 2019-2020)
La fuerza de este movimiento está estrechamente relacionada con el
papel que tuvo en la capital. Desde 1919 y hasta febrero de 1934, los
socialdemócratas gobernaron la ciudad sin interrupción. La “Viena Roja”
se convirtió en un escaparate de sus logros a nivel internacional. Se
introdujeron impuestos sobre el “lujo”, lo que permitió, principalmente,
financiar un amplio proyecto de construcción de viviendas sociales. Su
diseño, llevado a cabo por el arquitecto Adolf Loos, tuvo una gran
influencia sobre Le Corbusier. Fuera de la Unión Soviética, era el único
país en el que una gran capital desarrollaba una ambiciosa política
socialista. El partido no solo apoyó la cultura como nunca antes se
había hecho (cines, teatros, etc.), sino que también respaldó las
actividades deportivas de la clase obrera. Viena fue pues un importante
centro artístico e intelectual. Allí se desarrollaron múltiples
corrientes, entre ellas el famoso Círculo de Viena (Wiener Kreis).
Uno de sus fundadores, Otto Neurath, estaba estrechamente vinculado con
el austromarxismo. Además, muchos intelectuales que no eran
socialistas, como Sigmund Freud, apoyaron la política del municipio.
Sin embargo, todo esto se vino abajo en 1934. Viena era roja, pero el
resto del país seguía dominado, en gran medida, por los
socialcristianos (movimiento del que es heredero el actual partido
conservador), mientras que los pangermanistas nazis estaban al acecho.
En febrero de 1934, los socialcristianos se deshicieron por la fuerza de
la socialdemocracia para construir un nuevo régimen corporativista
semejante al de la Italia fascista. Muchos militantes obreros se armaron
y lucharon en las calles de las grandes ciudades para resistir, pero
los “austrofascistas” fueron capaces de superarlos. El poder que tuvo la
socialdemocracia en Viena escondía otras realidades. Una gran parte del
país odiaba que su capital estuviera en manos de los “rojos”. El
antisemitismo visceral y el antimarxismo primario iban de la mano: se
hablaba, sin pelos en la lengua, de Viena como una “creación judía” por
parte del “austrobolchevismo”. La dirección del SDAP tardó
mucho en reaccionar a estos ataques de la extrema derecha, que propició
un clima de guerra civil desde finales de los años veinte.
El movimiento obrero fue aplastado en 1934 y rematado por el Anschluss nazi
de 1938. Un sector se involucró en la resistencia. En 1945, los
socialdemócratas volvieron al poder en la ciudad y mantuvieron una
política que, al menos en materia de vivienda, se inspiró en sus
predecesores. De 1970 a 1983, gobernaron Austria con Bruno Kreisky. Pese
a que su política siguió siendo moderada en el plano social, en un
contexto en el que la izquierda radical tenía cierto eco, reactivó las
referencias al austromarxismo.
Postal
conmemorativa de los mártires de febrero, dirigentes socialdemócratas
ejecutados por el régimen de Dollfuss tras los hechos de febrero de 1934
En Francia, en el seno del nuevo Partido Socialista refundado en 1971, una corriente de izquierdas, el CERES (7),
mostró un gran interés por Otto Bauer y su “socialismo integral”, ya
que lo veían como precursor de una alternativa. Didier Motchane y
Jean-Pierre Chevènement, sus líderes, soñaron con una tercera vía en un
momento en que el modelo soviético parecía agotado y en el que muchos
socialdemócratas eran anticomunistas. En Italia, el Partido Comunista
Italiano publicó varios ensayos austromarxistas. Tras convertirse en
ministro de François Mitterrand, Chevènement inauguró un coloquio en
febrero de 1982 dedicado al austromarxismo (8). Sin embargo, este interés desapareció con las medidas de austeridad de 1983.
Desde entonces, a Viena –que sigue siendo socialdemócrata– se la suele conocer como “la mejor ciudad para vivir” (9).
En algunos indicadores, especialmente el de la vivienda, no tiene
rival. La actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo, suele referirse,
aunque vagamente, a la gestión de Viena. Las ambiciones de
reconstrucción política de los años 1970 parecen quedar bien atrás.
En Graz, la segunda ciudad más grande de Austria, las elecciones
municipales las ganó en septiembre de 2021 el Partido Comunista de
Austria (KPÖ), aunque a nivel nacional sea muy
minoritario. Su campaña se centró en el tema de la vivienda. Parece que
ciertos estratos de la sociedad siguen recordando aquellos ideales que
surgieron en la Viena Roja.
Notas
(1) El
término “austrofascista” designa una doctrina y al régimen que la
encarnaría: antimarxista y antinazi, inspirado en el fascismo de
Mussolini y basado en el partido único.
(2) SDAP es el acrónimo del partido Sozialdemokratische Arbeiter Partei (Partido Obrero Socialdemócrata). En 1945 pasó a llamarse SPÖ.
(3) Otto Bauer, La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, Ediciones Akal, Madrid, 2020.
(4) Jean-Numa Ducange, Quand la gauche pensait la nation. Nationalités et socialismes à la Belle époque, Fayard, París, 2021.
(5) Rudolf Hilferding, Le capital financier: étude sur le développement récent du capitalisme, Éditions de Minuit, París, 1970.
(6) Hans Hautmann, Die österreichische Revolution. Schriften zur Arbeiterbewegung 1917 bis 1920, Promedia Verlag, Viena, 2018.
(7) Centro de estudios, investigación y educación socialista, fundado en 1966. Se integró en el Partido Socialista en 1971.
En
todo el país, los estadounidenses normales de clase trabajadora se
hacen una pregunta: ¿por qué? ¿Por qué me cuesta llegar a fin de mes?
¿Por qué el precio que pagué por los mismos comestibles hace un par de
años se ha duplicado hoy, mientras que mi sueldo o salario se ha
estancado? ¿Por qué me vi obligado a endeudarme por haberme enfermado,
por atreverme a recibir una educación, por querer un hogar para mi
familia? ¿Por qué los políticos en mis pantallas están tan interesados
en librar una guerra contra medio mundo con el dinero de nuestros
impuestos, pero tan reacios a invertir dinero en la gente y en la
infraestructura decadente del país? ¿Por qué mi día está impregnado de
estrés cuando dejo a mis hijos en la escuela, sin saber si pueden ser la
próxima víctima de los horrendos tiroteos tan comunes en nuestro país?
¿Por qué a ninguna de las personas que gobiernan el país parece
importarle las condiciones desesperadas y deterioradas de personas como
mi familia, vecinos y compañeros de trabajo?
Pobre,
endeudada y desesperada, la clase obrera estadounidense ha comenzado a
cuestionar orgánicamente los supuestos del orden capitalista dominante.
Si bien han sido alimentados generacionalmente con la idea de que
Estados Unidos es el mejor país de la tierra, donde reinan la libertad,
la democracia y la igualdad, hoy la desesperación que experimentan en su
vida cotidiana ha hecho necesaria una reflexión crítica, por espontánea
que sea. ¿Puede haber alguna igualdad real entre los de su clase y los
que se benefician de su trabajo, su endeudamiento y su inestabilidad?
¿Puede haber alguna libertad para los hombres y mujeres encadenados de
por vida a una deuda que tienen con un gran banco? ¿Puede haber libertad
e igualdad para los millones de niños que se van a dormir hambrientos
cada noche en Estados Unidos, o para los 600.000 sin hogar que deambulan
en un país con 33 veces más casas vacías que personas sin hogar? ¿Puede
haber democracia en un sistema en el que las personas que controlan las
grandes corporaciones, los bancos y las empresas de inversión tienen
poder sobre el Estado, utilizándolo para imponer su voluntad, es decir,
la acumulación de capital, como el resultado final y el valor más
supremo en todas las relaciones sociales?
Lo
que ha surgido, entonces, es una grave crisis de legitimidad. La fe en
las instituciones dominantes de la clase capitalista está disminuyendo
rápidamente. Solo el 11 por ciento del público estadounidense confía en
los medios de comunicación, las principales instituciones ideológicas de
la clase dominante capitalista. A los políticos que defienden los
intereses de los dueños del gran capital no les va mucho mejor, ya que
sólo el 19 por ciento de los estadounidenses sostiene que sus
representantes electos realmente los representan. Está claro para el
pueblo estadounidense, aunque en una forma que todavía es abstracta y
embrionaria, que los medios de comunicación simplemente están ahí para
manipularlos para que consientan la agenda de la clase dominante:
tergiversando los hechos, mintiendo y eliminando el contexto para
invertir la realidad sobre los acontecimientos mundiales en curso. Es
evidente para ellos que sus supuestos representantes son en realidad los
representantes de sus explotadores, opresores y acreedores parásitos.
De
este rechazo general y espontáneo del estado actual de las cosas han
surgido diversas formas de disidencia en la clase obrera estadounidense.
Algunos fueron movilizados por el movimiento de Bernie Sanders en 2016 y
2020, viendo en él el potencial de una verdadera revolución política
(aunque no social) que pudiera garantizar los derechos básicos otorgados
en las socialdemocracias, pero ausentes en nuestro país. En los mismos
años, algunos fueron cautivados por Donald Trump y su llamado a Hacer
que Estados Unidos Vuelva a Ser Grande (Make America Great Again –
MAGA), que para muchas personas de clase trabajadora en el país
significaba un esfuerzo por regresar a una época pasada, donde sus
padres y abuelos podían asegurar comodidad en la vida y un alto nivel de
vida con un trabajo normal de clase trabajadora. Otros han tomado
diversas rutas apolíticas, mostrando antipatía frente a un escenario
político en el que observan con razón que, como actualmente existe la
situación, no tienen capacidad para cambiar nada.
Si
bien es cierto que otros están presentes, estos tres han sido los
principales canales para que los trabajadores expresen su descontento
con el orden gobernante. Muchos, muchos defectos están evidentemente
presentes en cada ruta. Pero todos comparten un núcleo racional común:
el rechazo al statu quo y, en los dos primeros, la fe y la voluntad de
trabajar para cambiarlo. Sin embargo, tal como existe actualmente, un
camino conduce a la parálisis frente a la tarea de construir algo nuevo,
mientras que los otros dos han llevado a que los falsos profetas sean
elevados como representantes de los intereses del pueblo, mientras que,
en realidad, simplemente han expresado formas más novedosas y
disfrazadas de mantener el mismo orden dominante. Estamos en un período
en el que se hace evidente que las esperanzas de hace 8 años son huecas,
que hay que buscar una nueva forma de enmarcar y articular el
descontento.
Para nosotros, sólo un
partido comunista puede estar a la altura de esta tarea. Un partido
comunista es fundamentalmente el vehículo para que el destacamento más
avanzado de la clase obrera gane la fe de la masa crítica y guíe sus
luchas hasta la línea de meta: la conquista del poder político. Es el
partido comunista el que tiene el potencial de dar a estas diferentes
formas de disidencia cierta coherencia, unidad y dirección. La
coherencia surge de la comprensión sistemática de los males a los que se
enfrentan los individuos, males que no son fallos morales individuales,
sino de carácter sistémico. La unidad se basa en esta coherencia, en la
comprensión de nuestros intereses comunes y nuestra fuente compartida
de descontento. Y la dirección surge de los dos anteriores: solo cuando
podemos comprender coherentemente el orden social en el que se basan
nuestros problemas, podemos ver que en sus propias contradicciones ya
hay un camino hacia adelante. En la correcta comprensión del problema,
encontramos las premisas a través de las cuales se puede buscar la
solución. Cuando se comprende el sistema capitalista en decadencia que
tenemos ante nosotros, también se comprende el hecho de que los
trabajadores, los productores de todo el valor de la sociedad, tienen el
poder, como clase, de construir un mundo nuevo a su imagen y semejanza.
Una vez que se logre este reconocimiento de nuestra realidad
fundamental compartida y se unifiquen las diversas formas de disidencia,
entonces los pasos hacia adelante se mostrarán en el proceso de una
lucha clara sobre su dirección.
Lamentablemente,
el Partido Comunista histórico en nuestra nación se ha mostrado incapaz
de estar a la altura de la tarea de la organización que lleva ese
nombre. Ha buscado la colaboración de clases en una época en la que la
lucha de clases es una realidad inminente. Se ha alineado, bajo los
cínicos auspicios de ‘luchar contra el fascismo’, con el Partido
Demócrata, mientras que dicha organización ha enviado cientos de miles
de millones de dólares de los contribuyentes estadounidenses a los
neonazis en Ucrania para una guerra de poder contra Rusia. Ha apoyado a
este partido mientras que financia y apoy el sangriento genocidio de la
entidad sionista en Palestina. Es un partido «comunista» que
objetivamente ha apoyado el fascismo y la colaboración de clases bajo la
justificación de luchar contra lo que precisamente apoyan. El fascismo,
para ellos, es simplemente los conservadores sociales que no están de
acuerdo con los valores sociales más liberales recientemente aceptados
por las fuerzas de la hegemonía. Para ellos, la amenaza fascista emana
de nuestros compañeros de trabajo conservadores y no del estado
capitalista que utiliza a ambos partidos para financiar la guerra y el
genocidio. Pero, debemos preguntarnos, ¿qué puede ser más fascista que
apoyar, financiar y equipar un genocidio llevado a cabo por un estado de
apartheid supremacista blanco?
El
partido «comunista» EE.UU. escupe sobre el legado de Stalin, Dimitrov y
los grandes luchadores antifascistas del movimiento comunista mundial
cuando los cita irónicamente para apoyar al estado fascista
estadounidense. Olvida que, como escribió Michael Parenti, «la amenaza
fascista no proviene de la derecha cristiana ni de las milicias ni de
este o aquel grupúsculo de cabezas rapadas, sino del propio Estado de
seguridad nacional, el Estado policial dentro del Estado».[1]
Estas son las fuerzas que imponen la «dictadura terrorista abierta de
los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del
capital financiero», central para la comprensión marxista del fascismo,
elaborada en la brillante obra de Georgi Dimitrov.[2]
El partido «comunista» de EE.UU. opera, por lo tanto, con una
comprensión idealista y antimarxista del fascismo cuando ignora el papel
del fascismo como forma de gobierno capitalista en períodos de crisis.
Reduce el fascismo a un problema de ideas en la mente, y es incapaz de
ver cómo, como una forma de gobierno capitalista en crisis, ha estado
presente aquí en ambos partidos todo el tiempo. El entendimiento básico
de la dialéctica espuria de demócratas y republicanos, del interminable y
performativo tira y afloja que se utiliza para enmascarar la
continuidad del estado imperialista y servir a su reproducción continua,
se les escapa por completo a estos «comunistas». Es un partido
“comunista” que se pone del lado de los capitalistas, imperialistas y
fascistas. Al hacerlo, en realidad no luchan contra la «amenaza
fascista» que tan a menudo invocan, sino que la refuerzan. Alimentan el espectáculo de la politiquería estadounidense; se convierten en cómplices de sus operaciones.
Pero
los errores en las líneas del partido son enmendables cuando se
mantiene el método operativo de un partido comunista. El centralismo
democrático, cuando está realmente presente, le da al partido el
potencial para rectificar, para mejorar su comprensión de la situación y
sus fallas. Permite que los deslizamientos hacia el socialchovinismo,
el oportunismo y el ultraizquierdismo (tan evidentes en el cpUSA) sean
corregidos. Pero también en este caso, el Partido «Comunista» de los
Estados Unidos ha violado completamente sus obligaciones. Amplia
evidencia ha demostrado que en la 32ª Convención Nacional se frustró la
democracia y se tiró por la ventana el centralismo democrático.[3]
Y cuando valientes cuadros trataron de rectificar esta usurpación del
partido, este golpe a la organización histórica de la clase obrera
estadounidense por parte de una pequeña camarilla de burócratas de por
vida, se pusieron de pie por medios constitucionales para compartir una
petición que solicitaba la consulta democrática frustrada en la
convención, todos los verdaderos comunistas fueron purgados, a veces con
varios clubes enteros siendo expulsados también. Las pruebas han sido
documentadas y se han hecho públicas. Como se hizo evidente, la
camarilla dirigente del Partido Comunista de los Estados Unidos de
América, entonces, ha destruido completamente la democracia del partido
para defender su apoyo a la colaboración de clases con un partido que
apoya a los nazis y lleva a cabo guerras genocidas contra pueblos
nativos.
Pero por mucho que traten de sujetar el desarrollo de las
luchas de clases, no llegaran a detener el movimiento de la historia,
del cual estas luchas son el corazón. Una organización de la clase
obrera, basada no en profesionales y burócratas de la clase media, sino
en la clase obrera misma, guiada por el marxismo-leninismo y no por el
fetiche de la pureza, estaba destinada a surgir. El 7 de julio de 2024
nació esta organización. Su nacimiento, como señaló el presidente
ejecutivo Haz Al-Din, fue en sí mismo un triunfo de hecho, no sólo de
palabra.[4]
Reunió a un amplio grupo de diferentes fuerzas comunistas, derivadas de
las que fueron purgadas inconstitucionalmente por el Partido Comunista
de los Estados Unidos, para llevar adelante la lucha juntos, para
reconstituir el Partido Comunista Estadounidense que nuestro pueblo
necesita tan desesperadamente. No está unido por doctrinas abstractas y
puras, sino por la ciencia viva del marxismo-leninismo, que ve la verdad
en los hechos, en los resultados prácticos y en los logros
organizativos. Nuestro estándar de éxito no será la construcción de una
teoría desarrollada a partir de las ideas abstractas más puras. Nuestro
estándar de éxito será nuestra capacidad de cumplir el papel que la
historia ha asignado al Partido Comunista Americano: proporcionar la
coherencia, la unidad y la dirección que puedan sacar a nuestro pueblo
de las crisis perpetuas que han impregnado nuestro decadente y salvaje
modo de vida capitalista, y establecer en su lugar una sociedad de, por,
y para el pueblo trabajador – ósea, una sociedad socialista.
[1] Michael Parenti, América asediada (San Francisco: City Lights Books, 1998), 119.
[2] Georgi Dimitrov, Contra el fascismo y la guerra (Nueva York: International Publishers, 1986), 2.
[3]
Nuestro Instituto tiene una lista de reproducción completa que habla
sobre la 32ª Convención Nacional y entrevista a alrededor de una docena
de miembros purgados. Puedes ver los seis videos de esa lista de
reproducción aquí: